En los últimos días del pasado año, encontré en la prensa un artículo sobre poesía escrita por robots. Al parecer, el ingeniero Pablo Gervás ideó un programa llamado Wasp, que produce poesía cibernética. Su robot-poeta ha llegado a escribir cosas como las que siguen (en la onda de Lorca, dice el padre de la criatura):
Yunques
ahumados
sus muslos se
me escapaban como
peces
sorprendidos
la mitad
llenos de alas.
Puede que el bueno de Pablo le
diga a su obediente poeta: ―ahora, como Lorca; o puede que le diga: ―adelante, por
bulerías; o, ―atrévete, por seguiriyas… Quién sabe si basta con que le dé unas
palabras-clave: Lorca y erotismo, por ejemplo, para que el robot
llegue a escribir, sin más ayuda, estrofas como la mostrada.
Claro, me asaltan varias
preguntas, y algunas de ellas son confesables aquí: 1. Si casi nadie lee a Lorca, ¿para qué necesitamos a un poeta que
lo imite, sea éste animal o máquina? 2.
Si ya somos más los poetas que quienes no lo son, (para comprobarlo sólo hay
que echar un vistazo a las redes sociales, y a los catálogos de las editoriales
que cobran por publicar lo que aquéllas, amenazantes, avanzan) ¿para qué necesitamos
réplicas maquinales? 3. Si la poesía
importa un pito a la mayoría de los mortales (casi todos somos poetas sin leer
poesía, por raro que parezca); ésta, la robótica, ¿estaría destinada a los perpetuos?
4. Si la respuesta a la número 3 es
afirmativa, ¿como público se piensa en los dioses, o en los propios robots que
vendrán a suplantarnos? 5. ¿Acaso estamos
alumbrando a los poetas de un futuro que nos excluye; o, sencillamente, este
Pablo Gervás, cuyo sentido del ridículo es más liviano que el éter, intenta
gastarnos una broma? 6. ¿No será este
señor una especie de cíborg: un japonés medio cableado que adopta la apariencia
de gato (gatos, se llaman a sí mismos los muy madrileños) para camelarnos? Vean
otro poemilla de su duende cibernético:
Engalanados
por los derechos
del niño
indígena. Apago soles.
Concluido el
objetivo que exista
todo el mes
para que ya sin nombre.
Dichosa
puerta que nos transforman.
Solidaridad
vocación. Hombres.
Sí, rían conmigo: Este poeta es
noticia. La prensa nacional lo está promoviendo. Sus versos apuntan al Nóbel,
porque las palabras hombres y solidaridad, así, bien juntitas, tienen
un poder tremendo para encantar a los académicos nórdicos. Todo se andará… Rían
conmigo, pero no demasiado; quiero decir: después de reír, enfádense un poco,
porque semejante estupidez no surge de la nada. El poeta-robot es el último
delirio prometeico de la especie. No escarmentamos, ni siquiera ante el castigo
que sufre nuestro sumo benefactor atado a su roca, con el hígado hecho pedazos.
Sí, Prometeo no sólo nos dio el fuego; nos lo enseñó todo, nos endiosó a su
manera; tanto, que llegó a pronosticar por escrito la muerte de Zeus, dos mil
quinientos años antes que Nietzsche la de Jehová. Ahora Prometeo, aun
encadenado, trama nuestro golpe definitivo: la humanidad divinizada. Ah, seremos
autómatas inmortales: entes con inteligencia artificial ajenos a la pelona, capaces
incluso de producir poesía; no por vía sanguínea, sino matemática. Los engendros
producidos por nuestro propio ingenio, con corazón nuclear y miembros
neumáticos, serán capaces de una precisión tal, (también para escribir) que
haga sentirse a los dioses meros observadores de nuestro progreso. Poetas y
robots al mismo tiempo. Madre mía… Ay, Pablo, Pablo, seas o no un cíborg con disfraz
de gato, ¿realmente no has dado nunca con alguien que se apiade de ti; que te
explique el cómo y el por qué de la poesía; el para qué, sobre todo, el para
qué? ¿Realmente te crees semejante cretinada, o intentas reírte de nosotros?
¿Quién te paga para que insufles tu delirio ingeniero donde menos se le espera?
¿O es que lo haces así, como si nada, divirtiéndote, pensando ya como maquinilla?
Preguntas retóricas de dudosa
eficacia, las que dirijo al alegre técnico. Estos superdotados, cuando embalan,
es porque han sufrido un daño irreversible. Pero ¿y ustedes, quienes
amablemente me leen aquí…? Les propongo un pequeño inciso de la mano de Esquilo
y su “Prometeo encadenado”, antes de seguir conmigo. Así hablaba el triple
agente de titanes, dioses y hombres, cuando el mandamás lo sorprendió con las
manos en la masa y lo encadenó a su roca:
PROMETEO. (Tras de un largo silencio.) No penséis que
callo por arrogancia o altanería; pero un pensamiento me devora el corazón al
verme así tan vilipendiado. En verdad, a estos dioses nuevos, ¿quién otro si no
yo les repartió exactamente sus privilegios? Pero sobre esto callo; pues sabéis
lo que podría deciros. Escuchad, en cambio, los males de los hombres, cómo de los
niños que eran antes, hice unos seres inteligentes, dotados de razón. Os lo
diré, no para censurar a los hombres, sino para mostraros la buena voluntad de
mis dones. Al principio, miraban sin ver y escuchaban sin oír, y semejantes a
las formas de los sueños, en su larga vida lo mezclaban todo al azar. No
conocían las casas de ladrillos secados al sol, ni el trabajo de la madera;
soterrados vivían como ágiles hormigas en el fondo de antros sin sol. No tenían
signo alguno seguro ni del invierno, ni de la floreciente primavera, ni del
estío fructuoso, sino que todo lo hacían sin razón, hasta que yo les enseñé los
ortos y ocasos de los astros, difíciles de conocer. Después descubrí también
para ellos la ciencia del número, la más excelsa de todas, y las uniones de las
letras, memoria de todo, laboriosa madre de las Musas. Y fui el primero que até
bajo el yugo a las bestias esclavizadas a las gamellas y a las albardas, a fin
de que tomaran el lugar de los mortales en las fatigas mayores, y llevé bajo el
carro a los caballos, dóciles a las riendas, orgullo del fasto opulento. Sólo
yo inventé el vehículo de los marinos, que surca el mar con sus alas de lino.
Y, mísero de mí, yo que he encontrado estos artificios para los mortales, no
tengo artimaña que pueda librarme de la actual desgracia.
CORIFEO. Padeces un castigo indigno; privado de razón
divagas, y como un mal médico que a su vez ha enfermado, te desanimas y no
puedes encontrar para ti mismo los remedios curativos.
PROMETEO. Escucha el resto y te sorprenderás más: las
artes y recursos que ideé. Lo más importante: si uno caía enfermo, no había
ninguna defensa, ni alimento, ni unción, ni pócima, sino que faltos de
medicinas morían, hasta que les enseñé las mezclas de remedios clementes con
los que ahuyentan todas las enfermedades. Clasifiqué muchos procedimientos de
adivinación y fui el primero en distinguir lo que de los sueños ha de suceder en
la vigilia, y les di a conocer los sonidos de oscuro presagio y los encuentros
del camino. Determiné exactamente el vuelo de las aves rapaces, los que son
naturalmente favorables y los siniestros, los hábitos de cada especie, los
odios y amores mutuos, sus compañías; la lisura de las entrañas y qué color
necesitan para agradar a los dioses, y los matices favorables de la bilis y del
lóbulo del hígado. Haciendo quemar los miembros cubiertos de grasa y el largo
lomo, encaminé a los mortales a un arte difícil de entender y revelé los signos
de la llama que antes eran oscuros. Tal es mi obra. Y los recursos escondidos a
los hombres debajo de la tierra, bronce, hierro, plata, oro, ¿quién podría
preciarse de haberlos descubierto antes que yo? Nadie, lo sé bien, a menos que
quiera hablar en vano. En una palabra, sabe todo a la vez: todas las artes para
los mortales proceden de Prometeo.
CORIFEO. No ayudes a los mortales más allá de lo
necesario y descuides tu propia desgracia. Yo tengo buena esperanza de que un
día, liberado de estas cadenas, no tendrás un poder inferior a Zeus.
Ya ven cuánto
debemos a este prócer, que, por cierto, a su labor ingeniera añade la del
brujo; y que no puede evitar del todo su inclinación poética. Porque eso de yo inventé el vehículo de los marinos, que
surca el mar con sus alas de lino, implica al inventor y al poeta. ¿O no? Pero,
como ya escribí en otra ocasión:
Cuidado. Aunque Prometeo nos haya puesto en la agenda
divina, no podemos olvidar que él mismo es un titán, y que nada molesta más a
los dioses que lo titánico del hombre. Decía Jünger: Siempre el mundo prometeico es a la vez un mundo del trabajo; en ningún
lugar su titanismo salta tanto a la vista como cuando está activo en un trabajo
infatigable de invención, en el ámbito de los pensamientos ingeniosos, de los
talleres. Cuidado. Los dioses nos pueden castigar si tendemos al “eterno
círculo”, pero también pueden hacerlo los propios titanes, si, redimidos por
nosotros mismos, abandonan sus castigos y retoman las riendas del tiempo.
¿Cuánto querrían cobrarnos a los locos, que ayudados por el perfecto traidor, nos
entregamos a Zeus, Pan, Apolo, y, lo que es peor aún, a Dionisos, para burlar
al tiempo-bucle, y escapar de su indolente imperio hasta llegar a creernos verdaderos
creadores? Cuidado. Si regresan los titanes, no habrá más que cacharrería.
¿Eterna? Y qué más da.
(Existirá una máquina purísima
copia perfecta de sí misma
y tendrá mil ojos verdes
y mil labios escarlata
no servirá para nada
pero tendrá tu nombre
oh eternidad
Jorge Eduardo Eielson)
copia perfecta de sí misma
y tendrá mil ojos verdes
y mil labios escarlata
no servirá para nada
pero tendrá tu nombre
oh eternidad
Cuidado.
Mientras sea la oscura y todopoderosa imagen la que, desde el cerebro humano,
dirija los aparatos, estaremos a salvo. Pero si la cacharrería se convierte en
el fin mismo de nuestro ser, si nuestro tirón prometeico nos devuelve al
titanismo más infantil y torpe, estaremos perdidos. Dejaremos de ser hombres…
Ya, ¿y no dejaremos de serlo en cualquier caso? Bueno, si ha de vaciarse el
ser, que se haga imaginando. Porque, ¿no sería una imperdonable estupidez haber
llegado hasta aquí para entregarnos mansos; para, como diría Montesquiou
(Robert de), expiar una extraña fechoría junto a un adocenado Prometeo, que de
nuevo pene sujeto a su roca, pero esta vez por haber robado el frío?
Ay, Pablo, Pablo… ¿ves
el poema de Eielson que cité antes? Eso (y para eso) es la poesía. Algo que no
comprenderás nunca si no te enmiendas radicalmente; que nunca leerás escrito
por tu robot, aunque te las arregles para que fluyan los números, extrañamente
ordenados, por sus aseados cables. Porque pedir a la ingeniería que encuentre a
la poesía, es como pedir a la urraca que dé con la trufa. Métete a tu poeta
cibernético por donde ya sabes. Complace a los imbéciles que te pagan y
promocionan con la creación de un robot estadista o periodista. La poesía… Mira,
como indicó el poeta a un funcionario que mal vendía su obra sin conocerla ni merecerla:
la poesía es como ese zeppelín que te sobrevuela. Cuando la veas moverse encima
de tu cabeza, sencillamente déjala pasar, hombre. Nadie te pide más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario