sábado, 20 de abril de 2013

¿Alunizaje forzado del B 612?




Nuestro desatino pretende tocar el cielo.
         Horacio

Se hunde quien levanta grandes piedras.
 Yorgos Seferis


“…Pero lo más llamativo es la partida de 78 millones para construir un robot que sería enviado al espacio para capturar un pequeño asteroide a partir de 2017. Ese asteroide sería luego arrastrado hacia la Luna para que un grupo de astronautas comenzara a tomar muestras y a estudiarlo a partir de 2021. "Esa misión nos dará una valiosa experiencia" que será necesaria "para enviar humanos a destinos más distantes en el Sistema Solar, incluyendo Marte", indicó en un comunicado el responsable del Directorio de Operaciones y Exploración Humana de la NASA, Bill Gerstenmaier. Según John Grunsfeld, administrador asociado de la NASA para el Directorio de Misiones Científicas, el primer paso será encontrar asteroides "adecuados para la captura". Obama ha marcado como próximos objetivos para la exploración espacial estadounidense un asteroide para 2025 y llegar a Marte en 2030…”

El extracto anterior corresponde a una noticia que apareció hace unos días en la prensa. Pensé escribir a la NASA para pedirle que pusiera el ojo en el B 612, asteroide del que no supimos más cuando se esfumó El Principito, pero no me atreví. Mi inglés es rudimentario, y mi castellano tan dado a la imagen… Sí señor, enlazar al legendario asteroide y posarlo en la luna. Mirar en sus volcanes, saber acaso qué fue de la rosa, de los baobabs, del cuerpo sin vida de su único y pequeño habitante… Pero cómo lograrlo. Bueno, para empezar contamos con 78 millones de dólares y el prometido robot en que se gastarán. Ya, pero si el asteroide se resiste (parece lógico que así sea) ¿cómo forzar entonces el alunizaje? En fin, he pensado mucho en esto sin éxito, pues no encuentro la imagen que resuelva el enfrentamiento del robot millonario con el tranquilo pero tal vez indócil asteroide. Un cuerpo que conoce la rosa, no se dejará engatusar por otro de ajena inteligencia y llano espíritu mineral, por muy pulcra y fulgente que este último exhiba su metálica carcasa. ¿Cómo insuflar a ese robot un alma? ¿Cómo hacerlo atractivo ante una roca que sabe de vida, más aún, de poesía? El presupuesto de la NASA para su artefacto se me antoja exiguo. Un alma es cosa muy seria, y sin ella…

En cualquier caso (pensaba yo estos días) si el apresado fuera el B 612, cuán a gusto iría a la luna. Estaría dispuesto a mancillar su cara oculta, a ofenderla no sólo de palabra, sino de pisada, por curiosear en el mágico asteroide. Siempre sospeché que sabemos muy poco sobre él, que El Principito apenas nos dejó cifradas claves. He llegado a pensar, incluso, que puede ser un sitio de paso para algunas almas que esperan un cuerpo nuevo, o para otras que ansían un reacomodo tan ventajoso como imposible en el escalafón celeste. Pero además, sospecho que las semillas y la vida de las que hubo noticia, tuvieron que contar con un agente corpóreo para llegar al referido asteroide. ¿Adónde fueron a parar las plumas no ardidas en las alas de Ícaro? ¿Todas cayeron para naufragar en Icaria? ¿Dónde excretaba el águila que incansable devoraba el hígado a Prometeo? Puede que el B 612 guarde muchos secretos. Tal vez valdría la pena sacarlo de su órbita para profanarlo. ¿O no?

No sé... Hace un tiempo lamenté ver al desnudo, desenterrados, los rechonchos cuerpos que completan las otrora enigmáticas cabezas de los moáis de Rapa Nui. Poder dar así, de pronto, si se confirmaran mis sospechas, por ejemplo, con el alma de Sócrates o el ADN de Jápeto, me intimida. Tal vez sea mejor dejar las cosas como están. Los robots en su sitio, los asteroides también.

Pero ¿y si éstos (quiero decir los asteroides, pues los robots ya lo hacen) se vuelven contra nosotros? No creo que lo hiciera el B 612, pero ¿y si otro descarriado nos pone en su mirilla? ¿No sería mejor apresar a uno cuyo estudio nos pueda defender de todos?... Yo, al menos de momento, y después de mucho pensar en el asunto, opto porque se mantenga el statu quo. Aunque me pese, renuncio a indagar en el B 612. Gastemos esos 78 millones de dólares en apresar, no cuerpos celestes, sino humanidad. Dejemos a los asteroides que orbiten tranquilos. ¿Dónde? Perdonen que me ocurezca, pero ahora sólo se me ocurre decir con Lezama: “Allí, en la más intocable lejanía, donde los pitagóricos le situaron un alma a las estrellas”. Si, allí, donde el B 612 será siempre un enigma.




 

sábado, 13 de abril de 2013

Hombre y orangután ante caballo que bebe




Yo a mi hija ya le he dicho que se haga cantaora o algo, que canta muy bien. Sal en la tele. El que habla es Mané, que tiene un bar donde, a veces, por las tardes, se juntan unos amigos a tocar flamenco. Yo esos de los libros, a los que van de culturales, me descojono, dice. Llevo diez años con el negocio y no he visto ni uno que tenga para pagarse los cafés. ¿Qué le dices a tu gente? ¿Qué sean como ellos? Venga hombre. Mucha facha y nada más. A mí, esos de los libros, negocio me hacen poco.

El extracto anterior (me costó trabajo escoger uno, y con pudor lo incluyo) pertenece a un artículo que me envió hace unos días mi amigo Carlos Negrín. Fue publicado en “El Confidencial” y se titula “Sí, soy un inculto, pero gano mucho más que tú. ¿Qué pasa? ¿Eh?”. El artículo es malo, no pude leerlo entero, lo confieso, sólo le pasé por encima. Suficiente. ¿Para qué? Pues para esbozar una pequeña pero amarga mueca y escribir algo al respecto. Por cierto, mi amigo Carlos me dijo que tampoco lo había leído completo. Me lo envió entre asombrado y contrariado.

¿Qué es eso de ser culto? ¿Tiene utilidad? ¿Cuál? Qué manía de preguntarse cosas tiene el hombre, madre mía. Cómo gusta incordiarse a sí mismo persiguiendo razones huidizas cuando no hostiles…
Para muchos autores supuestamente cultos, serlo radica única y exclusivamente en la capacidad de comprender el presente y pre-ver el futuro a partir del conocimiento profundo del pasado. O sea, para un supuesto vidente, ser culto sería tal vez un ocioso exceso. Si alguien es capaz de pre-ver el futuro en base a dones sobrehumanos, no necesita conocer al hombre. ¿O sí?... Lo que parece claro es que para quien no tenga el poder de la adivinación, puede resultar interesante, incluso útil, saber a qué atenerse frente al emotivo, pero en última instancia previsible, comportamiento de tan raro animalito.

La cultura, vista así, es un providencial saco de memoria, una suerte de almacén de datos para una videncia casi científica. Miren por dónde, los cultos, los videntes y los científicos terminan encontrándose… Sí, un hombre culto es, sobre todo, un visionario, aunque limitado, pues sólo funciona si conserva la memoria y tiene a mano su chuleta histórica. Cómo no citar aquí a Ortega. Decía éste: “… el chimpancé y el orangután no se diferencian del hombre por lo que hablando rigurosamente llamamos inteligencia, sino porque tienen mucha menos memoria que nosotros. Las pobres bestias se encuentran cada mañana con que han olvidado casi todo lo que han vivido el día anterior, y su intelecto tiene que trabajar sobre un mínimo material de experiencias. Parejamente el tigre de hoy es idéntico al de hace seis mil años, porque cada tigre tiene que empezar de nuevo a ser tigre, como si no hubiese habido antes ninguno. El hombre, en cambio, merced a su poder de recordar, acumula su propio pasado, lo posee y lo aprovecha. El hombre no es nunca un primer hombre; comienza desde luego a existir sobre cierta altitud de pretérito amontonado. Este es el tesoro único del hombre, su privilegio y su señal. Y la riqueza menor de ese tesoro consiste en lo que de él parezca acertado y digno de conservarse: lo importante es la memoria de los errores, que nos permite no cometer los mismos siempre.” Y ahora la célebre frase del pensador: Romper la continuidad con el pasado, querer comenzar de nuevo, es aspirar a descender y plagiar al orangután.

Me he permitido esta larga cita porque resulta demoledora para quienes menosprecian la cultura; ese “pretérito amontonado” que poseemos, y que, especialmente si se acomoda en la imagen (la memoria es, sobre todo, un selectivo imaginario) nos permite ser hombres frente a las bestias. Si ser culto es realmente estar en posesión de un ventilado montón de memoria, y por ello no tener que empezar cada día a cimentar humanismo sobre el vacío; entonces, señores, ser culto no es un lujo, es una pesada pero necesaria sobrecarga. La cultura es continente y transmisor de memoria. La cultura recibe humanidad, la incuba, la testa. Casi nada…

Dicho esto, debo continuar diciendo que el primer síntoma que denota un déficit de cultura en el citado artículo, radica en que su autor pretende adjudicar a nuestro tiempo un especial rechazo a la misma. ¿Somos ahora singularmente apáticos frente a ella? El tema no se puede agotar, ni siquiera despachar en dos párrafos, pero ateniéndome a las exigencias de este formato, intentaré explicar lo que creo al respecto: en esencia somos los mismos, también frente a la cultura, al menos desde que vivimos rigurosamente socializados, ayuntados en la polis o su remedo, y sometidos al devenir en un tiempo lineal e histórico.

Los impulsos civilizador y cultural de la humanidad se encontraron frente a frente, por primera vez con toda su potencia, en la polis, en la historia, donde se trasciende el tiempo circular sujeto a cíclicas e invariables vueltas. Lo que el impulso civilizador necesitaba hacer entonces, el cultural debía someterlo al riguroso decantador de la memoria precipitada, sedimentada, poseída. La solución equilibrada a las tensiones que generó tal correlato, permitió al protohombre pasar de la prehistoria a la historia en dirección a sí mismo. Pero para un animal en principio tan económico, calculador, cauteloso y cobarde, este equilibrio no podía construirse si las fuerzas descritas resultaban simétricas.

La civilización necesita la ceguera que le es extraña a la cultura. La civilización es atrevida, la cultura es prudente. La cultura estaba condenada a ser minoritaria en los inquietos predios de la historia, ese escenario donde lo actual no sólo es medio sino fin. La cultura, afortunadamente, siempre fue cosa de pocos, y pocas veces armó el brazo ejecutor de la historia. ¿Adónde nos habría llevado, por ejemplo, la sociedad pretendida por Platón? La cantinela de la cultura frente a la civilización y viceversa tiene milenios de existencia y se puede rastrear desde la Grecia preclásica hasta el día de hoy sin grandes esfuerzos. Es cierto que sobre todo a partir del siglo XIII, donde se comienza a gestar el último gran cambio de episteme, de la religión al capitalismo, se hicieron más visibles, que no más reales, estas fértiles contradicciones. Es cierto también que hoy en día, en pleno apogeo del hombre-masa, que dispone de importantes medios para expandir su credo, la irreverencia de la incultura se hace más notoria y escandalosa, pero este asunto no es nuevo, y tratarlo como tal denota desmemoria, incultura.

Claro, que sepamos que estos contrarios obran desde siempre en la historia, no quiere decir que no debamos controlar, hasta donde sea posible, el necesario equilibrio entre ellos. Tal equilibrio siempre será asimétrico, pero no podemos prescindir de él. Hoy, en un escenario global, la incultura, que también lo es, parece campear, rampar incluso por doquier. Puede que el hombre-masa capitaneado por el científico-ignorante, suponga ahora un riesgo algo mayor en tanto posee mejores medios para expandir su credo. Pero similares medios poseen sus contrarios. La cultura, ese saco de memoria, ese “pretérito amontonado” seguirá contrapesando la ceguera civilizadora, la barbarie. Para hacerlo necesita soldados especiales, individuos con mucha memoria, especial sensibilidad, gran capacidad para el esfuerzo y la comunicación. Sin embargo, la resistencia ante la barbarie debe ejercerse sin despotismo, porque si bien la incultura resulta hoy visiblemente descarada, la cultura puede ser muy insolente cuando se adorna y se encumbra, que es, en la casi totalidad de los casos, cuando resultada impostada, impostora.  

¿Qué hacer entonces con esos “cultos” lectores de best sellers y consumidores de todo tipo de cine que, al parecer, etiquetaban su afición para tener éxito social, incluso para ligar; y que ahora se rinden ante la inoperancia de su táctica, la rápida degradación de su marca? Pues consolarlos e invitarlos a que hagan verdadera memoria. Sólo apilando y penetrando pasado seriamente podrán entender qué les pasa, y, quién sabe, tal vez encontrar vías de auténtica plenitud. Al resto, los que se jactan de su desmemoria, agradecerles que nos mantengan vivos, que opongan a nuestro decadente impulso su irreverente temeridad. Del tal manera funciona el “negocio”: los unos a recordar y los otros a ejercer su derecho al olvido, a la ignorancia; los unos a medir y pesar lo que los otros deciden desconocer. Siempre fue así. Sin las crecidas del Nilo, no habría existido ni agricultura ni agrimensura en Egipto.

La violencia, el exceso y el descaro son tan vitales al hombre como sus contrarios. Y si encima ahora (dice el citado artículo) regodeándose en ellos se gana más y se liga mejor ¿qué podemos objetar? Eso sí, cuidado la desmemoria no llegue a su peor extremo y nos convierta en máquinas. Con esa única línea roja bien marcada en suelo y horizonte, digo sin ambages: ¡que (sobre) vivan los incultos! ¡que sigan haciendo juego, operando en la historia con los ojos vendados! No permitan que la cultura se empache de memoria y termine vomitando puro nihilismo. Pero, por favor, ¿podrían empujar y colorear la civilización sin excretar en sus podios?¿podrían atender las señales de los decadentes cultos, cuando éstos, recordando la figura de su mutante silueta, avisten al maligno? Ay, cuántas almas, cultas, incultas, habrían podido esperar tranquilamente su natural hora para transmigrar o viajar a Dios, si los grandes civilizadores hubieran escuchado y atendido a Holan cuando pre-dijo: “Habrá de nuevo guerra…/ Qué silenciosamente bebe el caballo…” 


domingo, 7 de abril de 2013

Gracias, Colorao




                                
                                                         A María y Fernando, que nos invitaron

 

En La Habana llamábamos “coloraos” a las personas de piel rojiza, como encendida, pero también a los de piel muy blanca, que estaban como perennemente “ruborizadas”, y que tenían el pelo entre amarillo y rojo. Sí, del colorao al albino en ocasiones había una tenue frontera. No era un matiz muy apreciado éste. ¿Los coloraos están enfermos? nos preguntábamos algunos niños. En la Ciénaga de Zapata, sin embargo, donde vivía mi abuelo canario, el término se usaba más bien para los animales, especialmente para los gallos finos, es decir, los de pelea. Si éstos tenían el plumaje con dominante rojiza, se les llamaba coloraos o indios. Y también se usaba para adjetivar a cierto bejuco de aplicación “paramédica” o “religiosa”. En la Regla de Ocha el colorao es el tono de Changó, un orisha dual ciertamente peligroso cuando arde en su rojo. Coloraos eran los labios (bembas) y las mejillas (cachetes) pintados de rojo estridente, y coloraos solían ser también los vestidos ceñidos de las más exuberantes y peligrosas “hembras”. En fin, no era el colorao, ese rojo canalla o desvaído, según el caso, un tono muy bien visto, la verdad.

Hoy, cuando fui a escuchar en concierto a Domingo Rodríguez Oramas, El Colorao, timplista de Fuerteventura que comparte apellidos con Arsenio y El Guayabero, todas aquellas acepciones del referido matiz debieron pasearse por mi inconsciente. –– Colorao y timple, qué sugerente par. Música fácil, seguro. ¡Vaya error! En una pequeña sala que tiene y programa Paco Díez en Mucientes, unas 100 personas nos citamos con este gran músico, y todos nos caímos de culo (en el buen sentido de la frase, claro está) nada más comenzó a tocar. Alí Babá se había colado en el Metropolitan Opera House, y no para robar, sino para mostrar allí el tesoro que, fallidamente sustraído de la célebre cueva por su malvado hermano, se ha ido agrandando con músicas, que de camino entre Persia y el Nuevo Egeo, entre Damasco y Nueva York o La Habana, han hecho escala en Canarias. Este Colorao viene de pleno Atlántico, pero lleva en su timple el Mediterráneo entero. Con él recrea desde la lira hasta el banyo, y viaja desde Bagdad a Chicago, desde Asunción a Lisboa, como quien lo hiciera de su jardín a su patio. Música canaria, vale, qué maravilla, como si fuera poco, pero aquí hay mucho más que eso. Primero, porque la música canaria es el resultado de un incansable ir y venir, quedarse y recoger de todas partes. Segundo, porque El Colorao es un músico ambicioso que no se atiene a pueriles lindes. Su sensibilidad es enorme, y su fraseo, aunque con base canaria, se mueve desde el sirtaki al jazz, pasando por todos los géneros de origen árabe y latino, desde el fado o el flamenco al tango, con especial inclinación a la música cubana.

Qué regalo este concierto, Colorao. Qué falta me hacía escucharte para constatar una vez más que no hay instrumento pequeño, ni estilo, color o mote que mermen la feliz epifanía cuando la música abre una puerta buena y entra en un corazón propicio. Timplea de esa manera, Colorao, y estarás poniendo el necesario tapón al sumidero por el que pierde su cargado caldo el Mediterráneo. No entregues el tesoro de la magnífica cueva en ninguna aduana; no lo condenes a ninguna caja fuerte. Muéstralo en todas partes. Canarias, quién lo sabe, puede ser un vestigio de la Atlántida, o simplemente una socorrida escala para músicas peregrinas. Qué más da. Hoy has hollado las almas isleñas, pero también las continentales, las esteparias… desde tu isla, sí, mas con la música de medio mundo vibrando en tus impares cuerdas… Sigue intuyendo lo que necesitamos de ti, Colorao, sigue trabajando para nosotros. Perdona mi egoísmo, pero evita las comilonas, no fumes, duerme bien, no bebas demasiado. No enfermes, Colorao. Mira que ese mote en La Habana aconsejaba cautela… Nosotros a bendecirte, maestro. Tú timplea.

Aquí les indico un enlace para que lo escuchen:
http://www.youtube.com/watch?v=-oPCvoYBeLY