Como la naturaleza se
ha perdido, todo puede ser naturaleza. Pascal. Sin dudas hace mucho que lo son la cultura y el arte. Y cómo no, el
arte que actúa en el paisaje no urbano, ahora llamado Land Art (Arte Terrestre)
y que para mí se trata de arquitectura, escultura, jardinería, paisajismo, o
una combinación de ellos, es decir, del arte de toda la vida, aunque se nos
ofrezca “actualizado”, reducido a un concepto “nuevo” con argucias nominales que
pretenden distinguirlo artificiosamente de las disciplinas clásicas antes dichas.
¿Land Art? ¿Y esto no es lo que se hizo siempre? ¿Qué edad tienen las
colecciones, privadas o públicas, formadas por obras de pequeño formato no
insertas en entornos “naturales”, o sea, lo que no es Land Art, frente a todo
el arte que le antecede, y al que tanto se asemeja éste? Porque si llamamos Land
Art a las actuales obras de mediana o gran escala levantadas en paisajes no
urbanos, ¿con qué otro nombre menos “cool” debemos referirnos, por ejemplo, a
los murales de Altamira, los dólmenes de Stonehenge, las pirámides de Egipto,
las figuras de Nazca, la muralla china, el Gran Buda de Leshan, las grutas de
Longmen, los moáis de Rapanui, los tótems de las tribus nativas de Norteamérica,
las cabezas del monte Rushmore…? ¿O a todo ello tenemos que llamarlo también Arte
Terrestre? ¿Y para qué? Ah, puede que el actual Land Art ocurra muchas veces
alejado de lo mágico, religioso, utilitario; que se ciña a búsquedas netamente formales
o conceptuales bajo una pulsión ajena, cuando no contraria a lo duradero; puede
que en este sentido se desmarque de sus orígenes, pero, en mayor o menor medida,
lo mismo sucede hoy en todas las manifestaciones artísticas. ¿Entonces…? No es
el caso del proyecto que comentaré: ARTE sin apellidos. Si queremos más
precisión, un ejercicio que integra con acierto arquitectura, escultura y
paisajismo, que siendo decididamente contemporáneo, se inserta en la mejor
tradición de todos los tiempos, y, aunque piano, participa con éxito los frentes
y flancos que importan en las artes visuales.
La naturaleza ha
tomado de la historia sus efectos. Robert
de Montesquiou. Y tanto. Hace poco se falló el concurso para el memorial
a la matanza en la isla de Utøya, Noruega. El sueco Jonas Dahlberg lo ganó con
una propuesta exquisita que integra tres actuaciones independientes pero
conexas: una en Sørbråten, muy cerca de la propia Utøya, el
epicentro de la masacre, y otras dos en Oslo, en sendos escenarios-trampa utilizados
por el asesino para distraer a las fuerzas de seguridad, que resultaron
igualmente trágicos. En la primera actuación me centro. Seguramente no hace mucha
falta, porque las obras redondas no precisan para conmovernos de los esfuerzos
hermenéuticos a que se creen obligados los comentaristas, pero quiero
invitarlos a una celebración conjunta, y claro, (humano, demasiado humano) ¿cómo evitar la tentación a sobreabundar
lo obvio, a sumar mil palabras a la imagen, a contaminarlos con mi entusiasmo…?
El memorial consiste en una rotura hecha a una pequeña península, que deja su extremo
separado del resto, inaccesible por tierra, a-islado. Los muros de contención, muy
discretos, limitan y dimensionan la herida en la colina; garantizan un
paréntesis espacio-temporal entre dos unidades semánticas de un mismo discurso.
De un lado lo que retenemos: el presente nuestro y un futuro incierto, asociados
ambos a un espacio en uso, dado al tránsito, a la duración contingente; del
otro lado lo que ya perdimos: la posibilidad de un tiempo a compartir con las
víctimas; pérdida que se asocia a un espacio enajenado, sacro, que se reserva a
la contemplación memoriosa, porque sólo en ella, si bien apoyados en la imagen,
podremos recomponer el escenario en su compleja totalidad y proyectarlo
humanizado al futuro... ¿Se puede abordar mejor un tema como éste?
El hombre no es arte, sino artista. Epicarmo. Desafortunadamente, la naturaleza para el hombre histórico es un fondo para devenir, un decorado al margen, una simple caja de resonancia; la víctima pasiva, perfecta, del novum organum baconiano. El artista, que ya en los tiempos de Epicarmo (siglo V a.C.) se había abstraído en consciencia de ella (qué divertida y temeraria aventura) para servirse a sí mismo y agradar a los dioses, devino sobrenatural merced a sus imparables curiosidad e imaginación. Así las cosas, porque de momento así son, nos guste más o menos, cuánto se agradece a este diosecillo que sea justo en los dos sentidos posibles: el buen trato al contenedor y amplificador de su eco, y el pudor frente a la demasía regalada en sus detritos significantes. Dahlberg lo es, sin dudas. Cierto, la naturaleza es aquí un soporte discursivo (él también es humano, demasiado humano, ¿qué puede hacer frente a esto?) pero está tratada con un mimo muy de agradecer. Sí, hay heridas exquisitas, blancas, mucho menos dañinas que el forúnculo o la prótesis extraña sobre el muñón iracundo. En Sørbråten, Dahlberg hiere con justicia, con justeza. Da un corte abstracto, limpio, y la colina no responde con un aullido, sino con un solemne silencio. Estuvo condenada al discurso elegíaco desde que en la cercana Utøya sonó el primer disparo, rodó por tierra el primer semidiós impactado. Pero resuelto el desafío interventor de esta manera, el estruendo de la sinrazón se contesta y aplaca con el lenguaje reparador del ARTE, pues en él la contenida tensión sobrepuja al sensiblero drama. Dice Jung: “Frente a la confusión y a la multitud de objetos vitalizados se crea el hombre una abstracción, es decir una imagen general abstracta, que reduce y domeña las impresiones en una forma legítima. Esta imagen tiene la significación mágica de una defensa contra el cambio caótico de las vivencias”. De eso se trata. Por eso digo que esta propuesta es excelente, porque contrapesa el caos incomprensible que acompaña y sucede a una acción terrorista, con un gesto abstracto, muy medido, libre de vulgar retórica, que ofrece el evento a la memoria, pero domeñado por la acción convenida y conveniente de la imagen. Y todo con un simple corte en una lengua de tierra, que ya no es natural ni lo contrario. Es simplemente un LUGAR: cantidad espacial significada, manipulada a nuestro favor por el artista, inteligentemente herida para gestar un símbolo que, sin utilizar el hierro candente, cauterice el socavón abierto por las balas, relativice la muerte… Esto es ARTE… en perspectiva. Esperemos que ejecuten la obra con simétrico tino.
Hermano: Yo no hubiera podido decir ni media palabra de esto. Como mucho hubiera citado a Lezama para decir que ese trozo de tierra dejó de ser cantidad para volverse "cantidad hechizada".
ResponderEliminarMuchas gracias y un fuerte abrazo.
Y hubieras citado bien, querido amigo... Sí, ante obras como ésta no hacen falta demasiados comentarios. Son el entusiasmo, el hechizo, quienes nos sueltan la lengua. Gracias por comentar. Un abrazote. Jorge
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