Hace algún tiempo que mis amigos Paco y Conchita me
regalaron un disco de Silvia Pérez cantando temas clásicos cubanos (Pér-ez, vaya, hija de Pedro, que se diría en la Castilla medieval). Aquella
noche escuchamos el disco en casa de Jesús
mientras cenábamos. Y aunque la música “condenada” a fondo en distendidas
reuniones de amigos, apenas tiene oportunidad para dejar un tibio y lejano
regusto, la buena, incluso en condiciones adversas, suele activar en el paladar
ese oscuro recoveco que, a través del inconsciente, nos hace pulsar siempre el sonoro
aldabón de la memoria.
Aquel disco, sin embargo, tuvo que esperar a que se
casara otro amigo en Zaragoza para que Marisela (mi mujer) y yo, de camino al
evento lo escucháramos varias veces mientras nos dejábamos llevar en coche atravesando
las provincias de Valladolid, Burgos y Soria… Sí, resulta que recorriendo parte
de la Castilla
profunda, La Habana
más incorpórea, la que suele penetrarme a través de persistentes sonidos, se
hacía presente esta vez en la voz de una joven catalana a la que todavía no
había puesto rostro (ya ven, es bellísima), acompañada de unos músicos
excelentes, cuyas notas, como juvenil y habanero cosquilleo, me agitaban sin contemplaciones.
La Habana, sí,
pero ¿qué Habana? Pues aquella que viví, y aquella también ensoñada,
aprehendida en los cuentos de mis padres, en los libros de mis maestros, en su
gran arquitectura, en la música de todos sus tiempos… y ésta, su álter ego, la
que siempre va conmigo dilatada y detenida, la que para mí no cabe ni en su era
ni en su hemisferio, multiplicada una y otra vez por sí misma en el recuerdo. Y
es que Silvia Pérez y Javier Colina
al frente de su trío, cantando y tocando aquellos temas habaneros de esa manera
tan especial, vinieron a darme la más confortante palmadita en la espalda: Bueno, chico, emigraste a ti mismo, siempre
emigrarás a ti mismo, parecían decirme, mientras
sepas hacerte acompañar, mientras sepas esperarte en cualquier sitio, mientras lleves contigo en la imaginación la llave
de todas las posadas.
“En la imaginación”, así se llama el disco que
refiero. Con él regresaron a mí, entre otros compositores, Marta Valdés, José
Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Ángel Díaz y Frank
Domínguez; entre otras voces, por diferentes que fueran o sean, la de Freddy, Elena Burque y Gema Corredera; entre
otros músicos, Bebo Valdés, Bola de Nieve, Frank Emilio, Isolina Carrillo… Pero
también de su mano me tocaron la imaginación gente como Billie Holiday, Ella Fitzgerald,
Nina Simone, Cassandra Wilson, Diana Krall, Eliane Elías… y como Mariza, Dulce
Pontes, Eva López, Martirio, Tal Ben Ari (Tula), Yasmín Levy, Mayte Martín y María Salgado (ese elegante
y poderoso puente tendido entre todas las castillas y yo)
¿Y cómo pueden un disco,
una joven cantante y cuatro músicos también jóvenes, cortar y apilar tanta leña
para la memoria? Pues no lo sé muy bien, pero quienes pretendemos resolver la
emigración en un crisol de infinitas oportunidades, necesitamos ayuda de todos
los frentes y flancos; y la música, popular o culta, al menos en mi caso es un eficaz
apoyo; como lo son la gente, las ciudades, los libros, los viajes, los museos,
el teatro… Entonces, si Silvia, descendiente en última instancia de algún Pedro castellano, nacida por ventura en Cataluña
hace muy poco, acompañada por Javier, que nació en Navarra, y por otros músicos nacidos en el mundo, canta
temas habaneros con ese acento universal y atemporal; yo, que nací en La Habana, o sea, en el Egeo
prolongado al Jónico, al Adriático, al Mediterráneo, al Caribe, y que resido
hace veinte años en la meseta ibérica, al pie de las vencidas columnas de
Heracles, me estremezco en la oscura claridad que propicia la imaginación
fecundada y digo GRACIAS.
Porque cuando
un bolero se nos da regresado de todos sus orígenes posibles,
cuando un contrabajo recrea el laúd árabe, o incluso el salterio con timbre
bereber, sufí, sefardí, flamenco, llegando después al filin por los caminos del
jazz; cuando una voz recorre en un disco, qué digo en un disco, en una sola canción
todos esos caminos como si hubiera acompañado durante siglos a los dioses
griegos en sus orgías, a la pitia de Delfos en sus oráculos, a las sirenas homéricas
en las costas de Capri, a las vestales en su templo romano; pero también (y
aunque tenga un timbre en apariencia modosito) a los beduinos en las hogueras
de Arabia, a las abuelas nabateas en Petra, a los pastores de la Capadocia, a las brujas
en Salem, a los gitanos del Sacromonte en Granada, a Camaron en su isla de Cádiz,
a Louis Armstrong en las tabernas más cutres de Louisiana, al Chori en las playas
de Marianao, a Freddy en el bar
Celeste, a Elena en el Pico Blanco del Hotel Saint John’s, a Bola en el
Monseñor, a Marta en las mundanas esquinas de La Rampa… decía yo: cuando
sucede esto, no podemos dejar de agradecerlo, porque voces y músicos que
condensen de tal forma espacio y tiempo (mundo) nos hacen creer que acertamos al
escoger el camino de lo Uno (diverso pero uno).
Ese camino donde centro y
periferia son, como mucho, chispeantes anécdotas que alivian de solemnidad y
monotonía al todopoderoso acorde. Dice Carlo Rosa en un ensayo que leí hace
poco: “Acordar significa así (sea en el
ámbito musical o en el cotidiano) ligar los opuestos en una dimensión eurítmica,
conjuntarlos y ponerlos en sintonía entre sí...” Definitivamente prefiero acordar a fusionar. Levitando en el imperio del más complejo acorde: la
imaginación humana, podemos (re) encontrarnos y (re) conocernos en la fértil
diferencia, alejados de la peligrosa uniformidad, felizmente integrados en lo
Uno diverso.
Silvia Pérez cantando estas canciones encarna la diversidad. Y al
mismo tiempo, avara, generosa pretende abarcar la diversidad encarnada para
colmar el esfuerzo sirviéndola en un mismo y único plato. Una aberración… dirían los puristas de todos los géneros; esos que
viven de ponerle maquilladas (y en el fondo enclenques) puertas al campo. Pero Marisela
y yo, aquella tarde, atravesando Castilla camino a Zaragoza, mientras La Habana, recreada en las notas
y los timbres de medio mundo, entraba por las troneras de lo inefable para
percutir una vez más en la memoria, sin dudas habríamos contestado: chsss, hoy no, no guarden hoy sus
absurdos lindes, callen, callen, por favor, que está de fiesta la
imaginación…
Aquí les dejo el enlace para que escuchen precisamente “En la imaginación” de Marta Valdés. Ojalá la disfruten. Y a los que no tengan bien escuchados a Silvia Pérez y Javier Colina, ojalá les sirva de pórtico para hacerlo.
GRACIAS. Esta gran síntesis sólo me invita a oír (y huir) "en la imaginación"; a compartir vuestra fiesta en nuestra Habana con esos sonidos que recuerdan nuestras raíces más profundas, y de alguna manera nos regresan a Iberia y África, donde tiene su origen la música caribeña.
ResponderEliminarUn beso
Jean Niebla Arcia
Gracias a ti, Jean... Ya sabes que siempre estás invitado a nuestra fiesta. Más aún, eres parte esencial de ella, haya o no música en medio. Me alegra mucho que mi nota te invite a escuchar ese disco. Un abrazote. Jorge
ResponderEliminarComo me impactó Silvia Përez con su voz , desde la primera vez que la escuché...........Acordar como ella lo hace, yo también lo prefiero.
ResponderEliminarBesos
María
Sí, María, "acordar", como también (y tan bien) sabes hacer tú. "Ligar los opuestos en una dimensión eurítmica", pero sin anularlos en un producto amorfo y perecedero... Como has hecho tú cuando has entrado en la música latina o portuguesa. Gente como Silvia y como tú me ayudan cada día a dar sentido a esta magnífica experiencia que es, en última instancia, la emigración. Y sí, cómo canta esa niña, madre mía. Cuántos registros en su "instrumento", qué buen gusto para seleccionar y decir las frases, y qué afinación... Es normal que nos impacte a todos, incluso a ti, que eres una verdadera maestra. Gracias por comentar, pero sobre todo, gracias, muchas gracias por tu música. Te abrazo. Jorge
ResponderEliminar¡Que delicia! La había oído sin ponerla nombre en la radio, a ella sola y formando parte del grupo Las Migas. Ayer estuve repasando tus textos en tu blog con Belén y al llegar a ella nos metimos a ver videos... Gastamos la tarde en eso, ensimismados, boquiabiertos, absortos, embebidos, enfrascados, extasiados, abstraídos y disfrutando y emocionándonos con esa gran intérprete que tú nos has descubierto. Muchas gracias.
ResponderEliminarDesde luego es una de las grandes.
A ver cuando tenemos la suerte de que nos la traigan por aquí.
Un abrazo,
Javier y Belén.
Amigos, me alegra mucho que mi nota los haya acercado a Silvia. Una gran intérprete, sin dudas. A ver si vamos a verla juntos cuando venga a Valladolid. Abrazos. Jorge
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