Hoy vi parte de un documental
sobre la obra de Jane Goodall, esa señora entrañable que trabaja con y para los
chimpancés. Apenas tengo tiempo ahora para escribir, y lo menos que pensé fue
hacerlo a partir de la impresión que entonces recibí (muy buena, por cierto)
porque el asunto merece que nos detengamos en él, que nos demoremos incluso.
Sin
embargo, también hoy un amigo se mofó (cariñosamente, claro) de mi teléfono
móvil, que apenas tiene cinco años y ya debe ser para casi todos una suerte de
hoguera semiextinta que emite incomprensibles señales de humo. Yo estoy encantado
con él, porque puede hacer y recibir llamadas, no lo recargo más de una vez a
la semana, y es muy resistente ante las caídas; además, nadie pretende
robármelo; pero cada vez que lo uso, noto el asombro de mis acompañantes, “sufro”
su risa, y hasta su burla si se trata de familiares o amigos… Ya saben, como
dice el refrán: donde hay confianza, da asco.
El tema de los chimpancés y la
última mofa sobre mi teléfono, me han hecho recordar algo que escribí hace ya
tiempo a otro amigo acerca de la incidencia de la tecnología en nuestras vidas. Lo
recordé, pero hacerlo no fue suficiente para que me decidiera a escribir algo al
respecto. El colmo impulsor llegó cuando veía el telediario después de comer:
Resulta que ayer en el Parlamento, mientras un orador intentaba hacerse valer en
dirección a la presidencia del país, un “oyente” de cierta relevancia
institucional consultaba su teléfono. Como el hecho fue detectado y aireado en
la prensa, el “lector” adujo hoy que no se entretenía, que mientras el otro hablaba,
él seguía el discurso leyéndolo en su teléfono… Entonces decidí publicar esta
breve nota tomando un segmento de aquel viejo escrito que viene al caso.
Chimpancés, terminales móviles, candidatos a presidentes, invitados adictos al
teléfono… Qué pena que no tenga más tiempo.
La reacción ajena ante mi cómodo
teléfono, tiene, en el fondo, la misma causa que mi negativa a cambiarlo por
uno de esos aparatos tan modernos y sofisticados que sirven para todo menos
para que nos llamemos, (sí, son capaces de conectarnos mediante la palabra hablada,
pero no se usan para ello) tiene que ver, digo, con nuestro posicionamiento
frente al imperio de la tecnología. No puedo extenderme en el asunto, y, además,
ya lo hice varias veces en este espacio. Sencillamente constato de nuevo que los
medios técnicos sublimados y venerados, en apariencia venidos para sobreconectarnos, nos aíslan cada
vez más. ¿O no? ¿Cómo entender que, sin ser sordos, sigamos un discurso por teléfono en tiempo real y con el
orador a escasos veinte metros? En fin, lo que sigue es un extracto de aquello
que escribí a mi amigo:
Créeme, no
tengo nada contra la tecnología, la economía, la sabiduría o la razón... ¿Cómo
iba a ir contra mí mismo de una forma tan estéril y pueril? El hombre es (¿cómo
no?) la suma de todo eso que creó; quiero pensar que esperando un resultado
equilibrado, suplicándolo quizás a los pies de la Imagen, que también creó.
Cuando la tecnología se torna peligrosa es, en mi opinión, cuando se corona fin
de la obra humana.
Mira, es como
si el chimpancé comiera hormigas, sólo, para tener fuerzas y poder manejar la
ramita con que las saca del hormiguero. Si la ramita en sí misma (y no el
alimento de sus crías, o el mutuo espulgo con el congénere colmado y agradecido
por el suculento festín) se convierte en el sumo objetivo del chimpancé, éste
tiene un problema, porque terminará viviendo para saberse rey de las ramitas, terminará necesitando sólo ramitas.
El chimpancé
hasta ahora ha luchado por ser el más hábil con las ramitas, porque la hormiga
cazada y ofrecida al grupo lo hace estar mejor considerado en él, porque sus
crías crecerán mejor alimentándose del nutritivo insecto, porque le gusta comer
hormigas. Manejando ramitas se ha hecho más listo y esto también lo hace
progresar en el escalafón social. Ser un experto en ramitas (medio)
le permite alcanzar vías de placer y supervivencia (fin). La ramita es un medio
no un fin.
¿Te imaginas,
no a un chimpancé descarriado, sino a todo un clan pendiente sólo de las
ramitas, viviendo por y para ellas? Perseguirían colobos, profanarían nidos,
andarían enormes distancias, fornicarían, se alimentarían únicamente para perpetuar,
ya no la especie, sino la capacidad de manejar ramitas. Se pasarían todo el
tiempo posible alienados, ejercitando su arte hasta dejar de ser lo que son y
convertirse en otra cosa…
El hombre se halla ante una nueva encrucijada. Ahí tienes al transhumanismo que lo vislumbra hecho ramita (máquina, robot). El hombre ya
no se interesa por el hombre, sino por la ramita antropomórfica que al parecer drenará
sus frustraciones hasta que las heridas sean del todo blancas… La tecnología es
algo muy provechoso, amigo, si no acaba con sus artífices. Yo quiero una ramita
a la que subirme para volar a la estrella imaginada y constatar que lo que era
simplemente polvo, resulta entonces “polvo enamorado”; no para ir a la estrella
mineral regresado a la categoría de polvo sin más, polvo de ramita ciega.
Esto escribí a mi amigo. Hoy lo
recordé y quise compartirlo con todos. Son obviedades, lo sé, o debían serlo,
pero ¿por qué siento la necesidad de señalarlas? Me estoy haciendo
viejo, eso es.
Efectivamente lo maravilloso de la tecnología,en este caso la móvil es que un amigo de otro continentes mande fotos de su primer nieto que acaba de nacer, y que tú puedas contestar que es precioso y lo disfrute, o que puedas comunicarte con alguien que te escribe porque necesita oír tu voz y tus consejos.Por lo demás lo ideal es llamar al amigo u escuetamente decirle ¿quedamos? Y verte y darte un abrazo. Todo lo demás es aislarte del entorno creyendo que estás "comunicado"
ResponderEliminarDe acuerdo, amiga, de acuerdo. La tecnología es una bendición, otra cosa es cómo la use el chimpancé tecnológico. Gracias por leer y comentar. Abrazos.
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