Hoy leí en la prensa que el señor presidente de Méjico, don
Andrés Manuel López Obrador, exigió a España que pidiera perdón por los
avatares de la conquista (sí, sí, la del XVI); subordinando las relaciones futuras
entre ambos Estados, a la entonación del dicho mea culpa imperialista, y a una
absolución que… ¿se considera otorgada de antemano? Hablo de mea culpa y
absolución porque López Obrador, ni corto ni perezoso, metió al Papa en el ajo.
¡Dios mío!… Quienes me seguís aquí, sabéis que casi nunca hablo de política
directamente, que sólo lo hago en las poquísimas ocasiones en que soy incapaz
de evitarlo, amén los esfuerzos a que me obligo en tal sentido. Ésta es una de ellas.
A comienzos del XIX, Lord Byron dijo: la sociedad es ahora una horda educada e integrada / por dos tribus
poderosas, los molestos y los molestones. Seguramente el vate inglés no
pudo imaginar que, doscientos años más tarde, la casta stalinista de América
Latina produciría una tercera tribu que integra a farsantes de rango superior:
esos que a un tiempo fingen estar molestos y ejercen de molestones. Resultarían
cómicos, si no fueran tan peligrosos. Sólo por eso, por peligrosos, merece la
pena reírse en público de algunas de sus estupideces.
¿Pudiera López Obrador ser tan idiota como para creerse lo
que dice, como para estimar pertinente lo que pide? Pues claro. Conozco la
escasa sabiduría de la clase política universal en estos momentos, y mejor aún
conozco, os lo aseguro, la ignorancia mayúscula con que cargan los tiranos, o
pretendientes a, que tras la estela del holguinero nuestro (Castro), y
siguiendo sus instrucciones, que no su ejemplo; tratan ahora de agotar la vía
democrática en América Latina para cumplir sus más íntimos anhelos de poder absoluto.
Este hombre puede ser idiota (que viene de idio:
propio; que sólo se ocupa de sí mismo; que evita los asuntos públicos) aunque
se dedique a la política. ¿Y cómo se come esto? Muy fácil: Se dedica a la
política fingiendo interés en lo público, pero en realidad trata de que lo
público termine aviniéndose a su interés personal. Interés que en este caso,
insisto, calza en la horma ideológica que ha puesto a punto el stalinismo
holguinero para hacerse con el mando en el continente. Por todo lo dicho,
pudiera ser un idiota, sí, pero sin dudas es también un oportunista y un
farsante.
Un gran mejicano: Alfonso Reyes, antes de que en Holguín,
Cuba, se actualizara la retórica marxista pasada por Asia (qué disparate sobre
disparate) para adaptarla a los estómagos hispanoamericanos, escribió: La lagartija se deja arrancar la cola y
sigue viviendo; pero al hombre se le puede matar con algo tan inasible como una
idea. ¿Y cuál es la idea mortífera que repite como un papagayo López
Obrador? Ésta: Queridas lagartijas, para que nadie más pueda cortar vuestra
cola, tendréis que sacaros los ojos y cortaros las patas; tendréis que venir a
mi jaula, donde os alimentaréis sólo de cola, de vuestra propia cola, pero
tiernamente cortada por vuestros semejantes. ¿Y quiénes son las lagartijas en
este caso, quiénes sus semejantes? Los mejicanos, por supuesto. ¿Y quiénes son
los mejicanos?... Ah, un pueblo étnicamente muy diverso, que, según el
Instituto Nacional de Estadística y Geografía del propio país, está compuesto
de la siguiente manera:
. 22 % de
indígenas
. 2% de
afrodescendientes
. 47 % de
eurodescendientes, y
. 29 % cuyo origen no se aclara. ¿Serán mestizos?
A partir de estos datos, se puede llegar a la conclusión de
que López Obrador, cuyos apellidos lo delatan (López significa hijo de Lope, es
castellano hasta la médula; y Obrador es de origen aragonés; lo que sitúa al
presidente mejicano en la incómoda órbita sanguínea de los vasallos de los
Reyes Católicos, tan imperialistas ellos), decía que sus apellidos lo delatan,
y que este hombre queda incluido en el 76 % (47 + 29) de la población mejicana
que es eurodescendiente o mestiza.
Si nos ponemos tontos, ¿no serían esos propios mejicanos,
los descendientes de aquellos “genocidas” (López Obrador incluido, claro), quienes
tendrían que disculparse en nombre de sus mayores ante los indígenas? ¿Qué es
eso de echar balones fuera y cargar a los demás con su propia culpa?... Ah, nunca hubo mujer bella que hiciera muecas al
espejo, dijo Shakespeare.
Méjico lindo y
querido, ese gran país con un Estado
fallido, lo que menos necesita es que venga un farsante a rentabilizar en
beneficio propio sus ripios. Un farsante que habla a los mejicanos como si
todos fueran mexicas y estuvieran libres de culpa (si es que hay culpa,
lleguemos al final), con un discurso cocido en la Gran Alemania del XIX por un
determinista empedernido (¿existe algo más eurocéntrico que eso?); recocido en
la Rusia euroasiática y en la China por algunos de los carniceros más despiadados
del XX, y recalentado finalmente en el subtrópico hispano, por unos maleantes
sin otra vocación que reventar lo edificado por sus ancestros, para ejercer in aeternum la jefatura sobre los escombros.
Una escombrera para lagartijas ciegas y mutiladas que se
alimentan, si es que lo hacen, de las colas por las que perdieron la capacidad
de vivir y ejercer como lagartijas. Eso quedaría a Méjico si se deja llevar por
su presidente hasta el colmo de la estupidez y la ignorancia. Cuidado con el
cebo. Del mismo modo que los animales son
atraídos por un cebo, así los hombres no serían cogidos si no picaran en alguna
esperanza, dijo Petronio hace más de dos mil años. Y también dijo: oh, Fortuna […] ¿es que te sientes vencida
por el peso de Roma, y que no puedes sostener por más tiempo esta grandeza perecedera?
Méjico es un gran país. Pasa por enormes dificultades, pero tiene todo lo
necesario para intentar rehacerse. No es el odio a los fantasmas del pasado el
que traerá la solución. Es eso lo que agita López Obrador: fantasmas y odio. Y
lo hace tratando de pescar en la actual desgracia mejicana con un viejo arponcillo
hecho de la peor retórica euroasiática.
Si creyera capaz a López Obrador de leer algo que se aparte
de su catecismo, lo invitaría a leer “Armas, gérmenes y acero”, de Jared
Diamond; libro cuya lectura agradezco a mi amigo Rolando Paciel, y que os
recomiendo encarecidamente. Mejicanos queridos, familiares y amigos, leed este
libro, por favor. Se puede descargar en versión digital de Internet. Verán que
la historia de las civilizaciones responde, en origen, sobre todo a factores
físico-ambientales. Resumiendo mucho, los españoles llegaron a Méjico y lo
conquistaron, en lugar de que los mejicanos llegaran a España y la conquistaran,
porque cuando ambas civilizaciones se encontraron; en Eurasia llevaban varios
milenios de ventaja con relación a América en cuanto a la producción de
alimentos y la domesticación de animales. La expansión de la cultura y de su
fuerza civilizadora, que partió del Creciente Fértil, y que halló una verdadera
alameda en el eje Este-Oeste (desde la península ibérica al Japón), dadas las
similitudes de latitud y clima; no fue capaz de sortear los océanos con
verdadera posibilidad de influencia intercontinental, hasta que Colón,
auspiciado por Castilla, pudo cruzar el Atlántico, llevando consigo todo el
acervo tecnológico de Eurasia. Llegó con las armas, con la más alta tecnología, pero también con los
gérmenes, que fueron sus mayores cómplices sin que se lo hubiese propuesto
siquiera. Gérmenes que el sistema inmunológico de los euroasiáticos había
aprendido a combatir, desde que estos fueron contagiados con ellos por los
grandes mamíferos que habían domesticado. En América, en Méjico, no hubo
grandes mamíferos que domesticar, y por eso los mejicanos no eran inmunes a los
gérmenes de los europeos, sus principales soldados. Ahora mismo en esto hay
poco misterio, creedme. Y nada tiene que ver lo que pasó con factores raciales
o referentes a la inteligencia. Geografía. Todo tiene una causa profunda de raíz
geográfica. Insisto, leed sobre esto, por favor, en lugar de escuchar a los
ignorantes, falsamente molestos y expertos molestones, que agitando la
ignorancia pretenden reinar sobre ella.
Está de más decir que esto de que los conquistadores pidan
perdón a los pueblos conquistados, pondría a Méjico en una situación incómoda
frente a las minorías étnicas que fueron brutalmente sojuzgadas por los olmecas
y los aztecas. Está de más decir que España tendría que exigir que le pidieran
perdón los fenicios, etruscos, griegos, romanos, visigodos, celtas, árabes,
bereberes, franceses… y hasta los alemanes y rusos, verdaderos promotores y
artífices de su última guerra civil. Pero España no puede exigir perdón,
tendrían que exigirlo los españoles. ¿Y a quiénes iban a exigirlo?, si los
españoles son el resultado venturoso de las cuitas interraciales y culturales que
propiciaron todas esas conquistas, ¿acaso a sí mismos? Igual sucede con los
mejicanos, que en gran medida tendrían que pedirse perdón a sí mismos. Porque
Méjico integra minorías cuyo posible gen conquistador se ha perdido en el
silencio de la prehistoria, pero también integra minorías y mayorías que son el fruto del
mestizaje producido por el afán conquistador de olmecas, aztecas, españoles... y en menor medida, de franceses, ingleses, estadounidenses…
López Obrador sabe perfectamente que España no puede pedir perdón, y que los españoles, que son los que pudieran pedirlo, no están para semejantes chorradas (perro viejo non ladra a tocón, dijo Juan Ruíz). Lo sabe, pero le importa un pito. Esa demanda de perdón, que, insisto, debía hacerla a sus propios mayores, no a los míos, es como una semilla de ignorancia que busca tierra fértil. No se la deis, mejicanos. Si necesitáis que os pidan perdón, lo hago yo. No como español, como cubano. Fue en mi tierra natal donde se generó toda esta mierda que ahora os asecha. Somos los hispanocubanos quienes deberíamos pedir perdón por haber soportado el régimen que entrenó a tipejos como López Obrador. Perdón, Méjico, perdón.