…temblar siento ya mi entendimiento.
Ausias
March
Hace tiempo creo saber que los libros nos hacen más falta
mientras menos nos urgen. Resulta paradójico, pero en la lectura, como en el
sexo, el apremio impide distinguir y satisfacer las necesidades más hondas. Si leemos
un libro con urgente motivación (la urgencia comporta siempre un pathos exagerado) no podremos aprovecharlo
con total plenitud; y es por eso que, justo en ese momento, no nos conviene
tanto como solemos creer. “Inventario secreto de La Habana”, de Abilio Estévez,
es un libro que me urgía hace quince años, cuando aún no estaba escrito, pero
es ahora cuando realmente estoy preparado para disfrutarlo en todos los
sentidos. Agradezco este regalo del azar. El libro, publicado en 2004, me llega
puntualmente.
Abilio, que es un escritor exquisito, y no por primoroso en
el sentido más afectado del término, sino porque posee y sabe gobernar la
inteligencia, el humor y el oficio necesarios para escribir con exquisitez, nos
propone en este libro una operación tan incómoda como deliciosa: tramposa (todo
buen creador literario es un adorable patrañero) pero muy eficaz desde el punto
de vista proselitista. Sí, proselitista, aunque parezca lo contrario. Abilio nos
desmonta La Habana
que soñamos, nos describe la que merecemos, y entre tanto nos ofrece la que
necesitamos: imposible esta última, claro, como todas las cosas que de verdad
importan, si no resulta de un pacto cerrado entre ofrecido y oferente. Fíjense
que no hablo de La Habana
que vivimos quienes tuvimos esa suerte, porque eso, aquí, no es lo que más
importa. La que yo viví, por ejemplo, difiere bastante de la que vivió Abilio,
pero es una y la misma esa que ambos soñamos, merecemos, necesitamos… Perfecto.
Este libro es un valioso manual para captar y bautizar habaneros, hayan nacido
o no en aquel portento de la artimaña, donde la ópera humana mantiene sus
varios telones perennemente levantados para los vividores curiosos, como
párpados que no pudieran cerrarse, expuestos al resistero del sol, enfrentados de
por vida a la inclemente luz.
“… mentir es agotador…”, nos dice Abilio. Cierto, pero es
divertidísimo, más aún, es vital. Mentir agota, pero no a todos ni en todos los
casos por igual. Cuando el mentiroso es un chapucero, un vicioso que desorienta
a los demás en pos del mero beneficio propio, la mentira terminará agotándolo,
y su fatiga se extenderá como castigo a cuantos le escuchen o lean. También se
agota el mentiroso recto, claro está, porque mentir rectamente es dificilísimo,
pero este último, para quien “el río de la verdad por cauces de mentiras”, mientras
se fatiga desgrava el cansancio en los demás; es a la vez abrevadero y
aliviadero. Estos son los farsantes necesarios, imprescindibles. Abilio es ya
uno de ellos. Bendito sea. Es tan listo… y docto, que no nos deja ver su
habano-dependencia hasta que no cree haber demolido la nuestra. Después de
reducir La Habana,
con toda la razón del mundo y toda la pericia que cabe en nuestra lengua, a un
montículo historiado donde el aislamiento y la estanqueidad quedaron a merced
de la luz y el salitre, ambos inmisericordes; después de “matar todas nuestras
ilusiones”, de chapear meticulosamente en nosotros La Habana que se ve, la que se
saborea, la que se huele; incluso, y atreviéndose mucho, la que se oye, Abilio
nos salva en y para su Habana, la que se toca, la táctil. Sí, nos prepara para
que nos toquemos en el velorio de la gran dama. Nos invita a resucitarla
tocándonos. Estemos donde estemos, hagamos lo que hagamos, toquémonos para
experimentar La Habana
posible. Toquémonos con todo, pero, sobre todo, con la mirada. Hablamos de un
confeso voyeur, de alguien que
declara preferir la lectura a la vida, que vive leyendo, leyéndonos. Alguien que
llega a Barcelona (una ciudad sin ojos habano-funcionales) con los ripios de su
ciudad en ristre, y descubre que debe imantarlos para recuperar en ellos, ella,
lo táctil de su mirada.
Entonces, no son la clave del arco habanero: la insularidad,
la luz, el idioma, el acento, la alegría, la musicalidad, el bailoteo (que
dirían su madre y la mía), la bulla, el choteo, esa forzada manía de vivir en
la calle; ni siquiera su (re)gusto por el ocio, su estoica paciencia… La Habana que con tanto
esfuerzo alumbraron artistas, poetas y folcloristas es pura tramoya. La clave
de esta ciudad es su expedita tactilidad. La Habana de Abilio es táctil, y está en todo lugar donde
la gente sepa tocarse, especialmente con los ojos, o sea, indagarse hasta la más
humana promiscuidad. Así que soñamos una Gran Habana, merecemos una inmunda y
necesitamos una táctil. ¡Eureka! Esta última es posible… y portátil. La puede
llevar el habanero, de origen o no, como eficaz seña de identidad por el mundo.
La puede desplegar, esté donde esté, con sólo fijar los apetentes ojos en el
otro hasta la caricia o el manotazo.
Pero la mirada habanera de Abilio no escruta sólo por
disciplina o higiene ciudadanas. Esta mirada táctil es eminentemente deseante,
más aún hedonista, cirenaica, ¿epicúrea? Porque Abilio sabe que “nadie, como el
deseoso, conoce la ciudad”. ¿Quién pudo conocer Atenas mejor que el meteco
Anacreonte? ¿Quién pudo conocer Venecia como lo hizo el extranjero Byron? La
mirada táctil es también una infalible estrategia cognoscente. En La Habana de Abilio, sin
embargo, esta mirada sólo podía desplegar sus potencias con plenitud en el
crepúsculo, pues la luz deslumbrante de los días, y la extrema oscuridad de las
noches sometidas a frecuentes apagones, en gran medida la entorpecían. (Miren
qué hallazgo: “de la nada a la nada, existe sólo un instante de crepúsculo”). Pero
Europa, por ejemplo, donde las ciudades son más oscuras (o menos claras) y
están correctamente iluminadas de noche ¿no es el sitio ideal para la mirada
habanera? Y con una mirada como ésta puesta a punto ¿no podríamos habanear sin
problemas por estos otros lares? Menos y más oportuna luz. Perfecto. Al fin y
al cabo “salimos/ de la oscuridad como del sueño:/ torpemente vivos”, nos dice
Gamoneda. Y qué más da que esa mirada táctil no siempre resuene, refracte
fertilizada en lo mirado. Si el habanero es un gran mirón (tocón, sobón) si
realmente es un profesional del toqueteo óptico, sabrá contentarse (¿qué
remedio?) con serlo y parecerlo, aunque sólo halle la simetría esperada en sus paisanos,
homologados mirones, que “haberlos haylos” por el mundo entero.
Hace veintidós años que no estoy en La Habana. Ya no me urgía
este libro, o sea, lo necesitaba especialmente. Como por desgracia siempre me
sucede con los libros que leo por vez primera, lo comencé a leer como autor,
con un espurio interés intelectual. Como afortunadamente siempre me sucede con
los buenos libros que recomiendo a todos, lo terminé como lector, humildemente
entregado, con el entendimiento en trémula deriva. Se trata de un libro
engañosamente fácil, escrito por un hombre de teatro, esto es, un encantador de
almas, un farsante de los buenos. Nada parece estar pasando mientras Abilio te
echa maíz, te remoja en dirección a su olla. Cuídense, pero léanlo. No es un libro
erudito, dice Abilio. Río. Obviamente no le crean. Aquí nada es lo que parece. Si
quieren llenarse de él y tener una digestión productiva, asómense al balcón de
Occidente, extiendan los brazos y ajunten. Si no tienen dinero para comprarlo,
igualmente ajunten (río de nuevo) pero léanlo. Me agradecerán la recomendación,
lo sé. Me agradecerán también que no les cuente más, que no entre en detalles.
Los detalles Abilio los cuenta mejor que yo… y que tú, lector, seas quien seas,
creo.
Lo voy a leer
ResponderEliminarAdelante...
ResponderEliminarYo soy cubano habanero y me ha picado la curiosidad mas que al resto, supongo, pero ademas me leo todo lo que viene, sale, se va, regresa o no regresa, anda sin rumbo, pero es de alli, de mihabana, que es mía tambien, Habaname con tu sugerencia que seguro la disfrutaré. Ya la estoy disfrutando. Hoy es viernes, aun estoy en la oficina trabajando pero de aquí me voy a la librería, si está abierta, espero acabar aquí antes de las 21horas y, lo conseguiré. No conocía a Abilio Estevez, pero ya le conozco. Últimamente he leído a Leonardo Padura: "El hombre que amaba a los perros" y la serie de Mario Conde. Es cubano imposiblemente cubano para mi experiencia anterior y es que viene de alli de mi habana, me valen todas las lecturas. No escojo y siempre me gusta. Leo sin recomendación sobre la Habana y esta vez. Con una grata recomendación de un amigo estimado.
ResponderEliminarLa foto es preciosa, esa escalera de caracol esta funcionando hasta ahora, la puerta- ventana y la reja.
ResponderEliminarQuerido amigo, te gustará el libro. Lo sé. Ya me comentarás... No te sabía un integrista de esa religión (La Habana). También lo soy, aunque no voy a misa hace 22 años. Este libro está escrito especialmente para gente como yo: huimos y a la vez amamos no sabemos bien qué, pero es algo que está allí, es de allí. Abrazos fuertes. Buen fin de semana. Jorge
ResponderEliminarSólo para balancear, una crítica menos favorable (no sé si justa, no he leído nada de Estévez): http://www.eichikawa.com/critica/Estevez.html. Otro punto de vista, quizás por el hecho de que Ichikawa vive en Homestead, casi que más cerca de La Habana que de Hialeah.
ResponderEliminarEstá muy bien ese balanceo, amigo. Te sugiero, claro, leer el libro. Ya me contarás. Abrazos. Jorge
ResponderEliminarMe gustaría leer el libro.
ResponderEliminarHabanera soy.
Disfruté de una ciudad, en mi niñez, con todo su sabor de la época; recorrí con ella los inquietantes días de la revolucion,y pese a que me fui a vivir a Mtas, seguí amándo y recorriendo sus calles cada vez que iba a visitar a mis padres.
Partí de Cuba el 24 de diciembre del 2012.
Convivi cinco meses entre habaneros
¡Si!, me gustaría ver esa Habana, del escriror.
Verme en el reflejo de su espejo
Gracias Tamargo como siempre, por su certero verbo.
Un abrazo
Gracias a ti, Lisette, por leerme y comentar. Te gustará ese libro, seguro. Un abrazo. Jorge
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