lunes, 1 de junio de 2015

Fallido proyecto de crónica novelada








I


Su mayor anhelo era conocer Praga. De niña, el abuelo paterno, que siempre llevaba un fajo de billetes azules en su bolsillo derecho, solía mostrárselo y decirle que con ese dinero le regalaría un poni y la llevaría a conocer aquella lejana ciudad. Luego se aficionó a la literatura checa empujada por Adolf, el muchacho con quien comenzó a salir mientras cursaba primero de Arquitectura en La Coruña. No era gallega. Huyendo de su isla, había terminado a los pies del plomizo Finisterre simplemente porque tenía muchos familiares allí. Adolf estaba de paso en Galicia. Hubiera querido estudiar en su cuidad natal, pero debió acompañar a sus padres, exitosos hosteleros checos que a principios de siglo invirtieron en el sector del vino gallego.

Los padres de Adolf comenzaron a hacer dinero regentando una heladería en la Isla de Kampa. Tenían el mejor helado de Praga. Habían conseguido una fórmula secreta para hacerlo. Al parecer, se las dio un alemán que vivía en Einhausen, cerca de Worms. Adolf nunca logró que le mostraran en detalles aquella fórmula, y jamás supo de su origen más que lo ya dicho. Sus padres apenas tardaron una década en hacerse ricos. Cuando viajaron a Galicia, tenían varias heladerías por toda Chequia. Ella, que además y para entonces ya era una entregada admiradora de Holan, (el poeta que vivió y escribió aislado durante tantos años en su casa de Praga, levantada también en Kampa) no disimulaba ante su novio las ganas de conocer de primera mano todo aquello.
           


                                                           II


Conservo la caricatura que me hizo en la Plaza de Wenceslao. Y supongo que los tres euros (unas ochenta coronas) que entonces no me cobró. En el verano de dos mil diez la encontré allí. Durante ocho horas diarias retrataba guiris con cuatro líneas maestras. Vivía con Jorge Luis, un mulato y exboxeador cubano que se ganaba la vida llevando turistas desde aquella misma plaza a un restaurante mexicano (con cocinero japonés, por cierto) implantado en sus inmediaciones. Ella no terminó la carrera. Estuvo presa en las afueras de La Habana junto a Adolf, quien después de que asesinaran a sus padres en La Coruña, decidió llevar la parte más sucia de sus negocios, y más limpia de sus relaciones, a Cuba, alentado por un etarra millonario que vivía en la capital cubana emparejado con una artistilla local.

En aquel momento Adolf seguía preso. El etarra y su mujer se habían trasladado a Caracas. Ella, que logró el perdón del régimen cubano gracias a la mediación de un importante cacique gallego, vivía en Praga repudiada por su familia; amada por Jorge Luis, sin embargo, quien había perdido sólo tres combates de los ochenta y nueve que sostuvo mientras fue boxeador, y seguía dando golpes limpios a la vida, entonces en la capital checa, con aquel enorme sombrero tan extraño a su condición de mulato cubano, y aquel acento tan desenfadado y cantarín con que malamente se expresaba, lo mismo en inglés que en checo.
 

III


Hace un par de meses estuve con Ella en Madrid. Supe que vivía allí porque una amiga común decoró su flamante casa y enseguida llamó para contármelo. Fui hasta Somosierra a pedirle autorización para escribir una crónica novelada de su vida. Me lo negó. Entre risas me recordó que ya me había regalado en Praga una caricatura. Pidió que me conformara. Y añadió que si quería novelar su vida debía introducir en el relato la ficción bastante para que nadie pudiera arrimarlo, ni por asomo, a su persona. Suponiendo que haya existido, ¿a quién interesa el sujeto que inspiró la mutación del oficinista-cucaracha?, me preguntó. ¿Por qué no te dejas de tonterías y escribes un relato-relato? ¿Qué necesidad tienes de joderlo con la crónica?, abundó mientras salía de la sala como desmarcándose.

Jorge Luis se mostró más asequible. Había cambiado mucho su aspecto con relación al que lucía en Praga cuando lo conocí. Llevaba una bata muy parecida a un kimono y unas airosas chanclas de madera. Leía. Después de amagarme con un cómplice jab, dijo que él mismo había pensado “atacar” la historia de su mujer, aun sabiendo que contaba con armas muy rudimentarias, porque antes de publicarla bien podía someterla al oficio de algún escritor necesitado de dinero para que le diera forma. No parecía rácano, en lo absoluto, pero aquella tarde vi en sus ojos que descargado aprobaba la ausencia de ceros a la derecha de mis ganas. Me propuso que escribiera un cuento corto; una primera declaración de intenciones que revisarían con gusto. Toma nota, indicó, mientras Ella daba de comer arándanos a un poni rubio que tenía en el jardín, te doy las claves…

Transcribo lo que apunté aquella tarde:

- Ella siempre quiso ir a Praga.
- Su abuelo gallego prometió llevarla muchas veces.
- Emigró siendo una adolescente. En Galicia conoció a su novio checo, praguense para abundar su
atractivo, quien le enseñó su idioma y la internó en la cultura de su maravillosa ciudad.
- Los padres del novio eran unos hijos de puta. En Alemania robaron una fórmula para hacer helado. Su verdadero dueño era un exnazi que, para satisfacer a sus amos, la compró a un heladero milanés a principio de los cuarenta del siglo pasado, y la conservaba como un tesoro.
- En Galicia, los hosteleros-ladrones se metieron en peligrosos asuntos de droga. Lo del vino fue una tapadera. Los mataron, claro. Se lo habían buscado. El negocio del helado se fue a pique.
- El delfín checo no mejoraba a sus progenitores. Era relativamente culto, pero también un malísimo estudiante, y además, un delincuente torpe.
- Se la llevó de regreso a La Habana, porque estaba en tratos con aquel miserable etarra, prófugo, condenado en España por colaboración en crímenes atroces.
- Cayeron todos. Aunque sólo fueron a la cárcel los pringaos.
- Ella, ya cansada del imbécil que la metió en tales líos, logró salir con la mediación de un pez gordo gallego, metido en política y antiguo amigo se su abuelo.
- Finalmente viajó a Praga. En Galicia ya no podía vivir. Su familia no quería verla ni en pintura. Conoció a Jorge Luis.
               (Éste me pide con socarronería que invente lo que quiera alrededor de su vida en Praga;    
               que si abordo su pasado en Cuba, lo trate bien. Me invita a que recuerde el combate en que
               derribó al más grande.)
- Cuando pensaban que sería imposible recuperar aquella fórmula mágica para hacer helado, Ella conoció a un viejo jardinero que vivía en Kampa, quien a su vez había conocido a Holan en vida, a pesar del severo aislamiento que guardaba el poeta. Gracias a la admiración que ambos sentían por su monumental obra, y a lo bien que la conocían, se hicieron grandes amigos.
- Este señor, de apellido impronunciable, a quien la pareja quiso mucho desde aquel momento y mientras vivió, creía haber escuchado en alguna ocasión que el dueño de la fórmula vivía en Einhausen. Con ciertas cautelas se atrevió a decirlo.
- Viajaron al pequeño pueblo alemán. Encontraron al exnazi hecho una pasa, malviviendo en un edificio viejo. Su apartamento estaba situado justo encima de una heladería decadente.
- Sin tocar el tema tabú, le contaron al anciano lo ocurrido. No tenía herederos. Se moría. Se enamoró perdidamente de Ella. Y un poco de Jorge Luis, cree él. Les dijo que si prometían ponerle su nombre al nuevo negocio, les entregaría la fórmula sin coste alguno. Lo hicieron. Lo hizo.
- Recomenzaron su vida.
- Se mudaron a Madrid porque…

Entonces Ella intervino. Regresó del jardín perseguida por su poni, al que trataba como si fuera un gato, e hizo callar a Jorge Luís. Me dijo que era suficiente. Que no se me ocurriera poner un nombre cierto a ninguno de los personajes. Que ella debía llamarse Ella, o, cuando más, Mía… Me fui con dudas, muchas, pero decidido a comenzar el trabajo.



IV


Con temor comparto este cuento inconcluso. Jorge Luis y Mía desaparecieron sin avisar. No pude mostrárselo. Llegué a destiempo. No responden al teléfono, ni contestan los mensajes de correo. Su casa madrileña está cerrada. La parte visible del jardín, abandonada. Ni rastro del poni…

A través de un amigo que trabaja en La Habana por los derechos humanos, y que por eso tiene más información que la normalmente ofrecida por el régimen sobre la población reclusa del país, supe que Adolf murió de sida en la cárcel. Poco más sé. Apenas que las heladerías “Alfred” comienzan a bogar en España, y son controladas ahora por un holding de bodegueros gallegos.

No podré resolver la historia. Pero les aseguro que Ella (Mía, si prefieren) era guapísima y lista. Una gran dibujante. Una mujer sensible ante el arte y la poesía. Hubiera sido una arquitecta solvente, seguro, de no haber tropezado con aquel chico. Nunca la conocí a fondo, pero de buena gana la habría aceptado como amiga. Jorge Luis era un hombre entrañable. Para nada encajaba en el perfil de púgil violento. Su inteligencia no era simétrica a la de Mía, ni en tipo ni en magnitud alguna, pero cuánto me apetecía sonsacar con más tesón su sabrosa candidez.

Por razones de distinta índole, ambos giraban velozmente y se encontraron en la esquina más comprometida del cuadrilátero. Espero que la vida no les haya propinado el Knockout definitivo. Hice todo lo necesario para que mi cuento no desvelara sus identidades, y con nadie lo compartí hasta ahora. Si no les encuentro de nuevo, algo que parece bastante probable, renunciaré a mi crónica novelada. Así las cosas, aunque no comprendan ustedes mis razones, cualquier final posible me parecería desleal. Y con tales remilgos, las mentiras no alcanzan su punto trémulo. Y si las mentiras no tiemblan, jamás engendran la poderosa Verdad. Y si la Verdad no emerge con poderío suficiente para entramparnos a fondo, qué sentido tiene intentar…

           
Hay destinos
donde lo que carece de temblor no es sólido.

Vladimír Holan


V
(para lectores fieles y juguetones)


Nota de lectura de M.A. (Mía):

Mi personaje es creíble, Jorge, y casi todo el mundo quedó bien disimulado. No entiendo por qué hiciste la excepción con mi ex… Tú sabrás. El caso es que me gusta. ¿Será porque soy la protagonista? Cuando vuelva a España lo celebramos. P. (Jorge Luís) está satisfecho. Se siente bien tratado. Le hizo mucha gracia lo del sombrero mexicano. Me dijo entre risas que debiste añadir un poncho. Ah, y me preguntó quién era Holan. Ya sabes, este hombre no tiene remedio. Veinte años en Praga y no se entera de nada. También sabes cómo es de directo. Cuando le recriminé su ignorancia, dijo: Para mí, lo que no es helado es cuento. Y viceversa. Ese señor vivía del cuento. Yo vivo del helado. ¿Por qué debía conocerlo? Sí, puedes reírte. Lo hago contigo ahora mismo. Y lo de la novela, ¿realmente la descartas? Mira que Edgar la espera en Alemania. El pobre, dice que hasta ahora nadie mencionó Einhausen en una obra seria. Y los demás “personajes”, ¿te comentaron algo? Por cierto, ¿no temes que te lea Adolf? Besos.




6 comentarios:

  1. Jorge, este es el mejor de los tres, hasta el momento. Calro, yo soy un hijo de los ochenta, inevitablemente desfasado, y el desenfado postmoderno (por decirlo de alguna manera, aunque ha existido por siglos) se acomoda mas a mis gustos.

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  2. Gracias, amigo, por leer y comentar. Me alegra que éste, que, tal vez sea el más arriesgado en cuanto a técnica narrativa, te haya parecido bien. Sí, postmoderno. Un buen apunte. Un gran abrazo. Jorge

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  3. Este cuento es también excelente, pero con el mérito agregado del juego, me gusta. Gracias Jorge.
    Sonia

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  4. Gracias a ti, Sonia, amiga, por leer y comentar aquí. Mi abrazo

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  5. La narración me atrapó desde el primer momento y hasta el final estuve totalmente intrigado, no sabía a derechas lo que estaba leyendo, pero sentí que algo bueno era. No quiero evaluala, si buena o mala o genial, sencillamente me ha gustado enormemente. Felicidades.

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  6. Muchas gracias, amigo. Esas palabras me alientan. Bienvenido a este espacio. ¿Cuál es tu nombre? Abrazos. Jorge

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