CUM LAUDE, de Jorge
Tamargo (Lumme Editor, Brasil, 2018)
Jorge Tamargo es un poeta cubano afincado desde hace más
de veinte años en Valladolid, España. Forma, por lo tanto, parte de esa
diáspora caribeña que ha poblado una larga lista de países donde las y los
autores de la isla han entrado en ubérrimo contacto con otras hablas y otras
culturas. Creemos que, en buena medida, el libro que ahora comentamos se debe a
ese ingreso en una zona de contacto enriquecedora como le ha correspondido a
este poeta.
La poesía de Cum laude
honra, de principio a fin, el título de esta entrega: todos los poemas del
volumen, recogen el nombre de algún autor de la tradición poética occidental,
para darle un aire particular a cada uno de ellos. Este “aire particular”
quiere ser una toma, una instantánea de la poética de tales autores, es un
intento de replicarla pero ―y este no es un pero menor― sin perder esa
identidad que Tamargo sabe darle a sus propios poemas. Combinación difícil,
sobra decirlo, aunque nos parece que el autor sale aquí airoso de tal batalla.
Aunque el libro es breve, Tamargo se da maña para cubrir
un sector importante de esas figuras canónicas sobre las que él vuelve. Es un
viaje, el suyo, peculiar: va desde dos poetas vivos y en plena producción, como
son Antonio Gamoneda y José Kozer, hasta un medieval Dante Alighieri, pasando
por figuras propias de la vanguardia como César Vallejo y Ezra Pound y otras de
los siglos que cubren todo ese arco: Emily Dickinson, Goethe, Quevedo, Fray
Luis de León, entre otros. Esta pléyade nos pone en el lugar del que atiende a
un largo homenaje, pero también a un (intento de) diálogo. Porque no se trata
aquí de un mero listado de personalidades, sino de cómo estas voces siguen
cobrando vigencia en la medida en que se las sigue leyendo y, por ende,
re-contextualizando. De hecho, el orden en que están dispuestos los poemas,
desembocan en una tradición “viva”, por así decirlo, hasta llegar a aquella más
fuertemente enraizada en el canon, cubriendo ese diálogo feraz con los muertos
que es la verdadera tradición.
Nos quedaríamos cortos, sin embargo, si no nos
detuviéramos también en el rol que juegan aquí los diseños gráficos incluidos
tanto en la portada como en el interior del libro, especialmente cuando
acompañan a, si es que no forman parte de, los poemas mismos. En un texto con
el que no estamos del todo de acuerdo, pero que sin embargo vale mucho la pena
traer aquí a colación, el mismo Tamargo se explaya en torno a la presencia de
estos “dibujos”, a falta de un nombre mejor, al interior de un libro de poesía
como el suyo.
Dice allí el autor, para empezar, que todo poema es
“visual”, en la medida que para leerlo necesitamos previamente verlo (excepción
hecha, claro, de los poemas escritos en Braille). Si esto es así, sus poemas
serían propiamente visuales, en tanto que los estamos viendo impresos en la
página. Tamargo hace esta salvedad para distanciarse de lo que él estima es la
insuficiencia de lo que comúnmente se conoce como poesía visual, ya que,
siempre según el autor de Cum laude, lo
visual no sería un acicate sino un estorbo para la imaginación, sobre todo
cuando va asociada a cualquier tipo de relato. Pese a ello, cuando esta
visualidad abunda en lo abstracto y es capaz de impulsar la polisemia y no
impedirla, sí estaríamos entonces en un escenario fructífero para este poeta,
lo cual justificaría el uso de estas imágenes que acompañan a los poemas de su
autoría.
No nos queda sino agregar que, desde nuestra perspectiva,
se trata de una feliz reunión, ya que muchos de estos diseños otorgan una nueva
lectura, una nueva capa de sentido a los poemas. Y éstos, los más felices de
ellos, logran chispazos verbales que son lejos lo mejor de este libro. Porque
estamos ante una poesía sumamente acotada: veinticinco textos de diez líneas
cada uno, estos homenajes que son también reflexiones en torno al oficio
poético encuentran sus mejores momentos en esas imágenes donde lo inesperado de
la fricción verbal, la impertinencia predicativa de la que hablara Jean Cohen, logra
finalmente concretarse en ese cuerpo extraño que calificamos de poema. A
veces se trata de una disyunción ya sea en la lógica o en la sintaxis de esa
cadena de significantes y significados que se adentran en lo poético, otras de
una escritura alegórica como en el caso del poema que se titula “Fernando
Pessoa”.
Como sea, Cum laude
logra en la brevedad de sus páginas reflexionar con agudeza en torno a lo
lírico. Aunque sus méritos no se reducen a ello, sería sin embargo suficiente
con eso para estar agradecidos por la oportunidad de leer un libro como este.
Cristián Gómez O.
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