1976. Tenía yo catorce años y vivía en La Habana, cuando Jean-Pierre Dutilleaux contactaba con la
tribu Toulambi de Papúa, Nueva Guinea, cuyos integrantes supuestamente eran
ajenos a la existencia de otros seres humanos. No lo supe entonces. Cuba (entiéndase
su férrea dictadura) en ese año estaba enfrascada en la aprobación de una
Constitución espuria “votada”, creo, por el 98% de la población, que comienza
diciendo: “Nosotros,
ciudadanos cubanos, herederos y continuadores del trabajo
creador y de las tradiciones de combatividad, firmeza, heroísmo y sacrificio
forjadas por nuestros antecesores: por
los aborígenes que prefirieron el exterminio a la sumisión…” (En fin,
río por no llorar) y no tenía tiempo (Cuba, claro) para detenerse en encuentros
ocurridos al margen del determinismo marxista-leninista que conduciría al “hombre
nuevo” de regreso a la Comunidad Primitiva,
pero razonada.
Aunque entonces no me enteré, lo cierto es que Jean-Pierre Dutilleaux filmó aquel año un
primer encuentro entre los actores de la verdadera y perseverante Comunidad Primitiva
prehistórica y el hombre moderno, casi postmoderno y “posthistórico” (¿qué edad tendría
entonces Fukuyama?) con toda la tensión dramática que cabe esperar de
ello. Hoy vi ese documento y realmente
me conmovió. Claro que sobre él planea la sospecha del montaje
cinematográfico, pero… ¿y qué más da? Para mí, confeso devorador de imágenes,
este documento tiene exactamente el mismo valor (ni más ni menos) que aquel
pasaje de la novela “Los pasos perdidos” en que Carpentier nos pone, a través
de su protagonista europeo de visita en una tribu amazónica, frente a lo que él
llamó “el nacimiento de la música”. En ambos casos se trata de una imagen
poderosísima, y poco importa cómo se gestó. En ambos casos se trata del hombre
titánico enfrentado al hombre divino, o tal vez del hombre pánico enfrentado al
hombre apolíneo, en cualquier caso del hombre sin tiempo enfrentado al
hombre-tiempo, de la inmanencia enfrentada a la trascendencia… Es tan poderoso
el agon en la imagen, y está tan
atemperado a la vez por la curiosidad y el amor, que nos cautiva
irremediablemente.
Quiero compartir con ustedes este magnífico vídeo. Tal vez sea un poco largo, pero creo que, sobre todo quienes no lo hayan visto, si comienzan a verlo llegarán al final. Quiero además proponerles una “vía de entrada” a la imagen que se nos ofrece en él. Comparemos el uso de los sentidos entre el hombre prehistórico (animista, inmanente) y el histórico (monoteísta, trascendente). Veamos cómo los toulambi se acercan ciertamente preocupados mientras sólo disponen de la vista para comprender lo que pasa. Este hombre todavía necesita oler, escuchar, degustar y sobre todo tocar para sentirse seguro, para resolver el enigma, para reinsertarse en un todo que ha sido violentado por un agente extraño. Todavía para él, cuerpo, alma, naturaleza y sobrenaturaleza son la misma cosa: sujeto conmocionado que debe regresar a su equilibrio mediante el uso de todos los recursos (sentidos) disponibles. Sin embargo, el aventurero europeo ha resuelto el problema rápidamente con su infalible razón y utilizando sólo la vista. Lo primero que hace es tomar una foto, detener el tiempo para que la imagen tome forma ante sus ojos. Lo que se ve se sabe. Lo que se oye, se degusta o se toca tendrá que validarse en la visión acotada. Lo que se ve es objeto y quien lo ve (lo sabe) es sujeto. Y este sujeto cognoscente ya separó alma, cuerpo, naturaleza y sobrenaturaleza manteniéndolos en cubículos estancos.
¿Tanto hemos tenido que entregar a cambio del devenir? Pues sí. ¿Nos hemos equivocado? No lo sé, pero así es… Decía Jung: “Nada perturba tanto el sentir como el pensar”. Por eso a nosotros, pensadores empedernidos, nos es tan útil rebelarnos contra el imperio de la vista razonante y razonada, para dejarnos llevar a los predios donde la imagen sutura en negro, con grapas suprasensibles, las perturbadoras vías de deslumbramiento.
No me extiendo más. Lo dicho: creo que el vídeo es magnífico y que los inquietará en varios sentidos. Véanlo, disfrútenlo y, si quieren, piénsenlo. Pero sobre todo siéntanlo como algo casi irrepetible, porque, montaje o no, estos dos hombres tan distintos bien pudieron decirse al encontrarse, o al despedirse mutuamente enriquecidos: “No volveremos a vernos sobre la tierra”. (Apollinaire) Ah, y gracias de nuevo a mi amigo Canteli por el vídeo. Aquí les dejo el enlace.
Sencillamente GENIAL, increíblemente GENIAL!...Es un lujo alcanzar a disfrutar de éste tipo de material,como también poder leerte, haces unos análisis gloriosos...es una pena que no disponga de demasiado tiempo para éstos hobbies,pero cada vez los siento más nutritivos y sobre todo muy necesarios para el alma. Tu familia, esa maravillosa familia que has creado debe estar muy orgullosa de tí...Un abrazo fuerte...con la esperanza de que " sí nos volveremos a ver" algún día...Sería fantástico...les admiro muchísimo desde aquí, el "casi polo norte" Han conseguido traspasar muchas fronteras y eso es admirable!
ResponderEliminarSandra, amiga, gracias por tus alentadoras palabras. Claro que nos volveremos a ver. Ya le decía a un amigo que me comentó por correo que quienes no volverán a verse sobre la tierra son esos dos hombres: el prehistórico y el histórico. Ya no quedan oportunidades como ésa. Al día siguiente de ese encuentro el hombre prehistórico ya era histórico… Entonces no me refiero a un exterminio, una extinción o algo parecido, sino a la imposibilidad de que ocurran ya encuentros como el recogido en el vídeo. Pero nosotros... nos vemos, seguro. Estás perennemente invitada a nuestra casa, lo sabes. A ver cuándo puedes permitirte un poco de sur. Te abrazo fuerte. Jorge
ResponderEliminarMuy lindo el video y muy lindas tus palabras. Soy una afortunada por haberte conocido a ti y a toda tu familia, sois bellos!!!
ResponderEliminarUn beso muy grande!
Muchas gracias, Yohanka, amiga, muchas gracias. Aunque hace mucho que no nos vemos, el cariño sigue vivo. ¡Qué bendición! A ver cuándo nos podemos ver. Me alegra mucho que te hayan gustado el vídeo y mi pequeña nota. Un gran abrazo. Jorge
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