martes, 17 de octubre de 2017

TODO DESHARRAPADO TIENE UN BLASÓN RECÓNDITO



                                                                                       Fotografía de WORLD PRESS PHOTO



Amigos, me retiro hasta el próximo enero. Como cada fin de año, me aparto para vérmelas cara a cara con la creación literaria, especialmente con la poesía. Esta vez me despido con un acto (el XV) de uno de mis poemas. No sé por qué fui a dar con este trozo del que escribí a finales de 2014, (hace tiempo que escribo uno extenso al año, no más) en el que recreo el período inicial de mi relación con Marisela, convivido con éxito en La Habana de los ochenta, a pesar de las circunstancias tan adversas que allí operaban. Las últimas semanas han sido muy duras también en España. Quizás por eso, no sé… Buen fin de año para todos. Espero que las cosas se recompongan. Espero que, pase lo que pase, pueda regresar al sitio donde, quizás, algunos de vosotros perseveréis con ganas de lectura. Os abrazo.               



 XV. Todo desharrapado tiene un blasón recóndito


… casi todo parece hermoso
si no empantana en el guion del noticiero,
ni participa la jerga de los tribunos.
La televisión, en cautelar pausa. Proyectamos
y esperamos el oportuno cambio de vía, incluso
ofrecemos un altanero segmento de horizonte
al pacato guardagujas, (que declina)
pero las mañanas arrancan a diario
con sus bujías nuevas. Chisporrotean.
Compramos al menudeo un tiempo rebajado
donde olvidar el precio de la chispa. Cómo abrasa. 
El sexo a los veinticinco no necesita antenas. 
Crea sus propias ondas, y en el inframundo
repara, también, los desmanes capitolinos.
En la isotrópica burbuja nos amamos.
Prescindimos encantados del champán.
Las pompas, indolentes, emergen de la cama,
rebotan en un domus-planetario, donde la familia,
los amigos y el arte, titilan. Rodamos.
Y además en círculos. Y además
absortos, cayendo al centro. Atletas.
Felizmente dopados nos preparamos
en un impasse travestido (qué pestañas)
con la espoleta nerviosa sin embargo, a punto
para la puesta en escena de todo lo que se enredó
(una vez más) a la pata coja de la historia.
Cojea la pronta, pero dará con nosotros.
Lo intuimos. Lo sabemos. Lo olvidamos.
Los amantes gozan la ingenuidad que merecen,
valen la desmemoria con que la protegen.
Merecimos apenas un lustro, pero
cómo resbalaron en él los avisos
para ovillarse en tus ingles… No me llegan.
O sí, pero no atiendo. El carnero
cabecea cada noche en su jaulón de hierro,
el caballo patea el cuenco donde beben los patos,
la perra (re) corre el perímetro de la parcela
con sospechosa disciplina, como hecha
a unos rieles de azufre que trazara un fauno
en los lindes de su lascivia. Te poseo.
Las deseadas luces de Bengala no iluminan, retumban.
Parecen señales para los rateros. Las masas
fumigan contra las pupas de mariposa lila,
(toda multitud es enajenada) y cosechan
otras, rojinegras, en comunales abrojos. Te amo.
Los libros nos sonrojan en los entreactos
de la danzada misa. Seguimos… Seguimos…
La madrugada extiende, entre cóctel y café,
una sordera inmune al puntual kikirikí. 
Es nuestro lustro áureo. Todo desharrapado
tiene un blasón recóndito, y con un cuchillo sordo
cortó la cabeza a un gallo.