viernes, 13 de junio de 2014

Ajunten


 































        …temblar siento ya mi entendimiento.
                                        Ausias March



Hace tiempo creo saber que los libros nos hacen más falta mientras menos nos urgen. Resulta paradójico, pero en la lectura, como en el sexo, el apremio impide distinguir y satisfacer las necesidades más hondas. Si leemos un libro con urgente motivación (la urgencia comporta siempre un pathos exagerado) no podremos aprovecharlo con total plenitud; y es por eso que, justo en ese momento, no nos conviene tanto como solemos creer. “Inventario secreto de La Habana”, de Abilio Estévez, es un libro que me urgía hace quince años, cuando aún no estaba escrito, pero es ahora cuando realmente estoy preparado para disfrutarlo en todos los sentidos. Agradezco este regalo del azar. El libro, publicado en 2004, me llega puntualmente.

Abilio, que es un escritor exquisito, y no por primoroso en el sentido más afectado del término, sino porque posee y sabe gobernar la inteligencia, el humor y el oficio necesarios para escribir con exquisitez, nos propone en este libro una operación tan incómoda como deliciosa: tramposa (todo buen creador literario es un adorable patrañero) pero muy eficaz desde el punto de vista proselitista. Sí, proselitista, aunque parezca lo contrario. Abilio nos desmonta La Habana que soñamos, nos describe la que merecemos, y entre tanto nos ofrece la que necesitamos: imposible esta última, claro, como todas las cosas que de verdad importan, si no resulta de un pacto cerrado entre ofrecido y oferente. Fíjense que no hablo de La Habana que vivimos quienes tuvimos esa suerte, porque eso, aquí, no es lo que más importa. La que yo viví, por ejemplo, difiere bastante de la que vivió Abilio, pero es una y la misma esa que ambos soñamos, merecemos, necesitamos… Perfecto. Este libro es un valioso manual para captar y bautizar habaneros, hayan nacido o no en aquel portento de la artimaña, donde la ópera humana mantiene sus varios telones perennemente levantados para los vividores curiosos, como párpados que no pudieran cerrarse, expuestos al resistero del sol, enfrentados de por vida a la inclemente luz.

“… mentir es agotador…”, nos dice Abilio. Cierto, pero es divertidísimo, más aún, es vital. Mentir agota, pero no a todos ni en todos los casos por igual. Cuando el mentiroso es un chapucero, un vicioso que desorienta a los demás en pos del mero beneficio propio, la mentira terminará agotándolo, y su fatiga se extenderá como castigo a cuantos le escuchen o lean. También se agota el mentiroso recto, claro está, porque mentir rectamente es dificilísimo, pero este último, para quien “el río de la verdad por cauces de mentiras”, mientras se fatiga desgrava el cansancio en los demás; es a la vez abrevadero y aliviadero. Estos son los farsantes necesarios, imprescindibles. Abilio es ya uno de ellos. Bendito sea. Es tan listo… y docto, que no nos deja ver su habano-dependencia hasta que no cree haber demolido la nuestra. Después de reducir La Habana, con toda la razón del mundo y toda la pericia que cabe en nuestra lengua, a un montículo historiado donde el aislamiento y la estanqueidad quedaron a merced de la luz y el salitre, ambos inmisericordes; después de “matar todas nuestras ilusiones”, de chapear meticulosamente en nosotros La Habana que se ve, la que se saborea, la que se huele; incluso, y atreviéndose mucho, la que se oye, Abilio nos salva en y para su Habana, la que se toca, la táctil. Sí, nos prepara para que nos toquemos en el velorio de la gran dama. Nos invita a resucitarla tocándonos. Estemos donde estemos, hagamos lo que hagamos, toquémonos para experimentar La Habana posible. Toquémonos con todo, pero, sobre todo, con la mirada. Hablamos de un confeso voyeur, de alguien que declara preferir la lectura a la vida, que vive leyendo, leyéndonos. Alguien que llega a Barcelona (una ciudad sin ojos habano-funcionales) con los ripios de su ciudad en ristre, y descubre que debe imantarlos para recuperar en ellos, ella, lo táctil de su mirada.

Entonces, no son la clave del arco habanero: la insularidad, la luz, el idioma, el acento, la alegría, la musicalidad, el bailoteo (que dirían su madre y la mía), la bulla, el choteo, esa forzada manía de vivir en la calle; ni siquiera su (re)gusto por el ocio, su estoica paciencia… La Habana que con tanto esfuerzo alumbraron artistas, poetas y folcloristas es pura tramoya. La clave de esta ciudad es su expedita tactilidad. La Habana de Abilio es táctil, y está en todo lugar donde la gente sepa tocarse, especialmente con los ojos, o sea, indagarse hasta la más humana promiscuidad. Así que soñamos una Gran Habana, merecemos una inmunda y necesitamos una táctil. ¡Eureka! Esta última es posible… y portátil. La puede llevar el habanero, de origen o no, como eficaz seña de identidad por el mundo. La puede desplegar, esté donde esté, con sólo fijar los apetentes ojos en el otro hasta la caricia o el manotazo.

Pero la mirada habanera de Abilio no escruta sólo por disciplina o higiene ciudadanas. Esta mirada táctil es eminentemente deseante, más aún hedonista, cirenaica, ¿epicúrea? Porque Abilio sabe que “nadie, como el deseoso, conoce la ciudad”. ¿Quién pudo conocer Atenas mejor que el meteco Anacreonte? ¿Quién pudo conocer Venecia como lo hizo el extranjero Byron? La mirada táctil es también una infalible estrategia cognoscente. En La Habana de Abilio, sin embargo, esta mirada sólo podía desplegar sus potencias con plenitud en el crepúsculo, pues la luz deslumbrante de los días, y la extrema oscuridad de las noches sometidas a frecuentes apagones, en gran medida la entorpecían. (Miren qué hallazgo: “de la nada a la nada, existe sólo un instante de crepúsculo”). Pero Europa, por ejemplo, donde las ciudades son más oscuras (o menos claras) y están correctamente iluminadas de noche ¿no es el sitio ideal para la mirada habanera? Y con una mirada como ésta puesta a punto ¿no podríamos habanear sin problemas por estos otros lares? Menos y más oportuna luz. Perfecto. Al fin y al cabo “salimos/ de la oscuridad como del sueño:/ torpemente vivos”, nos dice Gamoneda. Y qué más da que esa mirada táctil no siempre resuene, refracte fertilizada en lo mirado. Si el habanero es un gran mirón (tocón, sobón) si realmente es un profesional del toqueteo óptico, sabrá contentarse (¿qué remedio?) con serlo y parecerlo, aunque sólo halle la simetría esperada en sus paisanos, homologados mirones, que “haberlos haylos” por el mundo entero. 

Hace veintidós años que no estoy en La Habana. Ya no me urgía este libro, o sea, lo necesitaba especialmente. Como por desgracia siempre me sucede con los libros que leo por vez primera, lo comencé a leer como autor, con un espurio interés intelectual. Como afortunadamente siempre me sucede con los buenos libros que recomiendo a todos, lo terminé como lector, humildemente entregado, con el entendimiento en trémula deriva. Se trata de un libro engañosamente fácil, escrito por un hombre de teatro, esto es, un encantador de almas, un farsante de los buenos. Nada parece estar pasando mientras Abilio te echa maíz, te remoja en dirección a su olla. Cuídense, pero léanlo. No es un libro erudito, dice Abilio. Río. Obviamente no le crean. Aquí nada es lo que parece. Si quieren llenarse de él y tener una digestión productiva, asómense al balcón de Occidente, extiendan los brazos y ajunten. Si no tienen dinero para comprarlo, igualmente ajunten (río de nuevo) pero léanlo. Me agradecerán la recomendación, lo sé. Me agradecerán también que no les cuente más, que no entre en detalles. Los detalles Abilio los cuenta mejor que yo… y que tú, lector, seas quien seas, creo. 


     















9 comentarios:

  1. Yo soy cubano habanero y me ha picado la curiosidad mas que al resto, supongo, pero ademas me leo todo lo que viene, sale, se va, regresa o no regresa, anda sin rumbo, pero es de alli, de mihabana, que es mía tambien, Habaname con tu sugerencia que seguro la disfrutaré. Ya la estoy disfrutando. Hoy es viernes, aun estoy en la oficina trabajando pero de aquí me voy a la librería, si está abierta, espero acabar aquí antes de las 21horas y, lo conseguiré. No conocía a Abilio Estevez, pero ya le conozco. Últimamente he leído a Leonardo Padura: "El hombre que amaba a los perros" y la serie de Mario Conde. Es cubano imposiblemente cubano para mi experiencia anterior y es que viene de alli de mi habana, me valen todas las lecturas. No escojo y siempre me gusta. Leo sin recomendación sobre la Habana y esta vez. Con una grata recomendación de un amigo estimado.

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  2. La foto es preciosa, esa escalera de caracol esta funcionando hasta ahora, la puerta- ventana y la reja.

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  3. Querido amigo, te gustará el libro. Lo sé. Ya me comentarás... No te sabía un integrista de esa religión (La Habana). También lo soy, aunque no voy a misa hace 22 años. Este libro está escrito especialmente para gente como yo: huimos y a la vez amamos no sabemos bien qué, pero es algo que está allí, es de allí. Abrazos fuertes. Buen fin de semana. Jorge

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  4. Sólo para balancear, una crítica menos favorable (no sé si justa, no he leído nada de Estévez): http://www.eichikawa.com/critica/Estevez.html. Otro punto de vista, quizás por el hecho de que Ichikawa vive en Homestead, casi que más cerca de La Habana que de Hialeah.

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  5. Está muy bien ese balanceo, amigo. Te sugiero, claro, leer el libro. Ya me contarás. Abrazos. Jorge

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  6. Me gustaría leer el libro.
    Habanera soy.
    Disfruté de una ciudad, en mi niñez, con todo su sabor de la época; recorrí con ella los inquietantes días de la revolucion,y pese a que me fui a vivir a Mtas, seguí amándo y recorriendo sus calles cada vez que iba a visitar a mis padres.
    Partí de Cuba el 24 de diciembre del 2012.
    Convivi cinco meses entre habaneros
    ¡Si!, me gustaría ver esa Habana, del escriror.
    Verme en el reflejo de su espejo
    Gracias Tamargo como siempre, por su certero verbo.
    Un abrazo

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  7. Gracias a ti, Lisette, por leerme y comentar. Te gustará ese libro, seguro. Un abrazo. Jorge

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