Cuando uno se encuentra con un espíritu natural se
asombra y encanta, porque teme tener que vérselas con un autor y se las ve con
un hombre.
Pascal
El Estado ideal, tal como lo concibe la razón, antes
de dar origen a una humanidad mejor, tendría que fundarse en ella.
Schiller
Diez hombres forman un pueblo, diez borregos, un
rebaño; pero basta con cuatro o cinco cerdos para hacer una piara.
Justiniano
GENERALIDADES
Acabo de
leer de un tirón los tres tomos de “Los enemigos del comercio”, de Antonio
Escohotado. Hace mucho tiempo que me lo vienen recomendando varios amigos: «te
va a gustar ese libro, seguro», me decían, incluso sin haberlo leído algunos de
ellos. Yo, que sabía de qué iba la cosa, fui escéptico: «¿qué me podrán contar que
ya no sepa sobre los comunistas?», me preguntaba… Bueno, en mi último
cumpleaños, el menor de mis hijos (gracias de nuevo, Mario) zanjó la cuestión. Se
apareció en casa con la terna de volúmenes como regalo (unas mil ochocientas
cincuenta páginas, más o menos). Así que los puse a la cola, ya “condenado” a
leerlos. Como hasta ahora no había leído nada de su autor, por más que me
hubiesen llegado buenas noticias sobre él, el libro se presentaba como una
sorpresa de la que no esperaba demasiadas novedades. Sin embargo… «¿duodécima
edición del primer tomo?, ¿séptima, del segundo?...», me pregunté al manosearlo por primera vez, ciertamente
impresionado, porque: «¿si no es un best-seller
al uso, qué será?»
No sé
cuántas reseñas se habrán escrito sobre este libro (las merece todas / no he
leído ninguna) pero no sobrará una más. Por eso me lanzo, con la sesera todavía
caliente, a la caza de nuevos lectores para él. Apunto, no a lectores que a
priori puedan estar encausados, si no obligados por vía disciplinar a vérselas
con un texto como éste (historiadores, pensadores, doxógrafos, sociólogos, teólogos,
catedráticos de…), sino a lectores curiosos y “voluntarios” que quieran
entender mejor la marea política en la que reman o baquean, según el caso; y
vacunarse contra el mareo o la seducción que, también según el caso, produce el
norte totalitario a que arteramente nos guía la actual brújula democrática.
Claro, si hemos leído todo lo que leyó Escohotado y tenemos su enorme paciencia
y su capacidad para hilarlo en un relato (subrayo relato) ameno y bien
estructurado, no necesitaremos su ayuda. Pero como tal cosa raya lo imposible,
porque la erudición de este hombre es colosal, y asimismo lo es su talento para
ahormarla con un objetivo muy concreto, no nos queda otro remedio que atenderlo
por más que creamos conocer la materia, por más que la hayamos aprendido de la
manera más triste y eficaz posible, esto es, viviéndola en carne propia. Aun
para los que hayamos padecido la extrema crudeza de un régimen comunista
atrapados entre sus cuatro paredes, este libro es instructivo. Lo es, incluso
para alguien como yo, que habiendo vivido treinta años en la Cuba castrista, hasta
ahora había leído la “historia del comunismo” a pedazos, recogida en textos “sueltos”:
antiguos, modernos, contemporáneos… nunca sujetos a un guion totalizador.
Los
amantes fervientes y los sabios austeros / en su madurez aman los gatos de la
casa. (Baudelaire). Escohotado es un amante
ferviente constreñido por un sabio austero y maduro. Por eso ama los gatos de
la casa, y en lugar de comportarse como un burdo cazador de tigres, acaricia a
sus primos domésticos compartiendo con ellos una felinidad atemperada por la
sabiduría. Su prosa, justita de adjetivación y ajena al exabrupto gratuito, es
un dechado de amenidad, humor y fina ironía. Veneno para tigres sin tener que
montearlos. Veneno, no en bala, ni embalado, sino provisto mediante el “engatusamiento”
de sus posibles “presas”. “Engatusamiento” entre comillas, y “presas” también, porque
no se trata aquí de proselitismo barato y falsario, sino de inocular en los lectores
una cantidad titánica de datos expuestos y ordenados de manera tal que desarmen
al tigre porque sosegadamente descifren (urbe et orbi) el verdadero mapa de sus
rayas.
El Quijote debe tener unos setecientos personajes.
Pero los enemigos del comercio que hasta la fecha han sido superan con creces
esa cifra, y Escohotado señala, uno a uno, a los más notables entre ellos,
desde Licurgo o Juan el Bautista al Subcomandante Marcos. No conté los
personajes que enreda este autor en su historia, pero sospecho que si no llegan
a setecientos se acerquen. Sí, muchos personajes subidos a un relato (vuelvo a
subrayar relato) que hila hechos históricos, anécdotas, citas y notas
biográficas con gran tino. Gravedad, porque la materia es grave, desgravada en
lo formal con mucho oficio. Es raro, porque se trata de un bohemio liberal,
demócrata y anticlerical (vaya cóctel tan propicio a la ligereza, la vaguería y
el acomodamiento), que sin embargo duda constantemente y trabaja sin cesar
contra sus dudas, investigando, escribiendo. En un pasaje del tercer tomo se le
escapa este breve autorretrato:
El bohemio no rechaza el dinero, aunque sí su
exhibición o atesoramiento, y está en las antípodas del prosélito al asumir la
libertad individual como punto de partida y llegada, componiendo una actitud
que sería altiva si no viniese acompañada de una austeridad elegida por gusto,
y una duda metódica sobre las propias certezas que desconcierta singularmente a
los adeptos de la idea fija.
Como sabemos de sobra que el bohemio no siempre
funciona así en términos psicológicos o intelectuales (qué tiene que ver el
corazón con la llovizna, se diría en mi tierra) sospecho que Escohotado sin
querer se autorretrata en este párrafo. Pues bien, ya tenemos a un anciano
sabio, más o menos bohemio, da igual, erudito como pocos, muy bien dotado de
humor y de ironía, no ajeno a la poesía (¿qué os parece este verso camuflado en
un contexto prosaico: embridar el viento con aspas de
molino?), que acaricia gatos para cazar tigres. Y esto nos
enfrenta a un espíritu natural, que calza mejor en un hombre que en un autor,
para justificar así la cita de Pascal incluida en el encabezamiento. Pero, concretamente,
¿de qué nos habla este hombre?
Ya lo he
dicho, “Los enemigos del comercio” es una historia crítica del comunismo que
arranca y concluye donde debe, y que en el trayecto hace las escalas necesarias
con las puntualizaciones precisas en cada una de ellas. No creo que exista un
texto como éste escrito sobre el tema en ninguna lengua; como éste, digo, en lo
ambicioso, lo abarcador, lo minucioso y lo acertado. De veras hay que tener un
espíritu muy curioso y liberado de los lugares comunes a que solemos aferrarnos
cuando pensamos en pobrismo / colectivismo / socialismo / eugenesia / totalitarismo
/ estatismo / comunismo (utópico o científico) / bolchevismo / fascismo /
nacionalsocialismo… para entrar en un tema tan espinoso sin complejos de ningún
tipo, y abrir en canal al enfermo sin con-miseración, pero también sin rabia,
bajo una lámpara potentísima y un techo de cristal al que pueden asomarse,
repito, no sólo los aprendices a cirujano o los proclives a los cuchillos y la
sangre, sino también los simples amantes de la higiene.
El título de
este libro es su primer acierto. ¿Cómo nadie se había dado cuenta antes, de que
es el odio al comercio, como fuente de libertad y riqueza, uno de los vicios
que reúne y amalgama a los comunistas de todos los tiempos? Porque no todos los
enemigos del comercio han sido comunistas, de acuerdo (pienso, por ejemplo, en
los místicos contemplativos de cualquier cultura, que detestaron incluso las
cosas mismas, fuesen comercializables o no, sin ser comunistas), pero todos los
comunistas sí que han sido enemigos o desafectos del comercio. Este hallazgo es
crucial, porque a partir de él se traza un camino que no tiene pérdida.
PRIMER TOMO
El camino
comienza, claro, en la Antigüedad. Escohotado se sitúa en Grecia con Esparta y
Platón por banderas. Esparta, el comunismo real sin necesidad de Libro. Platón,
quien diseña el primer sistema comunista basado en los supuestos “éxitos”
espartanos y trata de implantarlo sin suerte en Siracusa. El autor no se
refiere a Creta y a Cartago como emporios espartano-comunistas, pero sí recoge parte
de la crítica de Aristóteles a la República platónica: los que poseen las cosas comúnmente y las comparten entre sí tienen más
contiendas que los que tienen repartidas sus haciendas.
Después, la
escala en Roma. La República aparente,
le llama Escohotado. Totalitarismo, sobre todo postrepublicano, pero también
republicano (la República romana nunca
pasó de ser una oligarquía moderada por el tribunado de la plebe), esclavismo,
anona, control de precios y extrema fiscalidad, para resumir mucho, constituyen
el eje de la deriva improductiva y anticomercial de Roma, que puede comenzar,
por ejemplo, con el “Catecismo práctico” de Catón, continuar con el decreto de
Julio César para limitar las operaciones con el patrimonio inmobiliario de los
romanos, y terminar con la Reforma de Diocleciano, según Montanelli, un experimento socialista con una relativa
planificación de la economía, nacionalización de las industrias y
multiplicación de la burocracia […] Los
campesinos quedaron fijados en las tierras […] Obreros y artesanos fueron «congelados» en gremios hereditarios, que
nadie tenía derecho a abandonar. Así lo ve Escohotado en uno de los pasajes
que dedica al asunto:
Como ya no sale a cuenta ser publicano
(concejal-recaudador de impuestos), se decreta que el cargo será hereditario y
obligatorio; y como las defecciones no dejan de crecer se estampa con hierro
candente una marca sobre la espalda del publicano actual y futuro. Lo mismo
empieza a suceder con otros oficios, haciendo que pronto cunda la pena capital
para quien abandone su ciudad o comarca.
Luego, la
escala en Judea. No tiene desperdicio la forma en que Escohotado aborda el
surgimiento del comunismo judeocristiano, nacido al calor del dual estado civil
de los judíos: residentes en Sion y fuera de. Para resumir muchísimo, porque
otra cosa no cabe en una reseña, entre los judíos: saduceos, fariseos y
esenios, fueron estos últimos los primeros comunistas. En cualquier caso, dice el autor,
…la lista de sus hallazgos impresiona. De
ellos proviene la institución bautismal (Juan el Bautista, primo y maestro de
Jesús, era esenio, apunto yo para evitar otra cita); un vivo interés por
ángeles y otros seres «intermedios»; la fe en una resurrección de la carne; el
reparto obligatorio de todas las propiedades («consagrar los bienes de Dios»);
una limitación del contacto sexual entre esposos a fines procreativos, y la
costumbre de llamar «ladrón» al no comunista.
De los
esenios, primeros comunistas judíos, derivaron dos ramas. La más combativa
reunió a los zelotes. La más pacífica, a los cristianos. A mi juicio,
Escohotado da demasiado peso al episodio en el que Jesús expulsa a los
mercaderes del Templo, porque sobre todo en él y en el Sermón de la Montaña
apoya su tesis de unos galileos filocomunistas. Nada tengo que objetar en
cuanto a que el origen del pobrismo cristiano-ebionita esté precisamente en el
Sermón de la Montaña (Bienaventurados los
pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos), pero es
lícito dudar que Jesús haya expulsado a los mercaderes del Templo por su oficio,
dando cabida a que lo haya hecho porque lo estuviesen ejerciendo en un lugar
sagrado. En todo caso, y esto lo digo yo, lo que está claro es que el supuesto
comunismo cristiano dista una barbaridad del espartano, el platónico, el
romano, el medioeval, el utópico o el científico, porque el afán de Cristo por arreglar el mundo es nulo. A Cristo sólo
le preocupan las almas que han de salvarse para una vida superior y eterna. La
organización social a que se avengan o no esas almas mientras estén encarnadas
y vivan en la Tierra sencillamente le resbala. Otra cosa muy distinta es lo que
ello termine importando a los cristianos a lo largo de la historia.
El libro
continúa su periplo por el primer cristianismo, que además de fraguar las
primeras comunas, se va alejando de ser la mera secta de los galileos para
convertirse en una religión de apetito universal. Aparecen los evangelistas y
especialmente san Pablo, un fariseo dedicado a perseguir comunas cristianas,
que convertido más tarde al cristianismo, da forma a los Evangelios y deviene
el principal pilar mundano de la nueva doctrina, que, de alguna manera, apunta
ya a Roma como centro del poder político. Escohotado recorre con brillantez los
siglos que van desde Jesús a Constantino, haciendo las pesquisas necesarias
para que entendamos cómo un culto surgido entre campesinos de Galilea, con
evidente pulsión comunista, llega a instalarse en el corazón del Imperio, que precisamente
cae herido por una suerte de comunismo improductivo. Porque en la Roma tardía
los
ciudadanos acaban proletarizados en masa,
entendiendo por proletarios no el ilustre nombre de quienes aportaban prole a
la República sino el estatuto de quien sólo posee necesidades, y está obligado
a trabajar como mano de obra inespecífica, o a vivir de un subsidio.
Estupendo igualmente el recorrido por el Imperio romano-cristiano
en el que destaca la aparición de los primeros Padres de la Iglesia. Escohotado
se detiene donde corresponde para seguir la estela de los cristianos comunistas,
filocomunistas, o simplemente pobristas y enemigos del comercio. También
señala, claro, a los menos entusiastas en tal sentido.
…Simeón el Viejo, también conocido como
Simón Estilita, cuya proeza será vivir entre 419 y 459 subido a lo alto de una
columna, en el desierto que tiene Antioquía al noroeste. A juicio de muchos,
sus cuarenta años de ascesis demuestran que hasta dirimirse la batalla de
Armageddon entre el Cristo y el Anticristo basta como residencia un espacio
algo inferior al metro cuadrado […] Clemente de Alejandría, precursor de los
Padres griegos, insistió en que gestionar las haciendas exige el asesoramiento
de algún santo o clérigo. Basilio de Cesarea presenta el comunismo espartano
como sociedad modélica, y Juan Crisóstomo («boca de oro») aprovecha un sermón sobre
la primera comuna de Jerusalén para destacar el «inagotable tesoro formado por
la puesta en común de todos los bienes» [...] El gran principio dice que los
seres humanos carecen de patrimonio particular legítimo: o son de Dios o son
del César. «Por derecho divino la tierra es del Señor, y suyo es todo cuanto
contiene», mientras por derecho humano pertenece «a los reyes y emperadores del
mundo». (Agustín) […] No tanto Gregorio y Basilio, pero sí Ambrosio, Jerónimo,
Agustín y Juan Crisóstomo son tajantes en lo que respecta al deber de
limosna-restitución […] La caridad constituye un «derecho» de los pobres, pues
por su mediación recobran algo que les pertenece. (San Ambrosio).
Estarán
los comunistas que me leen aquí (¿habrá alguno que haya llegado a esta línea?) satisfechos
de poder asentar su Vieja Idea en un pedestal histórico-teológico tan potente
como el cristiano. Lo siento por ellos (por vosotros, amigos o camaradas, si os
mantenéis firmes al otro lado del Internet), pero no puedo concederles tal aliciente. Ya lo dije unos párrafos arriba: el supuesto comunismo
cristiano dista una barbaridad del espartano, el platónico, el romano, el
medioeval, el utópico o el científico, porque el afán de Cristo por arreglar el mundo, y no ya el mundo, sino la propia Judea, o
Jerusalén, o mismamente Galilea es nulo. Leed una de las varias pegas que pone
el propio Escohotado a un Cristo comunista por vía marxista. A ver, que no son
lo mismo el amor y el odio:
El comunismo antiguo confió a Dios el
castigo de esos gozadores, atemperando su llamamiento a la guerra civil con el
precepto de amar al prójimo. El moderno, animado ya por planes eugenésicos, ve
en el enemigo de clase una impureza contagiosa, cuya liquidación no admite
esperar a la otra vida.
En la
carne blanda nacen gusanos, Petronio
dixit. Y también abejas, replicaría
Virgilio. ¿Cuán blanda era la carne del Medioevo para lo uno y para lo otro? No
comparto del todo con Escohotado su visión de esta época, porque no soy tan liberal,
demócrata y anticlerical como él. Veo en el Medioevo la génesis de la cultura
occidental o europea, y, como es lógico, todas las bendiciones y miserias
propias de un alumbramiento tan complejo como prometedor. Pero no me molesta que Escohotado
hable de época oscura y cosas
similares cuando se refiere al dicho período. Para nada. Porque lo que importa
aquí es la soberbia erudición que despliega para seguir apuntalando su historia
del comunismo en la que apenas hay puntos muertos. ¿Quién puede negar que la
vida monacal sea en muchos sentidos comunista? ¿Quién puede negar que sin este
escalón el posterior apogeo de la cultura occidental resulta inconcebible?
¿Quién puede negar que los cinco primeros siglos de un Occidente, que
entendemos, con mayor o menor acierto, como definitivamente escindido del
imperio bizantino, representaron una regresión en lo cívico, lo económico, lo
comercial y lo cosmopolita con relación, incluso, al Bajo Imperio romano? ¿Y
quién puede negar que, precisamente en esos siglos germinales, el cristianismo
sentó las bases para lo que sucedió después, una vez traspasado el umbral del
nuevo milenio? Insisto, en la carne blanda unos pueden ver gusanos que se
hunden o refocilan, y otros, abejas que despegan. Pero lo importante en este
caso es que Escohotado persigue su objetivo último con iguales oficio y
determinación.
Entonces aparecen los hechos, más o menos gloriosos,
más o menos despreciables, más o menos anecdóticos, pero siempre concluyentes.
Nos enteramos, por ejemplo, de la pujanza que experimentó en los siglos de
mayor recesión económica (VIII y IX) el mercado europeo de esclavos
aguijoneado por la creciente demanda de ellos en el mundo musulmán. Los primeros captivi registrados por anales europeos serán dos
jóvenes visigodos, en 724, si bien fuentes árabes afirman que diez años antes
no menos de treinta mil (visigodos e hispanorromanos) fueron enviados desde
España a Siria. Nos enteramos de que Los Templarios fueron, quizás, los
primeros banqueros de Europa (Tomo I / página 289), a la vez que asistimos a
las aventuras pobristas o comunistas, según el caso, de grandes santos como
Domingo de Caleruega y Francisco de Asís; y también de los bogomilios / los
cátaros / los adanitas / los taboristas; y de personajes como Marcel / Tyler / Wyclif
/ Hus / Müntzer, por ejemplo. Todos ellos, junto a Savonarola, a quien, por
cierto, salvo error mío no menciona Escohotado, son antecedentes de futuros reformistas,
comunistas o revolucionarios más o menos teóricos y utópicos como Moro /
Campanella / Winstanley / Walwyn / Meslier… que ya operan en un entorno cuasi luterano.
Escohotado sale del Medioevo con una sección, la
quinta, que titula “De cómo el cristianismo dejó de ser pobrista”, que dedica a
protestantes y puritanos. Vuelve a ser exhaustivo y preciso cuando coloca en su
contexto histórico al luteranismo, el calvinismo y el puritanismo. No puedo
hacer justicia a este apartado porque necesitaría extenderme mucho. En sentido
general, va contraponiendo el despegue económico que trae consigo la Reforma
con el consecuente aumento de la calidad de vida, a la parálisis que
experimentan quienes se apartan del auge capitalista. Sobre esto dice,
refiriéndose al ámbito puritano: el
mérito de la falta de mérito, la gloriosa pobreza de espíritu, se ha ido
desvaneciendo al tiempo que la miseria simplemente crónica. Pero es en el
capítulo 19 de esta sección (“El coloso minúsculo”) cuando Escohotado alcanza
uno de los momentos álgidos de su obra. Nunca antes leí en sitio alguno un
relato tan original y completo sobre el auge de los Países Bajos a mediados del
XVI, o, lo que es lo mismo, el auge definitivo del capitalismo sustentado en la
democracia y la economía liberales. En sólo diecisiete páginas brillantes, va
desde la constitución de la república democrática en 1558 hasta su ocaso en
1787. Qué par de siglos para esta gente. Aquí al autor se le ve el plumero como
en ningún otro pliegue del libro. Ha disfrutado investigando y escribiendo. Por
eso, claro, hace disfrutar a los lectores. Al menos, a los que no siguen siendo
enemigos del comercio, esto es, comunistas irredentos.
Y llegamos a las grandes revoluciones: la industrial,
la americana y la francesa. Creedme, ningún autor que yo conozca ha trabajado
lo distinto y junto con tanto acierto
y en tan poco espacio. Es el guion, del que nunca se aleja, lo que le permite
semejante coherencia. En las postrimerías del Tomo I, la Ilustración y el vendaval
revolucionario lo inundan todo. El comunismo está por reaparecer con renovadas
fuerzas en brazos de la Ilustración. El capítulo 23 de la sección sexta
(“Francia como singularidad”) abre las puertas a la Revolución Francesa, contada
con un nivel semejante al alcanzado cuando habla de los Países Bajos. Qué
maravilla. No sé cuánto habré leído sobre este tema. Creía que mucho. Pues no.
Las últimas setenta y cuatro páginas del primer tomo me han permitido corroborar una vez más algo que ya sabía: son la Ilustración y la Revolución Francesa las que marcan
el apogeo, y al mismo tiempo el inicio de la caída de Occidente, ya convertida
en civilización pura y dura. Qué bien trazados y entrelazados en medio de la vorágine revolucionaria aparecen
personajes como Marat / Hébert / Robespierre / Roux / Danton / Saint-Just /
Couthon / Babeuf… Lo que pasa en el XIX, en el XX y en lo que va del XXI no se
puede entender si no se registra bien en los anales del XVIII. Este libro de
Escohotado es una vía perfecta para hacerlo. Voy a dejar aquí un par de citas
que me parecen oportunas. La primera, de Lovejoy. La segunda, del propio
Escohotado:
La Ilustración, que asumió que la
naturaleza humana es simple, asumió asimismo, en general, que los problemas
políticos y sociales eran simples y, por tanto, de fácil solución. Apartemos
del entendimiento humano unos pocos errores antiguos, purguemos sus creencias
de las artificiales complicaciones de los «sistemas» metafísicos y los dogmas
teológicos, restauremos en sus relaciones sociales la sencillez del estado de
naturaleza, y la humanidad vivirá feliz en adelante. […] La Ilustración fue, en
suma, una época dedicada, al menos en su corriente principal, a la
simplificación y homogenización del pensamiento y de la vida, a la
homogenización por medio de la simplificación.
[Tras la Revolución] Francia vive una
«novela de novelas escrita con dinamita profética», que fluctúa de la farsa a
la tragedia y exacerba el teatro hasta hacerlo indiscernible de la vida […] Al suspender las libertades con
minúsculas, a la vez que introducía un culto oficial a la diosa Liberté, «cuyo
homenaje es el holocausto de sus enemigos», la aparente extravagancia jacobina
introdujo el sensacional hallazgo de una democracia donde la voluntad del
pueblo (volonté générale) no necesita
coincidir con la mayoritaria (volonté de
tous), y deja de ser prioritario que los ciudadanos elijan y controlen a
sus representantes.
SEGUNDO TOMO
El Tomo II está dedicado al siglo XIX.
Este es el siglo donde se fraguan el hombre masa de Ortega, el hombre nuevo de
Marx y el superhombre de Nietzsche. Casi nada. Se fraguan y operan en un
escenario muy complejo con múltiples facetas: industrialización / positivismo /
romanticismo / revolución / contrarrevolución / guerras civiles e imperiales /
democracia / parlamentarismo / absolutismo / nacionalismo / socialismo utópico / socialismo
científico / sindicalismo / anarcocolectivismo / terrorismo… De todo como en
botica, que se diría en mi tierra. Escohotado dedica seiscientas cincuenta y
siete páginas a este siglo. Logra abarcarlo partiendo de todo tipo de
antecedentes, los lejanos y los próximos. Se detiene en los referidos al
comunismo científico: Morelly / Foigny / Holberg / Fenelón / Abate de Mably… Se
regodea en el comunismo utópico (religioso y laico) regalándonos excelentes
páginas sobre los casos norteamericano, inglés y francés. Aparecen
perfectamente explicados los experimentos comunales de Owen, Cabet y Fourier: Nueva Armonía / los literati /
Icaria / los falansterios, frente a las comunas religiosas: cuáqueros / shakers
/ rapistas / amanitas / auroritas / bethelianos / perfeccionsitas… Aparecen
también los trascendentalistas (Emerson y Ripley). Todo ello con una cantidad
de datos que resultaría abrumadora si no estuviese tan bien gobernada por el
autor, tan bien tirada y ajustada a la idea central del libro. Una de las cosas que
mejor quedan expuestas es la diferencia entre el resultado de los experimentos
comunales religiosos y laicos:
¿Cómo entender que en el mismo aquí y
ahora siete comunas religiosas triunfasen, mientras tres comunas laicas
fracasaban, a despecho de empezar con medios incomparablemente superiores?
¿Pudo influir en ello que las comunas laicas partiesen de la comunidad patrimonial,
mientras en las religiosas fue algo resuelto sobre la marcha, para sobrevivir a
condiciones de extrema indigencia? […] Las comunas religiosas son animadas por
idealistas y las seculares por materialistas, pero los primeros provienen de
todos los estratos sociales y administran el miedo a la muerte, mientras los
segundos provienen sólo de la franja burguesa y administran una variante del
malestar ante la vida, organizando, alimentando, verbalizando y dirigiendo el
resentimiento […] Las comunas religiosas norteamericanas se propusieron ser
perfectamente autónomas en materia de costumbres, y vieron con incondicional
respeto cualquier otro proyecto de independencia. Los demás ensayos aspiraron a
erigirse en ejemplo universal, como Nueva Armonía, Icaria y las comunas
racionalistas, en las cuales convencer y guiar al prójimo fue siempre más
urgente que vencerse a uno mismo.
Qué bien visto. Es más fácil al fuego hallar combustible que al combustible fuego,
diría Unamuno.
El libro nos cuenta con
todo detalle las dos Comunas de Paris (1848 y 1871) en sendos capítulos
titulados “Ondea la bandera roja” (I y II). Claro que he leído mucho sobre
ellas, pero Escohotado vuelve a sorprenderme. Tiene esa habilidad para mezclar
los hechos con las biografías sucintas de sus agentes, y así dibuja un
escenario tridimensional con sonido en estéreo. Entonces aparece el relato como
una crónica perfectamente asentada en su motor humano, social, sí, pero también
pautado por la acción individual de sus protagonistas (ideólogos, agitadores, actores,
cronistas, narradores): Herber / Blanc / Blanqui / Barbés / Tocqueville /
Babeuf / Vallés / Ferré / La Virgen Roja de Montmartre / Vitor Hugo / Marx /
Engels / Bakunin…
Escohotado traza
magníficos retratos de Marx / Engels / Wietling / Bakunin / Nechayev… pero
también atiende a la crítica literaria. Especialmente se mete con Los Miserables de Víctor Hugo, a quien
de alguna manera “hermana” con Marx por una vía tan lúcida como original. No
puedo extenderme en esto, pero os dejo una breve cita al respecto: Ambos [Marx y Hugo] se han amalgamado hasta identificar «miserables» con «masas». Río…
El texto, como es normal,
hace especial hincapié en el comunismo científico y el anarcosindicalismo,
dejándonos algunas de las mejores páginas que se hayan escrito en castellano
sobre estas corrientes (de altísimo voltaje) y sus líderes: Marx y Bakunin. Pocas
lagunas quedan en los retratos de ambos personajes, sobre todo en el de Marx.
Escohotado es un autor antimarxista con trazas de marxismo mental. No lo digo, sólo,
por su patente anticlericalismo y su latente epicureísmo, sino porque detecto
el a-de-ene marxista en todo su discurso. No sabría explicar por qué. Es algo
que no se me escapa y que yo mismo padezco, pues es muy difícil zafarse de
estas cosas en los tiempos que corren. Este autor conoce a Marx en profundidad.
Lo ha leído a conciencia. Su libro me ha ayudado a enfocarlo mejor (a Marx,
digo), sobre todo en su vertiente macarra y pendenciera, pero también en lo que
atañe a su introversión psicológica, que apunta a la ceguera idealista y
absolutista; a la necesidad de adaptar la realidad, pase lo que pase, a una
idea preconcebida. Racionalista / materialista / positivista / determinista que
desembarca caiga quien caiga, cómo no, en la mismísima verdad absoluta. Absoluta es cualquier entidad a la que
perdonemos el trance de demostrarse a través de una existencia concreta
(Escohotado). Así de sutilmente irónico se mantiene el autor a lo largo y ancho
del libro. Y con relación a Marx extrema su agudeza. Lo muestra en todo momento
como alguien incapaz de analizar los hechos y sacar conclusiones obvias del
análisis, si es que los hechos no se avienen mansos al guion que les ha pretendido
imponer a priori, cosa que nunca ocurre, claro.
Los historicistas entienden que la
sociedad humana está sujeta a leyes como las que gobiernan la gravitación o la
fermentación, y se diversifican en una versión reaccionaria (la dictadura «puramente empírica» del positivismo comtiano), una
revolucionaria (las dictaduras de Marx y Bakunin) y otra híbrida (los planes eugenésicos
del llamado darwinismo social).
Para un lector español o
interesado en España, la forma en que Escohotado aterriza su relato en este
país resulta esclarecedora, conmovedora, también estremecedora, y por momentos cómica.
Cuando aborda el XIX español se sale. Claro que son cosas que conocemos (o
deberíamos conocer) todos, pero este libro nos las ofrece servidas en bandeja
de plata y a la temperatura óptima. Los capítulos 26 y 27 de la sección segunda
del tercer tomo se llaman “La Restitución en clave ibérica” (I y II). Qué
gozada. Cómo he podido cabrearme y reírme a la vez.
Escohotado explica cómo
Bakunin enfila nuestro país tras concluir (oponiéndose en esto a las tesis
marxistas) que en “países bárbaros” como Rusia y España la revolución
se encarnizaría mediante el terror extremo y acabaría triunfando. A partir de
ahí, y sin dejar a un lado las influencias marxista-engelianas, quedan muy bien
trazados los caminos del republicanismo, el socialismo, el comunismo y el
anarquismo españoles, muy relacionados entre sí todos ellos. Por esa puerta,
habiéndonos asomado antes al carlismo y sus guerras fratricidas, entramos a la
Primera República. Escohotado se gusta, sobre todo, cómo no, cuando toca la
Revolución cantonal (1873), incluida la Revuelta del petróleo. No puedo
extenderme en esto, que os recomiendo muy especialmente, pero os listaré y
comentaré con brevedad varios fragmentos especiales de este apartado:
- Escohotado nombra, uno a uno y por
orden alfabético, los treinta y cinco cantones, esto es, repúblicas
independientes que se constituyeron a partir de una España también republicana
pero supuestamente descuartizada. El primero de la lista, Alcoy. El último, Valencia. Alcoy, que entonces cuenta con treinta mil
habitantes, celebra su independencia con un rechazo genérico del capitalismo, y sus líderes demuestran
sensibilidad para el gran espectáculo inaugurando la revuelta con una multitud
portadoras de antorchas empapadas en gasolina, que transforman súbitamente la
noche en día.
- En el cantón de Cartagena, único
donde corre la sangre gravemente, se izó una bandera turca para celebrar la
nueva República, porque no apareció allí otro trozo de tela roja adecuado para
improvisar una bandera anarco-comunista como Dios (Jano, medio Bakunin medio
Marx) mandaba.
- El gobierno de Cartagena solicitó
formalmente a Washington la anexión de la nueva República murciana a los
Estados Unidos. El Congreso de este país estaba estudiando la solicitud cuando
la ciudad se rindió a la República española. Su líder, Antoniet, huyó a Orán. A
dónde sino, claro. ¿Llevaría su bandera turca como salvoconducto y aval?
- Gálvez [el
después prófugo Antoniet] decide marchar
sobre Madrid [para liberarlo, claro, y quién sabe si para anexionarlo a
Murcia primero y a Estados Unidos después], aunque
se ve detenido por resistencia en el pueblo de Chinchilla, a cuatrocientos
kilómetros de su destino.
- Los cantones liberan a unos mil
ochocientos criminales de las cárceles para hacer la revolución. Cosa que
aprendieron muy bien los Castro, Chávez y Maduro, por ejemplo
Como veis, el asunto no
tiene desperdicio, especialmente si contado por este autor. El texto es
generoso en datos y anécdotas, y el "affaire español" avanza hasta detenerse en la
Andalucía de los ochenta y los noventa. Recoge el nacimiento de la Guardia
Civil, el surgimiento, clímax y descalabro de La Mano Negra, y la Toma de Jerez
(centro de la causa que se conoce ya como
«comunismo libertario») en 1891, por parte de unos cuatro mil campesinos al grito
de ¡Viva la anarquía! Dice Escohotado:
España brilla con luz propia en este
sentido porque ―como observara en su día Bakunin― mantiene intactos «los sólidos elementos
bárbaros, animados por su ira elemental». Cincuenta años después del proceso a
la Mano Negra, el miliciano trotskista G. Orwell atestigua que «aquí las
atrocidades se creen o descreen exclusivamente por predilección política».
Ah…
También hace un repaso
estupendo a la Semana Trágica de Barcelona (1909), al trienio bolchevista
(1919-1922), al Manifiesto Andalucista de Blas de Ibáñez (1/1/1919) que añora el Califato de Córdoba, ect. Leed
lo que escribe sobre la Semana Trágica de Barcelona:
…la exaltación popular incluye actos
insólitos como profanar el cementerio contiguo al convento de las Jerónimas,
depositar algunas momias en las aceras e incluso [llevar a cabo] pantomimas de «loco carnaval» con ellas. Esa noche [lunes, 26 de
julio de 1909] arden 23 edificios en el centro de la ciudad y ocho conventos en
la periferia, mueren tres eclesiásticos y una monja anciana es obligada a
desnudarse en la vía pública para «comprobar que no esconde armas bajo
los hábitos». El miércoles, coincidiendo con la
erección de cientos de barricadas, Barcelona se declara «ciudad libre» y entre
las octavillas distribuidas destaca la obra de un genio anónimo, que plantea el
espíritu de la Restitución moderna con inigualable elocuencia: Jóvenes bárbaros de hoy: entrad a saco en la
civilización decadente y miserable de este país sin ventura; destruid sus
templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la
categoría de madres para virilizar la especie. Romped los archivos de la
propiedad y hacer hogueras con sus papeles para purificar la infame
organización social. Penetrad en sus humildes corazones y levantad legiones de
proletarios, de manera que el mundo tiemble ante sus nuevos jueces. No os
detengáis ante los altares ni las tumbas… Luchad, matad, morir.
El autor no dice si esta
última proclama se imprimió en esperanto, francés, alemán, ruso, castellano, catalán,
valenciano o mallorquín. Perdonémoslo.
En fin, este segundo tomo
repasa también las dos Internacionales, la incorporación de Rusia a lo que Marx
y Engels llamaban el Movimiento Obrero Internacional (y cualquiera con dos
dedos de frente llamaría, sobre todo a partir de este momento, Escuela Planetaria
de Agitación y Terrorismo), el sindicalismo norteamericano, el socialismo
alemán (magníficamente tratado, por cierto, como todo lo demás), la Revolución
Alemana y la Revolución Rusa de 1905, dejando el terreno preparado para entrar
en el siglo XX (tercer tomo).
TERCER TOMO
Este volumen mantiene niveles de erudición y análisis similares a los desplegados en los dos anteriores. Además, el autor emplea el mismo tono ecuánime y
finamente irónico. Desde la publicación del primero, en 2008, a la publicación del
tercero, en 2016, median ocho años, y, sin embargo, el estilo es similar, lo
que dota a la obra de una unidad y una coherencia envidiables.
El tercer tomo, quizás el que
menos necesitaba leer pero agradezco igualmente, me ha dejado un sabor
agridulce. Ello nada tiene que ver con Escohotado y su estupenda obra, sino con
mis propios fantasmas. Llegados a este punto, el relato impacta de lleno en mis
experiencias personales, y, ay, se hace incómodo tirando a arduo. Salvo lo
referente al Nuevo Imperialismo de la Sociedad Fabiana (Rusell / Webb / Shaw /
Wells, entre otros), del que yo sabía muy poco, y al que el autor atribuye la
primacía de los planes eugenésicos de exterminio y esterilización a gran escala
(sí-sí, no fueron Lenin, Stalin o Hitler los precursores del tal disparate en
el XX, sino ellos, ¡vaya descubrimiento!), todo lo demás me sonaba, tal vez
demasiado. Cada palabra me tocaba hondo, haciéndome revivir lo peor de mis
primeros treinta años, años en los que experimenté a pie de vida la
sovietización extrema de mi patria, y en los que estudié con mayor o menor
intensidad (desde los cuatro a los veintidós) buena parte de la teoría apilada
por los clásicos del marxismo-leninismo; y también del relato bolchevique sobre
la Revolución de Octubre y sus consecuencias para el resto del orbe. Después de
graduarme en la universidad, y ya sin obligaciones curriculares al respecto
(qué alivio), leí (en Cuba y en España, según pude) a algunos de los marxistas
más o menos reciclados o aturdidos por el terror estalinista, miembros o no de
la célebre Escuela de Franfurt: Luckács / Weber / Marcuse / Benjamín / Fromm /
Adorno / Sartre, etc., etc., ect… Los leí a la vez que también leía con
fruición todo lo que me preparaba a fondo para contestarlos, y que engloba, sencillamente,
lo mejor del pensamiento y la literatura universales, incluido ahora el propio Escohotado.
Aunque mi talón de Aquiles sea precisamente haber mamado (a espuertas / a la
fuerza) marxismo-leninismo durante dieciocho años seguidos; gracias a mis
padres, que supieron contrapesar en casa aquel adoctrinamiento intensivo;
gracias a mi interés en viajar y leer; y gracias en especial a libros como el
que ahora reseño, puedo decir con Nietzsche: sólo soy invulnerable en el talón.
Me estremeció el tercer
tomo de “Los enemigos del comercio”. Y aunque también me dolió por momentos, lo
recomiendo sin ninguna cautela, más aún, con verdadero entusiasmo a todos los
lectores curiosos, hayan vivido o no en países comunistas. Por supuesto que sus
seiscientas páginas están cargadas de información enjundiosa y utilísima:
datos, análisis e ideas del propio autor. En él podrán leer sobre la
“consagración” de la socialdemocracia europea, sobre la deriva espartaquista,
la bolchevique, Luxemburgo y Lenin, y todos los demás bolcheviques de pro:
Chernov / Rakousky / Stalin / Kamenev / Zimonev / Bujarin / el tránsfuga
Trotsky… Sobre Lenin, Stalin y Trotsky hay mucho, muchísimo, y de primera. Y
sobre los setenta años de la URSS (política interior y exterior / represión /
gulags / asesinatos a distancia / economía / planificación / control de precios
/ fiscalidad / pobreza). Y sobre sus países satélites, europeos o no (Alemania,
sobre todo), incluida Cuba, incluido Ernesto Guevara, de quien Escohotado hace
un retrato casi matemático para contrapesar la bobería cómplice que reina
alrededor del personaje: un asesino profesional. Y más, mucho más, incluida la
Segunda República española, claro, y la Revuelta de mayo del 68, y el
Movimiento hippie, y el Black Power, y el calentón de Chiapas… En fin, el tomo
arranca a principios del XX y llega hasta nuestros días. Es el perfecto colofón
a una obra enorme, que siguiendo un hilo muy original, se planta en el XXI y
nos pone frente al espejo. Habrá de nuevo
guerra… / Qué silenciosamente bebe el caballo… escribió Holan en vísperas
de la Segunda Guerra Mundial. ¿Alguien sabe dónde y cómo bebe en estos momentos
el présago animal?
Escohotado ha dicho: bolchevismo, fascismo y nazismo son
estructuralmente idénticos, pero usufructúan algo exclusivo de la conciencia
roja cuando a mediados del siglo XIX se templó denunciando la esfera jurídica
como símbolo de expresión clasista que se arroga sin fundamento el monopolio de
la violencia legítima. Esa conciencia
roja, fanática, violenta, totalitaria y eugenésica, que guio a Lenin, Stalin, Hitler y Mussolini, ¿dónde pace ahora? En la actualidad muy pocos se
reconocen fascistas o nacionalsocialistas (cuidémonos de ellos, sobre todo de
los que andan bien escondiditos), pero ¿cuántos ufanamente se reconocen comunistas?...
El descaro de los comunistas, que ahora más que nunca fingen ser demócratas,
crece a la par que la ceguera de su público. La conciencia roja pace en los
espíritus embotados y aborregados, en los enemigos del comercio y la lectura.
Aprovechando una vez más el enorme campo semántico que nos abre y regala la
poesía, voy cerrando con unos versos de Kozer. La conciencia roja prospera,
sobre todo, en aquel individuo que, para
que el / agua no sea un misterio / la recoge en cubos. Cuidado con estos tipos
acostumbrados a convertir los misterios en verdades que se miden, pesan y tasan,
que deben ser creídas y refrendadas a toda costa. Nosotros no creemos,
nosotros tenemos miedo, decía un esquimal para explicar el motor de su fe a un intelectual marxista.
«Ah, mira, qué oportuno»,
debió pensar aquel intelectual mientras la piara de Justiniano retozaba feliz
en su cabeza. No lo habrá escrito, pero lo pensó. Seguro.