DIONISO
…al monte, al monte, donde espera
la plebe de mujeres
que han dejado telares y husos
aguijoneadas por Dioniso.
CORO
…invitando a las posesas
al monte, al monte. Y con placer,
como un potro que pace junto a su madre,
bacante, mueve tu pierna con rápido pie en las danzas.
Eurípides
(Las Bacantes)
…al monte, al monte, donde espera
la plebe de mujeres
que han dejado telares y husos
aguijoneadas por Dioniso.
CORO
…invitando a las posesas
al monte, al monte. Y con placer,
como un potro que pace junto a su madre,
bacante, mueve tu pierna con rápido pie en las danzas.
Eurípides
(Las Bacantes)
Hace unos días, en una red social,
y gracias al escritor Armando Valdés-Zamora, descubrí una estupenda bailarina.
Maura Morales, se llama. Desde entonces estuve disfrutando su obra en los
vídeos que se encuentran disponibles en Internet. Un portento esta mujer. De
veras distinta y especial (con lo difícil que resulta serlo hoy día en cualquier
campo) a lo que suelo ver en la danza contemporánea últimamente. ¿Cabe esperar algo
nuevo en esta disciplina, atravesado el voraz siglo XX? ¿Cabe esperarlo, aquí,
en el cuadrante noreste del mundo, en alguna actividad humana al margen de la
ciencia? Esperemos que sí. Pero lo nuevo en el arte, si dirigido al hombre (de
momento su único receptor posible) no puede serlo en su contra, y por tal razón,
tendrá necesariamente que anclarse en su memoria, para, desde ella, dar el engañoso
y definitivo salto: Nuevo, sí… más, mientras mayor resulte el diámetro del círculo:
fuente-cántaro-hombre-fuente.
Maura danza como una ménade. Antes
de comunicar (nos) algo, lo ofrenda. (¿A quién?) Lo que veo y siento cuando
baila, es primero una sustancia informe que no poseo ni puedo poseer ipso facto.
Se trata de un asunto muy suyo, que hago mío después, poco a poco, en la medida
en que me torno capaz de participar su rito. No es algo de ella para mí, sino
de ella para un alguien que nos trasciende a ambos, pero con quien puedo
también establecer un vínculo, sobre todo, si cuento con la eficaz mediación de
la artista. Aquí debo explicarme. A ver si lo logro. Permítanme dar un pequeño rodeo.
Puede que conservemos una memoria
genética, prehistórica, que nos convierta en portadores de unos estímulos insondables,
anteriores al tiempo divino, lineal y asimétrico que asumimos cuando nos
hicimos agricultores y ganaderos, sedentarios. Puede. Pero lo seguro del todo,
es que somos y obramos sujetos a una memoria histórica que apila ya diez mil
años de pasado, en cuyos albores el hombre se dio a un frenesí social que
desembocó en el surgimiento de las primeras células urbanas, donde se
estructuraron formalmente la mitología, la religión, el arte, la política, la
guerra…
En el Creciente Fértil, (zona
donde ocurrió la llamada revolución neolítica, muy vinculada al Mediterráneo y a
los ríos Nilo, Jordán, Eúfrates y Tigris) una vez superada la Edad de Oro, el hombre se dio
de bruces con la historia. Allí se generó la semilla común de lo que en
términos culturales llamaríamos después Oriente y Occidente. En nuestra cultura
occidental, que floreció más tarde alrededor del mar Egeo, el hombre concibió
un aparato mitológico que tuvo su crisol en el panteón griego. De un mundo
titánico, sujeto a un tiempo circular, machacón y ensimismado (prehistórico) se
pasó a otro divino, que ocurría en un tiempo avaro, lineal y escapista
(histórico). El hombre titánico, merced a la victoria de Zeus sobre Crono, y a
la complicidad de Prometeo, pasó a ser pánico: todavía en Arcadia y poco urgido
por asuntos temporales, pero después se hizo apolíneo, dionisiaco: avecindado en
la polis, inmerso de lleno en la historia y sujeto a su inclemente tiempo.
Fue Dioniso, último gran Dios
entre los griegos, extranjero de raíz oriental e hijo adoptivo de Pan, quien auspició
el cambio definitivo. Nos dice Jünger: “Dioniso representa la inversión, el
cambio del tiempo”. Y es que el hombre subido a la historia con su implacable reloj,
necesita darse unas higiénicas pausas para escapar a tan exigente sometimiento.
El culto a Dioniso propicia estos intervalos, más aún, los hace obligatorios.
La vida sin este dios resulta hueca, no reposta humanidad en sitio alguno, no
permite al vividor salirse de sí, de su insulso destino, ni siquiera un
instante. La fiesta es consustancial al hombre divino, y fuerza al tiempo a
conceder el impasse humano, la pausa evasiva y reparadora.
Las fiestas dionisiacas no se
celebran en la polis, sino en el bosque o las montañas, donde el devenir vuelve
a detenerse. Pan acecha, participa, negocia carnalmente con las Ménades: mujeres
que sirven a Dioniso liberadas de la cadena temporal, de la estricta función que
tienen asignada en ella. Las Ménades danzan bajo el designio divino, se dan a
portentosas orgías, infringen todas las reglas, incluso cometen asesinatos. Y
todo ello lo hacen poseídas por su dios, que permite (exige) la ilusoria, pero imprescindible,
liberación.
Digo que Maura danza como una
ménade, justo porque bailando consigue y ofrece la dicha liberación. Maura
baila ante nosotros para Dioniso, sin dudas. Y sólo cuando aceptamos rendirnos
ante el terrible pero necesario dios, logramos participar el evento: nos
liberamos a través de ella (vehículo), y en su arte (ofrenda) validamos el
éxtasis redentor.
Cuentan que la Duncan, considerada como la
madre de la danza contemporánea, una suerte de renovada musa pagana que bailó
en primicia el entonces emergente expresionismo, visitaba el Museo Británico de
Londres para extraer sustancia y forma “danzables” del imaginario que contiene
la cerámica griega. No sé si habrá encontrado en ella estímulo bastante para la
revolución que inició en la danza moderna, pero de allí salió feminista, poseída
por un nuevo daímon (como es lógico, nada manso ni convencional) y, en
consecuencia, con la túnica semiabierta, las piernas desnudas y los pies
descalzos.
Algo parecido sucedió con Martha
Graham. En pleno auge del expresionismo, incluso en sus postrimerías, esta
bailarina también se nutre de un espíritu pagano para contestar y trascender la
danza académica, representada todavía en aquellos momentos, casi en exclusiva y
a pesar de las pujantes vanguardias, por el ballet. Tanto en los asuntos como
en las formas, la Graham,
que cultiva con acierto la semilla de Isadora, se vale de Grecia; sobre todo en
su trayectoria de posguerra, cuando recrea varios mitos clásicos. Especialmente
relevante en este sentido resulta su obra Night Journey, donde retoma el mito de
Edipo muy centrada en la figura de Yocasta.
Pero ni en la Duncan ni en la Graham predomina, creo yo, un
impulso dionisiaco. Isadora busca en la naturaleza lo que Martha en las artes
de todo tipo. La una es pánica, la otra, apolínea. En mi opinión, es en la obra
radicalmente vanguardista de Mary Wigman donde lo dionisiaco asoma con gran
poderío para desarrollarse en todo su esplendor. La Wigman es capaz de bailar
la música atonal, de bailar sin música. Aquí lo narrativo carece de interés. La
gestualidad es honda, pero libertaria, y en algunas ocasiones raya en lo
satánico. La bailarina y coreógrafa incorpora elementos orientales, incluso máscaras,
recursos ambos de cariz báquico. En lo más integrista de su obra, se subvierte
del todo el orden establecido, se baila para satisfacer a un alma desinhibida
que apenas logra gobernar su cuerpo. Esta es la artista que baila a fondo el
expresionismo con su sobrecarga psicológica, emotiva y trágica, pero también el
fauvismo, el dadaísmo, el surrealismo. Su obra no sólo conecta con lo
dionisiaco, sino que a la vez parece aludir a un entorno órfico-pitagórico. En
mi opinión, Hexentanz (Danza de Brujas) es una de las obras más dionisiacas del
siglo XX. Aquí no hay fiesta, claro está, como no la hay en el grueso de la obra
de Wigman, pero sí alienación, y una total liberación frente a lo apolíneo. La
tragedia no es ajena a Dioniso. Todo lo contrario. Recuerden que este género, (y
el teatro griego al completo, para decir mejor) nace precisamente de su culto. Lo
dionisiaco puede resultar también muy trágico. Recuerden que, husmeando en una
bacanal, inducido por el propio dios, Penteo perdió la cabeza a manos de su
madre.
Justo en la línea conceptual incoada
por Wigman, aunque salvando las lógicas distancias, y entendiendo como imprescindible
su actualización, ubico yo la obra de Maura Morales en su doble faceta de
bailarina y coreógrafa. A diferencia de la artista alemana, Maura narra y baila
con música; sí, pero su relato danzante se aparta con claridad del canon
apolíneo en dirección al agon dionisiaco. Nada tiene que ver el tempo de Maura
con el de Wigman, nada tiene que ver el temperamento de la una con el de la
otra, son muy diferentes en tensión dramática y en lirismo (hablamos de una
artista moderna y otra postmoderna; la una, centroeuropea, la otra, caribeña) pero
lo común a ambas es el sino libertario.
La obra de Maura está marcada por
ese sino. Es muy distinta a otras igualmente vanguardistas. Compárese, por
ejemplo, con la de Milena Sidorova, la de Sol León junto a Paul Lightfoot en el
Nederlands Dans Theater, la de la compañía Liss Fain Dance; todas ellas de primerísima
calidad, que exploran con acierto diferentes géneros, incluso fusionándolos de
manera tan sorpresiva como exitosa, pero siempre con un talante sin dudas apolíneo,
por su preciosismo, por la suma afinación. Maura, que por suerte no cabe en la
escuela camagüeyana, cubana, (ella es de Camagüey, Cuba) ni tampoco calza con
exactitud en la actual Danza Urbana, domina todos los palos de su arte, pero además
tiene algo muy especial: sencillamente baila con perentoria y total libertad.
Libertad. Libertad…
Maura danza como una ménade, insisto. Tal vez por eso su obra me resulte tan atractiva. En ella todo conduce a la liberación, a la subversión del tiempo para el impasse humano. Ni la técnica (que la tiene, y mucha) ni la gravedad (que no puede evitar) ni el relato (en que suele apoyarse) ni siquiera la música (que es su perfecta coartada, pues tiene una musicalidad que apabulla) son aquí elementos esenciales. Lo esencial es el paréntesis libertario, donde el tiempo deja de ser pautado en el reloj, y el espacio pierde su fuerza determinante. Alienación, pero muy nuestra; entendida justo como higiénica parada para repostar humanidad. La obra de Maura permite a sus espectadores salirse de sí mismos, ser por un instante dios, ménade, sileno, enmascarado bufón; participar la nutritiva bacanal, y golpear con el tirso, una y otra vez, el cableado cerebro de las máquinas…. Échense al monte con ella. Véanla bailar.
CORO
Dioniso, Dioniso, no Tebas, manda en mí.
Eurípides
(obra citada)
Dioniso, Dioniso, no Tebas, manda en mí.
Eurípides
(obra citada)
Pulsen este enlace para ver un tráiler de “Ella”. Coreógrafa y bailarina: Maura Morales
https://www.youtube.com/watch?v=OIvQvqprAE4
https://www.youtube.com/watch?v=OIvQvqprAE4
También les dejo varios enlaces por si quieren ver algunos vídeos con trabajos (coreografía y/o danza) de Isadora Duncan, Martha Graham, Mary Wigman, Milena Sidorova, Sol León junto a Paul Lightfoot y Liss Fain Dance; ejemplos todos de lo que sobre ellas comenté en el texto
Duncan:
https://www.youtube.com/watch?v=Kq2GgIMM060
Graham:
https://www.youtube.com/watch?v=fFNsKeMbW20
Wigman:
https://www.youtube.com/watch?v=AtLSSuFlJ5c
Sidorova:
https://www.youtube.com/watch?v=JItkRLVlf-c
Sol León y Paul Lightfoot:
https://www.youtube.com/watch?v=tFEpyyAlvyg
Liss Fain Dance:
https://www.youtube.com/watch?v=wZRNEnXqu1M