Los nombres del amor




PRESENTACIÓN:


[…] Los nombres del amor es —puede apreciarse ya en el título— una relectura (una reescritura palimpsestuosa, como inevitablemente lo es toda la poesía en la posmodernidad) de Los nombres de Cristo de Fray Luis de León. Se hace ahora, al reparar en ello, más patente el platonismo que se ha podido intuir ya, cuando he afirmado que libertad y amor son para Tamargo imposibles necesarios, esencias de las que solo atrapamos sombras que, sumadas, dan una imagen más o menos completa, nunca completa del todo, de la Idea. “Neuma”, “Oscuridad”, “Motor”, “Alteridad”, “Convenio”, “Temeridad”, “Dolor”… son algunos de los nombres del amor, algunos de los veinticuatro títulos que conforman este libro, a los que se suma un último poema, que sirve de recapitulación y explica el sentido definitivo del tratado (pues estamos ante un auténtico tratado ontológico sobre la Idea platónica, absoluta, del Amor). El título de ese último poema coincide con el del libro, “Los nombres del amor”, y la conclusión que ofrecen sus versos finales, en aparente desaliento, es en realidad una invitación a proseguir la infatigable tarea de perseguir la Idea del Amor (con mayúscula), descubriendo cuantos podamos de entre sus infinitos nombres: “Este libro exhibe / mi halagüeño fiasco: / Relincha lo inefable en su asteroide / no tintan a la luz los nombres del amor. / Todavía quedan nombres que buscar entre las sombras / Todavía quedan sombras en el reino de los nombres.”
Los siete primeros poemas son los que mayor carga metafísica, conceptual, reúnen. El séptimo es “Dolor”, firme rechazo a la asepsia artificial de un amor que no duela. El poeta se muestra consciente de que su discurso puede ser demodé, kitsch incluso, en su denodada celebración de la emoción a flor de piel en la era de los afectos divulgados vía Twitter: “Perdonad este discurso decadente / en los ínclitos umbrales de la holografía”. El final del poema (la división, clara, la establecería el perentorio imperativo “Atended”) nos llega como un eco —literalmente: las asonancias (periferia, suena, era, Pompeya…) lo hacen posible— el ejemplo de los amantes calcinados en la ciudad romana. Esta última referencia parte, en mi opinión, de otra elaboración poética del tema, la del compatriota de Tamargo Víctor Casaus (La Habana, 1944). En su libro Todos los días del mundo, Casaus incluye “De la Historia Universal”, que comienza: “Me han contado que en Pompeya / entre las ruinas dejadas por el paso de la lava / una vez se hallaron mezcladas con vasijas / que la ceniza conservó y perros que ahora duermen / bajo el polvo / dos figuras que hacían y deshacían el amor / en aquel temprano día del año 79 / enlazados en ese abrazo que como se ha visto / pudo más que la muerte”. La mención de los restos de los amantes mezclados con los de los perros se fusiona, en la recreación de Tamargo, donde los amantes son los perros.
A partir de ese pórtico, la disquisición abstracta sobre la idea del amor se concreta en un amor particular —lo autobiográfico siempre, como vemos, permeando la voz lírica del poeta. Suceden entonces, a la disquisición, poemas mucho más directos, dirigidos a un tú, a una amada real: “Codicia”, “Fidelidad”, “Soledad”… Establecidas ya en los primeros poemas las bases teóricas, aparece ahora la vida cotidiana, común, “un café, un poema, un concierto, un viaje”, y también otras formas, otras advocaciones del Amor: el amor a los hijos, al recuerdo del padre, a la tierra de acogida… Incluso la ironía cabe —en “Fidelidad”, el título es inmediatamente desmentido/confirmado por un subtítulo burlón: “a nadie más engaño”. La enumeración de las otras con las que el poeta engaña a la amada —esa chica del tiempo, la Maga, Lolita, Gala, Frida, Praga, La Habana, Toledo, Circe, la Magdalena…— se compendia en una sola idea: “Todos los días, todos, te engaño / con la belleza”. La conclusión del poema enlaza con la cita inicial, pero lo que al principio parecía solamente burla, ahora, sin dejar de serlo, adquiere un sentido más profundo: “Ya ves, sólo te engaño a ti. / A nadie más amo yo / hasta el engaño.”
Tiene cabida en Los nombres del amor cierto irracionalismo en las imágenes, aunque muy medido, como no puede ser de otro modo en quien, como Tamargo, descree de una palabra poética que no esté preñada de significado. Se sitúa en esto el poeta en la estela de la tradición predominante en el surrealismo hispánico, que no pierde del todo el númeno ordenador, dotador de nombre y de sentido, y que se vale de las imágenes irracionales como piezas que una estricta razón manipula. El irracionalismo de Tamargo se me antoja especialmente feliz en los momentos en que el erotismo asoma en el poema (por ejemplo, en la composición titulada precisamente “Erotismo”), que nos deja un verso de gran potencia expresiva que revela el conocimiento de la tradición surrealista: “Suben potros azules por tu espalda”. […]


                                                                                                                     Carmen Morán


Selección de poemas:




Neuma
(de la nada al amor)
      
     ¿De qué perdida claridad venimos?
                                  Blanca Varela


La nada primigenia, totalidad blanquísima,
a expensas de la corrupción que atañe
a todo concepto que se sube al tiempo,
mientras huía de las definiciones,
o sea, de nosotros, ––tal vez nos barruntaba
ingeniosos y parlantes acólitos del Todo––
quién sabe si para despistarnos
o para compensarnos el día que,
también subidos al tiempo
topáramos con ella;
aspiró y exhaló su propia esperma
emanando un temblor ingobernable.
No materia, no, tampoco antimateria,
un temblor en sí ––tensión desordenada––
cuyo designio de colmo sin embargo
lo hizo cardinal para nosotros.
Un temblor que repele nuestros nombres,
que no somete su esencia a la palabra,
que no escolta obediente en la imagen
las procesiones del aire.

Y a tan sugerente prueba
de lo fecundo-inefable consustancial a la nada
cuando en el tiempo enrolada se desdobla,
miraron siempre, confusas,
la razón y la experiencia:
¿Qué llevaba la nada en su costado fértil?
¿Hizo falta un demiurgo que lo detonara?
¿Qué arcano, qué placebo liberó para nosotros?
¿Y cómo nombrarlo, penetrarlo, poseerlo?
¿Cuál es el precio de un regalo tan etéreo,
sin un número al dorso,
un nombre en el anverso?

La nada impura, desdoblada, dicha,
a nosotros en el tiempo finalmente unida,
esparce el fruto de su neuma en los milenios.
Su temblor fundante, siempre presto,
cruza el tiempo del caos al holograma
hollando fuerte en elevadas cimas:
la Epopeya, la Tragedia, las Sagradas Escrituras,
las Normas de Caballería, la Divina Comedia,
los Canales de Venecia, los Jardines de Versalles,
los decimonónicos abismos de Occidente...  Grandes
escenarios compuestos por nosotros
para exhibición de tan caro advenimiento
y del vértigo que integra su vacío.

Pero todo tiene un precio.
La nada, ahora ya totalidad oscura,
liada en el mapa de las abstracciones,  
en la polución que causa su cuestionamiento
paga el lado genitor de su periplo.
...Y nosotros también lo pagaremos
si no convenimos lo contrario.
El amor se nos ofrece siempre
peligrosamente unido a la conciencia.
El precio del temblor que nos explica
cuelga en los ánimos especulativos;
pero también, para que grave incluso
los ánimos más simples, más serenos,
cuelga del horizonte mismo.
El precio es la certeza de la pérdida;
sabernos condenados al principio:
No amantes. No imagen. No piedra.
Perfecta claridad recuperada.
Totalidad blanquísima de nuevo.
Nada en puridad: Todo potencia.

Convengamos evadirlo.
Tú, lector, siempre que puedas hazlo:
No aceptes. No pagues. Crea.
Ama sin más. Enrócate en la imagen.
Acude a lo divino. Haz lo que haga falta
pero tiembla...
Cuélgate del cero y mécete.
Aunque parezca ocioso, nombra,
numera, apila...
Que siga el temblor atravesando tiempo.
Ayuda a cuidar los escenarios viejos.
Ayuda también a componer los nuevos.
Memoriza, imagina...
Que no se agote, mientras la nada deriva,
el eco de su neuma.
 
Convenio
(Imagen y Señor, yo sé que sin mí...)


Yo sé que sin mí
tú reinarías representada en la avidez de otro.
Yo sé que sin mí
los hijos fueran en otro fuego vertiginosa llama
a los aires de su tiempo igualmente sometida.
Yo sé que sin mí
la casa fuera atizadero de otros soñadores,
templo para medir y alentar otras quimeras.
Yo sé que sin mí
los amigos a otro afortunado otorgarían su gracia
validando sin rodeos lo nimio en mi presencia.
Yo sé que sin mí
este paisaje encontraría otros ojos azorados
en los que hollar hasta la poesía.
Yo sé que sin mí
este poema seguramente fue escrito muchas veces
y casi todas sin que hiciera falta.
Yo sé que sin mí
nada cambiaría en ––para–– nosotros...

Pero tú, Imagen, sin mí, sin nosotros,
sin este amor que se busca y se reinventa a diario
¿qué serías?
Y tú, Señor, sin mí, sin nosotros,
sin este amor que no acepta su vacío,
sin este afán de coronar su cima,
sin este miedo a no llegar, sin este vilo 
¿qué serías?

Sean ambos bienvenidos a mis días.
Imagen y Señor,
por vuestra propia seguridad manteneros a mi lado.
No seré dócil,
pero sé cómo debo proteger a mis huéspedes.
Imagen, te venero.
Señor ––de la imagen costilla–– a ti te admiro.
Imagen y Señor.
¡Salve! ¡Vivan!


Yo sé que sin mí Dios no puede vivir ni un instante.
                                                        Ángel Silesio
 
Dolor
(el amor siempre duele)


Pueden instituir el reino de los analgésicos.
Pueden aislar en el amor las enzimas dolorosas
para aplicarles novísimas terapias génicas.   
Pueden establecer la felicidad por decreto
en un piélago donde el amor derive, integre,
se haga ecuación transparente para escupir aciertos
en los tibios caladeros de lo previsible.
Pueden levantar escuelas para amantes uniformados
que aprendan a levitar sobre endemoniados páramos.
Pueden hacer lo que quieran... Será en vano.
El amor siempre duele. No hay posible asepsia
donde la sangre riega.

Perdonad este discurso decadente
en los ínclitos umbrales de la holografía, pero
el amor es subversivo y anacrónico:
medra en una feliz y dolorosa mezcla
de pasión, compromiso y dependencia.
El amor no conmuta en la razón su precio,
no se entrega en indoloros cuantos.
El amor duele, cuesta…

Atended,
descreídos pimpollos de lo inmune,
el amor no es un protectorado de la ciencia.
El amor tiene un precio y no se regatea.
Escuchad,
hasta en la periferia de lo humano suena. Sí,  
nos lo ladran, hace ya una era,
calcinados, detenidos en su aullido pétreo,
frente al Vesubio exhausto
del que por amor no huyeron
––no quisieron o no pudieron hacerlo––
los perros de Pompeya.

 
Fidelidad
(a nadie más engaño)


Te engaño cada día con la belleza:
con esa chica del tiempo tan artificiosamente modosita,
con esa actriz morena, la de los labios-pétalo,
con algunos personajes literarios:
con Helena, por ejemplo, con la Maga,
con Ana Karenina, con Cecilia, con Lolita.
Te engaño con mujeres peligrosas:
Lucrecia, Mata Hari, Gala, Frida...
Te engaño con las vecinas que tuve y las que tengo,
con mis amantes idas, naufragadas repetidamente
en la resolutiva fosa de tus brazos.
Te engaño también, cómo evitarlo,
con la primavera; por ella,
y porque siempre la persigue, íncubo, el verano
con su morboso comercio de tersuras y de piernas.
Te engaño con el jardín, con la perra,
con esas horas muertas en las que te apartas,
en las que tú ausente puedo amar sin orejeras.
Te engaño con Praga, con La Habana, con Toledo,
ciudades que sé amar aun en tu presencia.
Sabes bien que te engaño con los hijos, con los libros,
con el arte, muy especialmente con la poesía.
Te engaño, por qué no, con semidiosas:
con Circe, con Dafne, con Casandra...
Pero las más de las veces
te engaño con Ariadna, por desinhibida ella
y porque me siento Dioniso poseyéndola.
Te engaño también con Magdalena
––que me perdone Jesús–– y con María,
sobre todo en La Piedad de Ribera.
Te engaño con lo gozosamente imposible,
con todo lo imputable a las imágenes.
Todos los días, todos, te engaño
con la belleza.

La fidelidad es una treta innecesaria. Lo sé,
pero soy fiel incluso si la niego.
Ya ves, sólo te engaño a ti.
A nadie más amo yo
hasta el engaño.
 
Grieta
(Padre)
 
      ... qué jóvenes sois los muertos!
                             Gil de Biedma


Dominical y tercamente matutina,
tu retreta suena en mi memoria
con una música cada vez más joven.
Aquí no creces, no barbas,
nada indica corrupción posible.
Vienes en imágenes que, más que a conceptos
responden a colores, vibraciones,
esferas de aire puramente amables.
A veces llegas en un caballito blanco con crines de madera,
otras vestido con hilo, muselina y sombrero jipijapa.
Te acercas limpio, con las retinas sanas,
con trompos y papalotes en tus manos grandes,
y siempre, siempre te quedas.

Es éste un valle lacio que rizan tu alegría,
tu indomable juventud, tu carcajada óptima.
Tus nietos ––que ya te ganan en años
fatalmente sujetos a osamenta y fibra––
habitan este valle a merced de tu magia.
Son, todavía, el trasunto de tu jovialidad;
única parte que de ti registra la memoria
en su cripta más sacra, más fecunda,
a pesar de que se agolpen a su entrada
algunos persistentes aguafiestas.

Padre, qué grieta dejáis los muertos.
Pero qué jóvenes y fértiles resultáis
cuando la muerte ha completado su trabajo,
cuando ha limpiado de efímera emoción 
la imagen necesaria para repeler al miedo,
cuando ha filtrado el amor,
cuando ha impuesto su supremo orden
sobre este nimio alboroto.

Padre, me hago viejo.
Voy en busca de tu juventud.
Dejo en el camino sustancia memorable
para rizar otros valles que, seguro,
resultarán mañana tan lacios como éste. 
Guárdame sitio para un domingo útil
en tu retreta.

  ...miedo, ahueca, ahueca.
                    En esta   g r i e t a   á v i d a
                              sólo lo amable
                                      sella.
 
Erotismo
(oscuro sol)
    

Suben potros azules por tu espalda.
Buscan tus sienes con sus cascos áureos
para jadear en ellas su nocturno esfuerzo.
Han recorrido tus piernas, abrevado en la cúspide del deseo.
Han sobrevivido al holocausto
y van a morir a la puerta de tus abismos,
en los confines de la memoria,
donde los epitafios resultan indelebles.
Cada noche te remontan con igual empeño.
Cada noche se inmolan en la curva última
para renacer en tus talones albos,
donde el amor, repuesto, programa sus delirios.
Talones para iniciar una jornada
que irremediablemente terminará en las sienes:
recorrido fatal para mis potros...

El rito se repite con frecuencia.
Pero cada fecha marcada en la calenda mágica,
en el momento exacto de la partida
Eros se pregunta:
¿Dónde abrevarán hoy?
¿Dónde renovarán su azul los potros ciegos?
¿Dónde habrán dispuesto los olímpicos,
en lo hondo de esta noche,
el feliz holocausto,
la perfecta diana,
el oscuro sol?
 
Los nombres del amor


¿Quién vendrá de lo alto
con fragmentos de viento
a darte nombres?
         José Ángel Valente



Dije, entre otros muchos nombres:
neuma/ oscuridad/ motor/ alteridad/ convenio/ temeridad/ dolor/ 
redondez/ codicia/ fidelidad/ dependencia/ reposo/ fatalidad/ 
grieta/ narcisismo/ arraigo/ epifanía/ inocencia/ camuflaje/ 
miedo/ erotismo/ aislamiento/ dominio/ ilusión...

Muchas veces intenté alcanzarlo, siquiera rozarlo.
No con su nombre más abstracto, ése, sonoro,
que a falta de otras dimensiones
arracima como puede en el turbión emocional de quienes aman;
sino con esos otros, hijos mimados de la imagen,
que bajo su silente y sugestiva saya
tan bien se nos esconden.

Los busqué en tantas voces...
Los invoqué de tantas y distintas formas...
Acaso los dije sin poder con ello
ni atisbar su karma.

Este libro exhibe mi halagüeño fiasco:

Relincha lo inefable en su asteroide.
No tintan a la luz los nombres del amor.
Todavía quedan nombres que buscar
entre las sombras.
Todavía quedan sombras en el reino de     
                                                                      los nombres.


2 comentarios:

  1. qué bueno pero qué rebueno, me lo llevo, se va conmigo para que se me adentre. abrazos, Jorge.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegra mucho, poeta, que te guste. Un gran abrazo cómplice para ti.

      Eliminar