sábado, 29 de marzo de 2014

Esto es ARTE II (Cristo del Abismo)




                                                        
                     Somos los expulsados del Jardín,
                     estamos condenados a inventarlo
                     y cultivar sus flores delirantes…

                                                      O. Paz



Según Lucas (17. 1-2) dijo Jesús a sus discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos; mas !ay de aquel por quien vienen! Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos. 

Sería absurdo imaginar que Jesús se incluía a sí mismo entre los que, llegado el caso, preferirían piedra y mar a un castigo alternativo. Todo lo contrario, amenazaba a quienes inducían a sus discípulos a obrar contra los mandatos divinos que armaban su mensaje. Cierto que el Cristo del Abismo, sujeto a una peana pétrea en el fondo marino, es una pieza con varias lecturas posibles. ¿Por qué situar la imagen de un Jesús suplicante en un entorno tan infrahumano? No se trata de una escultura procedente de un naufragio. No quedó allí después de ser inundada por una obra hidráulica. Es una pieza pensada para este lugar; y en su versión original (bahía de san Fructuoso, Génova. Italia, 1954) a sabiendas de que su disfrute estaría limitado al submarinismo, porque en aquella época la fotografía acuática apenas existía, y el acceso a las imágenes submarinas era muy limitado. 

Sabemos que la estatua se sumergió en honor a Darío Gonzatti, buzo italiano muerto en funciones, amigo del promotor de la idea: Duilio Marcante. Pero ¿por qué “condenarla” a un ambiente tan agresivo y poco accesible? Con toda seguridad, Marcante, buen cristiano y mejor amigo, no tuvo el retorcido flash que asocia esta imagen con aquella del pasaje evangelista. Sencillamente quiso ser “literal”. Si su querido y divino Gonzatti había muerto bajo el mar, la imagen de Jesús debía honrarlo justo allí. Así de simple.

Es de suponer que el promotor también esperara que Jesús, agradecido, a pesar de las exigentes circunstancias a que estaba sometida su réplica, pidiera al Padre protección para los demás buzos y marineros en pleno teatro de operaciones, lo que ampliaba sustancialmente el objeto de la obra, su alcance… Pues bien, gracias al humanismo cristiano de Marcante, a su gran sentido de la amistad, o sea, del amor, a que jamás relacionó directamente el 17 de Lucas con la imagen final de su Cristo (qué cosas se me ocurren a veces, Dios); gracias también a que, movido, quiero pensar, por un honesto impulso religioso, no le importó que el acceso a la escultura fuera difícil para posibles visitantes, una pieza discreta en sí misma, que colocada en tierra tal vez habría pasado desapercibida, se ha convertido en una gran obra de ARTE. ¿La primera obra de See Art? Claro que no. No me tengan en cuenta esta broma. Esta es una grandísima obra, sin necesidad de sonoros apellidos. Lo es justamente por su implantación. Con ella se ofrecen, se garantizan: acceso esforzado, sorpresa, sugestión, feliz desconcierto, manifestación de las decisivas huellas del tiempo que denotan una cambiante vivacidad, acción difícilmente controlable de agentes terceros, discurso polisémico que incluye posibles lecturas “herejes”…

¿Se puede pedir más? El Cristo del Abismo, una pieza sin especiales dones escultóricos (¿los tiene el de Corcovado?) se convierte (como aquél, certeramente implantado) en una obra excelente porque alguien tuvo el enorme acierto de colocarla a 15 metros de profundidad bajo el nivel del mar. Esta “irracional” decisión obró el milagro que completan el tiempo y los animales. Que no lo limpien con frecuencia, por favor, tampoco el de Granada, el de Florida. Esa figura de Cristo hundido, con los brazos abiertos y la mirada implorando a un cielo más lejano que nunca, “profanado” por la fauna marina que intensifica y radicaliza el drama, es la perfecta imagen de nuestro tiempo decadente. Pero también lo es de la gran capacidad del hombre para reinventarse, para adorarse a sí mismo apoyado en sus dioses, para estimular su hombría con una potente y terca imaginación. Diría Seferis: Han muerto todos los del barco, pero el barco sigue la idea/ que tenía al zarpar del puerto… Esto es ARTE.



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