Hoy estuve en un foro económico
promovido por El Norte de Castilla en el hotel “Vincci Frontaura” de
Valladolid. Allí nos presentamos, Marisela y yo, para escuchar en vivo a uno de
los más importantes comunicadores o publicistas entre los que contestan la
hegemonía del discurso colectivo-izquierdista (o izquierdo-colectivista, como
queráis) en la España actual: Marcos de Quinto. Porque sabemos quién es y cómo
se las gasta, allí fuimos. Llegamos a las nueve y quince horas, hablamos con
Ana Alonso (de Quinto nos había dicho que si queríamos desayunar así lo
hiciéramos / río…), y nos sentamos en una mesa próxima al estrado. (Oigan, era
cierto, con desayuno y todo. Un nivelazo también en lo gastronómico). Allí nos
plantamos, digo, rodeados de empresarios de éxito, banqueros, políticos,
periodistas… y fuimos metiendo mano con discreción a pasteles, zumos y cafés,
mientras esperábamos al ponente. Claro, como
(por mi única culpa, quede claro) no estoy acostumbrado a este tipo de foro, enseguida
me vino a la mente aquella anécdota que cuenta un amigo mío sobre su padre. El
señor Eustaquio, que era un avezado tratante de ganado, le decía a Josema: «hijo,
no vayas sin dinero a ninguna parte, por favor; nada de tarjetas de (des) crédito
ni cosa por el estilo: un buen fajo de billetes siempre contigo; y que se note
bien en el bolso; escúchame: un hombre sin dinero es un bulto sospechoso». «Ya,
pero no me van a tomar por un bulto sospechoso si vengo acompañado de una mujer
tan hermosa como Marisela y ardo en deseos de escuchar a de Quinto, que, entre
otras cosas, se hizo a sí mismo a base de trabajo», pensaba. Pensaba en eso y
recordaba por qué admiro a este hombre, que naciendo en una familia humilde fue
capaz de hacer cosas tan distintas como formar parte de jurados de dramaturgia,
actuar en películas de éxito, correr el Dakar, escribir un libro de poemas con
versos como éstos: y las paredes / se
están haciendo cada vez más ciertas (quedaos con ellos), llegar al Congreso
de los Diputados como político, y, sobre todo, fue capaz de hacerse económetra
y de convertirse, de la mano de Coca Cola, en el ejecutivo empresarial de más largo
recorrido en la España moderna. Y como si todo eso fuera poco, hace un par de
años se juntó con su colega y amigo Juan Carlos Girauta para fundar la
asociación Pie en Pared, y desde ella molestar a los molestones profesionales,
desenmascarar a los traidores y poner palos en las ruedas a los aprendices de
tirano. En fin, este hombre, que de bulto sospechoso tiene bien poco aunque no lleve
el fajo entre los dientes, renuncia ahora a una vida cómoda, siembra alfileres
en su poltrona, y para que en el futuro su pequeña hija no pueda echarle en
cara que se haya cruzado de brazos mientras le levantaban el país, anda de un
lado para otro explicando lo que pasa en España, señalando, en cada parada,
donde quiera que encuentra oídos prestos, a los impostores que van en modernísimos
coches eléctricos, y en los semáforos más rutilantes ponen los indicadores hacia
la libertad pero giran hacia la esclavitud.
De Quinto es un comunicador nato.
(Debo confesar que en este sentido no sólo lo admiro, lo envidio). Nada de
enredarse en cantinfladas o explicaciones largas. Nada de parábolas
encriptadas. (La poesía y el poema donde van, es decir, donde hacen bien y no
mal). Nada de exigir al público un especial esfuerzo para seguir un discurso
curvo pronunciado en una sala de espejos. No: pim, pam, pum… y vengan ejemplos
que sacarían de la soñolencia y la desidia al más pinto. Ni despachaderas ni mojigaterías.
Un discurso medido para lograr la mayor eficacia posible. Se trata de construir
una alternativa real al discurso hegemónico de la izquierda. Y si se quiere
construir algo cierto, concreto… Como soy todo lo contrario y no puedo pensar
rectamente, vamos, que me disperso con facilidad y me enmaraño en mis vericuetos
mentales, me viene a la mente aquella anécdota (no recuerdo ahora dónde la leí)
de los dos arquitectos griegos que optaban a la ejecución de un monumento muy
importante. (¿Sería en la Atenas clásica?). Pues bien, ambos se presentaron
ante las autoridades encargadas de adjudicar el trabajo. El primero agotó a los
oyentes, pues empleó mucho tiempo en explicar su proyecto: contó su base
conceptual, filosófica, teológica… contó cómo lo llevaría a cabo y dio todo
tipo de detalles en relación a. El segundo se limitó a decir: «todo eso
que dijo mi colega, lo haré yo». Y así fue, claro. En esta historia yo sería el
primero y de Quinto el segundo, es decir, él y no yo construiría el edificio. Así
que, estando donde estamos, y sabiendo que, como dijo Santiago en su Epístola
Universal, el pecado, cuando llega a su
colmo, engendra muerte (¿acaso soy el único que percibe un ambiente
prebélico en España?), no se trata de hacer filigranas teológicas y calcular
cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler (Juan Filópono), ni de que nos
pase como a aquel ciempiés al que preguntaron en qué orden movía sus patas y
quedó paralizado por el simple hecho de pensarlo. La tierra, cuando no produce trigo, da espinas, decía Fray Luis de
León. ¿Acaso soy el único que percibe una España espinosa avocada a un túnel
sin salida? Las paredes / se están
haciendo cada vez más ciertas, sí, señor. Y no en la sesera íntima del
poeta, sino en la casa común.
De Quinto dio donde más duele a
los decadentes. Una a una, desmontó las “causitas” que enarbola el wokismo para
narcotizarnos en dirección a la aniquilación de Occidente, de la cristiandad. Lo
hizo con la efectividad de siempre, con el sentido del humor de siempre. Y como
hablaba en un foro económico, es decir, plagado de empresarios, explicó por qué
la empresa se ha plegado ante la decadencia y se ha dejado llevar por el
discurso hegemónico de la izquierda. Trade
follows the flag (el comercio sigue a la bandera), dicen los ingleses, no
en el sentido exacto en que lo digo aquí, pero… El problema es quién lleva qué
bandera. El problema está en quién fija la diana ético-moral a que apuntarán (y
el tipo de sentido común que asumirán) las empresas, para tratar de
convencernos de que no sólo se dedican a hacer dinero, de que son algo más de
lo que realmente son: servidores públicos, el soporte del sector improductivo
de la sociedad; en una economía seudocapitalista como la nuestra, uno de los
pilares de la libertad. Casi nada. En palabras del propio de Quinto, las empresas,
grandes, medianas, pequeñas o unipersonales (reconoció el papel fundamental de
los autónomos) son las que propician que haya un presupuesto público sin vivir
de él. ¿Os parece poco?
De Quinto no rehuyó hablar del
revolcón cultural que se está produciendo en Europa, asegurando que este cambio representa el mayor peligro a que nos enfrentamos en la
actualidad. En una evidente alusión a la progresiva islamización de España,
dejó claro que no creía en los segundos milagros. Dijo algo así como que «fuimos
los únicos capaces de zafarnos del islamismo en el mundo, pero un milagro es
eso: un milagro, y nos llegó porque lo merecimos en la Reconquista». Y pregunto
yo, ¿podemos esperar de nuevo el milagro que merecieron los héroes siendo meros
alfeñiques? Ahora me viene a la mente (perdón, no puedo evitarlo) aquella
respuesta de Harún al-Rashid (califa iraní) a Nicéforo (emperador bizantino), quien
osó insinuar al primero que dejaría de pagar el tributo anual que pagaba: En nombre del Dios misericordioso, Harún
al-Rashid, jefe de los fieles, a Nicéforo, perro romano: He recibido tu carta,
hijo de infiel, y no escucharás mi réplica, sino que la verás. Imaginaos
lo que sucedió después. Ah, siguen siendo esto, señores. Esto y punto redondo. Lo
demás es majadería ovina. Y como a buen entendedor pocas palabras bastan, me
despido con Baltazar del Alcázar: No le
des la mano, Inés, / a ningún sujeto humano, / porque si le das la mano, / tú
tendrás una y él tres. Hijos de
Inés, cuidado con los colectivistas y los expansionistas bereberes. Escuchad a
Marcos de Quinto. Pie en pared.
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