viernes, 12 de julio de 2013

Lágrimas divinas para un mar en tromba




En un poemario dedicado a la amistad que “terminé” hace poco (comillas, porque nunca termino un poemario) indagué a fondo en ese sentimiento, sin llegar a más certeza que su inaprensible condición. Jamás podremos asir una imagen primaria, o una de sus derivadas. Afortunadamente, jamás podremos devastar su potencial simbólico resolviéndola del todo. La amistad es testigo y testaferro del Amor. Como tal, obra en nuestro imaginario, remendando allí donde el miedo y el dolor descosen la esperanza para hacer hueco a sus peores tropelías.

Escribiendo sobre ello, incluso tuve fuerzas para contestar a autores que admiro especialmente. Decía Aristóteles: “¡Amigos, no hay amigos!” Y Erasmus: “La amistad sólo se da entre iguales.” Pude adosar a tales certezas más de una duda razonable. Lo hice en poesía y quedé relativamente satisfecho. Si al amparo de la imagen, esas pueriles sentencias se tornan especialmente vulnerables.         

Pero al margen de la poesía, (qué desierto, dioses míos) en los últimos tiempos comprobé una vez más el valor de la amistad operando en el frente de batalla. ¿Cómo agradecer a mis amigos, a todos mis amados amantes la puntual evidencia? Ah, qué bien se está entre ustedes, los que siempre vertieron su sombra en la ardiente arena, y los que aun en las postrimerías del camino, cuando ya poco se espera, cuando se vislumbra la columna que dejó para ti el penúltimo anacoreta, aparecen de pronto, como en un sueño, pero ciertos, ciertos, ciertos… con un cuenco pleno de un agua nada discursiva, pura mata-sed ella.     

Con tal agua pretendía regar hoy el jardín de los amigos. No con agua de la Arcadia o del Jordán, sino con agua-agua, elemental, viva, fresquísima… Sin embargo, antes la probé de nuevo, y una vez bebida, la química solución sabiamente eludió la humana uretra y fue directa al lagrimar de los dioses. Ah, gracias amigos, un agua tan oportuna no podía acabar en sí misma, ni siquiera en un jardín terreno. Acabará en el mar, porque, como decía el poeta: “Dónde podrían llorar los dioses/ si el mar no acoge sus lágrimas”. Lágrimas divinas para un mar en tromba, vuestra húmeda amistad. Esto quería decirles… y un poema de aquel libro. 
 

      
El jardín de los amigos


Aquí, afortunadamente,
no sólo se abrillantan viejos candelabros
con invariantes luces de aceites esenciales;  
no sólo se jalean súbitos destellos,
huracanadas apariciones que abarcan lo posible
entre lo numinoso y lo matemático.
Aquí se aprovecha todo.
Se trabaja con cualquier elemento que decante,
precipite y sedimente en una sustancia amable:
caprichos de la memoria, de la desmemoria,
obligaciones de ambas, años, husos horarios,
puentes sobre éstos, sobre aquéllos,
aventuras, certidumbres, abrazos ardidos,
ardientes, cercanos, de largo alcance,
––incluso sus indicios, ecos, veladuras o retazos––
corneas desorbitadas, estados febriles, de ataraxia,
huellas, fósiles, humedades, sobresaltos,
preguntas, proyectos de preguntas, cuadernos de viaje,
cajas negras, bitácoras forzadas, no forzadas,
noticias, leyendas, documentos legibles, ilegibles,
miradas entregadas, cautelosas, diáfanas, cifradas,
temblores, restos de naves, esquirlas de meteoritos
de quién sabe qué lugares, fragmentos
––usados o no–– de todo tipo de nube,
 jirones de venas cava, imágenes,
muchas imágenes...

Todo ello, convenientemente curado,
se somete a una paciente labor de acomodo,
se mezcla hasta obtener el mejor de los sustratos:
una masa viva, fértil, vulnerable
a todo conato de nacimiento o muerte.

El jardín de los amigos, amigos,
es sobre todo sustrato.
No nos engañemos:
la luz y la flor competen a los dioses.



2 comentarios:

  1. Sencillamente GENIAL!!!... un abrazo grande y gordo desde Estocolmo para esa envidiable familia que han construído...Cariños de siempre...Sandra

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  2. Querida amiga, qué tarde he visto este comentario tan cariñoso. Muchas gracias por tus consideradas palabras. Eres un ángel. Te queremos como siempre. Abrazos.

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