martes, 10 de enero de 2017

ROBOT POETA






En los últimos días del pasado año, encontré en la prensa un artículo sobre poesía escrita por robots. Al parecer, el ingeniero Pablo Gervás ideó un programa llamado Wasp, que produce poesía cibernética. Su robot-poeta ha llegado a escribir cosas como las que siguen (en la onda de Lorca, dice el padre de la criatura):

Yunques ahumados
sus muslos se me escapaban como
peces sorprendidos
la mitad llenos de alas.

Puede que el bueno de Pablo le diga a su obediente poeta: ―ahora, como Lorca; o puede que le diga: ―adelante, por bulerías; o, ―atrévete, por seguiriyas… Quién sabe si basta con que le dé unas palabras-clave: Lorca y erotismo, por ejemplo, para que el robot llegue a escribir, sin más ayuda, estrofas como la mostrada.

Claro, me asaltan varias preguntas, y algunas de ellas son confesables aquí: 1. Si casi nadie lee a Lorca, ¿para qué necesitamos a un poeta que lo imite, sea éste animal o máquina? 2. Si ya somos más los poetas que quienes no lo son, (para comprobarlo sólo hay que echar un vistazo a las redes sociales, y a los catálogos de las editoriales que cobran por publicar lo que aquéllas, amenazantes, avanzan) ¿para qué necesitamos réplicas maquinales? 3. Si la poesía importa un pito a la mayoría de los mortales (casi todos somos poetas sin leer poesía, por raro que parezca); ésta, la robótica, ¿estaría destinada a los perpetuos? 4. Si la respuesta a la número 3 es afirmativa, ¿como público se piensa en los dioses, o en los propios robots que vendrán a suplantarnos? 5. ¿Acaso estamos alumbrando a los poetas de un futuro que nos excluye; o, sencillamente, este Pablo Gervás, cuyo sentido del ridículo es más liviano que el éter, intenta gastarnos una broma? 6. ¿No será este señor una especie de cíborg: un japonés medio cableado que adopta la apariencia de gato (gatos, se llaman a sí mismos los muy madrileños) para camelarnos? Vean otro poemilla de su duende cibernético:

Engalanados por los derechos
del niño indígena. Apago soles.
Concluido el objetivo que exista
todo el mes para que ya sin nombre.
Dichosa puerta que nos transforman.
Solidaridad vocación. Hombres.

Sí, rían conmigo: Este poeta es noticia. La prensa nacional lo está promoviendo. Sus versos apuntan al Nóbel, porque las palabras hombres y solidaridad, así, bien juntitas, tienen un poder tremendo para encantar a los académicos nórdicos. Todo se andará… Rían conmigo, pero no demasiado; quiero decir: después de reír, enfádense un poco, porque semejante estupidez no surge de la nada. El poeta-robot es el último delirio prometeico de la especie. No escarmentamos, ni siquiera ante el castigo que sufre nuestro sumo benefactor atado a su roca, con el hígado hecho pedazos. Sí, Prometeo no sólo nos dio el fuego; nos lo enseñó todo, nos endiosó a su manera; tanto, que llegó a pronosticar por escrito la muerte de Zeus, dos mil quinientos años antes que Nietzsche la de Jehová. Ahora Prometeo, aun encadenado, trama nuestro golpe definitivo: la humanidad divinizada. Ah, seremos autómatas inmortales: entes con inteligencia artificial ajenos a la pelona, capaces incluso de producir poesía; no por vía sanguínea, sino matemática. Los engendros producidos por nuestro propio ingenio, con corazón nuclear y miembros neumáticos, serán capaces de una precisión tal, (también para escribir) que haga sentirse a los dioses meros observadores de nuestro progreso. Poetas y robots al mismo tiempo. Madre mía… Ay, Pablo, Pablo, seas o no un cíborg con disfraz de gato, ¿realmente no has dado nunca con alguien que se apiade de ti; que te explique el cómo y el por qué de la poesía; el para qué, sobre todo, el para qué? ¿Realmente te crees semejante cretinada, o intentas reírte de nosotros? ¿Quién te paga para que insufles tu delirio ingeniero donde menos se le espera? ¿O es que lo haces así, como si nada, divirtiéndote, pensando ya como maquinilla?

Preguntas retóricas de dudosa eficacia, las que dirijo al alegre técnico. Estos superdotados, cuando embalan, es porque han sufrido un daño irreversible. Pero ¿y ustedes, quienes amablemente me leen aquí…? Les propongo un pequeño inciso de la mano de Esquilo y su “Prometeo encadenado”, antes de seguir conmigo. Así hablaba el triple agente de titanes, dioses y hombres, cuando el mandamás lo sorprendió con las manos en la masa y lo encadenó a su roca:

PROMETEO. (Tras de un largo silencio.) No penséis que callo por arrogancia o altanería; pero un pensamiento me devora el corazón al verme así tan vilipendiado. En verdad, a estos dioses nuevos, ¿quién otro si no yo les repartió exactamente sus privilegios? Pero sobre esto callo; pues sabéis lo que podría deciros. Escuchad, en cambio, los males de los hombres, cómo de los niños que eran antes, hice unos seres inteligentes, dotados de razón. Os lo diré, no para censurar a los hombres, sino para mostraros la buena voluntad de mis dones. Al principio, miraban sin ver y escuchaban sin oír, y semejantes a las formas de los sueños, en su larga vida lo mezclaban todo al azar. No conocían las casas de ladrillos secados al sol, ni el trabajo de la madera; soterrados vivían como ágiles hormigas en el fondo de antros sin sol. No tenían signo alguno seguro ni del invierno, ni de la floreciente primavera, ni del estío fructuoso, sino que todo lo hacían sin razón, hasta que yo les enseñé los ortos y ocasos de los astros, difíciles de conocer. Después descubrí también para ellos la ciencia del número, la más excelsa de todas, y las uniones de las letras, memoria de todo, laboriosa madre de las Musas. Y fui el primero que até bajo el yugo a las bestias esclavizadas a las gamellas y a las albardas, a fin de que tomaran el lugar de los mortales en las fatigas mayores, y llevé bajo el carro a los caballos, dóciles a las riendas, orgullo del fasto opulento. Sólo yo inventé el vehículo de los marinos, que surca el mar con sus alas de lino. Y, mísero de mí, yo que he encontrado estos artificios para los mortales, no tengo artimaña que pueda librarme de la actual desgracia.

CORIFEO. Padeces un castigo indigno; privado de razón divagas, y como un mal médico que a su vez ha enfermado, te desanimas y no puedes encontrar para ti mismo los remedios curativos.

PROMETEO. Escucha el resto y te sorprenderás más: las artes y recursos que ideé. Lo más importante: si uno caía enfermo, no había ninguna defensa, ni alimento, ni unción, ni pócima, sino que faltos de medicinas morían, hasta que les enseñé las mezclas de remedios clementes con los que ahuyentan todas las enfermedades. Clasifiqué muchos procedimientos de adivinación y fui el primero en distinguir lo que de los sueños ha de suceder en la vigilia, y les di a conocer los sonidos de oscuro presagio y los encuentros del camino. Determiné exactamente el vuelo de las aves rapaces, los que son naturalmente favorables y los siniestros, los hábitos de cada especie, los odios y amores mutuos, sus compañías; la lisura de las entrañas y qué color necesitan para agradar a los dioses, y los matices favorables de la bilis y del lóbulo del hígado. Haciendo quemar los miembros cubiertos de grasa y el largo lomo, encaminé a los mortales a un arte difícil de entender y revelé los signos de la llama que antes eran oscuros. Tal es mi obra. Y los recursos escondidos a los hombres debajo de la tierra, bronce, hierro, plata, oro, ¿quién podría preciarse de haberlos descubierto antes que yo? Nadie, lo sé bien, a menos que quiera hablar en vano. En una palabra, sabe todo a la vez: todas las artes para los mortales proceden de Prometeo.

CORIFEO. No ayudes a los mortales más allá de lo necesario y descuides tu propia desgracia. Yo tengo buena esperanza de que un día, liberado de estas cadenas, no tendrás un poder inferior a Zeus.

Ya ven cuánto debemos a este prócer, que, por cierto, a su labor ingeniera añade la del brujo; y que no puede evitar del todo su inclinación poética. Porque eso de yo inventé el vehículo de los marinos, que surca el mar con sus alas de lino, implica al inventor y al poeta. ¿O no? Pero, como ya escribí en otra ocasión:

Cuidado. Aunque Prometeo nos haya puesto en la agenda divina, no podemos olvidar que él mismo es un titán, y que nada molesta más a los dioses que lo titánico del hombre. Decía Jünger: Siempre el mundo prometeico es a la vez un mundo del trabajo; en ningún lugar su titanismo salta tanto a la vista como cuando está activo en un trabajo infatigable de invención, en el ámbito de los pensamientos ingeniosos, de los talleres. Cuidado. Los dioses nos pueden castigar si tendemos al “eterno círculo”, pero también pueden hacerlo los propios titanes, si, redimidos por nosotros mismos, abandonan sus castigos y retoman las riendas del tiempo. ¿Cuánto querrían cobrarnos a los locos, que ayudados por el perfecto traidor, nos entregamos a Zeus, Pan, Apolo, y, lo que es peor aún, a Dionisos, para burlar al tiempo-bucle, y escapar de su indolente imperio hasta llegar a creernos verdaderos creadores? Cuidado. Si regresan los titanes, no habrá más que cacharrería. ¿Eterna? Y qué más da.

(Existirá una máquina purísima
copia perfecta de sí misma
y tendrá mil ojos verdes
y mil labios escarlata
no servirá para nada
pero tendrá tu nombre
oh eternidad

              Jorge Eduardo Eielson)

Cuidado. Mientras sea la oscura y todopoderosa imagen la que, desde el cerebro humano, dirija los aparatos, estaremos a salvo. Pero si la cacharrería se convierte en el fin mismo de nuestro ser, si nuestro tirón prometeico nos devuelve al titanismo más infantil y torpe, estaremos perdidos. Dejaremos de ser hombres… Ya, ¿y no dejaremos de serlo en cualquier caso? Bueno, si ha de vaciarse el ser, que se haga imaginando. Porque, ¿no sería una imperdonable estupidez haber llegado hasta aquí para entregarnos mansos; para, como diría Montesquiou (Robert de), expiar una extraña fechoría junto a un adocenado Prometeo, que de nuevo pene sujeto a su roca, pero esta vez por haber robado el frío?


Ay, Pablo, Pablo… ¿ves el poema de Eielson que cité antes? Eso (y para eso) es la poesía. Algo que no comprenderás nunca si no te enmiendas radicalmente; que nunca leerás escrito por tu robot, aunque te las arregles para que fluyan los números, extrañamente ordenados, por sus aseados cables. Porque pedir a la ingeniería que encuentre a la poesía, es como pedir a la urraca que dé con la trufa. Métete a tu poeta cibernético por donde ya sabes. Complace a los imbéciles que te pagan y promocionan con la creación de un robot estadista o periodista. La poesía… Mira, como indicó el poeta a un funcionario que mal vendía su obra sin conocerla ni merecerla: la poesía es como ese zeppelín que te sobrevuela. Cuando la veas moverse encima de tu cabeza, sencillamente déjala pasar, hombre. Nadie te pide más.



martes, 3 de enero de 2017

OTRA VEZ, BIENVENIDOS




Inicio el séptimo curso de mi cuaderno digital. Lo hago con la esperanza de que quienes me leen aquí de vez en cuando, dilaten su paciencia y su generosidad para conmigo. No sé si podré compensarlos, pero créanme, lo intentaré. Sé que no siempre voy con el tempo de los tiempos. Pido perdón por el crónico desajuste. Sólo espero que quienes decidan demorarse en alguna de estas anacrónicas pausas, reciban algo a cambio; aunque sea una idea peregrina que les sirva para soportar estoicamente la insolencia de los corredores. Ah, ¿cuántas veces harán ellos los cien metros planos, durante los quince minutos que ustedes se detengan aquí? En fin, mientras los sprinters aceleran de un lado para otro, los invito a ignorarlos, incluso a dispensarlos. Y para que lo hagan sin remordimientos, les propongo, con Althusser, esta reflexión: como no existe ninguna lectura inocente, digamos entonces de qué lectura somos culpables. Espero que leerme no los lleve al psiquiatra, como sí que llevaron sus lecturas al marxista argelino.  

Regreso de mi encierro anual con las manos llenas. No puedo vaciarlas aquí de momento, pero quiero corresponder a su complicidad con una pequeña muestra del trabajo realizado a finales de 2016: el primer acto del libro de poemas que acabo de escribir. Sean todos, otra vez, bienvenidos.



                         I


Donde fornican el áspid y el gorgojo.
Constelado tremedal. Atravesada
la gatera del firmamento: gemación. Trallazo
de Dios en las espaldas del cero. Y a la vez,
soplo que generoso nombra,
numera… La prole del gusano rampa
ante la casi-rosa. Aroma. Viveza. Ración
de cuerpo para el blando operario
que sólo caga tafetán si come tierra. Tierra
en flor… ¿A qué mundo te abres, muchacho,
entre divinas echaduras? ¿A qué
errancia sometido llegas?
(Toda imagen que formaliza es errante)
¿A dónde te asomas, si no al poema
que dé fe de tu arribo, tu trecho, tu salida?
Colócate la sombra y ándalo. Orienta
el ojo norte al vellocino. Clava
el ojo sur al cordobán. En tu órbita,
el levante y el poniente, ojos en elíptica patrulla
que desorbiten cuando lo demande
                                               el asimétrico relato.
Estamos al tanto, pero llegas solo.
Somos la comparsa de tu soledad: Algazara
que fecunda la semilla palabrera: agobio / mareo /
agitación / Amor. Colócate la sombra. Enfoca.
El horizonte huye, lo sé. El poema es apenas
(todavía) un trazo sordo de sangre, lo sé.
Aun así, navégalo. El costurón te guíe.
Poema como río que nace de un otero,
que va sin corrección probable. Perenne
sorteo del reposo para último solaz
de la gusanería. Poema que va… y lleva.
…La mañana se baña en tu cauce.
El botón que abrió en el tremedal
donde fornican el áspid y el gorgojo,
ya navega la arteria de su raza. Flor y sangre.
Rojiroja singladura hacia un destino de sal
(la geografía del final es blanca)
que no temen los botones mañaneros.
Corriente. Apenas corriente y prontitud
en el recial que colma tu apetito. La ribera
todavía no es ribera: pantalla que potencia
las notas de tu caramillo. Las piedras
todavía no son piedras: montículos de golosinas
que esplenden a tu paso.
El azul, un elusivo y tentador confín.
El verde, un coro costanero
que de momento oculta su vocación caduca.
El dorado, la drusa amelcochada
sobre una red de obstáculos que apetece.
…Tu caramillo resuena. No hay fondo
si la mañana se derrama extensa, todo
superficie ella, y los cuatro ojos integran
la prestantísima imagen de tu Luminar.
Vas y ves. No piensas. (Pensar es tener
ojos enfermos). No puedes pensar
en los albores del húmedo periplo. Flotas
en un agua discursiva que sin embargo
apenas te presenta la humedad.
Ni fondo, ni cielo, ni homilía.
No te hundes. No te empinas. Flotas.
Te llevan. Vas… Ya se vislumbra
el primer accidente: Una multitud
de pequeñísimas sombras, se codea con otra
de pequeñísimas luces. Ambas
palpitan sobre el agua apurada. Anuncian
la primera curva: Colina. Meandro
que te enfrenta a la primera frontera: Orilla
argumentada por el primer palenque.
Ahí estamos. Batimos palmas.
A tu través el río cumple su promesa.
En tu baño humaniza la paradoja.
No es el mismo, pero igual nos habla:
―Quien navega, va solo, sí, mas
debe validar en cada posta
el tolerado sinsentido de su viaje. Tú
no piensas. (Tienes los ojos sanos.) No
sabes que pensamos (nosotros, los cegatos). Sólo
ves que te aclamamos. En ti nos aplaudimos
para inflamar el reflejo resonante.
La curva es rápida, pero te regala la imagen
del entusiasta público. El río tal vez sea
la inundada pista de un circo. No.
Tú no piensas. El río se horizonta. No
cierra. No se detiene. A la mera humedad añade
un calor orillero. Nada más. Tu Luminar
rehace la perspectiva: Velocidad y fuga.
Naciste en tierra de víboras y picudos.
Habrá tiempo de pagarlo. Ahora no. Ahora río.
Corriente y caramillo. La prole del gusano
se relame. Su excitada glotis dispara
un aroma que no hueles. (Ves y vas.)
No debes temer mientras corra lo húmedo,
te lleve, te sostenga al margen del reposo
donde el pensamiento envera.
Crees que no estás solo, pero no cavilas.
Tu llanto es signo de la gemación. Sí, el público
debe enterarse: ―Cuando un botón estalle,
por favor, corred al río. Aplaudid, aplaudid
apostados en su primer accidente.