Penúltima espira


PRESENTACIÓN:

... lógico que comience por la afirmación del concepto y de la realidad llamada “Padre”, la primera parte del libro. 27 poemas que agotan la metafísica de esa paternidad como chispa ontológica, como realidad vivida y como aire sólido para alentar la historia posterior como principio generativo. No es una broma todo esto, y está aquí hilado por una visión que se esclarece ya en el primer poema: porque se trata de “un sino eslabonado”, afirma. Es decir, algo irremediable, algo que el poeta convierte en vastedad humana. Y entonces los poemas se ensamblan unos con otros, y a esto llamo libro precisamente, para hacer el recuento biológico y la prueba de la belleza. Cuando en la mitad de esta primera parte la línea curva, la espira, ha dado ya muchas vueltas alejándose del punto inicial –el quid de todas las dependencias–, el poeta endereza la visión para concluir que todo, todo es un accidente de viaje. “¿Un accidente?”, se pregunta. Sí, un accidente que palpa “las espaldas al tiempo” y que le sitúa en lo que Aristóteles llamaba sin trascendencias un lugar visible para el hombre.

Esta visibilidad, precisamente, da la entrada a la segunda parte de este libro que Jorge Tamargo titula “En el jardín”, y que subtitula “Tierra”. Es decir, se antepone el principio concreto al universal impensable. ¿Y qué hay en ese jardín? Pues todas las gracias del edén y todas las desgracias de la tierra, de la espira temporal del hombre en torno a un punto que no cesa. Esta parte es de hallazgos porque hay un gran reto magistral: lo que él llama “desairar al tiempo”. Esto es, aligerar la ontología de los seres, tan constante en la primera parte, arrepentirse inútilmente de la trascendencia con las cosas (...) A veces, muchas veces, la herida del tiempo va más allá de las maravillas concretas. El paisaje terrestre se convierte en pedagogía, en cargamento airoso, en columna secular. Como el recorte de la iglesia de su pueblo confundiendo los ojos: “…mírala bien, hijo./ ¿Pudo Dios imaginar algo más bello/ para herir dulcemente el horizonte?”. En fin, que la espira sigue girando y girando y el hombre no hace otra cosa que callar ante sus propias “limitaciones”.

La tercera y última parte, que titula “Reverencia” y que completa esa trilogía de la palabra esencial, lleva por subtítulo el de “Digo compañera”. (...) Y uno se topa aquí con la espira más explícita: la que bordea el vacío y lo hace saltar por los aires porque… “porque has llegado tú”. Y de aquí que se trate siempre de la penúltima espira. Es decir, del anclaje del ser en su lugar último, en su definitiva expresión, pero pendiente siempre de esa alteridad gozosa que pierde pasado y futuro, porque el presente adjudica todos los peldaños de la realidad. Por eso dice el poeta en su penúltimo poema: “Yo diré lo que tú y añadiré/ contigo”. Todas las cosas, todas las palabras, todo el sexo en ristre, toda la mundanidad sonora, todas las plenitudes y todos los precipicios. Sí, todo, pero contigo y como epitalamio del héroe humano ante la única moralidad posible: la que descansa en la amada como historia verosímil, como madre universal y generativa del vacío y del todo, como actividad de la penúltima espira...


                                                                                                                           Antonio Piedra




                                                                                                              
SELECCIÓN DE POEMAS



… queda la belleza,
ese credo capaz de quebrantar
la insolente solidez de las dudas
que indefinen lo que se presume veraz.
Si hay una salida en la vida revelada
está en lo bello:
el único atributo no grosero
de todo cuanto acaba.



… eres hijo un regalo
que me hice en la edad de la inocencia.
Te traje al camino como jugando,
sin conocer la gravedad de sus desvíos.
¿Albacea, delfín, amigo…?
Te enrolé en esta aventura
sin saber lo que hacía, alentado
por fuerzas de huidizo rastro.
Y acerté.
Eres la clave efímera
del arco eterno
todavía.



… iba en la punta de una estrella exploradora
masticando mañanas, escupiendo atardeceres.
Iba escalando meridianos, devorando hálitos,
retando sombras…
Iba a una velocidad imprecisa, con un peso inexacto,
a una distancia desconocida de mí…
Así fui
hacia no sé dónde, no sé a qué,
hasta sí sé cuándo.
Todo cambió con una cura de equilibrio
en el kilómetro cuarenta de los años.



… qué ganas hijo de contarte lo aprendido.
Y qué poco alcanzaré a decir con voz de vivo.
Lo diré todo, verás, por boca tuya
con voz de muerto.
Al dictado de tu abuelo
escribo.



… compañera, eres un regalo
que me hice en la edad de la inocencia,
cuando el saber, larvario,
yacía bajo el instinto.
Entonces tu olor a hembra y tu duende
se me hicieron horizonte
con la insolencia propia de los amaneceres.
Qué poco sabía entonces y qué sabio era.
Te adiviné entre tantas,
compañera.



… trascender qué, para qué, a qué precio.
¿Trascender la materia para pender de la idea
al altísimo precio de la fe?
Sé que no trascenderé
más que en la memoria que me tocó incubar,
que trascenderé —cómo evitarlo—
sin que un haz de luz atraviese mi sudario.
Para qué. No lo sé.
A qué precio.
Al de no saber
para qué.



… me inquieta no ser
sólo por dejar de ser algo conocido.
Cómo no ser no me preocupa en lo absoluto,
lo considero un supuesto pretencioso.
En la memoria suspendidos,
al morir testamos la pesada carga del Yo
sin poder renunciar a nada más.
Cuando somos o hemos sido
es que fuimos desde siempre
y seremos para siempre
—siendo—
un mero vehículo del ser.
El ser
—como la energía—
ni se crea ni se destruye,
fluye.



... sobre la reseca tierra
que tanta uva pariera en el pasado
tus padres han plantado este jardín
y en él han plantado a la familia.
Las raíces de estos árboles
nos arman, nos fijan, son
la impronta de un impulso sedentario.
Más que flora en tierra confinada,
más que fauna contenida o convocada;
este jardín,
hijo,
es una tajada de memoria
que abre las piernas
al mañana.



… he venido a escucharos.
No paréis de trinar.
He venido desde los diez años
atravesando otros larguísimos treinta
para asistir a esta magnífica liturgia.
Vale la pena entornar la verde ventana:
no ver, no degustar, no palpar, no oler,
por mejor oír vuestra vitalísima orquesta.
Puedo escucharos de nuevo.
Sois vosotros, lo sé,
los sobrevivientes de aquellas cacerías,
los que supisteis reíros de mí.
Depongo cuatro sentidos,
pero vale la pena.
Trinen, trinen…
Canten.
He venido a escucharles,
a pedirles perdón.



… los manojos de sarmiento
y la leña de encina
parecen no temer al asador.
Se saben herederos de este sitio.
No hay fuego capaz de conculcar
su fibrosa dignidad.
Parecen reírse del césped,
de su extrema dependencia.
Parecen sentir pena por los árboles foráneos
que ignoran los veneros de esta tierra.
Parecen dirigirse a mí
y decir:
Nosotros bien sabemos
que todo esto es antinatural.
Tú, tu pomposo césped,
tus bonitos árboles
y tu odioso crematorio,
sois un pequeño escollo,
nada más.



… ¿ves la iglesia
con su encarado campanario,
aquélla donde no te bauticé?
Nos separan de ella unos trescientos metros
y otros trescientos años de vaga ilustración.
Pero mírala bien, hijo.
¿Pudo Dios imaginar algo más bello
para herir dulcemente el horizonte?



… cuando estábamos sembrando
tú me explicabas lo que debía hacer.
Querías hacer y no podías,
pero como siempre, estabas a mi lado
dirigiéndome, acompañándome.
Tú venías de cuidar otros jardines,
traías una ilusión propia de niños
que ni el cáncer pudo amilanar del todo.
Aquí me hablaste de labores y cuidos.
Aquí discutimos por última vez.
Aquí fuimos felices por última vez.
Aquí nos hicimos las últimas preguntas,
nos dimos las últimas respuestas:
Tú: ¿El próximo verano las veré florecer?
Yo: Vamos, viejo, no te pongas así.
Aquí te vi languidecer,
te aparté del suelo mientras pude.
Tú soñabas con otras realidades
pero moriste aquí.
Yo no sé si muriendo,
en gesto inescrutable, último,
me sembraste a mí.



… las amapolas siguen
su inalterable ritual:
Rojo sobre ocre,
rojo sobre verde,
rojo sobre lluvia,
sobre falta de lluvia,
sobre todo,
a pesar de todo:
Rojo.
Siguen jalonando los caminos
de primaveras frías,
alfombrando la entrada a venáticos veranos,
polinizando, monopolizando, amapolizando
viñedos moribundos.
Las amapolas desairan al tiempo
con la levedad y la firmeza de lo eterno,
de lo que fue/ es/ seguirá siendo.



… calla hombre, calla.
No pretendas describir esto
con tu pobre visión ensimismada.
Cierra tu cuaderno.
Ábrete
más, mucho más
humildemente.
No describas nada, calla.
La vida, ante todo,
ha de registrarse íntimamente,
ha de vivirse,
ha de saberse indescriptible
cuando es tanta.
Participa por una vez
sin pretender otra cosa.
Acepta tus limitaciones.
Eres uno más:
un simple invitado
a la fiesta de los fotones.
Te han definido
con su parpadeante buril.
Te han diferenciado de la rosa
para que puedas apreciarla.
Qué más.
Cierra tu cuaderno, calla.
¿No te parece mucho poder estar aquí?



… ¿has oído hablar de sexo sin amor?
No te extrañe mujer si en otra vida
intento evitarte por un tiempo.
Sólo podré tener sexo sin amor
en tus antípodas.
Lo probaré.
Pero mucho me temo
que resulte un viejo conocido,
que se trate de aquel impulso tísico
que superé contigo.




… siéntate aquí.
Hazme sentir
el peso de una madre,
el filo de una novia,
el temblor de una virgen,
el roce de una amiga,
el frío de una diosa,
el morbo de una puta…
Siéntate aquí.
Sólo tú puedes
convocar tales fantasmas
y tensar los hilos de mi lascivia.
No te preocupes.
Ninguna mujer es para mí
si no en tu rastro.
Siéntate aquí
con todas tus mujeres.
Cuando comiences a moverte,
sabré que eres tú
la que se mueve.




… desnúdate y mírame a la cara.
Verás cómo se desnuda contigo
el brillo de mis ojos.




… camino de un sueño tomé distancia.
Puse entre nosotros
un invierno con su frío,
una primavera con su luz dubitativa,
un trozo de vida con su miedo,
un océano de incertidumbres
con su punto de sal para el despido.
Entonces vi que más allá de ti,
las cosas tropezaban con las cosas
sin aparente sentido.




…llegué y me preguntaron hacia dónde iba.
No pude contestar esa pregunta, tú no estabas.
Después me preguntaron de dónde venía.
Les contesté que de ti, que te esperaba.
No hicieron más preguntas.
Me tomaron por loco.
Cómo tardabas.




… llegaste y el tiempo recuperó el interés
en distinguir de sus noches las mañanas.




… la distancia fue una mala broma
que aún llevo clavada en el olvido.




… hágase el vacío.
Nombremos las cosas nuevamente.
Di tierra, vida, sueño.
Di hijo, mar, vino.
Di aventura, temblor, miedo.
Di luz, horizonte, día.
Di noche, pecado, precipicio.
Di sexo, vicio, gozo.
Di hermano, padre, madre.
Di paisaje, pan, amigo.
Di lucha, di memoria, di alegría.
Yo diré lo que tú y añadiré
contigo.


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