Hombre, si no te vuelves niño,
nunca entrarás a donde están los hijos de Dios: la puerta es demasiado pequeña.
A. Silesio
No conocía la obra de este hombre. Cuando vi la imagen de
su artefacto “habitacional” suspendido bajo las vigas de un puente, arrinconado
contra la gravedad y a cubierto frente a la lluvia, emulando la estrategia de las
golondrinas cuando anidan, quedé impactado: Primero reí con soltura, que ya es
algo que debo agradecer; luego me demoré observando el invento; y por último me
quedé razonándolo. Lo hice a ratos durante varios días. Sigo en ello… Busqué información
sobre su trabajo en Internet, y di con un tipo muy especial. Fernando Abellanas
es fontanero, diseñador, artesano, constructor, ¿arquitecto? Y todo lo que es,
lo es sin haber pasado por escuelas convencionales. Nadie resulta del todo autodidacta
en este mundo repleto de antecedentes y referencias, lo sé; nadie lo es en
puridad, si como él aprende de su entorno cultural y natural con tanta disciplina;
pero su nivel de autonomía en el aprendizaje me asombra dados los frutos que
obtiene. Qué envidia: poder prescindir de tediosos planes de estudios y de
profesores incapaces o pelmas, a base de intuición, esfuerzo y talento. Me
vienen de nuevo a la mente aquellos dos versos de la Dickinson: El
instinto recogió la llave / que la memoria se dejó en el suelo.
Pero este artefacto, ¿qué es?; ¿una obra de arquitectura,
acaso de ingeniería?; ¿una obra de arte inserta en ese género al que llaman Instalación?; ¿un prototipo (diseño
industrial) para su posible producción en serie?; ¿un panfleto discursivo?; ¿una
ocurrencia de tipo promocional?; ¿un simple divertimento…? ¿O es todo ello a la
vez en alguna medida? No sé bien por qué tengo que hacerme estas preguntas,
pero me las hago. Y quizás para respondérmelas con cierto orden, escribo esta
nota. A ver si haciéndolo logro validar mi curiosidad, despertando la vuestra.
No para dar con respuestas fiables, qué va, (creo que en este caso serían
ociosas, cuando no dañinas) sino para poner en valor y concelebrar lo que este
hombre hace, que en el fondo es, creo: invitarnos a jugar, desperezarnos; desperezarnos
del somnoliento impasse que nos provoca tanto mediocre titulado, tanta academia
escamada.
Pudiera tratarse de una obra de arquitectura epífita, adosada
a otra de ingeniería; una suerte de refugio vago, oportunista. Pero no, Abellanas
no lo construyó para vivir o trabajar en él. Y no creo que lo ponga a la venta. Los
mendigos constituyen el segmento nulo del mercado, no pudieran comprarlo. Él
podría donarlo, por qué no, pero ningún mendigo sería capaz de usarlo sin
exponerse a un riesgo considerable. El invento es casi inaccesible y cuelga a cinco
metros de altura. No lo encuentro habitable del todo. Además, el ruido, ahí, en
los bajos del tablero que constituye la calzada para el tráfico rodado, debe
ser tremendo. Bueno, en los mausoleos, el frío debe serlo también, y en
ellos tampoco vive nadie (¿no?), y sin embargo, muchos los consideran… ¿Será un
ejemplo de arquitectura efímera? Sin un fin práctico a la vista, cuesta
entenderlo como arquitectura, y menos aún como ingeniería. ¿Entonces? ¿Un
prototipo? ¿Diseño industrial? Tampoco. No se pudieran poner a la venta
refugios como éste. Por lo dicho: no hay mercado, y como ensayo de mero objeto
utilitario, el ingenio presenta muchas carencias.
Pues una obra de arte, una instalación… No sé. Si bien
tiene un déficit de valor de uso para ser considerado como un ejercicio pleno de
arquitectura, de ingeniería o de diseño industrial, tiene un exceso de lo mismo
para ser considerado como obra de arte. En última instancia, su discurso más
evidente es funcional y técnico, está cargado de conceptos. ¿Arte…? Dudo. ¿Y puro discurso,
es decir: retórica seudofilosófica, estoica o cínica, por ejemplo? Umm…
Tampoco. No creo que un artesano le ponga tales bridas a su imaginación.
Además, el hombre no tiene pintas, ni de monje, ni de hippie. Discurso hay, está
claro, pero no creo que vaya al timón del asunto.
Ah, puede que Abellanas quiera, sencillamente,
promocionarse como diseñador, demostrar de lo que es capaz en esa disciplina. Puede que se trate de un simple acto comercial. Pero me parece demasiado
esfuerzo para un tipo que ya tiene un nombre en el diseño español, que tiene reconocimientos
de relativa importancia. Además, ¿a cuántos potenciales clientes llegaría una
acción de este tipo? Quienes se detienen ante algo así, ¿son los clientes
idóneos para un diseñador que busque abrirse camino en el gran mercado? No lo
sé. No lo creo. Este ejercicio, pensado sólo como punta de marketing, pudiera
resultar, incluso, contraproducente; pudiera espantar a más de un Midas. ¿Y
entonces?
Dejo de dar vueltas. En mi opinión, Abellanas se divierte. Divirtiéndose
nos divierte, y de paso, nos emplaza. ¿A qué? Para empezar, nos emplaza a
preguntarnos cosas estimulantes; después nos emplaza a aceptar que las
segregaciones disciplinares son inútiles para entender la obra de quien no cabe
en ellas; y finalmente nos emplaza a recordar que el hombre es el protagonista
de un juego cuyo final no controla, pero de cuyas reglas es culpable en gran
medida. Así, mientras se divierte jugando, Abellanas es capaz de activar en
nosotros resortes humanísimos, resortes que movilizan apetencias muy disímiles:
artísticas, metafísicas, psicológicas… ¿Jugamos un poco?
¿Un ejercicio de arquitectura? Pues claro, como lo fue la
tinaja de Diógenes. Un ejercicio de arquitectura cínica, que mucho más que
valor de uso o de cambio, tiene valor poético. Ya lo dijo Crates (el
abrepuertas): La Alforja, la ciudad del cínico, se levanta entre las humaredas rojas
del orgullo, inaccesible a todo parásito, y allí crecen liberalmente el
tomillo, los higos y el pan, de suerte que los hombres no se los disputan por
la violencia. Pero también
un ejercicio de arquitectura carmelita y descalza. El refugio de Abellanas no
tiene ni siquiera un cielo a la vista: Tenemos
un cielo en el patio, mucha cosa, dijo
Santa Teresa… Cuando vi el vídeo que les recomiendo al pie, en el que
Abellanas acciona la manivela para deslizar su ingenio por las vigas de
hormigón armado hasta hacerlo inaccesible para los extraños; yo, arquitectón
viejo, recreé la imagen de un puente levadizo en un castillo-palacio; y, peor
aún, la imagen del comedor giratorio que debió tener Nerón en su Domus Aurea
palatina. Pero Abellanas juega con cosas más sencillas. Él sabe, o intuye, que
las utopías de hoy no pasan por villas imperiales o islas perfectas. ¿Y por los
bajos de un puente? Pudiera ser, quién sabe. No parece un sitio que apetezca a
las máquinas. Hasta las catacumbas podrían funcionar como proyecto utópico, en
un mundo postatómico, maquinal; ambas cosas a la vez.
¿Una obra de arte? Pues claro,
como lo fueron los Jardines Colgantes de Babilonia, amén las diferencias de
escala y costo: algo que no está sometido a la necesidad, desembarca
necesariamente en la libertad, y de ahí, con un poco de suerte, talento y oficio, lo hace en la gracia. La necesidad es el reino de la naturaleza; la libertad es el reino de
la gracia, dijo Schopenhauer. En este ejercicio, es cierto, hay conceptos
ingenieros, ¿pero adónde van a parar? No a un refugio útil como refugio, desde
luego, sino a otro útil como poema. No a un refugio que debe funcionar como tal,
físicamente hablando, sino a otro que debe hacerlo como imagen. El artista
Abellanas tuvo una divertida intuición, le dio curso y engendró una imagen: un
refugio utópico para el siglo XXI. Su lugarteniente, el artesano Abellanas,
produjo la imagen al servicio del jefe, de quien recibió una orden ciega, no
calculada. El artista no cree ni deja de
creer en su imagen; la produce sencillamente, dijo Croce. Pero aquí, la
belleza… Ah, la belleza, esa casquivana… ¿Son bellos los nidos de las
golondrinas? ¿Sí? ¿Por qué? Preguntemos a Bécquer. ¿No? ¿Por qué? Preguntemos a
Bécquer.
¿Una muestra de retórica
nihilista? Pues claro. También. Cómo no. Abellanas no puede colonizar su puente
como lo hiciera un florentino del XV: apuntando a la luz. El marco normativo
del hombre-casi máquina-ultra democrático se lo impediría, pero además, ¿qué
interés utópico (o distópico) puede despertar hoy mismo la franca exposición al
sol y al tráfico? El “ermitaño” contemporáneo está cargado de negatividad, de
contradicciones rarísimas. Se divierte haciendo gala de ello: ¿Necesita aislamiento?
Téngalo junto al ruido, justo debajo del ruido. ¿Quiere cambiar las reglas del
juego? Eséncielas. Manoséelas. Juéguelas como un adicto.
Todo esto me dice el refugio creado
por este hombre, que acaso sin proponérselo, jugando sin más, es capaz de
revolver en nosotros (¿digo nosotros por engreído?) un montón de preguntas
peregrinas, pero chispeantes. Un autodidacta que vive con dos perros, que
diseña su mundo y lo construye con sus propias manos. Un fontanero que en sus
horas libres juega, destupe las cañerías del perenne dejá vu en que se ha convertido el mundo postmoderno. ¿Dejá vu? Sí, seamos condescendientes con
nosotros mismos. A fin de cuentas estamos jugando, ¿recuerdan?
Ahora entremos de nuevo por esa
puerta pequeña: por la que salimos, la que sólo los niños pueden atravesar para
llegar a Dios. Después, cerrémosla. Pongámonos serios, que están matando a
los nuestros en Barcelona. Repudiemos a los asesinos. Combatámoslos. Pero antes, demos gracias a Abellanas por el breve paseo.
No nos quejemos demasiado mientras jugamos: Vivimos sobre el puente, todavía. Tenemos cielo, a pesar de
que pueda resultar excesivo. Alegrémonos. Y repitamos con Tagore: Si de noche lloras
por el sol, no verás las estrellas.
Si pulsan el siguiente enlace, accederán a un artículo; y en él, a un vídeo que les recomiendo.