jueves, 28 de enero de 2016

Vero ictus






A principios de año regresé a este espacio con la noticia de la publicación en Lumme (Brasil / edición bilingüe / traducción de Ronald Polito) de "Un nudo en el tiempo". Era una noticia especial para mí y me pareció buen pórtico para entrar al 2016. Sin embargo, hoy retomo mi costumbre de agradecer a quienes me leen aquí, dándoles la bienvenida, como en cada enero, con una pequeña parte del trabajo realizado durante mi retiro. Entre noviembre y diciembre del pasado año trabajé mucho. Aquí les dejo el último acto del poemario que escribí. Bienvenidos.


…Aparecen en mi sueño. Mi castaño centra
la primera escena. Lo sembré
con mi padre. Débiles ambos: él y él. El uno
se muere a destiempo. Cae, quiero decir,
siendo más mío que de la muerte.
(Aún disputo su nombre con ella). El otro,
cepellón y palito que ya se distingue
de la hierba alta. Es mi jardín. ¡Ese castaño
es mío! ¡Lo sembré con mi padre! Ah,
creer que un árbol te pertenece, que padre
y jardín son tuyos, qué delicia. Creí… Sueño
en cama nueva sin embargo; con animales
que nunca he visto. O sí, pero no en obras,
rondándome. Una guarnición
de pertenencias noveles, meretrices
deliciosamente azarosas, me cuida. Me avisa:
lo soñado no hace caja en la mañana que alza.
Su campaneo no quita la camisola
a la virgen que la inflama; ni la caspa
al cejudo funcionario que la registra.
Sueño. Pellizco al pasado
(bifronte y comodón). El futuro
escucha el ay (entre doloroso y placentero,
o sea, falaz) con que se muestra vivo
quien lo alimenta y lastra. Aparecen
la cabra y el azor. Me cuentan
sus aventuras. La cabra
tuvo un castaño (el mío), un pájaro
y una sombra. Habitó mi jardín (¿el suyo?).
Viene de un sueño largo (el mío, creo). El azor
la acompaña. La tripula. La abordó
a medio camino entre mi jardín y éste.
Tengo otro jardín. Sueño. La cabra
ramonea en él. El azor la monta. Ni árbol,
ni pájaro, ni sombra. Nada. Tampoco piedras.
¿Qué buscan aquí? La más casquivana
de mis guardianas corre un telón oliváceo
sobre mis preguntas. ―Sueña, me dice, apura
antes que los dioses decreten el vero ictus.
Sigo el relato. Regreso al pájaro carpintero.
Su pico, susto a susto caído, ya gallo escarbador
resana la raíz de mi castaño. Trabaja
en mi memoria. Primer disparo.
(A mi padre lo mató un meteoro) La cabra
ya ronda el páramo. Aparecen
los actores secundarios. El azor masculla.
Se considera protagonista: medio cabra.
No vuela. Es vegetariano (En mi jardín
pasa hambre. Sólo ácaros come.
No hay flores). El azor es el acento
no caprino que salvó a la cabra
cuando enfrentó la marea de congéneres
que constituyen La Cabra Endrina de Caronte.
El azor masculla, pero… si no son principales
ni siquiera los dioses… bueno. La cabra
se hace trashumante. Aparecen Ellos. Nadie
sabe dónde estuvieron, por qué
tardaron tanto. El purín. Eso es: el purín
no era suficiente para estimular la zozobra
divina… Cada uno a lo suyo. Cada uno
produce en la cabra una hinchazón distinta.
Aquí los escopeteros sobran. ¡Fuera!
Todo sucede en mi jardín (¿aquél, éste?):
páramo / charco /  holograma / sala de vistas /
abismo / cueva / arroyo… Mi memoria
es jardinera. Qué problemático quid. El sueño
peldañea la inmersión del vividor introverso.
¿La cabra es mía? Si lo fuera, lo fueran
el azor, el gallo, el potro (ya Unicornio, seguro)
que aparece fugazmente en el relato.
Mi memoria vaga entre sus jardines.
El sueño los une. O no. Puede que
haga justamente lo contrario. Lo sabré
cuando despierte. El corno suena. Temo
que la cabra y el azor se vayan,
que el sueño lo haga junto a ellos
sin desvelar un final creíble; un final que
parta el pan entre aquel jardín y éste.
El corno sigue sonando. El relato se agota
poco a poco. Está a punto de aparecer
el Unicornio. Aparece. Se pierde. La cabra
vuelve al páramo. ¿Cuánto recuerda
su árbol / su pájaro / su sombra (los míos,
quiero decir)?, me pregunto. Un pobre perro cerebral
que sueña. Eso soy, pero sin deudas.
Sólo las deudas de la cabra me incumben.
Y ella no las tiene. Me consta… El azor está nervioso.
Da saltitos. Sabe más de lo que parece.
El corno. Ah, el corno. ¿Me despierta?
¿La cabra ha muerto? No. ¿Y el sueño? Tampoco.
Copa: mi vodka sabe a leche. Sueñaquetesueña
sigo. Ahora el Unicornio viene cabalgado
por el gallo escarbador. Entran al jardín.
No llaman al timbre. Entran a la casa. Entran
a la habitación. Despiertan a mi mujer. (¿Vero ictus?)
―Perdóname, le digo, sueño. ―¿Y estos bichos,
pregunta ella, (los perros no ladran) son nuestros?
Cualquier cosa de la que estemos orgullosos
debe, de alguna manera, pertenecernos.
―¿Lo son? Despierto.



jueves, 7 de enero de 2016

Un nudo en el tiempo






Amigos, lectores, regreso de una pausa de dos meses. Pausa en este espacio, quiero decir, porque todo ese tiempo estuve dedicado por completo a la creación literaria. Este año regreso con una noticia muy especial para mí: La editorial Lumme, dirigida por el artista, editor y promotor cultural Francisco dos Santos, acaba de publicar en edición bilingüe (castellano y portugués) mi poemario “Un nudo en el tiempo”. Se trata de una edición muy cuidada, como es costumbre de esta casa, que cuenta además con el diseño del propio Francisco y la traducción de Ronald Polito.

Créanme, me siento muy bien tratado: La portada diseñada por Francisco es, sencillamente, un lujo. Como poeta, no puedo imaginar una mejor; como diseñador, no sería capaz de igualarla. Es perfecta. Y también es perfecto el trabajo de diseño y maquetación. Por otra parte, conozco el esfuerzo que ha hecho Ronald para traducir este poemario, que como bien saben quienes se dedican a esto, en alguna medida debió implicar su reescritura. El trabajo fue complejo aun para un traductor de su talento y experiencia. Considero una bendición que Francisco haya puesto mi libro en sus manos. Finalmente asisten a este parto dos grandes amigos: Primero, el poeta y maestro José Kozer, cuyo apoyo ha sido fundamental en la edición del poemario, y que me autoriza a publicar un extracto de la extensa nota crítica que me hizo en privado cuando lo leyó por primera vez. Después, el poeta y dramaturgo Luis Enrique Valdés, que ha leído el libro con su acostumbrado sentido crítico, y ha escrito una generosa reseña sobre él.

Comparto con ustedes la nota de José y la reseña de Luis, para terminar ofreciéndoles uno de los trece actos con que cuenta el poemario. En esta ocasión he seleccionado el último. Como realmente el libro contiene un poema unigénito que obedece a un hilo narrativo, (es también un relato) ninguno de sus actos (tampoco el que lo cierra) alcanza su pleno sentido si abstraído del todo. En cualquier caso, ojalá les agrade y los anime a leer el poemario completo. Muchas gracias.



Querido Jorge:


Tu libro es extraordinario. Un poema completo, abierto. La intensidad se sostiene, afecta, converge conmoviendo y conmueve renovando la propia interioridad lectora. Compagina, de modo armonioso, un estro moderno con un cariz clásico, la poesía antigua y venerada de los griegos, la filosofía de los presocráticos, ahí sobre todo a mi modo de ver Píndaro, pero asimismo Heráclito, y claro Empédocles; y ello pespunteado por un movimiento ascendente rumbo a la actualidad, pasando por el siglo de oro, San Juan, Góngora, entroncando en Juan Ramón, y habiendo contado con Shakespeare, Darío, y cuántos más (aunque no demasiados: señal de respeto). Lo que más me atrae es el modo sistemático en que se sustenta, de cabo a rabo, y por detrás, en sus entresijos y tramas de la tela. Un libro fundamental.

                                                                                                                                    José Kozer

Un nudo en el tiempo


Celebrando la aparición en Brasil de la primera edición bilingüe de Un nudo en el tiempo, me dispongo a destacar unas cuantas claves que lo convierten en un título fundamental de la poesía actual escrita en castellano y que estarán, imagino, entre las razones que llevaron a Francisco dos Santos, un hombre preocupadísimo por la cultura, a colocarlo en el catálogo de Lumme editor, que es sinónimo de esmero en todos los sentidos. Mi relativo desconocimiento del idioma portugués me impide apreciar con hondura la labor de Ronald Polito, quien ha realizado la traducción, pero no así suponer que su trabajo fue arduo por tratarse de un texto tan especial.

Mencionado el importante papel de editor y traductor, me limitaré a decir mis pareceres en torno a los méritos y curiosidades de este gran poema ―todo el libro es uno― , y a cómo su autor, el poeta y arquitecto cubano Jorge Tamargo, ajusta aquí perfectamente el instrumento a su cometido, y la claridad y austeridad del lenguaje al estricto nivel de la poesía.

Lo primero que diré es que este libro me recuerda a esa terca oveja que abandona el rebaño y bala sola, un poco más allá, y cuyo balido es diferente y reconocible. Y ello porque desdice aquello que llamaba Johnson “dicción poética”, esa tendencia a las palabras depuradas de las contaminaciones del uso cotidiano o la aplicación a ciertos modos de decir poéticos que son como las modas, duran un momento: veinte años, decía Eliot.

Un nudo en el tiempo ata inspiraciones de muy diversa índole que parten, lógicamente, de unas vivencias y un estado de ánimo concreto, pero que alcanzan una enorme dimensión artística porque han sido medidas con la exacta plomada del poeta-arquitecto. El modo de decir no es, por tanto, de nuestro tiempo ni de ningún otro tiempo pasado aunque tenga en él metidas las raíces. De ello ha dado cuenta el poeta José Kozer, al decir de este libro: “Compagina, de modo armonioso, un estro moderno con un cariz clásico, la poesía antigua y venerada de los griegos, la filosofía de los presocráticos, ahí sobre todo a mi modo de ver Píndaro, pero asimismo Heráclito, y claro Empédocles; y ello pespunteado por un movimiento ascendente rumbo a la actualidad, pasando por el Siglo de Oro, San Juan, Góngora, entroncando en Juan Ramón, y habiendo contado con Shakespeare, Darío, y cuantos más (aunque no demasiados: señal de respeto).” Habría que añadir, o al menos así lo siento yo, la impronta de José Lezama Lima en un aspecto esencial de la creación. No me refiero a la herencia estilística sino más bien a la preponderancia de la imagen sobre cualquier otro elemento del poema. Aquí se entiende la imagen como fuente de conocimiento, pero también como emoción y hallazgo. No puede ser de otra manera. En poesía, la conceptualización pura es peligrosa porque suele trabajar con imágenes gastadas y repetir absurdamente lo dicho por otros. La imagen, por su parte, es el fundamento de la realidad al que solo puede accederse mediante lo poético:

“no quiero más compaña frente a la imagen, 
en este nudo de amor que me regalan, 
que la seleccionada en la memoria y validada en sueños, 
después de haber digerido, ruido al margen, 
las nueces de mi tiempo.”

Lo que a mí, particularmente, más me apasiona del libro es tal consecución: expresar la visión poética, otorgar razón a esa suerte de hechizo que no es razonable. Cuando Dante accede al paraíso terrenal sin la guía de Virgilio, se da cuenta de que todo debe asentarse en la memoria y el lenguaje, y de que la función de la imaginación no solo descansa en la fantasía. Un nudo en el tiempo es, como la Divina Comedia, una restitución de la hacienda paradisíaca en su pureza. Por supuesto que no hablo de pulcritud. Eso es.

Es un libro lleno de versos y pasajes hermosos. Deja ver, como si nada, que la experiencia de un solo hombre lleva a cuestas toda la historia de los hombres. Jorge Tamargo la reconoce en las propias vivencias y encuentra sus metáforas en los orígenes. Esto no es solo un carísimo acto de cultura, sino también de invención poética y de comparación literaria al fin y al cabo. También es destacable lo que pasa con el pensamiento. Asoman, aunque no invaden, esa pléyade de filósofos que no han hecho otra cosa que ordenar los saberes y los sentires de los hombres y también, como si nada, todo ello se vuelve imagen.

Por último, nada es inmutable en este libro. Todo en él es devenir, progresión, ―incluso en términos dramáticos y narrativos― un exquisito diálogo poético entre el pasado y el porvenir, lo propio y lo ajeno, la razón y la fe, el amor y la precariedad, la resonancia y su sentido. Es un libro erguido como un asta en medio de la poesía actual, del abismo que abre tanto lenguaje apilado al margen de la imagen.

“Los feudos de la imagen se gestionan 
con el aliento unánime de sus Señores 
y su también unánime inteligencia, musicados ambos 
sobre el invisible terraceo de las cuestas, 
en partituras que miran, como en Nazca, al cielo.”

                                                                                                          Luis Enrique Valdés Duarte


Último acto del poemario


                                          Todo lo que se puede imaginar gravita. Lezama


Un drone blanco, que hace días reconoce el terreno,
posa por primera vez en mi nuevo patio.
Mis bueyes ni se inmutan. El aparato tiembla
como en orgasmo arácnido, y luego detiene sus motores
como tosiendo acelerado, acaso gimiendo
en el lenguaje de las máquinas.
No me acerco, el mediodía hace mucho me aletarga,
pero noto que en sus delgadas patitas
trae barro negro, no como este que piso, pardo.
¿De dónde viene? ¿Ha mutado el moscardón
hacia un cacharro mudo, diurno,
con uñas contaminadas?
…Nada más ocurre hasta la noche, pero en ella,
el amable zumbido del insecto-madre no se escucha
y las mosquitas de su corte parecen relajadas.
Es noche de otras bestias ésta.
Cuando enciendo la hoguera, el falso drone enciende,
abre sus mandíbulas de acero, la cremallera de su bodega.
Entonces la tripulación se hace visible,
sale y se acerca al fuego. Todos animales,
pero ninguno deforme, raro,
ninguno que deba volar anda, que deba andar repta,
que deba nadar vuela. Eso sí, elegantísimos, alegres,
con un apetito insaciable, y un rasgo distintivo:
tienen los ojos de oro. Un gato egipcio, una marta persa,
un antílope griego, un mulo palestino, un jabalí checo,
un gallo ibérico y un caimán caribeño.
Parecen conocerse, venir del mismo sitio.
Los ojos áureos explican su excelente visión nocturna
y parecen ser un rasgo propio de su estirpe.
Yo callo. Noto que mirando avivan la hoguera
y cambian la apariencia al pelaje de mis bueyes.
No sólo se doran sus bandas más oscuras,
sino que parecen tejidas con poplín
sobre un basto lienzo de yute. Veo que se interesan
por mi vieja espada de palo, que observan
el horcón que apuntala mi tienda.
…Entonces me despierto y no doy crédito.
Todo lo que se puede imaginar gravita.
Allí están, en la cima de la verdad, la poética,
ignorándome ahora, que, bien espabilado
me les acerco y hablo… A mis bártulos:
empiezo con la escuadra y la plomada,
pero me detengo… ¡Coño, tienen realmente los ojos de oro!
¡Cuánto destacan en el jabalí negro! Mas
¿cómo caben en este aparato? ¿De dónde vienen,
qué tiempo atravesando?
Entonces vuelven, ya reales, todas las imágenes del viaje,
desde aquel redondel donde lidiaba antes
a esta hoguera lenta que no mengua. Vuelven ordenadas,
pero no hechas a una certitud esférica,
no puntas abultadas en los radios de una rueda,
sino cuentas de distinta factura, deslizándose
en la lacería de una misma cuerda: nudo gordiano
especialmente inmune al filo férreo.
…Un ruido me despierta al punto.
Todo lo que se puede imaginar gravita.
¿Qué fue? Sonaba a carcajada.
Y entonces me veo como repasando un sueño.
Yo, allí, rodeado de animales con los ojos áureos.
¿Qué hago allí, yo, con esas criaturas,
si estoy aquí conmigo? ¿Quién se ríe?
¿Y estos bueyes? ¡Coño, son ciertos!
Parecen cebras cosidas por mi madre
para un Belén real, maravilloso.
¿Debo poner fin a esta escalada,
quitar el horcón de la tienda, partirlo en dos
y apuntalarme los párpados?
…Eso hacía cuando desperté.
Todo lo que se puede imaginar gravita.
Me descubro triple, doblemente repetido en mis afueras,
desmontando una tienda a las orillas del fuego,
rodeado de animales con ojos dorados,
pendiente de una risa enorme
que parece venir de una colina.
…¿Qué haces en cueros, papá, con quién hablas?
¿Por qué tienes aquí tu araña disecada?
No sé si dormido o despierto, contesto (pregunto):
¿Esto mide el mundo, esto pesa?
Una imagen en tierra…
                                                       un nudo en el tiempo.


Ahora me toca invitarlos a que, si les ha parecido bien su muestra, adquieran el libro. Y ya no sólo porque también crean en él Francisco, Ronald, José y Luis, sino además, porque haciéndolo apoyarán la labor de Lumme, una editorial exquisita, pequeña pero ambiciosa en el mejor sentido de la palabra, que aun en los tiempos de crisis aguda que atraviesa medio mundo, especialmente Brasil, sigue apostando por la poesía, sigue trabajando por la cultura contra viento y marea. Lumme y Francisco tienen el cielo ganado, pero podrán seguir trabajando en la tierra si reconocemos y apoyamos su trabajo. Gracias de nuevo.

Si desean adquirir el libro, pueden solicitarlo al siguiente correo electrónico:

vendas@lummeeditor.com