sábado, 15 de septiembre de 2012

Líbrate de la libertad antes de entrar al amor





                                        Para Juan Carlos Quesada  


Líbrate de la libertad antes de entrar en mí.” Sírvanos este magnífico verso de Antonio Gamoneda que parafraseo en el título, como pórtico al tema de esta “entrada”: las ineludibles consecuencias del amor. Al tanto de los episodios que viví en días pasados con relación al embarazo y el parto de nuestra perra Sombra, mi gran amigo Juan Carlos Quesada me pidió que explicara en un texto la identidad y la magnitud de los sentimientos que habían operado en aquel evento. Estuve un día entero hablando de ello con mi también amiga y experta criadora de perros Mercedes Escudero, mientras padecíamos, Marisela, ella y yo, las tensiones vinculadas a una espera preocupante, pero quedé tan exhausto, que dije a Juan Carlos (también lo había dicho antes a Mercedes) que no quería escribir sobre ello, que me lo guardaba todo esta vez. Ya ven, lo reconsideré, por complacer a mis amigos que se lo merecen todo, y porque tal vez pueda verter algo de luz sobre el asunto, una vez atravesado y superado el difícil trance.

Existe hoy en día en Occidente, sobre todo en el llamado “Primer Mundo”, una peligrosa tendencia a evadir el dolor cueste lo que cueste. Desde que nacemos somos “víctimas” de unos padres que pretenden apartarnos de las frustraciones como de la enfermedad o la muerte. Que no nos duela nada, de eso se trata. A cualquier precio, que no nos duela nada… De aquel sufrir en este mundo como vía para ganar el otro, hemos pasado a este no sufrir perdamos lo que perdamos, aunque lleguemos a perder, incluso, la capacidad de amar. Porque claro, ¿cómo se enfrenta el indolente al amor?

Asumiendo que el amor duele (porque es así, digan lo que digan, el amor no nos deja ir “de rositas” por la vida) debemos escoger entre el fértil encontronazo con su testuz, o el estéril e indoloro paseo por su perimundo; entre la levedad de una vida indolora, indolente, sin amor, o la gravedad de una vida militante, gastada jirón a jirón en sucesivos y frecuentes lances amorosos. Suena romántico, lo siento, pero es así. Nadie que no esté (pre) dispuesto al dolor puede experimentar en plenitud el amor, o sea, el ser humano. Sí, el amor en su más amplia acepción nos hace hombres.

Una vida sin amor, sin dolor, no es humana. El amante no escatima el dolor. Enrolado, enviciado en el amor, aunque esté muy lejos de aquella vocación romántica por el abismo redentor, no dice no ante lo amado sea cual sea el precio. El amor es la imagen por excelencia, es el verdadero primer motor; colma de los pies a la cabecera la totalidad del templo humano. El amor carnal por el otro, el amor entre semejantes que se desean, ese tan fácil de reconocer, ha marcado el imaginario y hasta la historia de la humanidad. Recordemos los avatares de Paris y Helena, Aquiles y Patroclo, Edipo y Yocasta, Medea y Jasón, Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Don Quijote y Dulcinea… Pero también recordemos las consecuencias de amores tan difíciles como el de Cleopatra y Marco Antonio, o el de Pedro de Portugal e Inés de Castro. Aventura, guerra, muerte, dolor, pérdida de la libertad que cedemos gustosos, pérdida incluso de la vida… Pero no es este amor por el semejante deseado el que más me interesa aquí y ahora. El amor nos obliga a sacrificios aun cuando aterrice (o alunice) en seres o cosas bien distintas a nosotros. Si somos capaces de amar, estaremos siempre a merced de lo amable, esto es de nosotros mismos y también de todo lo OTRO.

Pocas veces percibí la fuerza y el precio del amor actuando tan a fondo en una imagen, como lo hice al ver los cuerpos petrificados de los perros de Pompeya. Aquellos perros que seguro presintieron el desenlace fatal y por amor no abandonaron a sus dueños. Los que pudieron huir y no lo hicieron, y también los que fueron condenados por sus amos a una muerte segura, atados a la puerta de la casa para espantar a posibles ladrones. La fidelidad y el amor tienen siempre un precio, y los perros de Pompeya  pagaron el más alto, que no es, no, la muerte misma, sino la traición que viene del ser amado.

La imagen de estos perros retorcidos, calcinados, doliéndose al pagar el precio del amor, tiene una potencia tremenda y sin dudas puede tocar a todos los amantes del mundo. El perro de Pompeya es el Cristo de los perros. Su imagen vino a redimir su especie ante nosotros, ante nuestros dioses. Opera contra la cuerda que cuelga al galgo del cazador insensible, contra el expositor de cristal donde se muestra al cachorro tempranamente escindido de su camada, contra el dueño del perro abandonado en la carretera, apaleado en las esquinas más sucias de nuestras ciudades…

¿Por qué algunos somos capaces de asumir el dolor que acompaña al amor, también cuando los amados son otros seres vivos, especialmente animales, muy especialmente perros? Ah, “líbrate de la libertad antes de entrar al amor, duélete amando, no hay otra forma de hacerlo”, parece decirnos aquel perro de Pompeya. Sí, amigos, quien puede amar no sabe controlar del todo lo que ama, y quien ama está expuesto inexorablemente al dolor. Cuando amamos a nuestros perros, redimidos todos ellos en el gesto último de aquel ancestro pompeyano, estamos librándonos de la libertad para entrar en el inefable reino del amor, ese del que nunca sabremos ni siquiera el nombre. Y si ya no somos vulgarmente libres por serlo de la manera más humana posible, o sea, por ser amantes, felices dolientes, ¿qué sentido tienen para nosotros las preguntas que pretenden justificar la ejecutoria de los indolentes?

No sigo. No me quiero extender mucho esta vez. Prefiero compartir con ustedes un poema inédito que precisamente habla de estas cosas.       


Dolor
(el amor siempre duele)


Pueden instituir el reino de los analgésicos.
Pueden aislar en el amor las enzimas dolorosas
para aplicarles novísimas terapias génicas.   
Pueden establecer la felicidad por decreto
en un piélago donde el amor derive, integre,
se haga ecuación transparente para escupir aciertos
en los tibios caladeros de lo previsible.
Pueden levantar escuelas para amantes uniformados
que aprendan a levitar sobre endemoniados páramos.
Pueden hacer lo que quieran... Será en vano.
El amor siempre duele. No hay posible asepsia
donde la sangre riega.

Perdonad este discurso decadente
en los ínclitos umbrales de la holografía, pero
el amor es subversivo y anacrónico:
medra en una feliz y dolorosa mezcla
de pasión, compromiso y dependencia.
El amor no conmuta en la razón su precio,
no se entrega en indoloros cuantos.
El amor duele, cuesta.

Atended,
descreídos pimpollos de lo inmune,
el amor no es un protectorado de la ciencia.
El amor tiene un precio y no se regatea.
Escuchad,
hasta en la periferia de lo humano suena. Sí, 
nos lo ladran, hace ya una era,
calcinados, detenidos en su aullido pétreo,
frente al Vesubio exhausto
del que por amor no huyeron
––no quisieron o no pudieron hacerlo––
los perros de Pompeya.





8 comentarios:

  1. Sobre el tema, y solo para confirmar lo que dices, dale una relectura a "El Arte de Amar", de Eric Fromm. Yo encuentro a Fromm bien claro y cercano a mis propios puntos de vista. Quien encuentre contradicion entre el amor y la libertad es porque no conoce ni el uno ni la otra.
    (Posiblemente se puede bajar el libro de la Internet - por lo menos esta completo en ingles en Google Books).

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  2. Querido Julio, buscaré y leeré ese libro. Muchas gracias por la recomendación que, viniendo de ti, seguro será muy aprovechable. Y sí, plenamente de acuerdo contigo: "Quien encuentre contradicion entre el amor y la libertad es porque no conoce ni el uno ni la otra". La libertad es una categoría muy compleja. En el terreno metafísico muchos pensadores la identifican con el ser mismo, o sea, ser no es otra cosa que ejercer de continuo una libertad que no podemos eludir; pero fuera de ese terreno, hablando de lo que todos conocemos o creemos conocer por libertad, yo creo que es un imposible en términos absolutos. La libertad, en mi opinión, es siempre potencia y nunca acto cuando se busca desde la consciencia humana. Es en el amor, precisamente ahí, cuando la buscamos mejor, cuando nos acercamos más a ella. Tanto la libertad como el amor son dos imágenes arquetípicas, y cuando concurren en una búsqueda incesante, nos llenan la vida de sentido humano. Gracias por comentar, hermano. Abrazos. Jorge

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  3. Jorge: Cuando te sugerí la idea de que escribieras sobre los sentimientos puestos de manifiesto durante el evento del parto de Sombra; rotundamente recibí la respuesta de un NO. Mientras conversaba contigo (cosa que hacemos casi a diario y con mucho agrado) pensaba en primer lugar que pudiera ser una lección de amor y espiritualidad que tanta falta hace dentro de esta maquinaria material en que hemos convertido la vida, y en segundo lugar, pensaba que un poco pudiese minimizar la culpabilidad que pudiéramos sentir ante la "irrefrenable pulsión posesiva" descrita en tu articulo " Pulsión de posesión y cópula canina".
    ¡Cuánta sorpresa ver el articulo y además dedicado a mi persona!
    He pasado varias horas debatiéndome entre darte mi valoración a través del teléfono como hacemos comúnmente o comentarlo en tu blog. Decía que me debatía puesto que por un lado el tema de escribir no se me da bien (mucho menos ante tu oficio) y por otro lado, sentía que era injusto de mi parte ante ti y todos tus amigos que comparten tu blog, no dejar constancia escrita de mi agradecimiento por tu gesto y distinción para conmigo; y dar fe de mi total coincidencia con tu punto de vista plasmado en el artículo; y cito: --Si, el amor en su más amplia acepción, nos hace hombres--.
    Nuestra amistad y la de nuestras familias es justamente amor construido sobre bases tan sólidas, que son capaces de sortear todos los escollos que se ha encontrado tales como la distancia, el tiempo etc. Ese amor nos ha traído dolor, el que hemos superado y ha generado más amor, del que son algunos ejemplos: Las enfermedades de José Carlos cuando era niño, el susto con Leonardo al nacer, tu salida a España, luego la de Mary y Leo, el fallo del tribunal contra tu título, en fin, muchísimos momentos de dolor que bien ha valido la pena, pues ha generado mucho amor.
    Quiero terminar devolviéndote una frase que me escribiste hace alrededor de 19 años (en tu etapa de entrenador de beisbol):
    GRACIAS POR SER MI AMIGO. GRACIAS POR TENER EL MEJOR AMIGO DEL MUNDO...

    Juan Carlos.

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  4. Gracias a ti, hermano... siempre. Gracias también por esa "devolución". Las frases eso son, pero los hechos... son los hechos los que te arman. Luego te llamo. Abrazos. Jorge

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  5. Maestro, gracias por tus palabras basadas en el parto de Sombra. Recuerdo que sentados en una cafetería decías rotundamente que esto se quedaba para nosotros. Me alegro que no fuera así porque has abierto un tema tan estudiado, discutido, debatido por todos los hombres que piensan.
    El AMOR. La palabra es mágica en sí misma pero analizarla, describirla, reducirla a nuestro contorno íntimo es casi una utopía.
    Para mí "amor" es respiración, vida, cada segundo de nuestra existencia, conscientes o no, amamos con una pasión frenética. Porque eso es vivir.
    Estoy totalmente de acuerdo con Julio Guillén. El amor y la libertad no pueden ser contradictorios, yo diría que eso mismo nos hace hombres, con la plenitud de lo que conlleva esa palabra.
    Hay tanta poesía hecha para y con el amor. Los poetas han derramado en sus versos toneladas de sentimientos como el amor... "PLATERO es pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera, que se diría todo de algodón..."
    Se puede sentir el amor que destilan estas hermosas palabras y así en millones de versos.
    El amor es el arma más peligrosa que puede sentir el hombre, lo eleva a los cielos de Zeus como lo entierra en las oscuras cavernas de Hades.
    Amamos todo lo que vemos pero todo lo que amamos también somos.
    Un besazo.
    Mercedes.

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  6. Querida amiga, me ruboriza que me llames maestro. Espero que sea sólo un cariñoso mote para no “abusar” de "amigo"... Es cierto, no pensé escribir sobre ese asunto por temor a no saber prescindir en él de un registro muy personal. Lo hice porque me lo pidieron ustedes, y sólo cuando pude "cribar" la esencia del tema. Claro ¿podemos hablar de algo sin estar haciéndolo de amor o desamor? Difícil. El amor ocurriendo en todos los pliegues de aquel difícil parto. Eso era. El dolor producido por la incertidumbre y el miedo, es una de las naturales “sobrecargas” del amor. Entonces recordé aquel perro de Pompeya. Madre mía, qué imagen tan poderosa. (Sí, creo que ése bien pudiera ser el Cristo de los perros). Recordé que ya había escrito un poema sobre ello y entonces me fue fácil reconsiderar mi negativa… Estoy de acuerdo con lo que dices en tu comentario. Me ha gustado mucho. Todas las lecturas inteligentes, y todos los comentarios que de ellas se derivan son siempre un regalo. Muchas gracias de nuevo. Te abrazo. Jorge

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  7. Querido Jorge:
    Antes de venir, en una extraordinaria monografía sobre el Titanic, dicen que la mejor que existe sobre el tema, leí, específicamente en el capítulo titulado Los perros del Titanic, los testimonios de algunos sobrevivientes, admirados por el comportamiento que habían tenido estos animales durante la catástrofe. Aquello debió ponerse muy feo... sin embargo, los que lo vieron, cuentan que los perros no huían despavoridos sino que se quedaban temblorosos y asustados junto a sus dueños.
    No sé cómo alguien tuvo tiempo de percatarse de estos detalles en medio de un hundimiento, el caso es que, sea verdad o mentira, esto no desdice lo que es una conducta habitualísima.
    No lo digo yo... Hombres a los que hay que hacerles mucho más caso, han hablado sobre lo que tendríamos que aprender de los perros: de su altísima fidelidad, de sus muestras impresionantes de humildad, de valentía y, sobre todo, de constantes demostraciones de amor gratuito...
    Sombra es una gran bendición. Sé cuánto la quieren. Yo también la quiero mucho. Tiene la mirada más bonita del mundo. Y ahora que es madre... que ha multiplicado no sólo su carne sino su ternura... tendré más razones aún, sumadas a las tantas que tengo, para volver siempre a Valoria... la buena.
    Un fuerte abrazo.

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  8. Siempre serás bienvenido, amigo, siempre... Gracias. Te abrazo. Jorge

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