viernes, 8 de agosto de 2014

Naïf, de José Kozer


































Hace unos días, después de haber escrito “Bajas pasiones en la cabaña poética del castellano”, di en la red con dos entrevistas extraordinarias y muy oportunas, parecían un puntual regalo: la una (escrita) al poeta español Juan Carlos Mestre, por Lázaro Tello Pedró; la otra (en vídeo) al poeta cubano José Kozer, por Cristina Ruiz-Poveda. Aunque se trata de poetas que tengo leídos, las entrevistas me llevaron de nuevo a sus obras. Al final les indicaré ambos enlaces, pero ahora quiero hablarles de la poética de Kozer, quiero invitarles concretamente a que lean uno de sus libros: Naïf, el número 5 de la Colección de Poesía de la editorial madrileña El sastre de Apollinaire. Lo busqué en Valladolid y no lo encontré. Sí en Madrid, en la librería del Círculo de Bellas Artes. Lo leí rápidamente, claro, y, como soy incorregible, quiero llevarlos a él.

Naïf… Quienes me conocen saben la importancia que doy a los títulos de las obras literarias. Sobre todo en poesía, estoy frontalmente en contra del nominalismo en ellos, por sonoro, amable o conveniente que resulte; conveniente, digo, desde el punto de vista comercial. Entonces ¿por qué me parece tan apropiado este título como pórtico a la poesía menos naíf que podamos imaginar? Kozer, ya con el título comienza a engatusarnos. Aquí nada es meridiano. Aquí la exactitud es siempre lateral, oblicua. Primero, utiliza la voz francesa, coloca una diéresis y pone cara a la “i” con esos ojitos que parecen mirar, incluso reír socarronamente, como preguntando: ¿parezco lo que no soy? Después, titula Naïf a 31 de los 33 poemas que integran el libro. No se trata de actos de un mismo y largo poema (¿o sï?, veremos) sino que cada uno de ellos lleva el mismo nombre como si se pretendiera redundar en él para redorar el amaño. Los buenos lectores lo pillarán sin demora: el título es una verónica escueta, pero barroca, para los toros bravos, los nobles, los que juegan y quieren ser perfectamente camelados. A los mansos, que buscan la lógica rendija para el abandono, y más que jugar quieren saber (sí, yo, pero sólo aquí como comentarista, quede claro) el poeta les va dejando pistas suficientes. Dice, por ejemplo, al inicio del tercer poema: “Concédeme/ Pan/ un/ verso”, pero matiza más adelante: “Pan, sé Orfeo”. Y es que la poesía de Kozer es cualquier cosa menos salvaje o ingenua. No puede serlo, cuando el poeta maneja y gobierna con tal precisión, en una mano el buril y en otra el estilete. Entonces ¿el título? Una delicia, perfecto umbral para el período lúdico a que somos invitados; primera noticia de que entramos en la casa del mago. Porque Kozer no es ingenuo, pero sí mago, un rato largo. Es como si en la entrada de un parque de atracciones se rotulara “Clínica Dental” con letras negras y rojas; pero en sentido contrario, porque detrás de este gracioso título nos espera la alta poesía. Como entremos al libro esperando solazarnos amodorrados en la palabrería cariciosa, lo llevamos claro… ¿Naïf? Sea, maestro. Entramos al ruedo para ser estocados.

Naïf… Como seguramente saben, en algunas tribus alejadas todavía de la civilización occidental, el impulso nominal es tan grave, que el verdadero nombre de los individuos se escamotea a los extraños, jamás se pronuncia en público, porque se piensa que quien lo conozca estará automáticamente en posesión del alma nombrada, pudiendo desajustarla a su antojo. El nombre conocido es siempre falso. El verdadero es impronunciable, permanece al margen de todo comercio social. No conozco el nombre secreto de este libro. Bien pudiera ser, por ejemplo, “Guadalupe enamora a Proteo”, o “Ando caliente”, pero en cualquier caso, sea cual sea, tendría que serlo de toda la poesía de Kozer. En el prólogo de la antología “Y del esparto la invariabilidad”, que le publicó Visor en 2005, Reynaldo Jiménez dice: “…(Kozer) está escribiendo, desde hace décadas, un solo poema que es único verso que, a manera de kakemono omnívoro, al rigor de sus goces verbales, se inscribe en la celebración de la multiplicidad.” Estoy muy de acuerdo, pero digo más. La mayoría de los poetas en todas las lenguas llevan milenios tratando de escribir (decir, cantar) versos para la misma y única pieza. Entre Safo y Kozer median algunas estrofas de ese Gran Poema. Sucede que muy pocos lo logran, porque para ello hay que tener perfectamente sincronizados los relojes solar y de arena, hay que saber leer el tiempo, manipularlo según convenga: dilatarlo, detenerlo, estresarlo… controlarlo en fin, si esto es posible, para hacer una muesca en el cuadrante exacto. Y como si ello fuera poco, para tener éxito, el relojero pensante debe intimar de continuo con la Gracia. Kozer ya hizo su muesca, tan sucia y compleja como su cuadrante. Su único poema no es más que un necesario, imprescindible sobresalto en el Grande-nuestro-de todos los tiempos. En ese sobresalto impera el colmo barroco de su lengua, con sus atalayas grecolatina y semita, pero también condimentan los polvos hiperbóreos, germánicos, las chinerías, las muletillas isleñas. (El tema Cuba dejémoslo. Es importante, pero no cabe aquí. “Circe, te llamas Cuba”, dice el poeta. Que nos baste eso por ahora) El libro que les recomiendo es un magnífico ejemplo de este magistral ajiaco. Pienso para el potro más vivo de Crono: “(jamás, azul)” jamás Darío, jamás pop, jamás naíf…

Naïf… Terminé el libro y fui corriendo a Dante. Suelo drenar en él las conmociones fuertes. Hay muescas muy hondas en el Gran Poema que nos sirven de lenitivo. Pero mientras danteaba una vez más buscando relajarme, remolonear aplomado “donde el tiempo con tiempo se repara”, Kozer, como si fuera un jodedor empíreo, me trepaba por la espalda percutiendo en mi nuca, acomodando su espejito sobre “la (mi) sien izquierda”. Entonces supe que debía contarlo, que debía invitarlos a este libro. Léanlo. No será fácil. Voy a ser claro: hablamos de una poesía aristocrática, no primorosa, ojo, no relamida, por Dios, sencillamente aristocrática; esto es: una poesía donde la heredad lo es todo, recibida, incubada y proyectada; justo porque resulta magistralmente puesta a punto en un tiempo concreto (el suyo) para que siga siéndolo siempre. No encontrarás más vanguardia que ésta en castellano, y al mismo tiempo, no te apartarás un ápice de su mejor esencia. Poesía de tu tiempo, lector. Perfecta muesca para premiar tu esfuerzo. Si lo haces, si te esfuerzas con nobleza y codicia, saldrás del libro con una sonrisa. Agradecerás haberte prestado al magnífico juego, y tu gesto (quién sabe si naíf, él sí) me habrá descargado. Algunos pensarán: Con tantos hilos “Nosé Coser”. Pues apúntense al cursillo de alta costura que imparte en castellano el avispado y valiente sastre de Apollinaire.      

Naïf… “Sed capitanes en latín ahora/ los que en romance ha tanto que sois duces”.



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