jueves, 8 de mayo de 2014

Prosa mulatilla sobre un trozo de negrillo




























 






En casa, estratégicamente colocada, tengo una reliquia muy especial: parte de un cadáver con origen evolutivo en el Devónico de la Era Paleozoica. Una muestra del tronco de un Ulmus minor, eso es. Hablando en cristiano, un pedazo de lo que fue el tocón de un olmo común, también conocido como negrillo. Cuando diga trozo de negrillo, sepan que me refiero a este tipo de pieza… Me lo regaló Florencio Salgado. Vamos, mi amigo Tito, tan enamoradizo él, que se cuela por los negrillos vivos o muertos, enteros o troceados, siempre que tengan una forma sugerente. Tito vive en la ribera toresana del Guareña. Allí tiene unos viñedos y una bodega donde produce el Pico Royo, excelente tinto de Toro. Durante un tiempo vagó por la zona buscando negrillos, pedazos más bien de éstos. Pero no cualesquiera, sino aquellos ya desprendidos, sin raíces en tierra, portátiles y con cualidades escultóricas ganadas en la vida, refrendadas en la muerte. Trozos bellos de cadáveres exquisitos. Eso buscaba Tito. Llenó su patio de tales piezas, y claro, quiso regalarme una. Tuvo, sin embargo, que regalarme otra: la mejor. Entre Fernando (su cuñado, mi cómplice) y yo, preparamos un asalto infalible a lo más granado de su colección. No lo relato en detalles por no ulcerar de nuevo el ánimo de mi amigo, muy capaz de llorar todavía la pérdida de su bienamado trozo de negrillo.

Hace unos días, mi también amigo Miguel Gómez, magnífico fotógrafo gaditano-pucelano, me mostró una foto que hizo a mi reliquia la pasada primavera, mientras en casa compartíamos porche, jardín y buena cerveza. La foto de Miguel es tan buena, que me obligó a repensar mi relación con esta especial escultura. Eso tiene el arte: es capaz de redimensionar y redirigir nuestra manera de interactuar con lo que nos rodea… En fin, a Tito y a Miguel respectivamente, debo la oportunidad y las ganas de escribir aquí algunas de las cosas que mi expresivo trozo de negrillo se empeña en contarme, contarnos.

La naturaleza y su apuesta más arriesgada: la vida imaginativa, inteligente, si actuando juntas sobre un mismo cuerpo, son muy capaces de alcanzar resultados sobrenaturales, artísticos; sobre todo cuando el azar concurre para ayudar a desviar el “proyecto” de lo estrictamente causal, racional o biológico. La extrema violencia con que naturaleza y hombre se aplican en ocasiones sobre sus “víctimas”, matizada o sentenciada, según el caso, por el azar, no siempre desemboca en imágenes desalentadoras, tenebrosas; y nunca lo hace en imágenes mudas. Por fortuna, muchas veces ese “diálogo” a tres bandas (hombre, naturaleza y azar) no es tan sordo ni sórdido como puede parecer. Bajo la mobile tutela del azar, la naturaleza propone y el hombre dispone, o viceversa, en un proceso donde ella, que lleva las de ganar en el terreno físico-químico, aun corrigiéndonos con dureza trabaja para nosotros, porque nos regala verdaderas “joyas defensivas”. Defendiéndose también nos ayuda. Por su ejemplar perseverancia, y porque produce un rosario de formas que pasan de naturales a sobrenaturales, gracias a la capacidad que tiene el hombre para aplicar su imaginación y cargar de humano sentido todo cuanto se trans-forma ante sus ojos, especialmente si en dicho movimiento puso empeño y obra. Entre los tres (hombre, naturaleza y azar, digo) que funcionan como perfectos coautores surrealistas, logran a menudo encomiables cadáveres exquisitos. Quien quiera ver ejemplos claros de lo dicho, vea minas o ciudades abandonadas. Les propongo dos imágenes: Las Médulas en El Bierzo, León, España; y Prípiat, ciudad cercana a Chernóbil, Ucrania. Es cierto que el tiempo transcurrido hace a la primera más amable y digerible que la segunda, pues lejos quedan el látigo romano y el dolor de los mineros esclavizados, mientras el accidente nuclear soviético es muy reciente; el esclavismo clásico parece lejano y superado, mientras el peligro atómico arde en su actualidad. Pero en esencia, ambas imágenes notician lo mismo: la naturaleza propone y el hombre dispone, casi siempre con la imprevisible aportación del azar. Como el hombre yerra muy a menudo, la naturaleza lo enmienda con rigor, se defiende, se rearma titánicamente. El hombre, que hace mucho se apartó de lo titánico y pende de lo divino, lee tal gesto con los recursos de su despensa sígnica. La imagen penetra el evento, tendenciosa, con sus vicios poéticos y discursivos, para inclinarlo todo a nuestro favor. Pues de esta historia participa mi mutilado negrillo, de eso se trata… creo.

Los árboles, que aparecieron en el Devónico hace unos 400 millones de años, gracias a su capacidad para producir oxígeno, fueron tal vez los principales catalizadores en el surgimiento y desarrollo de animales superiores sobre la superficie terrestre. Sí, los árboles están detrás de nuestros orígenes, como hacendosos purificadores del aire que respiramos, como principales suministradores de nuestra otrora dieta vegetariana, como eficientes refugios para burlar a las fieras. Fueron el pórtico de la vida compleja, y la última linde en dirección a lo humano. Puede que por eso nos sobrecojan tanto, tengan ese poder evocador en la conciencia, la inconsciencia. “Rector de los capítulos del cielo”, llamó Vallejo a un tilo. Y Hölderlin dijo a los robles: “Si no me encadenara a vivir entre la gente este corazón/ que no renuncia al amor, ¡con qué gozo viviría entre vosotros!” Los árboles que siempre estuvieron, que patrocinaron nuestra aventura evolutiva: telúricos, magnánimos, discretos, pasivos y compasivos, dueños de una profunda sabiduría estoica… Pero también fueron ellos, entre los seres vivos, los más dóciles cómplices de nuestra pulsión civilizadora. Ni los animales más domesticables los igualan en esto ¿Qué habría sido de la majadería transformadora del hombre sin la madera? Los árboles nos han malcriado, consentido hasta el punto de parecer verdaderos suicidas. “El hacha del leñador pidió su mango al árbol, y el árbol se lo dio”. Dijo Tagore. Entonces, tenemos una relación dual con ellos: Vivos y enteros son un necesario sostén biológico, y obran en la memoria como conservadores agentes de cultura. Sin embargo, muertos o mutilados dotan de recursos a la desmemoria cual temerarios agentes civilizadores. Hay excepciones en esto último, claro, porque mucho tiene que ver el cuerpo sin vida de los árboles con el papel y algunos medicamentos, medios de cultura y sanación, pero la prominencia de la desmedida industria maderera, con sus graves peligros en todos los órdenes, marca la pauta en este sentido.

Puede que mi trozo de negrillo, participando aquella capacidad de la naturaleza para corregirnos, y aprovechando la nuestra para inclinar su corrección en una dirección conveniente, haya resuelto, como obra de arte, el dilema planteado entre un estoico patrocinador vital, cultural, y un blando partícipe de nuestra indolencia desarrollista. Mi trozo de negrillo, antes tocón, antes árbol, ha conocido la grafiosis (esto lo achaquen al hongo que la genera, al escarabajo que la trasmite) el hacha y la sierra. Su forma, de una expresividad desgarradora, es el resultado de haberse defendido durante años, puede que siglos, frente a tales elementos. Retorcidos bultos, apéndices irritados, protuberancias dramáticas que a veces caen a lo antropomórfico, pues recuerdan manos y brazos desesperados; muñones que respondieron a la poda con suturas de formas orgánicas muy disímiles y mezcladas en un discurso tan sugerente como polisémico… Todo ello, combinado además con formas geométricas, cortes drásticos que dejan ver la huella de intervenciones severas, brutales. Mi reliquia debió protegerse ante múltiples ataques fúngicos y humanos. Lo hizo como supo y pudo mientras fue posible, con la inestimable ayuda del azar y una terquedad vegetal. Cada palo o rayo que ofreció al carretero, cada herida, cada cura, devinieron en rasgo distintivo. Todavía hoy parece dolerse de aquellas agresiones. Ni las más caprichosas formas de los expresionistas (abstractos o figurativos) pueden igualar en tensión dramática al caprichoso resultado de este affaire entre naturaleza, hombre y azar. Ni las más esforzadas obras de Bacon, por ejemplo, nos muestran deformaciones más gráciles o desgarradas, (según cómo se miren) más parlantes, en definitiva.

Mi trozo de negrillo, colocado en el porche frente a las jóvenes moreras, los ciruelos y el castaño que tengo en el jardín, no tiene la lozanía de sus vivos congéneres, pero los adelanta sobradamente en capacidad expresiva, discursiva. Él cuenta un relato complejo que va más allá del ciclo: flor/ hoja/ fruto, del milagro de la fotosíntesis. Ya no es un vegetal. Ni tampoco un fósil o una momia. Es otro tipo de naturaleza: una obra de arte que el hombre no pudo hacer solo, y por ello, nos cuenta o sugiere cosas que apenas podemos encauzar y retener en las entendederas. Así pervive. Así mejora mi vida: como poderosa imagen… Dijo Unamuno por boca de aquel perro, Orfeo: “¡Un animal que habla, que se viste y que almacena sus muertos! ¡Pobre hombre!”. Y es cierto. Tanto, que “almacenamos” cuidadosamente, incluso, “despojos” de árboles en apariencia inútiles si no van a la leñera para acabar en el fuego. Porque el animal que somos también es capaz de imaginar, y hasta en la muerte termina encontrando motivos para celebrar la vida. Mi fibrosa escultura está más viva que nunca, y como las buenas obras de arte, me cuenta cosas nuevas cada día. Hace mucho que no es tronco, ni tocón, ni una simple porción extraviada de éstos. Es una referencia justo en la línea que separa casa y jardín. En sus expresivas y felices deformaciones hablan en coro naturaleza, hombre y azar. Su forma presente es un paréntesis por ellos pactado, una escala necesaria para que la imagen reposte. A su lectura me doy… Gracias, querido Miguel, por tu sugestiva foto. Gracias, querido Tito, por dejarme, aunque no muy convencido, tu mejor trozo de negrillo: el mío. A ver si te compenso en alguna medida con esta prosa mulatilla.




2 comentarios:

  1. Que bien lo dice!.Hija de costa y mar, lo verde entretejido del paisaje de una isla en zozobra, detenida he quedado ante la naturaleza en sus juegos subrealistas.
    Es un placer, una escuela, leerlo.Aqui le dejo, con humildad, en agradecimiento, esto:
    Los maderos abandonados al mar,
    impregnados del resumen de todo
    lo que han sido.
    Los dioses, hecho el bosque,
    entonces,
    pueden definir lo que serán las almas.
    Lisette Torred

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  2. Gracias por esos versos, Lisett, y por tus consideradas palabras. Me animan, créelo. Abrazos

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