sábado, 7 de septiembre de 2013

¿Contracandela?






¿Acaso hubo alguna vez un fuego que no
encendiera un niño, Oh Eróstrato?
                                    
                                     Yorgos Seferis


Llevo un tiempo entre libros, discos, comidas y veladas que son como aceite virgen para la vieja antorcha de mi niño: un saco de yute apretadamente enrollado con la punta tiznada, y un raro pero tentador olor a queroseno y miel. Mi niño, descamisado, castraba con ella en los panales de su tiempo sin haber sido alcanzado por las amenazantes abejas de lo por venir. Sin embargo, apagada la antorcha y trascendida la temeraria apicultura, el escenario quedó a cargo de un superviviente zángano que, aun sin aguijón ni cosecha propios, vivía de la memoria y copulaba con cualquier bicho capaz de avivarla hasta la más insana quemazón. Tuve que poner remedio. Mi niño lo lamentó, pero el zángano fue reducido. La antorcha es un peligroso resto de aquellas ardentías. Tramposamente apagada, que no extinta, lo mismo puede resultar barrita de incienso en las manos del niño, que hierro para cebú en las del zángano. Peligro.

Lo cierto es que no sé distinguir quién empuña la antorcha en estos días. Lo sabré cuando compruebe si el lance queda en sugerente aroma, o se resuelve en úlcera. Las ganas de averiguarlo impiden que me detenga. Sería inteligente hacerlo (¿qué falta hace llegar al final?) pero en la génesis de estos procesos no estamos al mando. Habrá que avanzar, torpe-mente. En el camino aparecerán viejos conocidos: unos vendrán subidos en libélulas, otros en caballitos del diablo. Tendré que escucharlos a todos, que intentar poner orden en el sumo guirigay. Homero, Heráclito, Eurípides, Dante, Miguel, William, Friedrich, Julián, Juan Ramón, Joseíto,1 Gastón, Eliseo, Fernando, Lydia… uno a uno, por favor, primero quien traiga las claves para responder a Yorgos. ––¿Claves? ¿Cuáles? ¿Dónde? ¿En los arcos béticos, en la ibérica vihuela, o en los palitos de Chano?2

En fin, así de complejo es… Según Joseíto: “somos el recuerdo de una imagen” y “todo lo que se puede imaginar gravita”. En la memoria pesa cuanto imaginamos. Cabalgo un penco nervioso. A un lado de la alforja mamoncillos, al otro pienso para unicornios. A la cintura, cual machete paraguayo de romo pero presto filo, la vieja antorcha del niño. A las ancas, pegado y vigilante, el prominente ojo del zángano. Avanzo. Contesto a la pregunta introductoria: no hubo fuego que no encendiera un niño, que no viciara un zángano, que en vano no intentara sofocar un pobre sabio… Mas el pirómano pastor jonio que fue directamente preguntado, no puede responder al vate esmírneo. Artemisa lo condenó: Será recordado siempre, pero jamás podrá volver a hablar su lengua… Mis días disponen sus trampas, tienen su libre albedrío. Avanzo como puedo... ¡Soooo!... Parece que el niño toma la antorcha. No hay abejas, sin embargo el zángano yergue su pene. Si el yute finalmente enciende (cándido bombero, habías preterido tus artes) el agua no será bastante, puede que tenga que dar contracandela. Espero no correr tu suerte, oh Eróstrato.




1. Joseíto: Así llamaban en familia a José Lezama Lima
2. Chano: Chano Pozo, célebre rumbero cubano. Uno de los padres del jazz latino



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