“Mentalmente, ya hemos abandonado la tierra… La dejadez hacia nuestro entorno inmediato sólo se puede explicar porque haya una especie de instinto de supervivencia genética que nos permita pensar que podremos salir de la Tierra y colonizar otros planetas, o algo así, porque, si no, no se explica lo que está ocurriendo, no tiene sentido.”
Hoy leí en la prensa estas declaraciones del fotógrafo Daniel Canogar. Después de haber visto (con el pulso abúlico) saltar de alegría a los miembros de la NASA por la llegada de su último artilugio a Marte, un artista vino a preocuparme seriamente. El exaltado brinco del científico actual, en muchos casos un especialista cuya ignorancia está celosamente cultivada y pagada por el contubernio entre dos artificiales polos del poder: el económico y el político, me deja un sabor de boca raro, incluso me enerva en ocasiones, pero todavía (¿debía hacerlo?) no me preocupa hasta la rebelión total. Sin embargo, cuando los artistas, aun a su pesar comienzan a emitir señales que avalan ese entusiasmo, cuando comienzan a entender y en alguna medida a buscar, a explicar el sentido del pueril júbilo del especialista y de la cómplice pasividad de su público, un sudor corrosivo invade a mi animal para devolverme a la militancia cavernícola; esa donde la mano sigue tocando al bisonte (ambos hechos imagen bermellón en la roca) como símbolo del sometimiento de la bestia al pintor; esa donde el sacerdote sigue interrogando a las volutas de humo de la hoguera con que espanta al oso, para averiguar el designio de los dioses. Entonces una incómoda gravedad, que nada tiene que ver con la física de Newton, me colma irremediablemente…
Quede claro que Canogar no dijo aquello ni convencido ni vencido, sino con una comprensible amargura. Él no pretende promover nuestra huida, sólo la intuye. Sin embargo, la intuición del artista me inquieta mucho más que la tesis del científico, porque es esa intuición la que suele imantar en la estela de la imagen los fragmentos de una realidad en potencia. ¿No fue el semidiós Heracles quien, en una potente imagen, separó las puntas del mar eterno y plantó sus columnas para que Fernando e Isabel permitieran a Colón hacer el resto, para que Carlos V pusiera título a la demasía geográfica en aquel importante pliegue de la historia? ¿Estaremos ahora a las puertas del superhombre de Nietzsche, ante otras columnas imaginadas… o ante la línea trazada en el suelo que hipnotiza a la gallina?
Desde mi caverna preplatónica, temo por igual ambos escenarios. El superhombre podrá ser, podrá plantar y trascender sus columnas, pero jamás podrá existir, y esto lo iguala fatalmente a la gallina. Según Heidegger: “Sólo el hombre existe. La roca es pero no existe. El árbol es pero no existe. Dios es pero no existe.” Superhombre y gallina hipnotizada, peligrosamente concurrentes en la misma cosa y ante la misma línea, otean la inexistencia aguijados por sus notables: los científicos que buscan en ella nueva casa para quienes pagan. Entonces, donde Canogar dice “instinto de supervivencia genética”, cariñosamente digo yo todo lo contrario. Porque la pretensión de trascendernos en máquinas con inteligencia artificial que habiten, no sólo otros planetas, sino el Espacio (eso es lo que hay, no nos engañemos, esa es la tesis última del transhumanismo) poco tiene de instinto de supervivencia y mucho de pulsión de muerte, de instinto de autodestrucción, de regreso al polvo en pleno repliegue del tiempo, en pleno paroxismo estelar. Polvo, sí, pero no enamorado. Polvo sin más, sin merecimiento de gracia. De nuevo sustancia informe para tentar al gran alfarero, porque ay, “¡qué sería tu felicidad, radiante astro, si no tuvieses aquellos para los que brillas!”
En fin, aunque no pensaba escribir nada en agosto, la imagen conjunta de los científicos eufóricos y del artista lúcido (no, no es el mundo al revés aunque lo parezca, la euforia y la lucidez son muy caprichosas) me acodó a la mesa con cierta desazón. ¿Es este tema adecuado para un agosto olímpico, con hombres que corren cien metros en nueve segundos y chicas que taconean en el agua? Posiblemente no. Discúlpenme. Me inhibiré de tales torpezas en lo que queda de mes, pero no sin antes compartir con ustedes esta feliz frase de Lewis Mumford: "... Una milla cuadrada cualquiera de la tierra tiene más importancia para el futuro del hombre que todos los planetas del sistema solar. No son las fronteras más lejanas del Espacio, sino los rincones más profundos del espíritu del hombre, los que demandan nuestra más intensa exploración y cultivo..." Y además, este poema inédito para cerrar con un tono, aunque enérgicamente crítico, optimista:
El mundo no cierra todavía
(De tan libres que son,
al socaire de la ciencia quieren reducir la jaula.)
Esos iluminados que
nos imaginan circuito y holograma,
ven en la
inteligencia artificial un fatal desenlace
y en el Espacio un
anchuroso campo
para que el hombre
habite trascendido.
Piensan que no podemos, que
no queremos
escapar a la
máquina, que en su precisión atómica
enterraremos la
sempiterna aporía.
Piensan que somos tan
únicos, tan capaces,
que podremos pasear
nuestro espíritu,
resuelto en puro
número, sin riesgo alguno
por las bodegas del
Hades.
¿Y quién financia a
semejantes cretinos?
A ver, notables de
la especie,
ingeniosos
mequetrefes y sus mecenas;
la sola
contracción de una madre
desdoblada en su
chispazo óntico
basta para un jaque
a vuestro juicio.
Pero además,
en la cuenca ocular
vacía de Demócrito
caben todas las
galaxias juntas,
y en la escueta
pupila de su rodante ojo,
la razón,
aparentemente extraviada,
en tenso duermevela
os vigila.
Meteos los
engendros humanoides por el culo.
La inteligencia
artificial no es un destino.
El mundo no cierra
todavía.
Los hombres son aún preliminares.
J.
Guillén
Querido Jorge, hermano mío:
ResponderEliminarMi primera impresión cuando, a poco más de media hora del suceso, vi en televisión los saltos y el griterío en la NASA, fue positiva. Enseguida pensé en que esta era una prueba altísima de la inteligencia humana. Pero he leido luego cuánto ha costado: nada menos que 200 mil millones de dólares y lo felices que están por allí los políticos con la demostración de la valía de una institución cuya dignidad era últimamente renqueante.
Perdona que sea breve esta vez. En lo que más me he detenido es en la profusa explicación que ha ofrecido un científico español, partícipe de la "hazaña" -aquí se ensambló uno de los "órganos" del aparatico- , sobre las funciones exactas de Curiosity. No valdrá para determinar si hay vida; nada en ella, porque es una aparata... me he confundido antes, está destinado a determinarlo. Es, ya lo sabía el hombre, bastante improbable, al menos en la superficie, dada la potente radiación.
Esto asombra. ¿Cómo nos gastamos a esta hora esa, nunca mejor dicho, astronómica cifra en esto? Empezando por ahí. ¿Lo que saquemos de esta aventura científica solucionará los enormes problemas que tiene el hombre sobre la faz de la tierra, incluso si hubiera vida? Con tanto lío político, tanta hambruna, tanta sed, tanta enfermedad incurable, tanta miseria repartida, al fin, Curiosity me parece un exceso.
Y nada más te digo. Salvo esto: ojalá no haya oro o minerales tan o más valiosos en Marte... Lejos de arreglar las cosas, conduciría a un futuro con más codicia, más brutales diferencias y más injusticia. Y poniéndome pesimista, a más guerras. Esta vez, quien sabe si hasta espaciales.
Hermano, comparto sin cautelas la totalidad de tus sensaciones y reflexiones. Todo esto resulta bastante indecente aunque nos permita averiguar ciertas cosas de utilidad terrena y humana; por la inoportuna inversión de recursos, y porque en el fondo subyace en los promotores, no sólo el interés de controlar hasta la exosfera desde los puntos de vista militar y comercial, sino de buscar "alternativas" a un planeta que "se agota" para el hombre. ¿Dónde están ahora las columnas de Heracles y el finisterre? Y donde quiera que estén, ¿será el hombre quien los trascienda, o la máquina que parece destinada a sucederlo? ¿Pero adónde cojones vamos? Creo que fue Marcel quien dijo que el ser no es un problema, sino un misterio. Mas qué problemático y torpe resulta el animalito que, siendo y existiendo, se enfrenta a ese misterio sin saber valorarlo, tan juguetón, curioso y posesivo, que parece decidido a ceder su exclusiva existencia y su exclusivo don: el amor, con tal de (ciegamente) jugar, curiosear y, sobre todo, poseer... “Todo lo que llega a su apogeo comienza a declinar”, dijo Abd Allah, el último rey zirí de Granada, cuando perdía su reino. ¿Habremos alcanzado el definitivo y último apogeo, o seremos realmente aún preliminares como decía Guillén? Ah… Gracias, querido amigo, por comentar y por hacerlo siempre de manera tan lúcida.
EliminarMaestro, como casi siempre, estoy de acuerdo contigo y quiero apostillar con mis palabras sencillas, y sin la majestuosidad de tus argumentos, que para mi fue un triste acontecimiento, ya no por el dinero que se han gastado, que también, sino porque los que tienen el poder quieren impresionarnos con sus juguetes, llenos de lucecitas y brazos mecánicos, sus cámaras, sus ruedecitas, y ¿para qué? Para analizar piedras, polvo que nos lleven a saber cuál fue el origen del universo... Doy un puñetazo inmenso en la cueva donde estamos y grito a través de mis ancestros, desde al homo sapiens que sé que soy alzo mi lanza para pedir cordura, para invocar al espíritu eterno, el nexo común de todo lo humano y lo animal que somos para parar esta huida hacia la nada... Nada somos sin nuestro entorno, sin nuestra madre naturaleza que nos mima en exceso. Eso somos: animales mimados por un desarrollado cerebro que nos creemos dioses para una vez destruida nuestra casa buscar otra entre los escombros de planetas, satélites y sandeces. ¿Cómo se detiene al homo lupus en que se han convertido ? ¿cómo? ¿cómo? Creo que nuestras diminutas lanzas no alcanzan a la locura de algunos... Mírense el ombligo...
ResponderEliminarQuerido anónimo (a), gracias por sumar tu opinión a esta débil pero necesaria corriente de inquietud. La frase de Lewis Mumford con que terminé la nota es de los años sesenta del pasado siglo, tiene unos cincuenta años. Ya ves, cincuenta años después todo sigue igual… o peor. Claro que está muy bien que exploremos, que busquemos compañía, que intentemos movernos en el espacio-tiempo. La historia del hombre es toda curiosidad y aventura propulsadas por la imagen, pero la exploración hacia fuera debía estar dirigida desde adentro. Debía haber en toda acción humana una vocación motora ética y estética. El hombre debía explorar cómo ser más hombre, no cómo dejar de serlo. ¿O me equivoco…? Comprendo y comparto tu enfado. Sí, desde la cueva, con “engañosas sombras” incluidas, debemos seguir agradeciendo el fuego a Prometeo, pero no podemos permitir que su más caro regalo: precisamente el impulso prometeico, nos ciegue hasta ponernos de nuevo de rodillas ante los agazapados titanes. ¿Qué prisa tenemos por llegar a la meta, por agotar el devenir, por avistar nuestro agujero negro, por abismarnos en él? Sé que debo sonar muy anticuado. No me siento cómodo en este “sector del campo”, pero ¿cómo no hacer nada? ¿Cómo no oponer siquiera una mínima reacción ante acciones tan desmedidas y poco edificantes? ¿Cómo compartir la risita del científico japonés que muestra orondo su último robot humanoide? Sí, ese que nos saludará todas las mañanas con la taza de café transgénico en la autómata mano, para recordarnos que estamos más solos que los osos polares (ya sin osos polares que encarnen la referencia) y que no dejamos las piedrecillas en el camino para regresar de parte alguna a ninguna parte. Lo dicho: comprendo y comparto tu enfado. Muchas gracias y un fuerte abrazo.
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