lunes, 20 de julio de 2015

Apretado en mi memoria…







       Y él [Elías] reunirá el corazón de los padres con el de los hijos,
       y el de los hijos con el de los padres…
                                               
                                              Malaquías 4: 5 y 6. La Biblia.
                                    (Página 1141 en el ejemplar de mi padre)



Introducción a la anécdota


Por desgracia soy ateo, pero gracias a Dios soy poeta. Para decirlo como se solía hacer en las tribunas del siglo pasado cuando se buscaba sonar moderno: vengo a ser un obrero de la Imagen, alguien que debe entendérselas cada día, de una manera u otra, con la gran Señora. Como ateo, mantengo los ojos bien abiertos. En permanente vigilia, filtro calima para la razón. Tanto, que la luz penetra y colma mi sesera hasta la estupidez. En cambio, como poeta me cuido de la deslumbrante trampa. Y a plena oscuridad, donde no hay aristas, ni lindes, ni formas rotundas, leo el Poema-Dios fascinado. Me miento a gusto y me real-izo. Porque la Verdad no surge si no de la mentira buena: la necesaria. Y sólo se necesita la mentira que com-place; esto es, la que nos convoca y nos promete repartir el dolor hasta hacerlo inane para su único receptor posible: el hombre en su estricta unidad: el individuo. No nosotros: Tú. Yo. Como poeta, evito la luz en su exigente condición de “sombra de la nada”. La persigo como fugaz e inquietante noticia de un Todo escapista y poliédrico. Amable, sin embargo. No totalitario.

El Poema-Dios en estado bruto no está en los libros. Neto tampoco, porque es demasiado complejo y hermoso como para permitir que se le reduzca de tal manera. Pero acorralado contra la nada, socorrido por herramientas tan nuestras como la ética y la moral, debió parapetarse en el registro formal del hombre, y aceptar el redil que le impusieron sus parlantes y hacendosos notarios. Código y canon, pero Poema al fin, Dios llegó a las Sagradas Escrituras para quedarse. Las grandes religiones del Libro, con su tronco común y sus ramajes diversos, lo recitan de manera parecida: con una mezcla de embeleso y miedo. Según se comprueba, para balbucear a Dios y hacerlo bien útil a la mayoría de los balbucientes, (así de simples y complicados somos) hay que ajustarlo a relato. Hay que leerlo… Yo lo hago con entusiasmo, aunque, como habrán advertido, (insisto, por desgracia) en este caso soy más consumidor de mitos que convencido soldado. “El hombre no es arte, sino artista”, decía Epicarmo. No es poema, sino poeta, repite, si me entretengo, el majadero ateo que me incordia.



Anécdota


Mi gran amigo Jorge Luis Manso acaba de enviarme desde Miami la vieja Biblia de mi padre. Cuando abandonó definitivamente Cuba para reunirse con nosotros en España, mi padre dejó su Biblia al cuñado de Jorge, Fank Brea, un extraordinario dibujante habanero, también muy amigo mío, que a la sazón y con apenas cuarenta años de edad, buscaba un mayor acercamiento a su Dios a través de las Sagradas Escrituras. No sé a ciencia cierta por qué lo hizo, por qué le dejó este libro tan querido precisamente a él, pero no se equivocó. Antes de morir en Cuba, demasiado joven y después de haber padecido una penosa enfermedad, Frank, que no pudo comunicarse directamente conmigo, pidió a Jorge que hiciera lo necesario para que la Biblia de mi padre terminara en mis manos. Éste la recogió en uno de sus viajes a La Habana, la llevó a su casa, y aprovechó la reciente visita de mi hermano Sergio a Miami para hacérmela llegar.   

Cómo se lo agradezco a Frank. Y a Jorge. Tengo la Biblia de mi difunto padre. Es el ejemplar que leí cuando me acerqué a este maravilloso compendio de historias por primera vez. Jamás pensé que regresaría a mis manos. De nuevo constato la enorme fuerza que tiene un buen libro para sujetar a la mente (esa memoriosa tirolina) frente a sus abismos diarios. Para quien lee, ningún otro objeto tiene la capacidad de un libro en este sentido.   



Alcance de la anécdota


Volveré a leer esta Biblia (Ya lo hago). Su relectura será, además, otra vía para hablar con mi padre. Él, cristiano y creyente. Yo, cristiano y ateo. Él, avalado por su Dios-Poeta. Yo, colgado de mi Dios-Poema… Y ahora mía, lograda la milagrosa herencia gracias a un intenso tráfico de amistad, la llenaré de notas y signos. La dejaré transida de asombro, en un estado de precaria legibilidad para mis hijos. Espero que me perdonen, que deban hacerlo porque no les resulte prescindible, porque la quieran y necesiten, al menos, como yo. O sea, cuento con que tengan fe, al menos, en el ser humano. Incluso puesto en el peor escenario posible, espero que crean, al menos, en sí mismos. Porque entiendan que son hombres, y que el hombre es un animal que imagina, y que haciéndolo se hizo, como se deshará si se abandona obedientemente a su bestia: ya con medio cuerpo entregado, con los cuartos traseros en pleno paroxismo, a punto de besar al engendro maquinal.

Soy ateo. Pero creo en este Dios-Poema que se regaló el hombre para atravesar un tiempo tan inclemente como el histórico. Creo en él por pautado y reglado que se me ofrezca, porque obvio las reglas y las pautas cuando leo Poesía.  

Viejo, tengo tu Biblia. Se la dejaste a quien la merecía. Suma y sigue… Ahora te poseo de una forma más. Que tu Dios y el mío se unan y retocen incesantes. Que sigan esparciendo confeti sobre la feria. Para que feliz continúes el camino hacia tus nietos, apretado en mi memoria, en ruta coronaria, hecho al bombeo cierto de mi corazón. 



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