lunes, 12 de mayo de 2025

LEÓN XIV EN SU ENCRUCIJADA HISTÓRICA

 



 

Si dejas un poste blanco en paz, pronto será negro. Si quieres que sea blanco, tendrás que pasarte la vida dándole manos de pintura; es decir, se requiere una revolución constante […] Se requiere una vigilancia casi sobrenatural por parte del ciudadano debido a la horrible velocidad con que envejecen las instituciones humanas.

                                              Chesterton (contraponiendo el verdadero                                                                        conservador al conservador integrista)

 

El poste que hereda León XIV, sin embargo… No es que pardee, o que esté inclinado (casi tumbado), o que esté tunelado por polillas y termitas; que todo eso, también. (Si la cosa parase ahí, pudiese bastar con la receta de Chesterton: mantenimiento constante que lo alejase de la transfiguración, noticia incontestable de la transmutación definitiva). No. El poste que hereda el nuevo papa (digamos todavía poste) necesita algo más que un mantenimiento intenso y perseverante. No es su blancura, es decir, su lustre accidental, lo que está en juego, sino su esencia misma: su mismísimo ser-poste. Un poste es, sobre todo, duramen en y para la sobrevida. ¿Debemos seguir llamando así al bálago cenizo que dejó Francisco I a León XIV? El camino (no empedrado, pedregoso) que en los últimos quinientos ocho años siguieron los guardas del poste para ir a repintarlo, quebró de sopetón hace doscientos treinta y seis, y otra vez hace sesenta y seis, y otra vez hace doce (seis más seis). En cada una de esas feroces curvas, los guardas fueron derramando la pintura blanca. Y lo que es peor, fueron perdiendo el norte hasta perder de vista el propio poste: pilar en el zaguán de la Gloria: la Historia. 

Hace unos días escuché decir a un sacerdote, en medio de una homilía, que la elección del nuevo papa no podía tomarse como algo político porque no lo era. Esta idea, que entiendo bien en tanto desiderátum teológico, es absurda cuando aterriza en la Historia. ¿Fue alguna vez apolítica la elección de un papa, si exceptuamos la primera? (Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia). ¿Puede serlo ahora? Respondo no a ambas preguntas. Y añado: ahora menos que nunca. La Iglesia que dejó Francisco I está metida hasta el cuello en el pozo histórico-político. Y no sólo es imposible que la Iglesia opere fuera de ese pozo, ya que, para empezar, constituye (y representa a) un Estado, el Vaticano, sino que lo hizo con singular afán durante el último papado, porque supeditó lo concerniente a la fe cristiana al juego político, y, lo que es peor aún, lo hizo guiñándole el ojo al relativismo en boga, colocándose la mayoría de las veces al lado de los ateos y los más fervorosos perseguidores y asesinos de cristianos en Occidente: los comunistas. Así que la híper politizada Iglesia católica no está en condiciones de elegir a un papa bajo la inspiración del Espíritu Santo (no hay peor sordo que el que no quiere oír), si Éste no apunta, también, y puede que de manera especial, al jefe del Estado Vaticano, más que al sucesor del vicario de Cristo. (Ya sé que son uno y el mismo, que su distinción es meramente funcional, pero es que ahí está el peligro, en que se confundan el orden y la relevancia de ambas funciones). La Iglesia actúa en la Historia, que como decía Spengler, no es «historia de la cultura» en el sentido antipolítico que tanto aman los filósofos y doctrinarios de toda civilización […] sino todo lo contrario: es historia de razas, historia de guerras, historia diplomática; el sino de las corrientes vitales en figura de hombre y mujer, de estirpes, de pueblos, clases, Estados, que en el oleaje de los grandes hechos se defienden y se atacan unos a otros. Así de obvio. Así de crudo. Insisto, la Iglesia actúa en la Historia, en esa Historia real que sin anestesia nos describe Spengler. El papa, además de su guía espiritual (supeditado sólo a Cristo), es su estratega en jefe. Casi nada. Toda su estrategia, y cada una de sus tácticas, deben estar al servicio de Dios y de la fe cristiana (la católica, por supuesto). Y son los dogmas de fe, basados en la Biblia (Viejo y Nuevo Testamento) y recogidos en las doctrinas establecidas por los grandes santos, padres y doctores de la propia Iglesia, los que han de marcar el camino. ¿O me equivoco? Si un papa quiere poner en solfa todo ello, inventándose un nuevo cuerpo doctrinal al margen de la tradición, a expensas de los caprichos del poder temporal, muy especialmente del poder temporal contrario a la fe cristiana, ¿se puede considerar un verdadero pastor de los fieles? ¿O en tal caso su designación responde a una prueba de fe? Entiendo que Dios está al tanto de esto. No sabemos cuáles son sus razones para permitir algo así. Conocemos el fin de su Plan Maestro, pero no cada uno de los medios que utilizará para desarrollarlo. Además, «Francisco I fue elegido bajo la inspiración del Espíritu Santo, sí, pero los cardenales, que como el resto de los hombres gozan de libre albedrio, pudieron hacerle caso o no. El libre albedrío de la criatura excusa al Creador en este asunto», me dirán algunos. No sé. San Agustín dijo: El liberum arbtrium es la facultad de la razón y de la voluntad por medio de la cual es elegido el bien, mediante auxilio de la gracia, y el mal, por la ausencia de ella. La gracia anda, o no, por ahí. Su ausencia pudo determinar la elección de un papa como Francisco I. ¿Habrá regresado al cónclave que eligió a León XIV? El tiempo dirá.

¿Y no es político esto? ¿No es histórico? Yo de teología sé muy poco, pero me doy cuenta, creo, de las cosas obvias. Dios no se reveló al hombre prehistórico, se reveló al hombre histórico. Encarnó en su hijo, y a través de Él, hecho hombre se presentó en la Historia, se sumergió en ella. En la Historia se humanizó para que, avisados, pudiésemos participar conscientemente de la Divinidad, y hasta intentar fundir nuestra alma con Ella, como pretenden, por ejemplo, los místicos. Para que lo blandiera en la Historia, Dios le dio al hombre el libre albedrio. Si hubiese querido otorgar y retener tal potestad en la prehistoria, es decir, al margen de la polis, para uso de hombres iletrados, agrupados en hordas, clanes o tribus, la “película” hubiera sido bien distinta. Pero no. Entonces Jehová dijo a Moisés: Sube a mí al monte, y espera allá, y te daré tablas de piedra, y la ley, y mandamientos que he escrito para enseñarles (Éxodo 24: 12-13). Dios escribió en piedra para hombres históricos y, por ende, lectores, que no vivían en estado natural, sino en estado civil, y que fueron puestos por Él a vivir en estado ético-moral y hasta estético. Dios descendió a la Historia, y tratando de poner orden ahí (aquí), nos dejó tan inmersos en la política como recelosos de ella. El Cristianismo fue quien grabó fuertemente en el corazón del hombre, que el individuo tiene sus deberes que cumplir, aun cuando se levante contra él el mundo entero; que el individuo tiene un destino inmenso que llenar, y que es para él un negocio propio, enteramente propio, y cuya responsabilidad pesa sobre su libre albedrío, dijo Balmes. Aun cuando se levante contra él el mundo entero, ¿de acuerdo? ¿Incluye esto al papa? Por supuesto. Hace poco escuché decir a un historiador que hablaba de los jesuitas, que La compañía siempre promovió el libre pensamiento (no el libre examen luterano contra cualquier autoridad, hasta ahí no llegó, claro), la libre posibilidad de cuestionamiento de las doctrinas de la Iglesia con un límite infranqueable: la autoridad última del papa para validar o invalidar cualquier “hallazgo” que produjera el ejercicio de tal licencia. Enseguida me pregunté: «¿Y qué pasa entonces si el mismo papa es jesuita, y por eso ejerce la licenciosa capacidad de pensar por sí mismo con relación al cuerpo doctrinal de la Iglesia, siendo, a la vez, la última autoridad validante o invalidante de sus conclusiones? ¿Será capaz de autocensurarse cuando esas conclusiones, las suyas, resulten meras ocurrencias y estén enfrentadas a la tradición católica? ¿O no? Y en este último caso, ¿se atreverá a cargar en la cuenta del Espíritu Santo tal disparate? Ah…

La elección de León XIV ha sido súper política. No hay más que ver cómo estaban pendientes de ella todos los ateos y comunistas del mundo. Ahora está por ver qué hace el nuevo sucesor de Pedro con su bálago cenizo. ¿Lo adorará? ¿Le adosará un rodrigón anticristiano? ¿O se pondrá manos a la obra, orando y actuando, para re-transmutarlo en poste? Si Dios quiere, este papa tendrá muchos años de ejercicio por delante. Ojalá tome nota del inmenso abismo que se abre bajo sus pies, bajo los nuestros; y lejos de arrodillarse cobardemente ante el saldo heredado, levante la cabeza, se erija en jefe del tribunal de cuentas, y entienda que lo que nos estamos jugando es la total y definitiva bancarrota. No debe tener miedo a la apocalíptica visión del bálago cenizo, sino al revés, debe abrazarse a lo que queda en él de poste. Debe reconstruirlo, y también pintarlo y repintarlo, claro, para que vuelva a ser eso: un poste blanco: un punto fijo en la marea relativista que nos bate y disuelve. Cuando todos van hacia el desorden, no parece que nadie vaya a él. Sólo el que se detiene puede hacer notar la marcha de los otros como un punto fijo, dijo Pascal. Cuando el poste de la Iglesia católica no se postraba ante las herejías o la falta de fe, actuando en la Historia y utilizando herramientas de muy diverso tipo, celebró incontables concilios espirituales y doctrinales en los que, sin embargo, incidió sin miramientos en la política. En ellos, por ejemplo, se limitó la brutalidad de la esclavitud, igualando ante los ojos de Dios al amo y al esclavo; se mitigó la mendicidad, se impidieron los infanticidios, se dictaron las famosas Treguas de Dios, que comenzaron por implantarse durante fines de semana y terminaron implantadas durante años, etcétera.

La iglesia no puede flotar en un medio apolítico. (No puede, ¿eh?, no es algo opcional). Ello implicaría regresar a La Tebaida de los anacoretas: santos y mártires que, para vivir de espaldas a la Historia, se exiliaron de ella y se instalaron en el desierto, habitando cuevas o permaneciendo a la intemperie, incluso, sobre capiteles de columnas. Esto sería hoy una aberración estéril. Ni siquiera en los albores del cristianismo fundante, aquello duró mucho tiempo, porque la noticia de la vida ejemplar que llevaban esos hombres hizo que muchos otros los imitasen y se reuniesen con ellos, en lo que fue el embrión de las Órdenes (instituciones) religiosas, que devueltas a la Historia y a la política por la propia Iglesia que las abrazó, constituyeron uno de los gérmenes de la civilización occidental. Hoy, la reaparición de los ermitaños no traería consigo noticia de comienzo, sino de fin. De ahí su esterilidad. De ahí su inconveniencia. La iglesia no puede flotar en un medio apolítico. Pero lo que no debe hacer en ningún caso es abandonarse a la política servilmente, y haciéndolo, abandonar a Dios y a sus fieles. El poste blanco-punto fijo no puede ser inmutable, no puede permanecer ajeno a su tiempo histórico, pero tampoco (mucho menos) puede hacer dejación de su “carga”. No puede dejar de ser un pilar en el zaguán de la Gloria.        

La encrucijada histórica de León XIV es evidente. De un lado, el bien: el poste moribundo (bálago cenizo) que necesita una rehabilitación integral, que demanda valentía y trabajo. De otro lado, el mal: también un bálago, pero pintado de colorines tornasolados, que invita al relativismo, el trile, la cobardía, la dejadez y la comodidad. ¿Bálago cenizo a reparar en dirección al poste, o bálago de colorines a acariciar en dirección a…? ¿Bien o mal? No valen los trucos de magia maniqueos. (El mal es el bien pervertido, dijo Paracelso). Por otro lado, sería muy de burro permanecer quieto hasta morir, siguiendo el ejemplo que recoge aquella paradoja del burro de Buridán. En el escenario actual, no hacer nada, pasar sin molestar a nadie, es equivalente a dejarse morir. Hace doscientos años, dijo Byron: la sociedad es ahora (ya lo era entonces, imaginad cuánto lo será hoy) una horda educada e integrada por dos tribus poderosas, los molestos y los molestones. La Iglesia no pude integrarse cabizbaja en la primera tribu, debe capitanear la segunda, debe volver a ser el contrapoder que siempre fue con relación al poder político, más aún si éste se empeña en destruirla, como paso necesario para destruir la cristiandad, es decir, para destruir la civilización occidental. En fin, como la historia no es ciencia, es poesía; no es matemática o crónica, es drama, y, sobre todo, tragedia; lo que ocurre en ella es poéticamente trágico. Sin embargo, la tragedia puede ser muy útil, y hasta promisoria, cuando no termina en sí misma representada un domingo en el teatro, cuando no se cierra en una muerte intrascendente, sino que se abre a un futuro reparador. Ojalá que León XIV reciba la gracia divina y dirija su libre albedrío hacia el bien. Lo contrario sería… Con la muerte corrió una vez desnudo, / y dándole una echada de ventaja, / cuando se quiso levantar, no pudo, dijo el poeta con un pie en la vida, y el otro, cómo no, en la Historia.



viernes, 2 de mayo de 2025

"CONVERGENCIAS", DE JOSÉ KOZER

 





ATEO: No trascenderé. MUERTE: No doleré.     Miente la muerte (esa consorte voluptuosa), lo saben. «¡Demasiado rojo, demasiado!», gritaron al ateo mientras tomaba color en el sector pensante. «Recuerda aquellos emperadores que empurpurados sucumbieron a la sangre (roja, sí, pero santa) de los mártires»... Los demás no se explican cómo pudo entregar tanto por tan poco, cómo pudo enviciarse con el rapé del demonio. Su yo fáustico, una empresa suicida. Su recelo ante la Terna Redentora, un tumor que madura.     Cordero de la Revolución Mundial que quitas la esperanza del mundo, ¿por qué arrebujas con tu pomposo pellejo a este infeliz ilustrado? ¿No ves que le teme, que resulta tan sarcástico como el manto de un gigante sobre un ladrón enano?

 


Así me las gasto con el ateo que oficia en mi asamblea íntima, el que repta bajo mis sábanas, y también entre las páginas de muchos libros amados. Una y otra vez, el ATEO: No trascenderé. Una y otra vez, la MUERTE: No doleré. Una y otra vez, YO: Ay, cómo mientes, cabrona.

Acabo de terminar la segunda lectura de Convergencias, de José Kozer. Un poetazo ateo, distinguido cantor, aunque numerario de una raza infernal de deicidas, a quien la muerte mintió durante mucho tiempo. Él, que no es tonto, y mucho menos ingenuo, fue levantando acta de la farsa que nuestra Gran Hermana escenificaba a diario; pero hace unos cuantos años que ya resulta demasiado: «Vale, ganaste», le dice en días aciagos de mansedumbre terapéutica. «Se acabó, hija de puta. Ve a echar piojos a otra parte. No te asomes a mi ventana», le dice en días de residual rebeldía, cuando la Bichona aspavienta y se carcajea con su dentadura negra detrás de los cristales; esto es, detrás de los ojos; esto es, en la mismísima caja de resonancia. En ambos casos, la caja resuena. Y cuánto.

La poesía de Kozer no defrauda nunca, ni en sustancia ni en forma. No se trata de un quejío al son de una bandurria. Qué va. Aquí, hasta los pasajes más jeremíacos aparecen galvanizados por un lenguaje y una música punzantes, desafiantes. Incluso la melancolía, la tristeza o el abatimiento, por más que sean (o parezcan) axiales y apunten a una rendición sin contrapartida, en la propia poesía se alzan contra sí mismos, triunfan sobre sí mismos en un ajuste de cuentas estético que pone a bailar al diccionario en pleno con “armonías imposibles”. Sí, la poesía de Kozer puede bailar hasta las profecías más quejicas de Jeremías. Como diría Chacel: puede bailar hasta El discurso del método. Hasta El manifiesto dadaísta, añado yo.       

Perderán los dientes el pelaje recuerdo de                                                                                             siglos hacinados entre                                                                                                             sales aromáticas pan                                                                                                               seco comerán bazofia                                                                                                                 de intestinos vísceras                                                                                                                 de cerdo, sus uñas y                                                                                                                       sus patas la entraña                                                                                                                       o morir como perros en                                                                                                               tal caso embalsamadlos.

Los que sean capaces de leer poesía, es decir, los que puedan cantar con el autor sus versos, notarán que esta música no la canta bien cualquiera. Yo, que sólo canto en castellano, repaso la partitura, la ensayo, y cuando la clavo, alcanzo un placer adictivo. No encuentro muchos antecedentes de ritmos tan especiales en nuestra tradición poética. Ni siquiera registrando en la vanguardia de los setenta del veinte. No sé, puede que aparezcan en poetas como Justo Alejo, por ejemplo.      

Pero aquí el gozo estético no se limita a lo musical. La escenificación del pugilato entre la imaginación y la inteligencia, cuando llega a estas cimas, es también muy placentera. La poesía de Kozer revienta los marcos semánticos y semióticos (de raíces más o menos aristotélicas) que nos propone la poesía de andar por casa. Y haciéndolo, penetra un territorio órfico donde lo meramente racional es contrapesado con lo no racional, e incluso, por qué no, con lo irracional productivo. Kozer que, por muy escéptico que sea, todavía es capaz de sorprenderse ante estímulos humanísimos, agita cabreo, ironía, mofa… y sirve… Se dice: «bah» y encoge los hombros. Se ríe de nosotros, de él mismo. Parece una broma, y sin embargo… ¿Que comete alguna falta de ortografía metafísica? ¿Que comete algún error de sintaxis teológica? No estoy en condiciones de apuntarlo. Cuando soy parte del ditirambo y voy detrás del corifeo, no me las doy de peripatético. Pero si así fuese, ¿qué?, a ver. De eso se trata, ¿no? Como todo gran poeta, Kozer escribe poemas, no redacta discursos ni triangula silogismos.  

Nosotros pocos, crasos, quizás demasiado                                                                                          altivos escapamos a                                                                                                              tiempo de tierras                                                                                                                eslavas, nuestras                                                                                                                    armas defensivas                                                                                                                      eran de cartón piedra,                                                                                                                    resorteras, hachas de                                                                                                            yagua, espadas de                                                                                                                madera blanda de                                                                                                        blandengues hebreos.

Mis hijas se alzan (¿en armas?) cada una un                                                                                          batallón se aproxima                                                                                                                      a sus zonas erógenas,                                                                                                                sonrío, me llevo las                                                                                                                    manos al bajo vientre                                                                                                                    no encuentro el saco                                                                                                                    roto de aguas.                                                                                             

Cuando leí por primera vez el libro (en uno de sus poemas el poeta dice sobre lo que escribe: poema o / dibujo, / no tiene anatomía) escribí a Kozer: No sé si tus poemas tienen o no anatomía (yo juraría que sí), pero lo que tienen, seguro, es un aliento mestizo (meridiano y diagonal / recto y curvo) que sopla sustancia existencial de forma esencial. Después de la segunda lectura, no sólo me reafirmo en esto, sino que lo repito en público con la esperanza de que algunos de mis lectores se animen a leerlo (Covergencias / José Kozer / editorial libros de la resistencia / Madrid / 2025).

Se trata de un libro exigente, pero muy generoso. Devuelve mucho. Aun los que sólo vean adoquines allí donde no encuentran calentita arena de playa, descubrirán briznas y hasta florecillas en las juntas. Entradle. Veréis cómo, a pesar de que el eje del mundo cruja de manera tenebrosa, a pesar de que Caronte merodee por el barrio musitando su réquiem; Kozer sigue tocando su instrumento. (No el arpa apolínea. Tampoco el aulós dionisíaco. ¿El shofar? ¿El sistro?). Si bailáis o no, es cosa vuestra. Yo os aconsejaría que lo hicieses. Quitaos la corbata y los tacones altos. Si os soltáis a bailar con Kozer como niños, con él podréis llegar a decir algún día: «bah, ¿a esto le temía?» La poesía, como la muerte, es lo más tuyo que puede haber en ti. Pero como la tierra se niega a recibir en su seno a los niños (lo dice el poeta escéptico, no yo / ¿una falta de ortografía metafísica? / río…), insisto, como la tierra se niega a recibir en su seno a los niños, no tendréis más remedio que mirar al cielo.