lunes, 13 de julio de 2015

Entre pecador y pecador







Jesús, que según Darío, es un “incomparable perdonador de injurias”, ya habrá perdonado a Francisco su manifiesta perplejidad ante el obsequio que le hizo el buen Evo. Sabrá perdonarme también a mí, seguro, por no ser capaz de “andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”, con estos nuevos “próceres” americanos que visten chándal y manotean al mundo desde púlpitos ensangrentados bajo un dosel de ramuja. Debo ser un inoportuno sibarita, pues no acabo de hacerme al agrio sabor del vino de plátano. Sí, debo ser uno de esos malos criollos que no terminan de visualizar a “Nuestra Grecia” en las tranquilas aguas del Titicaca; que no pone suficiente interés en aprender y cacarear a cualquier precio el “himno unánime” martiano.

Jesús me perdone, porque voy a romper una lanza por la compostura de su martirio. Me dirijo especialmente a los malos criollos; a esos que aún se atienen a unas ética y estética viejas, eurocéntricas, tan poco creativos ellos, que se empeñan en ver una cruz, sólo, en la resultante formal de dos maderos superpuestos siguiendo ejes perpendiculares entre sí (el vertical de mayor longitud que el horizontal); a esos que únicamente dan por cristiano el dicho ardid carpintero, si de él pende todo el dolor que cabe en el mundo, encarnado en un jovenzuelo melenudo, famélico y ensangrentado, que dice ser su salvador. Me dirijo a esos falsos y miopes americanos para ofrecerles complicidad.

Jesús me perdone también, si, además de sibarita, resulto irónico. No veo otra forma de entrar al asunto en cuestión sin que flaquee el ánimo. Y es que, aunque parezca increíble,  Evo, alto representante del país que fundó Bolivar, (hijo del hermano pueblo aymara) ha regalado a Francisco, alto representante de Dios en la tierra, (hijo del hermano pueblo argentino) un objeto que parece recrear la crucifixión de Jesús de Nazaret, (unigénito del Dios representado por Francisco, y principal protagonista del relato que los hermanó a todos) sobre un artefacto formado por una hoz y un martillo, símbolo de los pueblos hermanos que tan “feliz y espontáneamente” siguieron a Rusia en su delirio soviético.

Evo no sabe lo que hace. Parece mal asesorado. Los aymaras harían bien en cuestionar su liderazgo político lo antes posible. Me explico: Este es un pueblo que ha sufrido mucho por las invasiones del norte. Ellos vivían tranquilamente al sur del lago Titicaca, donde cuajaron una magnífica civilización: la de Tiahuanaco. Sin embargo, del norte llegaron primero los guaraníes y los arahuacos, hermanos, pero muy mal avenidos, y rompieron su legendaria tranquilidad. Una minucia, si se compara con lo que después hicieron con ellos los incas, otros norteños que venían de Cuzco, también hermanos, pero con un apetito imperialista sin parangón conocido en aquellas tierras. Los aymaras fueron vencidos por los incas que diezmaron su población y los sometieron a su imperial dictado. Otra minucia, si se compara con lo que les pasó después a manos de los españoles, también del norte, quienes para hermanarse con ellos los despojaron de sus más elementales estructuras sociales y les impusieron su obsesión minera, su religión y su lengua. Los españoles, con el ánimo fundacional que entonces les caracterizaba, levantaron la ciudad de Santa Cruz, y, según cuentan, enviaron a ella lo mejor de cada casa, verdaderos urbanitas en potencia: aventureros, delincuentes, judíos conversos, (o sea, con una fe maleable) gitanos en fuga, cimarrones… Todo bien edificante, como se puede apreciar… El caso es que unos siglos después, los norte-americanos, (no los hermanos, sino los hermanastros por obra y gracia del Dios europeo) tan amantes de lo ajeno como todos los demás, de manera indirecta y sibilina sustituyeron a los españoles en la tutoría de este pueblo, aún después de que Bolivar, líder dominado por una contrastada vocación napoleónica, hubiera sentenciado su independencia per infinita secula seculorum.

Ya ven cuánto peligro le vino del norte a esta pacífica etnia. Sin embargo, Evo se alía ahora con los hermanos Castro, norteños también, adalides en América Latina de un “Manual de Civilización” casi siberiano; y asume sus símbolos, hasta tal punto, que es capaz de mezclarlos burdamente con una deidad mediterránea de origen iranio, y regalarlo muerto de la risa al representante de una Liga tan tiquismiquis y poco fiable como la vaticana. Madre mía, los aymaras tienen al enemigo en casa.

Pero no es la vertiente simbólica la que más me preocupa aquí. Recuerden que soy un mal americano, alguien totalmente trasnochado que se empeña en leer a Schiller, que no tiene salvación posible según el catecismo local recogido por Martí en aquel encendido ensayo poético tan bien escrito y titulado: Nuestra América… La perversión simbólica me resulta muy incómoda. Me escuecen los millones de personas asesinadas bajo el emblema bolchevique que tantas cosquillas le produce a Evo, los millones de personas que, bajo la misma divisa, fueron perseguidas precisamente por ser y declararse cristianas. Todo esto me resulta repugnante. Cierto, es éticamente repulsivo. Lo denuncio sin cortapisas, pero lo dejo ahí. Qué otra cosa puedo hacer. A mí (americano flojo y vicioso, excrecencia afeminada del tronco viril bolivariano) la nulidad estética me enferma. Es ése el flanco en que me centro ahora. Y es que no vi en los últimos años nada más feo que el engendro que le endiñó Evo a Francisco. Pobre Papa… O no. Todo representante de Dios debería saber que el fuego, sea infernal o terreno, comienza por chamuscar y termina quemando.

Francisco no es inocente. No puede serlo. Es un hijo señalado de Adán y Eva que como todos vive al margen del manto de Pelagio. Mas aquí es una víctima por mor de su cargo. Víctima del entuerto simbólico y ético, pero también, y especialmente, de la debacle estética. Sabemos que la curia vaticana suele tener buen gusto cuando de arte se trata. Hay grandes horteras también en esa casa, claro, gente que peca por excesos vinculados sobre todo con impulsos propietarios, con maneras pomposas, o con demasiado celo por lo clásico, pero en asuntos artísticos, la mayoría de ellos tiene formación suficiente para evitar los pecados mortales. Por más que este Papa quiera renegar de la élite de estetas a la que pertenece y representa, con vistas a asegurarse un mayor acercamiento a las clases más desfavorecidas del pueblo de Dios, (algo muy loable, por cierto) estoy seguro de que la visión del Cristo soviético que le impuso Evo le produjo náuseas, sobre todo, por feo. Ya lo dijo Jiménez Lozano: “La belleza es cosa de este mundo, y es papista”.

Dios mío, ¿a quién se le puede ocurrir construir algo así? ¿Y a quién se le puede ocurrir regalarlo? Leí que la obra es una réplica; que la original es de un jesuita asesinado el siglo pasado en Bolivia por sus inclinaciones marxistas. No contrasté el dato. Pero poco importa aquí quién sea el pecador en origen. El adefesio real-socialista podría utilizarse para asustar a los niños de cualquier latitud y cultura. Es más feo que las máscaras que se hacen en Cuba con la cáscara del coco; que las pequeñas esculturas que se hacen en Santo Domingo con roca proveniente de estalactitas y estalagmitas. Como se dice vulgarmente en Castilla, es más feo que pegar a un padre. ¿Cómo regalar algo así, precisamente, al Santo Padre?

Ver al muñequito suspendido del martillo, sin poder apoyarse por muy poco en la giba del otro instrumento, es angustioso. Pareciera que se le muestra un tobogán auxiliador pero inalcanzable. Ver la forma en que se articulan ambas herramientas para semejar (de lejos, por decir algo) una doble cruz, es terrible. ¿Y las proporciones de dichas herramientas entre sí o frente a la sufrida figurilla? ¿Y las pintas del martillo torpemente cruciforme, con esa cabezota segregada en dos partes tan poco armónicas? ¿Y la curvatura de la hoz, que no puede realizarse a plenitud para no alejarse formalmente (todavía más) del pretendido modelo? Pero ¿de qué material está hecho esto? ¿Madera, poliestireno expandido? ¿Y esa textura? ¿El engendro está tratado con pan de oro, o se pintó con esmalte para uñas caducado? ¿En qué tradición artística se puede insertar algo así? Ni en una feria de pueblo, o una tienda de chinos, podríamos encontrar un objeto que iguale a esta pieza en mala fortuna… Bueno, al menos la escala del muñequito nos impide saber si implora a Dios con la boca llena, es decir, si masca o no hoja de coca. Supongamos que no lo hace. Concedámonos, por favor, ese piadoso albedrío. 

Con lo bien que hubiera quedado Evo regalando a su invitado una réplica de la fabulosa cerámica de Tiahuanaco, o de su homóloga de Pucará. Estoy seguro de que Francisco hubiera apreciado mucho más, incluso, uno de esos idolillos de Pucará que tienen el pene erecto y ojudo, más largo que el torso y la cabeza juntos. Cualquier cosa, por Dios, antes que esto.

En fin, al parecer, Francisco dejó en Bolivia el macabro regalo. Se lo encomendó a la Virgen de Copacabana, que, la pobre, en primera instancia no puede defenderse de groserías tales. Se pudiera pensar que es también un enorme desaire de Su Santidad hacia Evo, pero qué otra opción tenía el hombre. Imagínenlo llegando a Roma con semejante objeto, escondiéndolo de las miradas suspicaces, soportando murmullos socarrones, víctima del “enemigo rumor”… Demasiado resulta ya para un Papa encajar este tipo de obsequio, sostenerlo en las manos ante la impía curiosidad de los fotógrafos, como para, además, terminar guardándolo al abrigo de la Capilla Sixtina; precisamente allí, bajo el soplo divino de Dios captado por Miguel Ángel… Sería el colmo. Y de ello también nos enteraríamos todos, hasta los malos americanos de lengua larga.

Yo intentaría tranquilizar a Francisco, recordándole que Evo sí que es un americano de pro, o sea, alguien que tiene licencia para actuar sin orden ni concierto que se sujeten a la vieja escuela; y que por eso, un regalo suyo no debe ser demasiado tenido en cuenta; pero sobre todo, diciéndole que los bolivianos con suerte lo licenciarán pronto. Esperemos que lo hagan a tiempo, nada más comprueben a fondo que su norteña inclinación al vademécum castrista, sacado del laboratorio europeo y ensayado sin éxito en medio mundo (también en América) no garantiza cura alguna, sino todo lo contrario. Entonces, con Evo licenciado, Francisco, que ya tuvo bastante con aceptar el regalo, podrá olvidar el incidente que provocó el dorado esperpento sin temor a conatos diplomáticos. Veremos cómo se las arregla el pícaro jesuita con la Virgen de Copacabana, en la que pretende descargar su parte de culpa pasándole sin miseración la patata caliente. ¿Será vengativa la patrona de Bolivia? ¿Preparará algo contra él? ¿Intentará vengarse ofendiendo a la inocente Argentina? 

Lo que opine Jesús es otra cosa. Pero sabemos, insisto, que se trata de un “incomparable perdonador de injurias”, y ante un pecado a dos manos contra la decencia y la belleza, sabrá repartir su gracia, seguro, entre pecador y pecador.



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