ATEO: No
trascenderé. MUERTE: No doleré.
Miente la muerte (esa consorte voluptuosa), lo saben. «¡Demasiado rojo,
demasiado!», gritaron al ateo mientras tomaba color en el sector pensante.
«Recuerda aquellos emperadores que empurpurados sucumbieron a la sangre (roja,
sí, pero santa) de los mártires»... Los demás no se explican cómo pudo entregar
tanto por tan poco, cómo pudo enviciarse con el rapé del demonio. Su yo
fáustico, una empresa suicida. Su recelo ante la Terna Redentora, un tumor que
madura. Cordero de la Revolución Mundial que quitas
la esperanza del mundo, ¿por qué arrebujas con tu pomposo pellejo a este
infeliz ilustrado? ¿No ves que le teme, que resulta tan sarcástico como el manto de un gigante sobre un ladrón
enano?
Así me las gasto con el ateo que oficia en mi asamblea íntima, el
que repta bajo mis sábanas, y también entre las páginas de muchos libros
amados. Una y otra vez, el ATEO: No
trascenderé. Una y otra vez, la MUERTE:
No doleré. Una y otra vez, YO: Ay, cómo
mientes, cabrona.
Acabo de terminar la segunda
lectura de Convergencias, de José
Kozer. Un poetazo ateo, distinguido cantor, aunque numerario de una raza infernal de deicidas, a quien la
muerte mintió durante mucho tiempo. Él, que no es tonto, y mucho menos ingenuo,
fue levantando acta de la farsa que nuestra Gran Hermana escenificaba a diario;
pero hace unos cuantos años que ya resulta demasiado: «Vale, ganaste», le dice
en días aciagos de mansedumbre terapéutica. «Se acabó, hija de puta. Ve a echar
piojos a otra parte. No te asomes a mi ventana», le dice en días de residual
rebeldía, cuando la Bichona aspavienta y se carcajea con su dentadura negra
detrás de los cristales; esto es, detrás de los ojos; esto es, en la mismísima
caja de resonancia. En ambos casos, la caja resuena. Y cuánto.
La poesía de Kozer no defrauda
nunca, ni en sustancia ni en forma. No se trata de un quejío al son de una bandurria. Qué va. Aquí, hasta los pasajes más
jeremíacos aparecen galvanizados por un lenguaje y una música punzantes,
desafiantes. Incluso la melancolía, la tristeza o el abatimiento, por más que sean
(o parezcan) axiales y apunten a una rendición sin contrapartida, en la propia
poesía se alzan contra sí mismos, triunfan sobre sí mismos en un ajuste de cuentas
estético que pone a bailar al diccionario en pleno con “armonías imposibles”. Sí,
la poesía de Kozer puede bailar hasta las profecías más quejicas de Jeremías. Como
diría Chacel: puede bailar hasta El
discurso del método. Hasta El
manifiesto dadaísta, añado yo.
Perderán
los dientes el pelaje recuerdo de siglos hacinados entre sales aromáticas pan seco
comerán bazofia de intestinos vísceras de
cerdo, sus uñas y sus patas la entraña o morir como perros en tal caso embalsamadlos.
Los que sean capaces de leer
poesía, es decir, los que puedan cantar con el autor sus versos, notarán que
esta música no la canta bien cualquiera. Yo, que sólo canto en castellano,
repaso la partitura, la ensayo, y cuando la clavo, alcanzo un placer adictivo.
No encuentro muchos antecedentes de ritmos tan especiales en nuestra tradición
poética. Ni siquiera registrando en la vanguardia de los setenta del veinte. No
sé, puede que aparezcan en poetas como Justo Alejo, por ejemplo.
Pero aquí el gozo estético no se
limita a lo musical. La escenificación del pugilato entre la imaginación y la
inteligencia, cuando llega a estas cimas, es también muy placentera. La poesía
de Kozer revienta los marcos semánticos y semióticos (de raíces más o menos
aristotélicas) que nos propone la poesía de andar por casa. Y haciéndolo,
penetra un territorio órfico donde lo meramente racional es contrapesado con lo
no racional, e incluso, por qué no, con lo irracional productivo. Kozer que,
por muy escéptico que sea, todavía es capaz de sorprenderse ante estímulos
humanísimos, agita cabreo, ironía, mofa… y sirve… Se dice: «bah» y encoge los
hombros. Se ríe de nosotros, de él mismo. Parece una broma, y sin embargo… ¿Que
comete alguna falta de ortografía metafísica? ¿Que comete algún error de
sintaxis teológica? No estoy en condiciones de apuntarlo. Cuando soy parte del
ditirambo y voy detrás del corifeo, no me las doy de peripatético. Pero si así
fuese, ¿qué?, a ver. De eso se trata, ¿no? Como todo gran poeta, Kozer escribe
poemas, no redacta discursos ni triangula silogismos.
Nosotros
pocos, crasos, quizás demasiado altivos escapamos a tiempo
de tierras eslavas, nuestras armas defensivas eran de cartón piedra, resorteras,
hachas de yagua, espadas de madera blanda de blandengues hebreos.
Mis hijas se alzan (¿en armas?) cada una un batallón se aproxima a sus zonas erógenas, sonrío, me llevo las manos al bajo vientre no encuentro el saco roto de aguas.
Cuando leí por primera vez el
libro (en uno de sus poemas el poeta dice sobre lo que escribe: poema o / dibujo, / no tiene anatomía) escribí
a Kozer: No sé si tus poemas tienen o no
anatomía (yo juraría que sí), pero lo que tienen, seguro, es un aliento mestizo
(meridiano y diagonal / recto y curvo) que sopla sustancia existencial de forma
esencial. Después de la segunda lectura, no sólo me reafirmo en esto, sino
que lo repito en público con la esperanza de que algunos de mis lectores se
animen a leerlo (Covergencias / José
Kozer / editorial libros de la
resistencia / Madrid / 2025).
Se trata de un libro exigente,
pero muy generoso. Devuelve mucho. Aun los que sólo vean adoquines allí donde
no encuentran calentita arena de playa, descubrirán briznas y hasta florecillas
en las juntas. Entradle. Veréis cómo, a pesar de que el eje del mundo cruja de manera tenebrosa, a pesar de que Caronte merodee
por el barrio musitando su réquiem; Kozer sigue tocando su instrumento. (No el
arpa apolínea. Tampoco el aulós dionisíaco. ¿El shofar? ¿El sistro?). Si bailáis
o no, es cosa vuestra. Yo os aconsejaría que lo hicieses. Quitaos la corbata y
los tacones altos. Si os soltáis a bailar con Kozer como niños, con él podréis
llegar a decir algún día: «bah, ¿a esto le temía?» La poesía, como la muerte,
es lo más tuyo que puede haber en ti. Pero como la tierra se niega a recibir en su seno a los niños (lo dice el
poeta escéptico, no yo / ¿una falta de ortografía metafísica? / río…), insisto,
como la tierra se niega a recibir en su
seno a los niños, no tendréis más remedio que mirar al cielo.
Suena como algo que me gustaría leer. No sé si tengo todavía ojos para ver la hondura de los versos, pero siempre puedo intentarlo. Gracias, Jorge, por la sugerencia y el descubrimiento.
ResponderEliminarPor cierto, mira si tengo razón, que tu página ya no me reconoce y me identifica colo anónimo. Soy Sonia, querido, aún. Abrazo.
ResponderEliminarQuerida amiga, esto de que la página no te reconozca como Sonia no me gusta nada. Es un detalle de muy mal gusto por su parte. A ver cómo la amonesto. En cualquier caso, quien nunca te confundiría soy yo. Por eso no te preocupes. Gracias, amiga, por leer y comentar.
EliminarSiempre me río de estas cosas, el que no me reconozcan es ya casi un privilegio, puede que solo fuera que soy inhábil y estaba comentando desde el teléfono, donde veo peor. Parece que la amonestación dio resultado. Un abrazo
ResponderEliminarPues sí. A veces hay que ponerse serios con quien nos irrespeta. No se atreverá de nuevo. A tus pies.
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