jueves, 29 de agosto de 2013

Con permiso de María, hablo de María Salgado


 


Días atrás, motivado por un sugerente comentario de mi amiga María Victoria Martínez, estuve escuchando y viendo en varias actuaciones a Ivette Cepeda, estupenda cantante cubana, de la que tuve primera noticia hace un par de años gracias a mi querido Luis Enrique Valdés. En la “entrada” anterior escribí sobre Gema Corredera, a quien escuché mucho últimamente, y la voz de Ivette Cepeda encajaba a la perfección en aquel sostenido y reparador placer. Sin embargo, así, porque sí, en una de las interpretaciones de Ivette, esa magnífica versión que hace de “Tú eres la música que tengo que cantar”, de Pablo Milanés, una fugaz frase de un chelo, por un instante caprichosamente solo en medio de un complejo y magnífico arreglo, me llevó de golpe a otra queridísima voz. De pronto, aquel chelo me sacó de la balada-son y me “catapultó” a la música sefardí cantada por María Salgado. ¿Por qué? No lo sé, pero intuyo que ese chelo transitoriamente devino zanfona, y que el feliz recuerdo del último trabajo de la Salgado con César Díez en un formato de voz y bajo, terminó la faena. Lo cierto es que Ivette dio paso a María, y desde entonces siento la necesidad de explicarme una vez más por qué la voz de esta mujer ejerce sobre mí tan raro poder. Confieso que María es una de mis debilidades más tercas. Es una gran amiga, pero en lo artístico, sobre todo cuando se desempeña en el folclore, su influjo sobre mí trasciende con mucho el plano personal. Es difícil hablar de la artista sin pensar en la amiga, pues María y Fernando, su marido, son ya parte de mi familia, pero puedo hacerlo porque los caminos de su voz son tan poderosos, que aun en la emotiva maraña de ardores que teje una amistad grande, se distinguen suficientemente. Aquí la artista llegó antes que la amiga, y aunque ahora son una y la misma cima, todavía puedo disfrutarla ascendiendo por distintas caras. Hoy, con permiso de María, aunque en ocasiones omita el apellido, hablo de María Salgado.

Para “hacer pupa” a un melómano como yo, una voz del cancionero popular tiene varias vías, pero mientras menos claras sean éstas, más eficaces resultarán. Si la voz debe atravesar las escamadas costras de una vida ya larga y accidentada, a golpe, sólo, de técnica y excelencia, con un salvoconducto gestionado en la cabeza, lo tendrá difícil, porque otras, oportunistas ellas, me habrán invadido, rendido y ocupado expeditamente, a través de los poros. Así lo hizo María. No la primera vez que la escuché en una grabación de habaneras, sino la segunda, mortero de cocina en mano, cantando a la cigüeña. A cuántos temperamentos “frágiles” habrá vencido esta mujer con ese escaso pero óptimo instrumental: el percutir de un mortero de madera y una voz poliédrica que acomete por todos lados sin detenerse en asuntos de permisos o credenciales, sin aspirar torpemente a los sentidos más comunes, sino revoloteando y haciendo espacio en los poros hasta penetrarlos e insuflarse en vena. Ah, como dijo el poeta: “el cerebro es un camino equivocado”. María lo sabe. ¿Y esto quiere decir que ella es técnicamente floja? No, por Dios, todo lo contrario. Doy lo que me pida a quien pueda demostrar que la escuchó desafinar una vez, cometer el más mínimo desliz musical. María es técnicamente perfecta, musicalmente infalible, pero al mismo tiempo, y eso es lo que más importa, es vocalmente compleja. Tiene una voz limpísima, como se espera de un alma mesetaria, pero también dúctil, camaleónica: seca/ húmeda, fría/ cálida, blanca/ negra, ubicua, oportuna… y oportunista, claro. Es una voz envolvente, “liante”, sedosa, nunca áspera, pero llena de “peligrosos” pliegues; no por abismales, escarpados o sucios (sería tal vez el caso de una voz flamenca) sino por sinuosos, laberínticos, seductores, fatales…

Una herramienta con estos dones no necesita (ni debe) pretender todos los destinos. Aun inserta en la música popular, la voz de María no es cosa para mayorías, para calmar apetitos ávidos de comida rápida. María canta para gente con digestión más lenta, compleja; para gente necesitada de un sustento más inclusivo. Por eso tal vez, cuando la escuché mortero en mano y cigüeña al aire, caí rendido. Luchaba yo por resolver una ecuación vital donde el desarraigo y el deseado nuevo arraigo parecían eternas invariables, cuando asomó la cigüeña de María, portando en su pico buena parte del mediterráneo apaño. Sí, la voz de María es mediterránea, puede portar y porta (resuelta) la cargazón "polifónica" de sus múltiples corrientes, desde el recogido Egeo hasta la ambición atlántica. Sin embargo, aun sobrecargada de sur, también está muy bien dotada de Ecuador, de norte. Por eso María puede cantar, con el mismo éxito, en Praga o Lisboa, Israel o La Habana. No en estadios de fútbol, claro está, María juega a otra cosa, en otros predios, buscando otras victorias muy lejos de la banal hazaña… Si ella se acerca no ladrarán los perros, ni moverán desesperadamente la cola; se echarán y escucharán, presas de un babeo inteligente, relajado… Si bien es inigualable cuando se desempeña en el folclore, especialmente en el sefardí y el castellano-leonés, María puede abordar todos los géneros latinos y otros que no lo son tanto. He flipado escuchándola cantar coplas, boleros, sones, tangos, fados; pero también canciones gallegas con ascendente celta, y vascas, y asturianas… Es eso lo que me pudo, lo que me puede: una voz tramposamente limpia, medida pero compleja, con un centro claro, pero también una inmensa periferia, capaz de inquietar a los espíritus más diversos y oblicuos, que son muchas veces los más exigentes; y a la vez calmarlos, colmarlos con una porción ajustada, delicadísima, redonda del medicamento más indicado para su excéntrica y asimétrica "afección". La voz de María Salgado es un compendio ideal para musicalizar la muda del relambido majá en su camino a matemática o hipnótica serpiente. ¿Dónde me encuentro ahora? María, por favor, dilo tú… cántalo. Completa el aviso de aquel chelo que ladeaba entre el despellejado ofidio y yo... buscándote.  
       
Concluyo repitiendo aquí algo que le escribí para presentar su disco “Abrecamino”. Entonces dije: “En tu voz se amalgaman y se distinguen a la vez, esas venas imprescindibles que riegan tu tierra: la mediterránea (greco-latina y árabe), la celta, la americana María, y en sus brazos, la africana. Porque con tus viajes de ida y vuelta a la sonoridad ultramarina, no te alejas María de ti, sino te adentras en lo que eres, en lo que somos, en lo que esperamos seguir siendo con tu ayuda: el hombre de siempre que se agarra a su raíz, para desde su rincón global, atender a lo realmente universal: ese latido propio, que en la gran convención cósmica del tiempo y el espacio, nos une en la diferencia que no en la uniformidad. Sigue, María, por favor, acarreando nuestro pasado hacia nosotros de esa manera que tan bien conoces. No con una mera vocación arqueológica que nos avoque a un espejo en el que no sepamos reconocernos, sino con tu frescura de siempre: la que indaga en todos los caminos posibles con la esperanza de que se abran y nos conduzcan de nuevo al caudal de la historia, para desde allí, mejor comprender, digerir, y en algunos sentidos evitar, la rabiosa actualidad que nos envuelve. ¿Qué es la historia, María, si no ese sitio de donde salir nosotros cuando hemos entrado idos? ¡Ole por entrar! Tu amigo.”

Y como cuando se trata de María Salgado, me desgobierno con facilidad, sobreabudante yo (espero que me perdonen) un poema escrito hace varios años con la cantante y su “Canto de siega” al fondo.



Todo lo vence el amor

 
Para María Salgado.


Como cada día
abrí la puerta
y escruté el canto de los pájaros
buscando el mío, el para mí.
Como cada día
sacudí la memoria en la ventana sur
de esta mazmorra levantada con años
para aliviarla de distancia y despiste.
Como cada día
entoné una plegaria por los sentidos
y ventilé el pasado para merecer de la mañana
el milagro de su misa diaria.
Como cada día
rebañé los sueños al amparo del sol
y dispuse la nulidad del dolor
frente al sabor del empeño...

Pero hoy fue más fácil hacerlo.
Inesperadamente,
mientras seguía el sonoro trajín de los pájaros
como cada día, 
una voz desnuda,
sin dimensión, ni peso, ni tiempo conocidos,
con la verdad anudada a la cintura
––su única defensa frente al miedo––
colonizó mis poros uno a uno.
Y una vez me tuvo a su merced
desenvainó su espiga
para herirme de posibles
la alegría. 

Y cantó como salida de su propio cuento:

                                   Todo lo cría la tierra.
                                   Todo se lo come el sol.
                                   Todo lo puede el dinero.
                                   Todo lo vence el amor...



 

6 comentarios:

  1. Vaya, se me olvidaban de nuevo los necesarios enlaces. Aquí va un par de ellos. Que los disfruten.

    http://www.youtube.com/watch?v=eg7-_R7v2lo

    http://www.youtube.com/watch?v=nXu0Fkfq_to

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  2. Gracias mi amigo Jorge, la verdad es que estoy muyyy emocionada por tus palabras y muy agradecida por tus sugerencias. Un abrazo inmenso. María.

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  3. slexis diaz pimienta29 de agosto de 2013, 20:01

    Espectacular el post. espectacular Maria Salgado, su voz, su personalidad, su carisma. gracias por tan lindo texto y tan merecido home aje. abrazos

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  4. Poeta, qué alegría tenerte por aquí. Y qué honor tus bonitas palabras. Abrazos muchos y grandes. Jorge

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  5. María consiguió que volviera mi mirada a la música tradicional porque lo que te atrapa es su voz y su "como". Gracias a ella descubrí la riqueza que "tenemos" y gracias a ella hice y hago ese recorrido planetario que tú nombras, Jorge.Tu entrada es magnífica, como siempre. Pero esta vez es como ese "abrazo inmenso" que ella te dedica agradecida en su comentario. Un abrazo inmenso que es su voz,su voz que nos abraza cálida y sabia llenándonos de energía.
    Javier Bustelo

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  6. De acuerdo, amigo. Muchas gracias por comentar. Abrazos. Jorge

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