lunes, 3 de abril de 2017

NO ECHÉIS PIEDRAS A LA FUENTE





Debe ser que el proyecto maquinal que se nos viene encima, parte de un concienzudo barrido de cualquier escurridura no matemática que pueda erotizar nuestra memoria. Debe ser, porque de otra manera, no se entiende que el Sumo Proyectista (¿don Dinero?; no creo que podamos implicar también en esto al viejo Dios mesopotámico) ponga en manos de los técnicos hasta el último detalle de su obra.

El caso es que el pasado enero tuve que dedicar una nota al alegre diseñador de un robot-poeta; y apenas tres meses después, me topo en la radio, en una emisora queridísima, por cierto, con otro de estos iluminados hablando de sonificación. Sí, como lo leen: sonificación, así, con ese a la cabeza; esto es, y simplificando mucho: el arte de convertir datos no sonantes, o al menos no audibles por nosotros, en sonidos... y en música, porque el profesor de la Universidad de Zaragoza, José Ramón Beltrán, no sólo dijo una serie de tonterías sobre la sonificación que no pretende arribar a la música, sino que se centró en la que sí lo hace. Claro, la ciencia experimental tiene el mismo problema que los alopécicos: no saben dónde parar cuando se lavan la cara.

¿Dónde parar? ¿Alguien imagina cómo podríamos introducir las nociones de prudencia y sosiego en las mentes de estas irresponsables criaturas?

Tendrían que haberlo escuchado. Resulta que este hombre, y con él los periodistas que conducen el programa Longitud de Onda, de Radio Clásica, ven en la sonificación la herramienta perfecta para que, maquinalmente, se conviertan en música las catedrales, el cuerpo de los animales… no sé, cualquier fenómeno físico-químico no audible. ¿Y esto, cómo? Ah, según el ingeniero Beltrán, es muy fácil. El proceso tiene tres fases:

     1. consulta con un experto en la materia que se quiere sonificar (un arquitecto, un biólogo, un bioquímico, un especialista al fin y al cabo) que seguramente, y como buen especialista, no sabrá nada de música, y muy poco de cualquier otra cosa; para que explique al ingeniero, que no sabe un comino, ni de música, ni de aquello que pretende sonificar, cuáles son las potencias musicales de su objeto de deseo. 

2. trabajo en el ordenador para, a través de un programa informático, llevar a notas musicales más o menos relacionadas entre sí, los entresijos del asunto explicado (qué peligro) por el especialista. Y finalmente, agárrense bien,

3. intervención de un músico que dé sentido (sentido musical, por supuesto) al galimatías que sale del ordenador, o sea, que en lugar de componer música partiendo directamente del modelo, lo haga a partir del lío sonoro que escupen el técnico y su máquina.      

Todos los que ya se estén riendo a carcajadas están disculpados. Resulta que el trío integrado por el especialista, el informático y el músico-edecán, con la siempre inestimable ayuda de la máquina, serán los futuros compositores de piezas que traduzcan a música fenómenos no audibles para los seres humanos. Se trata, simplemente, de sustituir la composición inspirada por la maquinal. ¿Por qué? ¿Para qué? Ah… quien pueda saberlo o suponerlo, por favor, que me lo explique. Les doy el enlace preciso por si quieren escuchar el referido programa. A ver si le encuentran algún sentido al trabajo del ingeniero Beltrán. Los invito a detenerse, sobre todo, a partir del minuto 30 de la grabación.

http://www.rtve.es/alacarta/audios/longitud-de-onda/longitud-onda-sonificacion-27-03-17/3958408/

Porque eso de sonificar las nanopartículas o los pilares de átomos, cosas que escapan a nuestra natural capacidad sensorial, no sé, puede que tenga alguna utilidad científica, pero ¿sonificar un edificio? Ay, Dios… Ahora mismo escucho Recuerdos de La Alambra, de Francisco Tárrega, interpretado por Francisco Yepes, y claro, no puedo concebir aquel magnífico conjunto arquitectónico reducido a una suerte de beltraneja musical.

Podemos reírnos, sí, de primeras, qué íbamos a hacer si no; pero la cosa preocupa, y mucho. Porque como dijo Esquilo en Los suplicantes: El arrastre no respeta los rizos. Esta gente es el producto de la ignorancia sembrada en dos siglos de positivismo barato, de connivencia entre el ingenio y el dinero. No se pueden sujetar. No saben ni quieren aprender a hacerlo. Si no tomamos medidas al respecto, arrastrarán todo lo que encuentren a su paso; hasta la música, posiblemente el rizo más sublime que guardamos del ángel caído en las calderas de la locomotora de vapor, esa que pretende intimidarnos a fotutazo limpio. Así que debemos reírnos, también, en su cara. Que sepan que no a todos nos cuelan estas estupideces.

No digo que la llamada sonificación carezca de utilidad en determinados campos. Puede que nos ayude en procesos donde la conversión a sonidos de datos que normalmente se representan de manera visual o numérica, aporte ventajas a la hora de interpretarlos, usarlos, o incluso almacenarlos. Esta disciplina pudiera ser de gran utilidad, (dicen y lo creo) en la medicina, la astrofísica, o en cualquier otra rama científica. Y por qué no, también pudiera serlo en el terreno artístico, incluso en el musical; pero por favor, siempre que no vulgarice lo que el hombre ha hecho, hace, y esperemos que haga mientras exista, mejor que ninguna máquina: dar oportuna forma al más fino producto de su imaginación.

Todos sabemos, o debíamos saber, que una catedral puede contener y casi siempre contiene su propia música, como su propia poesía, su propia secuencia fotográfica, su película… Las catedrales fueron concebidas con medios que la arquitectura comparte con otras disciplinas artísticas, también con la música: estructura, ritmo, armonía, adornos, proporciones, tempo… en resumen, recursos para in-formar, o sea, ordenar y presentar ordenadas, las magnitudes con que se trabaja en pos del equilibrio, o de su nervioso escudero: el desequilibrio controlado. La poética que late en cualquier obra de arte es susceptible de ser traducida a varios lenguajes. Pero esto sólo lo puede hacer el hombre, jamás la máquina, ni siquiera apoyada en el delirio de los idiotas. Decía Valéry: Sin duda el ojo de un perro ve los astros, pero el ser del perro no da ningún curso a esa visión. Eso es. El curso de la visión, sea ésta más o menos racional, más o menos alucinada, siempre compete al hombre. ¿Por qué entonces deponer nuestra competencia a favor de un medio incompetente que nosotros mismos creamos? ¿Por qué confiar a un aparato la génesis de lo que sólo nosotros podemos hacer con solvencia; si además, y como es lógico, debemos ejercer en todo momento su tutela? Porque lo cierto es que debemos instruirlo, darle la orden, las coordenadas; vigilarlo durante el proceso, y finalmente corregir su trabajo. ¿Qué sentido tiene esto? ¿Es ya la máquina en sí, el fin último de todas nuestras inquietudes?

Incluso un integrista del positivismo como Bertrand Russell, se dio cuenta de que hasta en el reino más puramente lógico es la lucidez la primera en llegar a lo nuevo. Lucidez entendida, no como la perenne y cansina capacidad de razonar, sino como el prodigioso instante en que la intuición ilumina la idea. ¿Y qué tiene que ver en esto la matemática? Los genes dominantes de toda idea potente que conduzca a un verdadero novum, deben más a la ráfaga luminosa que al baño de luz que enfría el continuo de la razón. ¿Alguien imagina una máquina dotada para el trance místico? Sí, claro, la imaginan estos ingenieros. Tal vez cuando se pueda comprobar la capacidad actual de su sueño, no existan árbitros capaces de hacerlo. Tal vez ni las catedrales ni la música tengan entonces clientes con la pústula madura para el lúcido alboroto.

¿Quién cogió fruto que sembrase en piedra?, se preguntaba Baltasar del Alcázar aludiendo al amor, para prevenirnos después de que, sembrada en piedra, aunque la planta con regalo medra, / da la espiga sin grano. Esto de la sonificación aplicada para convertir maquinalmente en música la obra visual de la naturaleza y el arte, confiando a un aparato el proceso creador, (supongamos que fuera posible, que la máquina no precisara de un ingeniero, ni éste a su vez de un especialista y un músico) es como sembrar en piedra. En la actualidad lo es por inútil (ya ven cómo Beltrán necesita muletas para obtener algo que justifique su majadería); y bajo cualquier otra circunstancia futura lo sería, además, por inconveniente. Porque el fruto de la piedra es siempre pétreo, y puede que a la postre no sepamos qué hacer con él. Puede que con su peso a cuestas nos aturdamos todavía más y obviemos todos los avisos. ¿Estamos a tiempo de evitarlo? Si así lo creemos, contestemos la obra de estos majaderos con puro sentido común; repitamos en voz alta el famoso acusmata pitagórico: No echéis piedras a la fuente… necios, añadiría yo.


      

6 comentarios:

  1. Qué buen amanecer, Jorge. Siempre ese irónico trazo, esa impertinencia mordaz e inteligente nos sorprende en tus escritos. Buen día.
    Sonia

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  2. Ah, gracias, amiga. Y tú qué puntual y generosa. Buen día. Mi abrazo

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  3. Yo creo en la sonificacion, Jorge, de hecho, la segunda parte de la novela que nos ocupa habla de ello, y creo firmemente, desconocia esos trabajos que mencionas y no sé lo que persiguen, pero soy una criatura estupida y cuantica. Besos.

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    1. Yo también creo en eso, amiga. Pero cada cosa tiene su ámbito lógico. Sacarla de él es muy arriesgado, sobre todo, cuando se pretende usurpar al hombre lo único innegociable: la imaginación. Por favor, ¿estúpida tú? Sabías que no aceptaría tal adjetivo para calificarte bajo ningún concepto. Ya quisieran muchos ser así de estúpidos. Tú eres una artista. Ponte los apellidos que quieras, menos ése, claro. Un besote. Soníficalo si quieres, pero tenlo.

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  4. Hermano querido: Excelente entrada. Te agradezco tan buenas lecturas matutinas en estos tiempos en que la estupidez campea. Efectivamente, la sonificación será utilísima al hombre, como bien dices, pero todo lo que ha dicho mi primo el zaragozano es para mear y no echar gota. Yo me he reído muchísimo. Ríete tú también, eso no tiene recorrido. No obstante, eso pensaba del reguetón y mira por donde vamos. Un abrazo fuerte, mientras escucho "Ante El Escorial" de Lecuona. Jajaja.

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    1. Río contigo, hermano. Gracias por leer y comentar. Te abrazo

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