martes, 21 de enero de 2020

PACIEL. PEDRADA PRODIGIOSA Y MUERTE EN EL COLUMPIO







Ante la extensa y variadísima obra de Rolando Paciel, no sé cómo aplicar aquel proverbio que dice: piedra que rueda no cría musgo. Porque ¿qué valor tiene el musgo artístico? El musgo-musgo vale para decorar belenes, para ahumar la malta con que se produce el güisqui, para hacer cataplasmas contra quemaduras y heridas; y también está en la turba, o sea, que sirve como combustible. Pero en el arte, ¿cuánto vale el musgo sobre el canto quieto? No lo sé. Sospecho que su precio se fija, generación tras generación, precisamente por los espíritus pétreos de turno: los amantes de la capa protectora y valedora (¿decorativa? / ¿lucrativa?), que para ellos adquiere la obra detenida en sí misma in aeternum. Parafraseando a Byron, me atrevo a decir que estos tasadores de la plusvalía musgosa se contraen ante la experimentación que pone en solfa sus argumentos, como un monarca ante la poesía.

En cualquier caso, la piedra de Paciel no es capaz de criar musgo porque rueda sin cesar. Comenzó su andadura en La Habana, hace medio siglo, y sigue rodando hoy día como si un niño soplara tempestades para impulsarla. A mí me ha barrido más de una vez. Más de una vez me ha levantado los pies del suelo para involucrarme (tras ella y por un período prodigioso) en las magníficas instantáneas que produce ese rodar sin término. Cuánto lo he agradecido, lo agradezco. Otras veces me ha esquivado, cómo no: Para la piedra que rueda y rueda... rueda y rueda porque en el rodar mismo encuentra la energía motivante; para ésa que debe tomar caminos muy distintos si no quiere detenerse, no todos los paisanos resultamos igual de atractivos en todas las ocasiones. Sin embargo, incluso cuando he salido indemne ante su posible cantazo, el Paciel rodante siempre me ha interesado. Por eso: porque no cría apático musgo, porque siempre genera ajetreo, roce, chispa…

Y ahora estoy aquí, en mi despacho, tratando de sostener durante el mayor tiempo posible el raro placer que me ha producido este nuevo impacto; imaginando cómo contarlo, cómo captar entre vosotros algunas piernas propensas al choque con los cantos rodantes, cómo invitaros a poneros en medio, a dejaros golpear; no golpear, sino acariciar por Paciel. Acariciar, digo bien. Porque de primeras pensé (perdonadme la confianza): «coño, qué clase de pedrada me ha dado este maricón», pero después me di cuenta de que esta vez el golpe no dejaba dolor, qué va, ni siquiera el dolor feliz que acarrea una sobredosis de inquietud. Esta vez, tras la violencia del impacto sobrevino enseguida una relajación que sólo puede regalar y regala la belleza cuando llega cargada de sí misma: belleza y punto.

¿Para qué más? ¿Es que hay más? ¿Debía detenerme, y sin añadir ninguna palabra a la noticia, limitarme a procurar que de alguna manera pudierais ver la serie completa? Puede que sí. Según Croce: el arte se disipa y muere cuando de la idealidad se extraen la reflexión y el juicio. Muere el arte en el artista que se vuelve un crítico de sí mismo, y muere también en el que mira o escucha, porque de arrobado contemplador del arte se transforma en observador penetrante de la vida. De acuerdo. ¿Por qué seguir entonces? «Chss…», podría estar silbando alguno de vosotros con el índice en los labios, no sin parte de razón, para que lo dejara aquí. Pero esperad, esperad… porque según Wilde: para el artista, la expresión es la única forma de comprender la vida. Para él, lo que no habla está muerto. Con esto también estoy de acuerdo. Y claro, si todo lo vivo, que en este contexto quiere decir todo lo que expresa algo, habla para el artista, que a su vez sólo lo comprende y comunica a través de la expresión: hablando, ¿acaso éste no agradecerá que expresemos con palabras, si es que podemos, lo que su obra nos ha dado, lo que ha dicho ante y para nosotros? ¿Y haciéndolo, acaso no podríamos provocar una reacción simpática en otros; esto es: ayudar a que lo que expresa el artista llegue a más gente? Quizás en lugar de «belleza y punto», en el párrafo anterior debí escribir: belleza parlante, punto y seguido… Además, a quién voy a engañar: más allá de lo que enrede alrededor de esto, me gusta hablar y escribir (también) sobre arte, en especial cuando una obra produce en mí un efecto tan… ¿sobrecogedor? Sí, sobrecogedor.            

Paciel hace tiempo que viene trabajando con la misma técnica, pero esta vez, como se dice vulgarmente, se ha salido del mapa. Las láminas que veis en el encabezamiento, y que veréis más y mejor si aceptáis mi proposición última, están realizadas con una técnica que no conozco porque el autor mantiene en secreto. No me preocupa demasiado ignorarla, lo confieso. Aquí la técnica, como en cualquier otra gran obra de arte, importa casi nada. Ni siquiera el asunto importa demasiado. Como se ha dicho tantas veces, en el arte es la forma lo determinante, porque es ella la que tiene capacidad de dar voz a cualquier sustancia (material o inmaterial), de expresar algo a su través, manipulándola, in-formándola. Y muchas veces la forma se expresa a sí misma. Y ni falta que hace otra cosa.

Pero como somos animales parlantes, y estamos inmersos en una tertulia milenaria que por fortuna no sabemos cerrar, ante una obra tan excelente como ésta de Paciel, es normal que, aunque callemos primero, después…

Qué energía, y la vez, qué delicadeza. Estas imágenes contienen el irrespeto activo de Occidente, moderado por el respeto pasivo de Oriente. Tal vez por eso, y por otras cosas que diré después, además de atemporales resultan universales. Es como si un aluvión de impacientes y caóticos cuantos imaginarios se aviniera a un orden totalizador que lo dota de armonía resolutiva. Resolutiva, sí, pero también capaz de deshacerse en cualquier momento. Qué tensión. Y qué equilibrio. Es como si Van Gogh y Hokusai hubiesen pactado un punto medio para abordar la abstracción que quizás intuyeron, y hubieran soplado a Paciel las claves de tal pacto. Van Gogh y Hokusai apuntando al expresionismo abstracto de Pollock, y también renunciando a la parte más individualista de su temperamento, para que la obra, cargada de una extensión y una duración tan humanas como divinas, dijera: «todo / siempre / ubicuo».

Qué giro el de Paciel en esta serie. Él, que ha trabajado muchas veces con un afán deconstructivista, aquí construye como un relojero. Si bien en otras ocasiones su imaginario ha rozado el escepticismo y el nihilismo propios de una visión postatómica, aquí se aferra a un plan casi agustiniano:¡Qué haya variedad en el vestido, pero no roturas!, decía el santo de Hipona. Cada lámina en sí misma es a la vez un evento resuelto (una suerte de minitodo) y una parte inseparable de la totalidad que la incluye trabándola con el resto. Estas láminas pudieran funcionar muy bien de manera aislada. Sin embargo, es bajo la disciplina de la serie donde mejor lo hacen. Porque aunque cada una de ellas exprese un submundo bastante, la serie completa recrea un arjé en el que tierra, aire, fuego, agua, logos y número quedan definitivamente encadenados. Todo. Uno. ¿Dios?... Y esto, tanto si nuestra imaginación flota en un medio estelar, como si se sumerge en otro celular, porque las imágenes tienen la capacidad de sugerir tanto visión telescópica como microscópica. Es más, sugieren ambas cosas a la vez.

Quería hacer estos breves apuntes, pero debo reconducirme a tiempo. Más allá de lo que os puedan sugerir estás láminas que, como cualquier obra de arte (recordad lo que escribí antes apoyándome en Wilde) expresan contenidos: hablan a través de la forma; más allá, digo, de su vertiente discursiva; por favor, disfrutad el magistral uso del color, el magistral uso de los medios tonos cuando no hay color, la perfecta combinación de masas y líneas, el equilibrio de la composición: la hermosura de los motivos, la solvencia de las mallas o tramas que los enlazan, la oportuna aparición de los vacíos… Disfrutad la delicadísima tensión que todo ello genera. Dejaos ir por un rato tras Paciel hacia la totalidad posible, que no podrá prosperar, no acabará de ser cierta, si no como agente y paciente de la belleza. Lo que no es bello, no puede ser verdad, decía (¿exageraba?) el romántico De Musset. Y yo me atrevo ahora contra el verismo barato recurrente en los últimos doscientos años: lo que no es bello, digo, necesita muletas para alzarse, constituirse; y cuando lo logra, necesita mayores muletas aún para no caerse, romperse. Las muletas para lo feo y lo roto las venden hoy (bien caras y envueltas en baba conceptual) muchos mal llamados críticos de arte a los artistas mediocres. No es el caso, claro que no. Ni me tengo por crítico de arte, ni vendo la baba al peso, ni Paciel compraría semejante cosa, ni esta serie suya necesita muleta alguna para empinarse hasta los mismísimos altares de la imaginación.  

Esta serie es arte grande. Ya lo veréis. Después de recibir una pedrada tal, una caricia tal, quizás estemos mejor preparados para prescindir del musgo-costra; para, a pesar de nuestro trasiego razonante, divertirnos llanamente con las cosas hermosas mientras estemos vivos; y para, como decía Verlaine (sin prisa, por favor): morir en el columpio.




Ved y gozad la serie completa pulsando el siguiente enlace:






miércoles, 8 de enero de 2020

ENTRE TORRES Y ESCOMBROS








Amigos, después de dos meses de parada, regreso a este espacio donde quiero imaginar que os encontraré de vez en cuando. Creedme que valoro muchísimo esa perspectiva: la de vuestra hipotética complicidad, quiero decir. Si un año más sucede que os propongo algunas pausas interesadas, esto es: que os demoréis aquí para cavilar y/o disfrutar a partir de un tema que, tanto para vosotros como para mí, merezca cavilación y/o prometa goce; si un año más, digo, damos juntos en la tecla buena, me seguiré considerando un afortunado. No os cuento. No es vuestro número lo que alimenta mi vilo. Es esa posible diana, que en cada uno de vosotros (uno a uno), y en mí mismo, vislumbro: la inquietud compartida.

Como cada año (uno más / ¿un regalo? / ¿hasta cuándo?), durante mi retiro fui capaz de escribir un poema largo y una novela corta. Regreso a mi cita con vosotros (contigo, lector-uno que espero no sé dónde, multiplicado por ti mismo) con el primer acto de ese poema recientísimo, que dediqué a Dante. Ojalá os guste (te guste). ¡Feliz 2020!




                                ENTRE TORRES Y ESCOMBROS


                                Como espigas de
                                piedra (hojas y flores ocultas, atentas al
                                campaneo en el umbral, todavía, de la
                                máquina-reloj) las torres laicas, también
                                vigías de feroz ventalle, irritan, empinan
                                el alzado frailuno de la delfín de Roma: la
                                nieta (una más) medio griega, medio
                                persa, medio fenicia, medio romana de
                                Ausonia. Florencia, quinto elemento dijo
                                el octavo Bonifacio. La Toscana rehija. Sus
                                caballis barban. Puede que intuyan
                                reencarnación. Vuelan sobrepujando la
                                chatura villana en pos de ciudad, de
                                nación, ¿de reino? ¿Reino de Dios, del
                                hijo de Dios? …A la nona de un día de
                                mayo, después de que tres veces trian-
                                gularan los argumentos (ah, el tres: raíz
                                de nueve, cómo trajina para indicar la
                                raja de la mazmorra) a los pies de Santa
                                Margarita (no tumba todavía de Bice
                                Portinari, que connacía; no hucha empu-
                                tecida por los guiris) el esperado descen-
                                diente de Cacciaguida (lo que dicta La
                                comedia, a misa): una criatura prognata,
                                fea, ¿epiléptica?; llegó para musicar el
                                Almagesto, en tanto se habilitaba la vía
                                copérnica. Llegó para renovar… (Todo
                                parto necesita audacia. Toda mañana es, en
                                cierta medida, insensata). Europa /
                                cristiandad / luz / resol / lengua… Dante.
                                Entre torres y escombros (demasiado Uberti /
                                Cerchi / Donati… demasiado Clemente /
                                Felipe) el nacido se acoge, se aferra al
                                viejo edicto de Caracalla… enroma. Roma,
                                pero primero Florencia; las calles oscuras,
                                escombradas de Florencia. Piedras más o
                                menos alemanas, más o menos italianas, que
                                suben y bajan los andamios al son de
                                Las Decretales, mientras en Francia con-
                                trolan (¡hélas!) las apuestas. Primero juego
                                y plaza. Y letra: letra sub ferula. Y or-
                                fandad. Y prima revelación: ah, Bice
                                (Beatriz), esa niña que sueña en la torre
                                vecina… Entre las torres, pasarelas. Bajo
                                las pasarelas prohibidas, piedras. Entre
                                las piedras amontonadas, sueños. …El
                                magnate puja. El noble resiste. El niño
                                sueña. A su manera. Es un florentino: ni
                                agua, ni fuego, ni aire, ni tierra. Sueña
                                en corto como florentino, a cubierto de
                                la materia; y en largo despierta como
                                romano (entiéndase hijo del mundo) como
                                cristiano (entiéndase hermano del hijo del
                                Padre) a cubierto de la intrascendencia, bajo
                                el manto real de todas las techumbres. …La
                                mano de Dios sale de las nubes. Pulsa
                                su forma mentis. ¡Gracia! ¡Hosanna! Le
                                asigna un alma entera: animal / intelectual /
                                divina; predispuesta a la areté: reza /
                                trabaja / combate. Tres operaciones del
                                alma. Tres actividades del hombre. Tres
                                caras tiene el demonio, que dopado
                                aparece en escena. ¿Gambito divino? Un
                                leopardo, un león y una loba, acechan
                                en los escombros. No van solos. No van
                                sueltos. Alguien que habla en latín los con-
                                trola. ¿Los controla? Los mantiene sujetos,
                                olisqueando en la escombrera. ¡Cuidado!
                                De casa de Folco sale Beatriz; de casa de
                                Alighiero, Dante. Nueve años tienen
                                ambos. Ambos bautizados en San Gio-
                                vanni. Ambos, soñadores de torre. Ambos
                                predestinados a imaginar una montaña
                                de seda, donde sólo había… ¡Zas! Beatriz:
                                luz / alcanfor / azagaya… hierofanía. Y él
                                (cadena perpetua) a combatir el taeduim
                                vitae calculando la geometría de un
                                beso. Cartilla. Cartilla. Recordad: letra
                                sub férula. ¿Niñez en el Medioevo?
                                Nueve años de estudio para lograr com-
                                prender el próximo encuentro, para que
                                la razón poética pueda cobrar su presa, y
                                de nuevo a la nona de un día de mayo, Beatriz
                                lo mire, ¡Dios!, lo salude. Letra. Letra ad-
                                ministrada por mendicantes. …El Panteón
                                de Agripa se ha convertido en iglesia, en
                                templo, quiero decir, de Cristo. Dante se
                                vierte a sí mismo por el óculo impuro que
                                Tomás acrisola en Paris, esa invención
                                carolingia que el Magno Alberto arrebata
                                a la barbarie noruega, a la avidez de Nemrod. …Ya
                                estaba el sol disparando el día. En los
                                salones de la historia, por sus ventanales
                                góticos, penetraba la bala sin afectar al
                                vidrio negociador de luz. La luz, esa luz
                                dilecta (ni cirio ni antorcha: pura helio-
                                descarga hecha por El Luminar con su máuser
                                preferida) impactaría… no impactaría, impactó,
                                en la sesera del niño: matemático Casandro
                                a quien fulmina el amor.