Días atrás, un conocido, que según sus propias palabras se
considera a sí mismo “conforme y
orgulloso beocio”, con cierta ironía me preguntó sobre el nombre de este
blog. Le parece raro, y una sonrisa socarrona se dibujó en su rostro cuando,
por elemental cortesía, le respondí someramente (intuí que no había margen para
más) explicándole el abecé del concepto de imagen que aquí se maneja. No sé si
ha leído alguna “entrada” además de aquella donde hablaba yo de “los beocios”,
pero modestamente creo que le habría resultado útil hacerlo. En cualquier caso,
por ocioso que pueda parecer a mis lectores cómplices, y aunque a veces me
repita, (pido disculpas por ello si ocurre) con relativa frecuencia siento la
necesidad de abundar de forma directa (indirectamente lo hago siempre) en lo
que significa la imagen para el hombre. Puede que no me lean quienes más lo pudieran
rentabilizar, lo sé, pero quién sabe si “arañando
vaho”, como diría mi colega Baruque, vamos logrando poco a poco vías de transparencia,
fértiles rasguños que, por exiguos que sean, vayan abriendo el necesario claro
en tan postiza y dañina nebulosa. Con esa ilusión trabajo. Aunque nace del referido
incidente, no es éste, sin embargo, un texto con pretensiones contestatarias o polemistas.
Ojalá pudiera alcanzar una “lucidez confortable” que, muy lejos del pugilato, sin
combatir a nadie, ni siquiera a los más escépticos en esta materia, aportara alguna
claridad en un ámbito para muchos tan oscuro.
La vida, según Bergson, es un impulso, “una imprevisible creación de formas” (…) “una fuerza espiritual que extrae de sí misma más de lo que contiene”.
O sea, la vida (humana, maticemos) es una impulsiva fuerza espiritual creadora
de formas. En lo esencial, estoy de acuerdo. Y esa fuerza espiritual extrae de
sí misma más de lo que contiene. También de acuerdo. Pero ¿qué más? ¿cuál es el
enigmático “además”? Pues yo creo
que ese “además” es precisamente la imagen.
En este blog dedicado a ella, es lógico que busquemos entenderla. No digo
definirla con exactitud o razonarla en profundidad, porque esas son tareas muy difíciles para las que
no me creo capacitado, pero sí distinguirla (¿qué menos?) e incluso reducirla a palabra hasta donde sea posible para poder encomiarla con ciertas garantías. Puesto a ello, cuento
esta vez con un pensador y un poeta (Bergson y Lezama) para que me ayuden a
contrapesar el tiránico positivismo que gobierna nuestro tiempo. Porque eso
de que la vida es una fuerza espiritual ¿acaso no parece hoy una majadería, una
excentricidad? ¿Y no lo parece todavía más que esa fuerza espiritual pueda
sacar de sí misma más de lo que contiene?
Para Bergson, lo real es sólo duración o cambio; el ser se reduce al movimiento. Claro, la inteligencia toma instantáneas de la duración, ya que necesita “representarse estados y cosas”. Entonces la inteligencia sustituye interesadamente la continuidad por discontinuidad, la movilidad por estabilidad. La inteligencia crea y fija imágenes, (formas, figuras, ideas) siempre provisionales, (porque la imagen, si es buena, jamás se atiene a una formalización definitiva) a través de las cuales puede “suspender” artificialmente el continuo movimiento para intentar entenderlo y razonarlo. Lezama, que en muchos sentidos era bergsoniano, dijo: “Ya la forma no puede ser definida como la etapa última de la materia, sino como el momento más eficaz para que el movimiento pueda ser captado sin ser detenido”. Y también dijo: “La penetración de la imagen en la naturaleza engendra la sobrenaturaleza” (…) “frente al determinismo de la naturaleza, el hombre responde con el total arbitrio de la imagen”.
Entonces estamos ante un animal (el hombre) que es en un escenario en constante movimiento, un escenario que resulta el movimiento mismo. Pero este animal tiene la capacidad de “pausarlo” para poder captarlo en eficaces momentos, mediante artificiales instantáneas (imágenes: formas, figuras, ideas) como vía para penetrarlo, conocerlo. Y penetrándolo de esa manera única, artificiosa, incluso tramposa, no sólo logra pesarlo, medirlo, dotarlo de sentido, sino que lo sobrepesa, lo sobredimensiona, lo sobrecarga de significados hasta poder convenirse en él. Extrae de él más de lo que contiene. Sí, a través de la imagen el hombre convierte la naturaleza en sobrenaturaleza, la grosera realidad en realidad habitable, el polvo matemático en humana escena. No es poca cosa lo que digo. Puede parecer, resultar temerario, pero estoy diciendo, no sólo que la imaginación es un agente más en el proceso cognoscitivo, cosa aceptada por casi todos, (“Se considera a la imaginación como una facultad intermedia, puesto que está a ‘medio camino’ entre la sensibilidad y la inteligencia”, diría, por ejemplo, Lluis Pifarré) sino que tal vez sea el principal motor en este proceso. Digo que mediante imágenes conocemos el medio en que somos y aprendemos a convenirnos en él. Casi nada…
El hombre es un animal que imagina. Es justo esa exclusiva
capacidad para la imagen lo que le permitió distinguirse primero y escindirse
después de la bestia. Donde ésta dependía únicamente de los sentidos (veía
presas, escuchaba aullidos, seguía rastros…) el hombre imaginaba escenarios que
no podía percibir con ellos; creaba cielos, reinos, dioses, dimensiones
espacio-temporales imposibles de captar por vía sensible, generando así estados
de consciencia totalmente reales (pues no hay nada más real que la imaginación,
Lezama) que ni están en el espacio (Bergson) ni sustancian fuera de la poesía.
Estados de consciencia, digo, que comienzan y acaban en la imagen, que se
almacenan en una memoria necesariamente imaginativa.
La inteligencia y la imaginación
íntimamente ligadas y concurriendo activas en un creador empedernido, en un
animal-artista, un animal que conoce (intuye, comprueba, razona) siempre por
medio de la imagen inteligente; un animal que además memoriza y consolida así una
experiencia muy condicionada por su imaginario…
Un ser imaginativo, un creador,
un artista, eso es, para empezar, todo hombre. Todo hombre, sí, no importa
cuáles sean ni su inclinación ni su consciencia al respecto. Todos somos
artistas, cuando menos, en potencia, y en alguna medida todos lo somos también
en acto. No es ésta una cuestión sujeta a preferencias. La imaginación puede
ser una aptitud a desarrollar culturalmente, pero el origen de la aptitud
misma, la capacidad de imaginar (que me perdonen psicólogos y antropólogos el
intrusismo) debe venir impresa en nuestro genotipo, ya sean los genes marcados para
ella, más o menos recesivos o dominantes según el individuo. Cito ahora a Roger
Verneaux, que aludiendo a ideas de Ravaisson, escribe: “…el arte es la más profunda intuición y la más perfecta expresión de la
naturaleza. La ciencia no hace más que trazar los contornos generales de las
cosas. El arte penetra en su intimidad, hasta su misma alma. No sólo revela la
forma de los seres, que es su esencia individual y su belleza, sino que también
capta la tendencia, el movimiento que engendra la forma, y que constituye su
gracia.”
¿Por qué tenemos que repetir hoy estas cosas? Pues porque hoy más
que nunca son puestos en solfa el hombre-artista, o sea, el hombre-hombre y la
imagen de que se vale para serlo. En un ambiente tremendamente positivista,
cientificista, determinista, el hombre parece alejarse progresivamente de su más
profunda razón de ser. La imagen, de oscura cuna, aunque como dije, es a un
tiempo vía y resultado de una actividad netamente productiva: conocer; cayó en
desgracia frente al omnipresente y omnipotente láser. Los ojos del hombre, con
párpados tiesos en eterna “on position”, están condenados al deslumbramiento,
tanto, que anuncian ceguera incorregible. Dijo Shakespeare: “Si cierro más los ojos, mejor veo”, pero
hoy padecemos también una sordera especialmente inmune a los poetas. Por eso,
justamente por eso debemos repetir estas cosas.
Sí, la vida es un impulso, “una fuerza espiritual que extrae de sí misma
más de lo que contiene”. Extrae de lo imaginable el enigmático “además”: la imagen. ¿Realmente vivimos una vida humana si no participamos
esta esencial demasía? No. No
podemos evadir participarla sin renunciar a ser humanos. El hombre conoce
imaginando, es imaginando… Contra la verdad en sí, tendenciosamente
inclinada a la NADA,
aciaga, el hombre tiene una pócima perfecta: la imagen, una verdad fuera de sí,
propensa al TODO, feliz.
Querido amigo otro texto lleno de verdad.
ResponderEliminarLa imagen de lo que vemos en estos tiempos es simplemente revelacion de lo que nuestros sentidos nos muestran desnudos de toda referencia mas alla del ser animal que los utiliza.
La imagen por la imagen es neciamente una estupidez. La imagen trasciende y cobra toda su intensidad en una pintura, en un poema... por eso el titulo de este blog es perfecto y asi lo he entendido siempre.
La imagen nos tiene que mover al analisis y tambien a la intucion, imaginacion, (estoy de acuerdo contigo).
Una palabra es convertida por nuestro cerebro, como ya sabemos, en imagen pero detras de ese concepto hay muchos mas que ver, que palpar, que sentir.
La imagen trasciende y nos corre velozmente por las venas, nos acelera el corazon y nos mueve el pulso, no puede quedarse en un estereotipo, detras hay un universo de sensaciones, emociones...
No podemos rascar un poco la imagen no, nos tenemos que sumir en su dimension para sacarle todo el jugo y llegar asi a vivir de forma plena y algun momento que otro feliz.
Besos.
Mercedes
Creo que en mi caso sí has conseguido arañar el vaho. Cada vez estoy más convencida de la fuerza de la imagen. Lo empezé a aprender el año pasado en el curso de poesía y este año sigo en esta creencia leyendo tu blog. ¿Entonces pensamos y analizamos lo que nos pasa, por la imagen que tenemos de las cosas, situaciones, etc...? ¿Esto no es en cierta manera engañoso sobre una realidad distinta en cada cultura y por lo tanto no real en esencia?
ResponderEliminarSon ideas vagas, perdona por el atrevimiento de escribirlas. Es muy gratificante poder leer tu blog, y mi atrevimiento se debe a esta falta de presencia que me permite internet.
Saludos. Luisa
Querida amiga (Mercedes) tu comentario baraja conceptos muy diversos y complejos. Podríamos estar hablando del tema horas y horas. Qué asunto tan extenso y difícil de asir. Por eso tal vez motive tanto. Me centro ahora en esta frase tuya: “La imagen trasciende (el concepto, entiendo yo) y nos corre velozmente por las venas, nos acelera el corazón y nos mueve el pulso, no puede quedarse en un estereotipo, detrás hay un universo de sensaciones, emociones...” Claro, yo también creo que la imagen trasciende al mero concepto. En los momentos que más integrista me siento en este sentido, llego a pensar, incluso, que los conceptos también son imágenes, imágenes que “cierran sobre sí mismas” acotándose por pura conveniencia cognitiva. Pero no quiero liarme demasiado con tan complejo tema. Tengo muchas dudas al respecto, y éste tal vez no sea el medio idóneo para hacerlo. Ahora, ¿quién puede dudar que detrás (y delante) de toda imagen vibran esperando a su conmutador un montón de sensaciones, de emociones? Esa infinitud, esa capacidad para resbalar en el hemisferio izquierdo de nuestro cerebro y abismarse en el derecho, es lo que convierte a la imagen en un germen de humanidad. Porque ¿no somos los hombres animales esencialmente emotivos? Pues sí, seremos racionales, pero sobre todo somos emotivos… imaginativos… Gracias como siempre, amiga. Abrazos. Jorge
ResponderEliminarQuerida Luisa, ante todo debo decirte que me alegra mucho tenerte por aquí. Creo que eres la primera, entre los integrantes del Club de Poesía que dirigí en la Biblioteca de Castilla y León, que no sólo “me visita” (eso también lo hacen otros) sino que participa activamente. Muchas gracias, de veras. Me reconforta que aquel curso te haya motivado a seguir leyendo, especialmente poesía. Es muy loable, además, que te animes a ir más allá de la simple lectura. Tus ideas no son vagas, claro que no, ni expresarlas aquí es atrevido, al menos en mayor medida de lo que puede serlo en mi propio caso. No hago más que “arriesgarme” en cada entrada. En realidad tengo más dudas que certezas en algunos de los temas que trato, pero siempre me “arriesgo” con la intención de crecer y de proponer vías de crecimiento compartido a mis lectores. Así que estás perennemente invitada a participar. Si lo haces, yo estaré feliz de dudar y de “atreverme” junto a ti. ¿Cómo responder a tu primera pregunta? A ver, en mi opinión, no es sólo que razonemos (conozcamos) ayudados por la imagen, que también, (eso lo veo como bastante obvio, y está aceptado por muchos) sino que tal vez la imagen no sea una simple ayuda, sino la vía principal para hacerlo, entendiendo el razonamiento como la última fase del conocimiento, que siempre comienza en la intuición, claro. Como le decía antes a Mercedes, siendo un poco talibán en esto, a veces llego a pensar que las unidades de razón por excelencia: los mismísimos conceptos, son también imágenes; en este caso acotadas por un pragmático convenio, imprescindible en el complejo proceso cognitivo. Por supuesto que cuando hablo de imagen, no lo hago de algo necesariamente visual o auditivo. La imagen muchas veces “formaliza”, toma figura en una idea; y la idea, al menos para mí, no es sospechosa de surgir a partir de los sentidos, aunque a veces pueda utilizar referencias sensoriales para hacerlo. Entonces, ¿pensamos y analizamos lo que nos pasa, por la imagen que tenemos de las cosas? No lo sé del todo, pero me atrevo a decirte que sí. Más aún, me atrevo a decir que “la principal cosa” que tenemos los humanos, la que nos hizo y con suerte nos mantendrá humanos, es precisamente la imagen. ¿Ves qué atrevido soy? Sobre el tema de la segunda pregunta, pregunto yo: ¿Y qué no es engañoso?, si todo lo que es para el hombre no puede escapar a su medida. Lo siento, pero ahora debo ser relativista. Mira, dijo Protágoras, un pensador griego, que el hombre es la medida de todas las cosas. Si somos la medida de todo, si todo ha de pasar necesariamente por nuestros sentidos, y, como mucho, por nuestra imaginación, ¿cómo evitar que todo sea (humanamente) engañoso? Claro que nos engañamos constantemente, de lo contrario seríamos bestias. Somos humanos, porque, gracias a nuestra capacidad de imaginar, nos engañamos sin cesar con tal de convenirnos para la vida. Pero ojo, ya dijo Tagore que el río de la verdad va por cauces de mentiras. Esas “mentiras”, las humanas, son la única verdad posible. Pactamos las verdades que necesitamos, y estas verdades sólo se pueden construir a partir de humanísimos embustes. ¿Ves que sigo arriesgándome? Ahora podrían cargar contra mí los paladines del positivismo y de la fe. Pero insisto en lo que dije en la entrada: Contra la verdad en sí, tendenciosamente inclinada a la NADA, aciaga, el hombre tiene una pócima perfecta: la imagen, una verdad fuera de sí, propensa al TODO, feliz. Soy positivo y creo… en el hombre, en su principal “juguete”: la imagen. Gracias de nuevo. Abrazos. Jorge
ResponderEliminarLa imagen, desde la alcanzada por el hombre en las cavernas, hasta la desarrollada en sus cúspides científicas (por ejemplo, Einstein y su "Teoría de la relatividad"), encepó en la mente humana, y fue ocupando, fascinando a todas las generaciones, que aportaron matices, bordes, principios a partir de los cuales nuestro cerebro pudo operar hasta “reducir” imagen a concepto. La imagen-concepto (o el concepto-imagen) gira en un bucle apasionante, y como bien dices, de difícil análisis en un medio tan necesariamente escueto como éste.
ResponderEliminarBesos.
Mercedes.
De acuerdo, amiga, de acuerdo. Abrazos. Jorge
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