("De aquel tsunami a esta música". Noticia leída en El País)
No siempre la prensa es ese fanguero para embarrar y
embrutecer, donde lo burdo, vano y sensacional hace su agosto sin calcular los
consecuentes daños. Todavía podemos topar con noticias publicadas que, aun bajo
la dominante escéptica que marca nuestro tiempo, aúpan imágenes positivas al
podio de las mañanas posibles. No sé si realmente es bueno que los periodistas
consideren noticia un hecho cargado de positivismo, pues según una de sus
máximas, la noticia no es que el perro muerda al niño, sino que el niño muerda
al perro, con lo que queda automáticamente subrogada en la rareza emotiva; pero lo cierto es que agradezco mucho cuando en una mañana de inhóspitas
“novedades” (comillas, porque no lo son tanto, lo nuevo muchas veces estriba en
otra vuelta de tuerca sobre la recurrente basura) algún periódico me regala el
testimonio de una de estas “anomalías”.
Así comienza la noticia que quiero comentar, publicada hoy en
El País: “Parece un cuento oriental o, tal vez, una fantasía futurista de corte
social. El punto de partida de esta historia se remonta al trágico terremoto y
su consiguiente tsunami en la región de Tohoku, al noreste de Japón, el 11 de
marzo de 2011. Cinco meses después se anunciaba en el Festival de Lucerna la creación
de Ark Nova, un proyecto solidario con la región devastada que consistía a
grandes rasgos en llevar a la zona el consuelo de la música inaugurando allí un
auditorio móvil, diseñado por el artista indio Anish Kapoor y el arquitecto
japonés Arata Isozaki, y creando una orquesta de jóvenes de la región afectada
por la tragedia…”
Cuando vi las primeras imágenes televisadas de aquel
tsunami, en medio del dolor y la consternación, quedé además impresionado por
la forma en que reaccionaban los afectados. Ni siquiera un cierto conocimiento
de la relativa pasividad que conlleva la forma de pensar oriental, evitó que me
sobrecogiera la honda resignación con que fue asumido el suceso por quienes lo
padecieron. Ni una sola exaltada muestra de dolor, ni rastro de histeria;
miradas hondas y rostros tristes, sí, pero que a su vez evidenciaban una cabal
comprensión de lo que estaba ocurriendo, y una sensata aceptación de sus
consecuencias a corto y medio plazo. Dije a mis hijos: “Si algún pueblo es
capaz de reconducir en tiempo récord una situación como ésa, es el japonés”.
Qué madurez, qué capacidad para sobreponerse a la tragedia… Siendo muy joven
estuve un mes recorriendo Japón, y aunque no era capaz entonces de comprender del
todo lo que veía, pude llevarme una idea de lo laboriosa y disciplinada que es su
gente. Sabía que repararían como nadie lo sucedido en Tohoku. No esperaba (ni
espero) grandes ceremonias, grandes monumentos, pero sí una rápida y eficaz enmienda
material, y un callado, pero maduro alivio espiritual.
Por ser también inesperada, me sorprende la noticia en
cuestión. El proyecto Ark Nova se me antoja un gesto cargado de feeling occidental, una muestra más de
cuánto se globaliza el mundo, por más que algunos de sus “formalizadores” sean orientales;
pero no por ello deja de parecerme justo y oportuno en todos los sentidos. Nada
como el arte para dar fe de sostenida humanidad, y para desde ella apoyar la
reparación del enorme roto que, incluso en un pueblo tan co-medido como el
japonés, ocasiona un desastre de tal magnitud. La música y la arquitectura
unidas para el remedio. ¡Estupendo! Pero el acierto aquí no sólo radica en la
sustancia reparadora (el arte), sino en la forma con que ésta opera. Mahler, Brahms, Tchaikovsky,
Sakamoto, jazz, música de cine, música y danza shinto, kabuki… Tan variado repertorio evidencia el interés por
atender múltiples sensibilidades, pero también garantiza una tensión felizmente
inquietante con la magnífica obra de Kapoor e Isozaki. Para mí, sin lugar a
dudas, una obra arquitectónica con características muy bien adecuadas a la actividad que arropa.
Para un contenido musical ecléctico, que aun con claro
acento romántico, abarca obras de varias épocas y culturas, anclándose
claramente en el tiempo, se construye un continente vanguardista, efímero, con
vocación de objeto resuelto en sí mismo, no anclado a espacio alguno. Aquí el
recinto “se posa” en el sitio, y como una unidad ambulante de primeros
auxilios, alberga el sanador evento sin pretender erguirse como uno de sus pilares
fijando imagen en espacio y tiempo. No se trata de un gesto monumental para que apoyada en él la memoria colectiva incube lo acontecido con sus pliegues
dramático y épico. No. La magnífica estructura inflada, cual zeppelin
u ovni llega, sirve y parte. No grava el sitio con pétreos significados. Se
crea para albergar un intento de alivio. No es la cura. Participa en ella, pero
más como insólito, leve y bonachón vector que apenas holla la tierra, que como pretencioso
y posesivo orín que marca en propiedad un predio. Un continente efímero, como llegado del cielo, para que su contenido vibre durante el período pactado para el
edificante recuerdo.
Conceptualmente impecable. En lo formal, acertado. (Re) suene
la música en el interior de la gentil y airosa "berenjena". Sirva para aliviar
el espíritu de un pueblo, que aun afecto a la más insulsa cacharrería, inmerso
en un corre-corre técnico-infantiloide, no pierde el norte cuando el Ser le
muestra la siniestra dentadura. Pero sirva también para demostrarnos a todos
que aún somos capaces de humanos gestos. La citada noticia termina con estas
palabras: “No se ha declarado el coste económico de la operación. La
rentabilidad económica de esta experiencia es más que dudosa. Sin embargo, lo
que supone como invitación al sueño artístico, la proyección social desde la
música y la convivencia entre culturas diferentes es, sencillamente, ejemplar”.
Las apruebo. Las ensancho con otras de Tagore que me vinieron de inmediato a
la mente al hilo de lo leído: “Si el mundo no hace agua, es porque la muerte
no es grieta”. Y apunto: maestro, la muerte es grieta. El mundo no hace agua gracias al minucioso y poético calafateo.
Perdonen el despiste. Aquí les dejo el enlace para que puedan leer la noticia si así lo desean.
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