sábado, 10 de agosto de 2013

Ah, dioses míos…



Hasta hace unos diez años no me preocupó mi ateísmo. Con veinte lo cultivaba torpemente, con treinta lo asumía, con cuarenta lo soportaba sin más… A partir de entonces, sin embargo, comencé a sentirlo como una carencia, de baja intensidad al principio, pero carencia al fin. Ahora creo saber que es un engorro ir por el mundo sin dioses, porque debes dedicar mucha energía a levantar otras ideas (imágenes) para colocar en un pedestal especialmente indicado para ellos. Si reculas o tuerces ante ese pedestal, estás perdido. Así que, sin alguna divinidad con que dotarlo de elemental sentido, debes trabajar durísimo para coronarlo con algo cuya gravidez impida que la mundana palomina lo cubra y te condene al hoyo fáctico que tras de ti se disputan las bestias, fiera y felizmente.

El hombre es un ser dual. Mientras se sobrecarga de humanidad, o sea, de múltiples y complejas realidades que recuerda, inventa o modifica con notable disciplina, economiza al máximo su uso: esto sirve para… no para… el camino más corto es… En fin, la dicha dualidad aconseja, por una parte, no renunciar a la creación continua, pero por otra, tampoco hacerlo a la conservación de lo ya memorizado, ni a la recreación convenida, conveniente de lo muchas veces testado y validado. Visto así, ¿para qué buscar otras sustancias y formas con que ocupar un podio durante eras construido para lo divino? …Pero también somos prepotentes, torpes, curiosos, infantiles. ¿Cómo rondar el ara sin orinar los votos y dejar nuestro olor en prenda para el despistado dios, o el interino figurón que lo suplanta? En la memoria somos albaceas a la vez que ingenieros y púgiles. La memoria es algo vivo. La incubamos, pero sin renunciar a trastearla, zarandearla incluso. Así nos vamos haciendo, o deshaciendo, quién sabe. Nada nos vale como es, como no es. Nada nos vale del todo si no se mueve... lo movemos.

Mi ateísmo, que en origen tuvo más que ver con la vocación de púgil ingeniero que con la de albacea, comenzó a desteñir justo por economía. ¿Qué sentido tiene reescribir un poema perfecto durante milenios escrito? ¿Por qué dedicar energía a una empresa tan estéril? El hombre se hizo tal cuando comenzó a imaginar realidades habitables con las que compensar aquellas otras, hurañas, que ceñidas a su universo sensorial, lo equiparaban al oso. Las humanas realidades, brotadas de la flamante capacidad para la imagen, no se podían disfrutar si a la vez se pretendían controlar bestialmente. En un fuego, no se puede ser leña, chispa, oxígeno, llama, humo, ceniza y ardor a la vez. El protohombre intuyó que no podía controlar solo, desde su insipiente, pero ya compleja humanidad, ni siquiera lo que percibía a través de los sentidos, mucho menos lo que imaginaba. Necesitaba ayuda. Sea la fe en lo extraterreno y sobrehumano puramente inmanente, con todo el universo hecho sujeto; o trascendente, con el sujeto y el objeto bien definidos y ordenados alrededor el proceso cognitivo, es siempre consustancial al hombre. Vamos, que somos hombres gracias a la imagen, y su acto primario (sustancia y forma) no pudo validarse en la contingente materialidad de su simplón soporte. No lo hizo en el hombre, sino en lo sobrehumano; no en la naturaleza, en lo sobrenatural. Magníficas invenciones. Infinita heredad para los dioses. Desde el animismo más elemental hasta el más complejo monoteísmo participan la fuerza genitora de esa fantasiosa semilla exclusivamente humana.                  

Pero lo movemos todo. Y cuando nos escindimos definitivamente del resto de lo natural para ser el sujeto que conoce frente a todo lo demás (objeto conocido) estuvimos en condiciones de iniciar una carrera, primero, hacia el materialismo, segundo, hacia el ateísmo. Y la iniciamos. Y saltamos grandes obstáculos hasta que llegamos a la tremenda sentencia de Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas”. Madre mía, qué horror. ¿Cómo salir de ese agujero? El saber es peligroso, muy peligroso. El sujeto puesto a conocer segregado de lo otro y distinto, puede llegar a ser devastador para sí mismo. ¿Cómo sostener la vida en sociedad con tal relativismo? A reinventarlo todo. A construir un edificio ético para encerrar y vigilar a los suicidas, para reordenar el mundo y hacerlo viable... Hace unos días escribía a un amigo: “Gerardo, cuando Protágoras, dos mil quinientos años atrás, dijo: El hombre es la medida de todas las cosas nos hizo la ‘putada’ más grande que se nos podía hacer. Para mí es la sentencia más sensata, y sin embargo inoportuna, demoledora, que ha parido el hombre. Pues ¿cómo se ‘avanza’ a partir de ella? Entonces ya sabíamos que nos teníamos sólo a nosotros. Gran parte del pensamiento posterior ha sido una operación ética dirigida a negar o contrapesar aquella sentencia. Porque entendimos, y todavía lo hacemos en buena medida, que con semejante relativismo no podemos sostener la vida en la polis. Había que poner pensamiento absoluto donde lo había relativo, y había que poner pensamiento racional donde lo había mitológico. Hubo que hacerlo para que la vida altamente socializada fuera viable. La realidad, la verdad, y todas las categorías de ese tipo se caen solas ante la máxima de Protágoras. Imagino que en alguna medida lo supieron Sócrates (vaya sofista), Platón (vaya poeta) , Aristóteles (vaya niño), y todos los demás que les siguieron, pero si el hombre quería ‘progresar’ debía buscar salida al abismo que tenía ante sí. Ya se estaba cocinando en Oriente la “solución”: mazdeísmo (Zoroastro), judaísmo (Abraham)… En fin, el monoteísmo preparaba el apaño, y Alejandro abrió la redoma para que el mundo de entonces se globalizara. Occidente cedió sus abismales descubrimientos y sus infantiles maneras, mientras Oriente colocaba a un Dios iranio de moral excelsa, irreprochable, donde había reinado el dorio Zeus con los más humanos vicios”. Se acabó la fiesta.

Sí, desgraciadamente, relativista y ateo. Aunque ateo ya descafeinado, porque considero el ateísmo una pesada carga que sólo alivio con mis amados dioses. Atletas de la imagen, depositarios del semen supraestelar que nos define y distingue, soy polvo propenso, propicio: ¡enamórenme! Pero sobre todo, no eviten a mis hijos. Ahórrenle el largo camino que los devolverá a su reino vanamente agotados. Graben y guarden para ellos las cifras en que debo transfundirles mi memoria. Prepárenlos para recibirme trascendido; en mí completamente extinto, hecho imagen memoriosa en ellos dilatada. Ah, dioses míos: “el mundo es mi representación”. La cantidad que deba testar a mis hijos, a ustedes la confío





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