Y
él [Elías] reunirá el corazón de los padres con el de los hijos,
y
el de los hijos con el de los padres…
Malaquías
4: 5 y 6. La Biblia.
(Página
1141 en el ejemplar de mi padre)
Introducción a la
anécdota
Por desgracia soy ateo, pero gracias a Dios soy poeta. Para decirlo como
se solía hacer en las tribunas del siglo pasado cuando se buscaba sonar moderno:
vengo a ser un obrero de la Imagen,
alguien que debe entendérselas cada día, de una manera u otra, con la gran Señora.
Como ateo, mantengo los ojos bien abiertos. En permanente vigilia, filtro
calima para la razón. Tanto, que la luz penetra y colma mi sesera hasta la
estupidez. En cambio, como poeta me cuido de la deslumbrante trampa. Y a plena
oscuridad, donde no hay aristas, ni lindes, ni formas rotundas, leo el Poema-Dios
fascinado. Me miento a gusto y me real-izo. Porque la Verdad no surge si no de la
mentira buena: la necesaria. Y sólo se necesita la mentira que com-place; esto
es, la que nos convoca y nos promete repartir el dolor hasta hacerlo inane para
su único receptor posible: el hombre en su estricta unidad: el individuo. No
nosotros: Tú. Yo. Como poeta, evito la luz en su exigente condición de “sombra
de la nada”. La persigo como fugaz e inquietante noticia de un Todo escapista y
poliédrico. Amable, sin embargo. No totalitario.
El Poema-Dios en estado bruto no está en los libros. Neto tampoco, porque
es demasiado complejo y hermoso como para permitir que se le reduzca de tal
manera. Pero acorralado contra la nada, socorrido por herramientas tan nuestras
como la ética y la moral, debió parapetarse en el registro formal del hombre, y
aceptar el redil que le impusieron sus parlantes y hacendosos notarios. Código
y canon, pero Poema al fin, Dios llegó a las Sagradas Escrituras para quedarse.
Las grandes religiones del Libro, con su tronco común y sus ramajes diversos, lo
recitan de manera parecida: con una mezcla de embeleso y miedo. Según se
comprueba, para balbucear a Dios y hacerlo bien útil a la mayoría de los balbucientes,
(así de simples y complicados somos) hay que ajustarlo a relato. Hay que leerlo…
Yo lo hago con entusiasmo, aunque, como habrán advertido, (insisto, por
desgracia) en este caso soy más consumidor de mitos que convencido soldado. “El
hombre no es arte, sino artista”, decía Epicarmo. No es poema, sino poeta, repite,
si me entretengo, el majadero ateo que me incordia.
Anécdota
Mi gran amigo Jorge
Luis Manso
acaba de enviarme desde Miami la vieja Biblia de mi padre. Cuando abandonó
definitivamente Cuba para reunirse con nosotros en España, mi padre dejó su
Biblia al cuñado de Jorge, Fank
Brea, un extraordinario dibujante habanero, también muy amigo mío, que a la
sazón y con apenas cuarenta años de edad, buscaba un mayor acercamiento a su
Dios a través de las Sagradas Escrituras. No sé a ciencia cierta por qué lo
hizo, por qué le dejó este libro tan querido precisamente a él, pero no se
equivocó. Antes de morir en Cuba, demasiado joven y después de haber padecido
una penosa enfermedad, Frank, que no pudo comunicarse directamente conmigo, pidió
a Jorge
que hiciera lo necesario para que la
Biblia de mi padre terminara en mis manos. Éste la recogió en
uno de sus viajes a La Habana,
la llevó a su casa, y aprovechó la reciente visita de mi hermano Sergio a Miami para hacérmela llegar.
Cómo se lo agradezco a Frank. Y a Jorge.
Tengo la Biblia
de mi difunto padre. Es el ejemplar que leí cuando me acerqué a este
maravilloso compendio de historias por primera vez. Jamás pensé que regresaría
a mis manos. De nuevo constato la enorme fuerza que tiene un buen libro para
sujetar a la mente (esa memoriosa tirolina) frente a sus abismos diarios. Para
quien lee, ningún otro objeto tiene la capacidad de un libro en este
sentido.
Alcance de la anécdota
Volveré a leer esta Biblia (Ya lo hago). Su relectura será, además, otra
vía para hablar con mi padre. Él, cristiano y creyente. Yo, cristiano y ateo.
Él, avalado por su Dios-Poeta. Yo, colgado de mi Dios-Poema… Y ahora mía, lograda
la milagrosa herencia gracias a un intenso tráfico de amistad, la llenaré de
notas y signos. La dejaré transida de asombro, en un estado de precaria legibilidad
para mis hijos. Espero que me perdonen, que deban hacerlo porque no les resulte
prescindible, porque la quieran y necesiten, al menos, como yo. O sea, cuento
con que tengan fe, al menos, en el ser humano. Incluso puesto en el peor escenario
posible, espero que crean, al menos, en sí mismos. Porque entiendan que son
hombres, y que el hombre es un animal que imagina, y que haciéndolo se hizo, como
se deshará si se abandona obedientemente a su bestia: ya con medio cuerpo
entregado, con los cuartos traseros en pleno paroxismo, a punto de besar al
engendro maquinal.
Soy ateo. Pero creo en este Dios-Poema que se
regaló el hombre para atravesar un tiempo tan inclemente como el histórico.
Creo en él por pautado y reglado que se me ofrezca, porque obvio las reglas y
las pautas cuando leo Poesía.
Viejo, tengo tu Biblia. Se la dejaste a quien la merecía. Suma y sigue… Ahora
te poseo de una forma más. Que tu Dios y el mío se unan y retocen incesantes.
Que sigan esparciendo confeti sobre la feria. Para que feliz continúes el camino
hacia tus nietos, apretado en mi memoria, en ruta coronaria, hecho al bombeo cierto
de mi corazón.
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