sábado, 13 de octubre de 2012

Poesía: mythos y logos, espuma y arena…





Canción, di al pensamiento
que corra la cortina,
y vuelva al desdichado que camina.


¿De quién me quejo con tan grande extremo,
si ayudo yo a mi daño con mi remo?
                                        
                                                        Góngora


Días atrás se celebró en Córdoba una nueva edición de Cosmopoética, festival de poesía que resulta oportuno y alentador, especialmente ahora, porque parece hacer la cruz (esperemos que no se arrepienta) en la casilla invisible del esencial tablero. Esa casilla, velada con toda intención por jugadores de ojos saltones, culos grandes y barrigas flácidas, que, sin interés alguno en acertar cruces sobre tableros espirituales, colocan falsas monedas a los pies del jamonero con que tientan, y muchas veces consiguen, al entusiasta público. Córdoba de nuevo al quite. Sí, la ciudad de Séneca, Averroes, Maimónides, Góngora… Casualmente releí hace muy poco la obra completa de este último autor. Así que la feliz concurrencia del referido festival cordobés (no participe directamente, pero lo seguí cuanto pude en prensa y radio), y la relectura del también cordobés y gran poeta barroco, me animaron a escribir y a compartir este breve texto sobre poesía y pensamiento.

¿De quién me quejo con tan grande extremo, / si ayudo yo a mi daño con mi remo?… A la insignificante presencia de la imagen poética, aun en los más humanos pliegues de la vida (o sobrevida) que llevamos (o sobrellevamos) en nuestro tiempo, hay que sumar su creciente banalización. La poesía, no sólo arrastra el estigma de lujosa locura, peligrosa excrescencia del pensamiento, desvarío del lenguaje que en vano nos aleja de la realidad; sino que malamente puede defenderse de él, cuando incluso muchos de sus actores, los poetas, toman el atajo más fácil para llegar a su cima: el poema. Porque la cima de la poesía es el poema. ¿O no? Podemos encontrar poesía a granel, lista para ser adquirida al peso en cualquier parte, pues si tenemos buenas tragaderas, basta con que así lo pretendamos; pero toda sustancia es tentada a su formalización por un horizonte sublime, y si preguntáramos a la sustancia poética cuál es su máxima aspiración en términos formales, sin dudas contestaría: el poema, el poema…

Claro que hay poesía en todas partes, al menos en potencia; claro que la hay, o debía haberla, en toda obra de arte (la poiesis es el fin último de cualquier lenguaje artístico), pero es en el poema donde la sustancia poética puede alcanzar la máxima perfección posible, porque es en él donde mejor puede hacer una escala en la forma, un voluptuoso gesto de concreción, sin tener que renunciar por ello a su esencia inaprensible. Y aunque precisamente por ser ésta su esencia, dijo el poeta: La poesía no resiste la escritura, hoy día es en el poema donde la sustancia poética, en pos de la imagen perfecta, mejor se defiende de vocaciones reductoras, diciendo también con el poeta: si me descifras en el río, te muerdo en la serpiente

Dije que muchos poetas toman el atajo más fácil para llegar al poema, perdiéndose, claro, en el camino, o sucumbiendo ante su pórtico menos cierto. Mal asunto, porque difícilmente podremos librar a la poesía de su legendario estigma, sin la comprometida complicidad de los poetas primero, y su acierto de camino al poema, después, su buen arribo al mismo. Pero resulta que los poetas cargan con una enorme losa sobre sí desde que Sócrates, Platón y Aristóteles intentaron poner orden en la disputa mythos-logos, en pos de un andamiaje ético sustentador de la vida en la polis.

Repasemos someramente el caso de Platón, él mismo un gran poeta, y también un sofista que, para cavar la tumba de éstos, creyó que debía prescindir de aquellos. Erró. La ecuación platónica es una pesada y perenne losa, pero únicamente para poetas que no sepan despejar sus variables, que no sepan discernir cal y arena en la dual argamasa con que esa losa se asienta. Platón, lejos de poder separar poesía y razón, desembarcó una y otra vez en la razón poética, que vista desde la mayéutica socrática puede confundirse con pura dialéctica, pero no así vista desde el complejo idealismo platónico. Dice Antonio Piedra, en un excelente ensayo donde aborda este tema:

Advertía Quevedo que de lo escrito a lo sentido hay mucha diferencia. Y la hay, efectivamente, entre el proceso racional ––que no es la causa de la expulsión de la República–– y la ambición platónica por hacer del filósofo ––sublimación de Sócrates–– un poeta superlativo y dialéctico. Quiere formalizar lo imposible. Por esta razón, el suyo es un paso suicida y, a la vez, racional. Una racionalidad poética, pues al sustituir al poeta por el filósofo erotiza toda actividad, reinventa el mito e intoxica de poesía las estructuras del nuevo estado. 

Y todo esto viene a decirnos ¿qué? Pues que ni siquiera en el reino del pensamiento más abstracto, donde hace dos mil quinientos años pretende medrar Occidente en brazos del logos, poesía y razón pudieron escindirse más que en intentonas espurias y fallidas. Ni la poesía puede ser ajena al pensamiento, ni el pensamiento resuelve por sí solo ante la boca del lobo; ese sitio tomado por la nada donde la razón incapaz se paraliza. Entonces, ¿por qué muchos poetas parecen querer trabajar al margen, incluso en contra del pensamiento? ¿Por incapacidad? ¿Por cómoda renuncia? Canción, di al pensamiento/ que corra la cortina, / y vuelva al desdichado que camina. Cantar para no pensar, ¿es ésa la solución? No. El poema desgravado, limpio de pensamiento, es uno de los remos que brega contra la POESÍA, que la banaliza hasta el punto de ponerla en serio peligro de acabar en ocioso bojeo a una isla con tesoro pero sin puertos. El poema flojo, aun cuando aporte música, color, ingenio u oficio, nos dejará siempre con las ganas de pesar y medir sus renuncias y manquedades. Y esto conduce a una angustia que nos desasosiega, nos fatiga y frustra. El poema flojo no sustancia poesía, es una puerta falsa en dirección a ella. Al renunciar a la razón poética, también lo hace en buena medida a la verdad poética. El poema flojo es, cuando mucho, un pequeño Babel para el condenado laboreo de la palabrería…

¿Quiere esto decir que deba la poesía acotarse en el pensamiento, construirse sólo desde él? Por supuesto que no. Decía Proust: Una obra en la que hay teorías (a la vista, entiendo yo) es como un objeto al que se le deja el precio. Y dice Juan Ramón hablando de Valéry:

Su pesada filosofía con mayúsculas, es lo que lastra de impureza su poesía. Ha buscado siempre la poesía pura, mágica, inefable, y no la ha encontrado nunca; la ha cargado siempre de arena discursiva.” (…) “La poesía se desenvuelve adquiriendo intempestivamente las leyes de los cuerpos o las almas disímiles, que la lógica conceptual rechaza. La poesía tiene su lógica maravillosa, que aparece sólo como el halo que se desprende de la virtud adquirida por el logro, por la perfección del cuerpo poemático.

Entonces, ni espuma meramente sensitiva, descriptiva o mágica, ni grave arena discursiva. La poesía se consuma en el milagroso instante en que tales espuma y arena fraguan en el poema logrando una imagen viva y creíble; una imagen en la que mythos y logos se hayan desplegado en paralelo para levantar sus hombros: la verdad poética, trampolín que necesita la propia imagen, siempre perentoriamente apresada, para dar, desde sí misma, su próximo y redentor salto.

Incluso en Cosmopoética, insisto, festival muy de agradecer en el tibio panorama poético español (aunque el nombre ciertamente no me gusta; me recuerda al engendro que inventó alguien en México, y al que llamó pomposamente “Poesía Cósmica”), escuché o leí, y no sólo dicho o escrito por periodistas, sino también por poetas, conceptos tales como: poesía culturalista, poesía directa y poesía social. Mal vamos si el asunto de un poema, o conjunto de poemas, pone apellido a la poesía. Pero no sigo por ahí, al menos en esta nota. Aquí únicamente aviso que detrás de estas categorías se parapeta muchas veces la poesía floja, banal, innecesaria. El llamado culturalismo, por sí sólo, puede resultar un pernicioso gigante con pies de barro que añada (menuda sobrecarga) pedantería y confusión a la poesía nula. Lo directo o lo social, por sí solos, son una etiqueta donde no se lee más que la inminente y rampante fecha de caducidad. Todos estos temas pueden y deben catar imagen poética, por supuesto, pero ellos han de hacerse a ella y no al revés. La imagen, especialmente en poesía, debe detenerse en el asunto sin dejar de serlo, y para ello, debe contener siempre las dosis precisas de tensión, razón y verdad poéticas, generadas, claro está, a partir de su propia lógica maravillosa, que excluye sin complejos la estricta causalidad, y poco o nada se aviene a la sentencia.


Sólo en tales circunstancias la imagen poética resultará necesaria, imprescindible. Y en ese momento, cuando la espuma mágica (mythos) y la arena discursiva (logos) encuentren su justo punto, el esponjado merengue poético devendrá poema, esencial guinda para el divino pastel, magnífico colmo de un templo indestructible. Entonces podrá ser ofrecido con garantía a los dioses, en una playa terrena pero infinita, como perfecta emulsión de solares componentes. Sí, cada poema, trate de lo que trate, sea un trozo de sol emulsionado que provoque el saliveo de los dioses. Y entonces ellos, adelantada, claro, la cobranza, agradecidos nos regalarán preguntas rabiosamente vírgenes para que, buscando sus penetrantes respuestas en la más fértil oscuridad, sigamos moviéndonos / divirtiéndonos / divirtiéndolos... Como un modesto homenaje a Córdoba y a su festival de poesía, comencé con Góngora. Con él casi termino: Cada sol repetido es un cometa. Y digo yo prendido al veloz y gongorino astro: cada poema logrado es un milagro, un pequeño sol que reverbera… quema… vuela…





2 comentarios:

  1. Querido Jorge:
    Siempre me ha impresionado mucho que alguien pueda extenderse hablando de "razones poéticas", es decir, reflexionando sobre las zonas de la poesía que pasan por el pensamiento, por la cavilación... A mí no me cuesta "entenderla"; sin embargo, me cuesta mucho arrancar a hablar de poesía... de sus expresiones. Mucho hemos hablado, no obstante, sobre estos temas. El modo en que un poeta llega a imágenes "emocionantes"... quiero decir, a hallazgos poéticos, es siempre lo que más me apasiona. Porque me pone ante el descubrimiento de algo. Es como un descubrimiento científico, Igual. Estaba ahí... existía... pero nadie lo había visto, nadie se había dado cuenta. Entonces... llega un hombre cuyos ojos son capaces de verlo, cuyo corazón es capaz de alcanzar esa imagen... y ocurre el milagro de la poesía. Para mí siempre será un misterio. Y lo será porque claro que es imprescindible leer a los que han sido... conocer las expresiones y los géneros... conocer el fondo de las cosas... Pero eso nunca bastará. El milagro de ese descubrimiento al que me he referido antes... no sé cómo se consigue... es un avistamiento sobre el que yo no sabría decir absolutamente nada, salvo que es lo mejor que puede sentirse si a uno le toca la suerte de verlo. Es similar a la emoción de toparse con un poemazo de Juan Ramón, Lorca, Lezama o Jorge Guillén... Yo no sé qué hacer en esos casos. Caigo en un estado de gozo muy alto. He leído ensayos de Lezama, que tú has estudiado con muchísimo detenimiento, sobre todos los temas de poesía que uno pueda imaginarse. Esa manera de "cazar el ciervo encantado" sin que apenas se perciba qué técnicas de caza se han usado... son las que siempre me fascinan... las que me enamoran de ese misterio que siento tan mío y del que, Dios mío bendito, cada vez sé menos...
    Gracias por estas reflexiones tuyas que me dejan claras muchas cosas. Me asombra cuánto puedes llegar a pensar sobre un tema que yo apenas puedo asir. Gracias.

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  2. Querido amigo, para algunos poetas la poesía es casi una ciencia exacta, una zona de claridades máximas, de hallazgos luminosos; una oportunidad para retener la imagen por siempre y hacerla vibrar de continuo en la cumbre de sus significados, un instante detenido, dilatado ad infinitum para extraer luz de un eslabón perfectamente acotado y alcanzado en una cadena causal. Estos poetas suelen anteponer logos a mythos y, como diría Juan Ramón, edifican, sobre todo, con arena discursiva. Es fácil que, como somos cómodos y tendemos a la reducción auxiliadora, pensemos aquí en Valéry o Guillén (Jorge) por ejemplo. Para otros poetas, sin embargo, la poesía es hija de la oscuridad (Ah, oscuridad, mi luz, diría Lezama), es un instante milagroso y oportunista que nos permite extraer de ella (la oscuridad), como mucho, las ganas para seguir indagándola. Para estos poetas, en las tinieblas apenas resplandecen, justo en el referido instante, los inalcanzables dientes del travieso duende cuando entretenido ríe, la punta afiladísima de los cuernos de ese “ciervo encantado” que mencionas cuando levanta la cabeza antes de huir. Pero ambos, dientes y cuernos, se mueven sin cesar, sin que exista posibilidad de diana, si entendida ésta como centro alcanzado y poseído para siempre. Tales poetas anteponen, claro, myhtos a logos, e intentar evadirse de todo ámbito donde la imagen cierre sobre sí misma, donde pueda ser presa de una cadena causal. Es fácil que pensemos aquí en Baudelaire o Mallarmé, por ejemplo.
    Esta división en “bloques”, sin embargo, es totalmente artificial y artificiosa cuando de grandes poetas se habla, porque en realidad éstos, aun cuando se decanten por una u otra de las vías explicadas, dosifican perfectamente su contraria para que en el poema convivan, en fértil tensión, ambas fuerzas. Entonces la buena poesía con-tendrá siempre mythos y logos (que yo había asimilado metafóricamente en mi texto a espuma y arena) sea cual sea la fuerza dominante en su génesis. Pero yo no me centraba en esto, al menos no pretendía hacerlo. Hablaba sobre todo de la importancia que tiene en poesía el pensamiento, caiga ésta más a lo lógico o a lo mitológico, porque lo que en mi opinión hace mucho daño a la poesía es que derive en la nada, que se limite a barajar palabras con pretensiones meramente musicales, o que se conforme con dar fe de fenómenos “naturales” percibidos o sentidos, sin intentar penetrarlos con la imagen (mágica e inteligente) hasta que alcancen un sitio en la humana “sobrenaturaleza”. En fin, como bien sabes, en poesía sólo vale lo alcanzado en el poema. Lo demás no es importante. Y si pienso y escribo sobre estas cosas, es, sobre todo, para ayudarme a mí mismo a enfrentar el poema, aunque también, claro, para contestar la poesía trivial que nos acecha por todas partes y que tan dañina resulta, en mi opinión, a la POESÍA. Gracias, amigo, por comentar, y por hacerlo con tanto tino. No te preocupe asir más o menos estas cosas. No te entretengas demasiado en ellas si lo puedes evitar. Escribe como lo haces, por favor. Abrazos. Jorge

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