EL APARTADERO




Las ratas obraban con especial afán. Roían y raían como endemoniadas, como si pretendieran derribar el techo. La última ocasión en que se habían conducido de tal forma, Bruno creyó que actuaban en venganza, debido a un ineficaz veneno que antes había mandado a colocar Laura bajo las tejas para eliminarlas. Hacía mucho tiempo que Bruno estaba al margen de los impulsos de su exmujer, de todos, también de los raticidas; pero sospechó que los roedores estaban enfadados por su causa. Se levantó de la cama, y aunque nunca lo hacía antes de desayunar, puso en marcha el ordenador y seleccionó a Bach interpretado por Maisky. Durante varios años de convivencia con las ratas, pudo comprobar que en lo musical preferían la obra para violonchelo del genio sajón. Creyó que tal vez el regalo las calmaría, les haría comprender su inocencia ante el presunto intento exterminador, y pondría de nuevo en valor su estoica transigencia…


AMOR, MUERTE Y LITERATURA

Bruno, un personaje solitario y estrambótico, divorciado de Laura, vive aislado en una parte de la casa familiar, que incluye una sala modesta y una enigmática biblioteca. Aquel hombre, que parece un erudito en su torre de cristal, extraño y asocial, se revela a la joven Rosario primero como un enigma. A medida que consigue recibir clases de él y comienza a tratarlo, se le va descubriendo como un ser excepcional que le provoca una irresistible seducción intelectual. Rosario, que no siente urgencias sexuales y menos por el mundo masculino, queda absorta al comprobar la profundidad asombrosa de aquel ser, que la enamora de una forma única, insólita, que conmoverá nuestros conceptos del amor y la amistad, el sexo y el erotismo. La joven, desde su portentosa madurez e inteligencia, quedará seducida por la imponente e irresistible potencia sexual que emana del intelecto y personalidad de aquel desvencijado profesor.

Entre conversaciones magníficas, llenas de lirismo y profundidad humana, de gran calidad literaria, corre la filosofía, la literatura, el amor y la muerte, de modo que el profesor que, en un principio, parece encarnar el mito de Pigmalión, será a su vez seducido, lentamente, por el poder salvador de aquella joven, que se enamora primero de su alma y luego de la intimidad de su biblioteca.

Bruno se va redondeando como personaje a través de los ojos de Rosario, de la simplicidad en la venganza de su ex y de un escritor que aparece en escena y que se propone narrar la increíble y apasionada historia, intelectual, moral, humana, sexual, que flota en la atmósfera de aquella biblioteca y de los personajes que le dan vida. Al entrar en contacto con Rosario y Bruno, aquel escritor primerizo se dará cuenta de que en ellos se encuentra la esencia de la literatura y de la vida. Se enamorará, infructuosamente de Rosario, contactará por carta con Bruno y, a partir de ese momento, el escritor se convertirá en un personaje más de la historia, que no es sino trasunto del verdadero autor. Entonces Bruno le dirá al propio escritor cómo debe escribir la novela. Desde ese momento se mezcla con maestría la propia obra con la acción que cuenta, desdoblando en un principio los dos planos para fundirlos después en un momento en que el escritor consigue una complicidad con la propia novela, con los personajes que en ella habitan y con el propio lector, a quien habla, consulta y finalmente, con quien construye e imagina el propio relato.

Jorge Tamargo (La Habana, 1962) reside y trabaja en Valladolid. Ha publicado once libros de poesía en España, México y Brasil. Ha escrito ensayos, artículos, cuentos y ha recibido diversos reconocimientos, entre ellos el Premio Fray Luis de León. El apartadero, publicada por Trifaldi, es su primera novela, enigmática y deslumbrante, profunda y sobrecogedora, con unos personajes muy poderosos y un estilo verdaderamente lírico y profundo. La acción en torno a una biblioteca, que es símbolo de la más honda intimidad del ser humano y de su construcción desde la cultura, ofrece el marco perfecto para que cuatro personajes poderosos nos ilustren, desde la buena literatura, sobre el individualismo y los problemas de nuestro tiempo. En menos de ciento cuarenta páginas llegaremos a mirar el mundo con ojos diferentes, a contemplar la muerte, el erotismo, la cultura y el dolor desde una elevación a la que solo nos podrá conducir el amor más puro.

Alberto Monterroso


JORGE QUERIDO: anoche terminé de leer tu EL APARTADERO, y de entrada te comento que me parece una novela (corta) de primera fila. El caso es que comencé con ella y enganchado seguía adelante mi lectura, inmerso en los personajes, los juegos de lenguaje muy sutiles, tales que apenas buscan desplegarse, más bien replegarse, riesgos a la vez en la manifestación expresiva y un juego muy tuyo y muy difícil de sostener (he ahí en parte el riesgo o los riesgos) entre una escritura que tiende al distanciamiento, a intelectualizar lo vivo y amado por el autor y de ahí pasa sin retenerse demasiado a un lenguaje otro y en apariencia opuesto (en el fondo no lo es) en que se dice y desdice con naturalidad casi que diría corriqueira, ligeramente desfachatado, ese así llamado lenguaje cotidiano, transparente, transparencia que crea en tu novela ambigüedad, complejidad, y una alternancia de voces que no son sólo las de los distintos personajes, Bruno en sus silencios y hondones, Rosario en su doble función de cuerpo y mente, incluso cuerpo en doble función en el sentido novelístico a repartirse entre Bruno y el narrador / autor. En fin, salgo (salí) de la lectura contento de haber transitado por su materialidad, su materia inasible, festiva y seria, culta y luminosamente normativa o común y corriente, amalgama y entreverado que llega a desear que la novela corta no sea tan corta y que continúe… y añadir que el párrafo final de la novela es de lo mejor que encuentro como remate a una obra, sea poema o sea prosa (ficción) en mucho tiempo.

José Kozer


Cuando mi amigo Jorge Tamargo me envió aquella primera copia de El apartadero, preguntándome si lo podía leer, debo reconocer que fui a ello con cierto prurito, conocía su obra poética, de un nivel muy alto, y quizás pensé: otro poeta que escribe novelas..., pero para mi sorpresa, y regocijo (lo reconozco), me encontré con una novela solvente, de personajes extraordinarios, un trasfondo de cultura y de técnica que convirtieron aquella novela breve en una lectura fascinante, en una historia llena de gavetas, puertas sorprendentes, estanterías donde no sólo se guardaba un tesoro de reminiscencias y transgresiones, intertextualidades múltiples que componían una vida que por cerrarse hacia fuera, se había hecho infinita hacia dentro. Si tuviera que recomendar una novela para que lean en agosto de este año raro, les diría que se pasen por Trifaldi, por Amazon, por La Casa del Libro, y busquen El apartadero, para que lo disfruten como hice yo. La economía de recursos, la síntesis, se vuelven defensores de un individualismo a ultranza, que la mayor parte del tiempo acaba convenciéndonos de su eficacia, hasta que el amor, en términos nada convencionales, aparece como otra plaga, de las muchas de ese mundo.

Sonia Díaz Corrales

 

Jorge, la novela me ha gustado mucho. Confieso que comencé a leer con un poco de miedo por aquello de un poeta narrando, pero el lenguaje narrativo es de una madurez y una picardía excelsas, dignas de un oficio narrativo muy decantado. Cuando iba por el primer cuarto me preocupó el narrador. Me parecía una pena que, con ese nivel de lenguaje, terminara siendo un narrador impropio, falso. Pero no, el narrador es un acierto que permite escapar al corsé de la perspectiva y mover el punto de vista con espectacular eficacia. Siendo un narrador en primera persona, puede acercarse o alejarse de lo narrado cuando quiere y como quiere. La historia es de una sutileza ejemplar, y para mí no hay virtud narrativa tan grande como lo sutil. El tipo de historia, su pulcro minimalismo y la intertextualidad sutil, que no deviene pedante cita de erudición, ponen la novela en una línea bastante frecuente en la narrativa publicada en los últimos tiempos por algunas grandes editoriales. Una prueba de cuánto me gustó la novela es que el final me molestó. Cuando una novela me agarra, siempre me molesta su final, quizás porque no quiero que se acabe…

José Fernández Pequeño

                                                                                                                                       (primera nota)

 

Si es una decisión personal, leo siempre por placer y eso me hace muy prejuicioso: antes de comenzar, agoto las pistas posibles que me garanticen o nieguen la posibilidad del disfrute. Así, cuando "El apartadero" se atravesó en mi camino, tuve una ardua sesión de prelectura pues el texto en Word me negaba las señales editoriales de rigor y apenas me dejaba muy subjetivas pistas de origen. Considerando que el autor, Jorge Tamargo, es un poeta con una larga trayectoria, los pronósticos no daban muchas esperanzas para alguien que, como yo, comulga poco con las narrativas construidas alrededor del culto a la palabra, aunque (me dije entonces) esto bien podía ser compensado por la fructífera trayectoria del autor en los afanes arquitectónicos, útiles (como también los cinematográficos) al construir entramados de voces y planos narrativos interconectados.

Y, debo confesarlo, el texto se apropió del lector que soy. "El apartadero" es una novela de foco maduro, desarrollada a través de una narración que preña cada detalle y cuaja un pequeño grupo de personajes memorables, no solo convincentes sino sobre todo vivos, contemporáneos con nuestras inquietudes y problemas. Ciertamente minimalista en su acercamiento a la realidad ficcional, la poesía que emana de la novela rebasa a las palabras y se alimenta del registro psicológico de esos personajes siempre auténticos, sobre todo en sus debilidades, manías y errores. En el accionar de un muy reducido número de personajes, en acciones más bien concentradas, "El apartadero" se (nos) plantea algunos de los asuntos más importantes en esta contemporaneidad nuestra repleta de gesticulaciones que amplifican las muletas tecnológicas: la soledad, el aislamiento, los valores de la verdadera erudición, el arte esencial frente al arte para ser aplaudido, el amor...

Ahora El apartadero es (a su manera mínima y concentrada) un bello libro que recorre los mundos de Amazon y, viéndolo así, con esas vestiduras de mostrarse, me explico por qué su original me produjo tanto impacto. Jorge Tamargo ha conseguido en su novela lo que, tras años de leer y escribir, he terminado por asumir como el latido más íntimo y veraz de la creación narrativa: la sutileza, que en este caso se despliega en elegancia, respeto por la inteligencia del lector y trascendencia humana.


José Fernández Pequeño

                                                                                                                                      (segunda nota)

 

Jorge Tamargo propone con su primera novela, El apartadero, una enigmática y deslumbrante, profunda y sobrecogedora historia, cuyo escenario se concreta en un espacio tan cerrado como asfixiante, un relato que protagonizan unos personajes de curiosas características que ejercerán un peculiar poder sobre los lectores.

Un cuidado tono lírico amplía y engrandece la brevedad de un argumento que irá proponiendo no menos curiosas y variadas reflexiones científicas, filosóficas o de una disposición y método comunes. El apartadero, un espacio reducido, alberga un garaje y el sótano, dos estancias para asegurar la integridad de la biblioteca, la más preciada propiedad del protagonista, Bruno, una vez que, de común acuerdo, y tras muchos años de insoportable convivencia se divorcia de Laura; será entonces cuando un Bruno solitario y estrambótico decide aislarse y sobrevivir con sus experimentos en el apartadero, una vez dividido el patrimonio común; convivirá la exclusiva compañía de las ratas que, siempre, han obrando con especial afán, royendo y rayendo como endemoniadas, porque Bruno siempre había sido consciente que actuaban en venganza frente a un ineficaz veneno que les había colocado Laura para eliminarlas.

Este hombre, que se siente un erudito en su torre de marfil, tan extraño como asocial, se muestra ante su vecina Rosario como un enigma, pero cuando la joven empieza su relación y recibe las primeras clases, ayudará y compartirá ensayos científicos, se deja aconsejar lecturas de la biblioteca, y entonces descubrirá que Bruno es alguien excepcional que le provoca una irresistible seducción intelectual porque la joven, desde su portentosa madurez e inteligencia, quedará seducida por la irresistible potencia sexual que emana del intelecto y de la personalidad de este destartalado profesor, porque el sexo para Rosario queda en un segundo plano, incluso cuando, de alguna manera, se vea asediada por un joven escritor, amante de la ex de Bruno, obsesionado por unos evidentes conceptos de amor y de amistad, que incluirían el sexo y el erotismo para a través de este acercamiento entrevistarse con Bruno, y sobre todo acceder a su enigmática biblioteca.

La novela, pese a su brevedad, avanza entre exposiciones y declaraciones de una calculada profundidad científica y didáctica, conversaciones cargadas de un lirismo expresivo sorprendente y una profundidad humana que se completa con un texto de calidad literaria que alterna con otros relacionados con la filosofía, la literatura, o los conceptos más humanos del amor y de la muerte, y así este personaje que recuerda a ese mito conocido de Pigmalión se convertirá en víctima y será seducido, lentamente, por el poder salvador de esa joven que se enamora primero de su alma, y luego de la intimidad de su biblioteca.

El narrador Tamargo nos mostrará a un Bruno que, como personaje, se irá moldeando con las continuadas presencias y actuaciones de Rosario, y aún más con las actitudes malignas que se convierten en esa venganza constante que llevará a cabo su ex y, todo se salvaguarda, con la inteligente aparición en escena de un joven escritor que, una vez conoce la situación, se propone narrar la increíble y apasionada historia de esos dos actores, Rosario y Bruno, desde una perspectiva intelectual, moral, humana, incluso desde un deseable deseo sexual que flota en la atmósfera de aquel extraño apartadero, y mucho más de la biblioteca, un espacio al que los personajes le otorgan vida.

El escritor, no debemos dejar de pensar en la voz del alter ego del propio Tamargo, percibirá que una vez se ha relacionado con Rosario y Bruno los va conociendo y desentrañando sus actitudes vitales porque en sus vidas se encuentra la esencia de la literatura, y por añadidura una buena novela. Se enamora, de manera incondicional, de Rosario, y pretende acercarse a Bruno a través de una carta y, a partir de ese momento, el escritor se convierte en un personaje más de la historia, mezclará su ficción con la vivida por Bruno, protagonista indiscutible, que le dirá al joven escritor cómo debe desarrollar y escribir su relato. La novela cobra fuerza desde ese momento, se mezcla con una habilidad singular la propia obra con la acción que se va desarrollando, y el lector percibe ese desdoblamiento en dos planos que más tarde, y a medida que avanza en su lectura, convergerán en uno cuando el escritor consiga esa ansiada complicidad con su propia historia, con los personajes que en ella habitan y con el propio lector, a quien a lo largo de sus páginas interpela, habla, consulta y, finalmente, con quien va construyendo e imaginando el propio relato que se titula, El apartadero, un original que formará parte de la nueva biblioteca, de un no menos brillante y enigmática joven.

Las ratas que desde siempre obraron con especial afán en el lugar, sobreviven a Bruno y su biblioteca, y cuando Laura ordena demoler el tejado del apartadero se comprobaría que habían logrado hacer una vigorosa colonia que subsistía sobre un mar de excrementos, y la pestilencia era insoportable, se encontraron más de cuarenta ejemplares adultos, vivían en una sociedad próspera y organizada sobre la cabeza de un tipo que se había aislado voluntariamente porque no encontraba acomodo entre sus semejantes hasta que había aparecido una joven, Rosario.

Pedro M. Domene


Leída la novela. Interesante el juego de esas dobles parejas en el entorno siempre amenazante de las ratas. “Ratas de biblioteca”, que aquí son más que una expresión. Tiene intensidad y no decae el interés. Buen planteamiento del problema creado, e intriga por saber cómo se resolverá. Hay un buen manejo y control de las situaciones y del avance del relato. El capítulo de la despedida del año en familia, como punto de reunión de todos los personajes, creo que es representativo de esto, y uno de los mejores, según mi opinión. Los personajes de Bruno y Rosario, como los fuertes, creo que están muy bien delineados, especialmente el primero, como epicentro en torno al que gira toda la historia. Me encantaron las citas de la Divina Comedia y de Shakespeare, colocadas muy oportunamente…  


Máximo Higuera

(editor / Trifaldi)



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