A Carmen Morán, Eugenio
Maqueda,
Judith Dato y demás “adarvianos.”
Cuando me apetece divertirme con un necio,
pienso en mí mismo, y ahí lo
tengo.
Séneca
Bueno, después de
treinta publicaciones en el blog que indagan en la imagen por distintas vías,
no sin cierto rubor abro un paréntesis para permitir que se hable en esta ocasión
sobre mi poesía. Cuando estructuré este espacio, digo bien: cuando lo hizo
Marisela, mi mujer, ya “colgué” (“colgó”) algunas de las críticas hechas a mis
libros por José Ramón
González y Antonio
Piedra en el apartado de libros publicados. Con motivo
de sus respectivas publicaciones, José Ramón escribió sobre “Radiografía de la
inocencia”, y Antonio lo hizo sobre “Penúltima espira”; en ambos casos con la
pericia y el rigor a que estos autores nos tienen acostumbrados. Pero ahora
comparto con ustedes un artículo más amplio que, sobre mi obra en general, ha escrito
Carmen Morán,
filóloga y profesora del Departamento de Literatura Española de la Universidad de
Valladolid, para la revista “Adarve”. No tengo nada que decir aquí y ahora
sobre mi obra poética. Los que lean el artículo de Carmen, cuyo “enlace” pongo
al pie de este párrafo, comprenderán que calle y deje que sea ella quien lo
haga. Estén más o menos de acuerdo con sus puntos de vista (yo, por cierto, los
suscribo y agradezco todos) comprobarán que es una mujer especialmente dotada
para la crítica, muy capaz de entrar en la imagen poética con un aparato
analítico en perfecta puesta a punto. Insisto, confío a Carmen lo que no podría
hacer como ella. Sin embargo, quiero aprovechar que esta vez se habla de mi
obra, para exponer al margen, de manera secundaria, sucinta y directa
(indirectamente, como es lógico, lo hago siempre) algunas pinceladas sobre lo
que pienso hoy, ya no con relación a la imagen en general, sino a la poesía, el
poema y el poeta en particular. ¿Servirá para algo? No lo sé, pero intuyo que puede
ser un momento oportuno para hacerlo. Tengo que ser muy escueto en este
formato, pero me atrevo. Les propongo leer ahora el artículo de Carmen, (página 101) y
luego, si pueden, volver sobre mis apuntes.
¡Oh humano corazón, ¿por qué
te vuelcas
en bienes que no admiten compañía?
Dante
Solo. El poeta
trabaja rotundamente solo. En el horizonte un poema, una oportunidad para creer
que la nada puede ser inseminada con la esperma de la verdad, que la oscuridad puede
ser seriamente herida con la luz. Horizonte y soledad. Sombra, deseo, voluntad,
inocencia… El poeta está solo. El poema que avista y pretende está abierto, han
trabajado en él muchos poetas que, igualmente solos, fueron tan incapaces de
evitarlo como de cerrarlo. Ya parece algo. ¿Merece la pena continuarlo…? El
poeta “se condena” a sí mismo, quiere añadir una imagen a esa enorme obra; una
estrofa, un verso, un hemistiquio, una palabra, un nombre… Memoriosos sema y
fonema. Tentador andamio. El poeta cae en la trampa. Escalará su Babel rodeado de sombras. Para colocar una imagen en ese poema universal,
atemporal y único, tendrá que trepar solo la tremenda torre. Pero qué difícil:
toda la vida escalando. En el suelo, un campamento-base donde se advierten los
peligros que conlleva la peregrina aventura: soledades, frustraciones, casi
siempre aparente fracaso. En ese campamento se montan numerosas y pragmáticas escuelas
para los que son apercibidos y reconducidos a tiempo. Quienes no pretendan sumar
algo al Gran Poema inconcluso, tendrán compañía en una fiesta diaria. Obtendrán
diplomas y cerrarán obras. Cantarán arropados y serán prontamente aplaudidos. Y
entonces ¿para qué intentarlo con el Poema-Uno? ¿Qué sumar a lo que nunca se
acaba y vuelve sobre sí con titánico afán? Bueno, al tiempo lineal, asimétrico
y voraz, hay que ponerle sucesivas trampas. Hay que hacerlo pasar por ciertas
angosturas, tenderle ciertas emboscadas, obligarlo a trazar convenientes bucles
para posibles y cíclicos neumas. Gracias a su peso, el Gran Poema es el único
que no puede ser barrido por la crónica carrera; es el único que grava la MEMORIA DEL HOMBRE. Sí, para
barrer el Gran Poema habría que barrer la MEMORIA DEL HOMBRE, esto es barrer al
hombre. Ojo, no a los poetas, al hombre. Pero si, como dice Heidegger, “el
hombre es el pastor del ser”, para acabar con el Gran Poema habría que hacerlo
con el ser mismo. Esa cardinal e inconclusa obra es la fabulada y sempiterna columna
que parece sostener el frontis de la humana tienda de campaña.
Una idea carece de interés
únicamente cuando, además de ser una falsedad, es una mentira, o dicho de otro
modo, cuando es subjetivamente falsa.
Ortega y
Gasset
El poeta que
trabaja para el Gran Poema es un fabulador, pero no un mentiroso. Quiere
asentar su verdad poética donde ésta puede serlo más, donde mejor ayuda a
sostener la carpa. Como todos los poetas es un farsante, pero, insisto, no un
mentiroso. Su verdad poética jamás carece de interés, porque aunque sea una objetiva
falsedad (¿y qué no lo es?), jamás resulta una mentira, jamás es subjetivamente
falsa. Es más, esa verdad poética es el único asidero para la razón, cuando
avocada a la cripta que habita su contrario, no encuentra la llave entre su
pacotilla. Sólo tal verdad opera en las múltiples cerraduras del miedo… La
soledad en que trabaja este poeta, y su desprecio por los regalos que brillan y
se ofrecen en el campamento-base, evitarán que se sienta tentado a mentir. Pocas
veces llegará a la pretendida imagen, esa que pueda sumarse a la importante
obra, pero aun en tal caso su gesta será un acicate para los que creen en la
poesía, para los que buscan en ella el mismísimo a-de-ene del ser humano, de su
pertinaz ardor. Si el poeta no miente, su verdad poética siempre tendrá
interés. Podrá alcanzar o no la pretendida cima, pero no irá directamente al remolino
de su evacuatorio.
La noche fue un día antes que
el día
Tales de Mileto
Solo y en lo
oscuro. El poeta amasa harina negra para un pan imposible, áureo, que
únicamente se podrá comer con la venia de los dioses. El Gran Poema tiene la
médula mate. Sólo en sus abalorios la luz refracta simulados hallazgos. Pero esos
abalorios apenas son la demasía que la imagen excreta cuando se asienta en la
inconclusa obra. Entonces un ejército de obreras luciérnagas trata de disimular
que la imagen misma es en esencia noche; esa noche que aún se adelanta un día a
todos los días posibles. El poeta araña la oscuridad, pretende heridas de luz,
pero el poema, generoso, le devuelve suturas negras. Mientras tanto, en la
festinada campa, quienes evitaron la peregrina escalada viven deslumbrados por
sentencias hialinas. Desayunan pan blanco, fresco, y en un ara esquinada
ofrecen a las risueñas hienas los nombres de los escaladores. Claro, el poeta
que persigue el Gran Poema no les teme. Entiende que “la luz es sombra de la
nada”. Termina diciendo: “Ah, oscuridad, mi luz” y adormece a sus dulces
y obedientes lazarillos para dejar que su bestia preferida lo guíe en la
espesura, porque bien sabe que "sólo el jabalí negro tiene los ojos de oro."