Beauty is truth, truht beauty, ―that is all
Ye know on earth, and all ye need to know.
Keats
Vengo a ignorar en voz alta, como dijo Valéry en aquella célebre
conferencia sobre estética pronunciada ante estetas. Traigo noticias sobre
“Live in Zaragoza”, un estupendo disco de Georgina
Sánchez (cello) y Krzysztof Stypulkowski (piano). Claro, como
no soy músico, daré las noticias en “arameo”. Aunque, pensándolo bien, ¿en qué
otra lengua más diáfana nos habla la música, a quienes no distinguimos entre las
grafías significantes de un rótulo nazarí y una partitura barroca, a quienes a
duras penas mantenemos limpios los canales auditivos, y procesamos en un taller
artesanal las revelaciones sonoras? (―Aquí, esto. Lo otro, al depósito del
ruido. Poco más). ¿Qué lengua, y para
decir qué, debemos emplear, si queremos avisar de un evento musical de primera
línea, en el que las notas y su ligazón armónico-melódica trascienden con
creces el angosto solecillo de lo comprensible, para instalarse en una fértil
penumbra, mucho más allá de cualquier relato que se pueda reducir a palabra?
Pero debo inventarme un relato,
claro está. ¿De qué otra forma podría el pregonero (picapiedra musical, que apenas
sabe vocear con una entonación extra-ordinaria) anunciar el merodeo del ángel? Acertó
Alfonso Reyes: si bien Santa Teresa puede decirnos cómo y dónde vive, de aquella
manera: Vivo sin vivir en mí; / y tan
alta vida espero, / que muero porque no muero; el paisano que quiera que lo
visitemos, deberá darnos las referencias de forma menos ambiciosa: ―vivo en tal
número de tal calle, te espero a tal hora… Eso haré. Ignoraré en voz alta, y,
como no puedo dar el aviso musicalmente, les endosaré una pequeña historia escrita
en castellano para invitarlos a la escucha de este magnífico trabajo de
Georgina y Krzysztof, quien, y hablando de lenguajes no del todo inteligibles,
nos ha regalado una vocal entre las ocho consonantes de su nombre para hacerlo
más cristiano. Río…
Escuché la maqueta de este disco
muchas veces hace ya más de un año. Lo hice, después de haber asistido, en el
Paraninfo de la Universidad de Valladolid, a uno de sus portentosos “ensayos”. Qué
bien estuvieron ambos aquella noche… Pero Georgina, que además de un enorme
músico, es un alma bienhechora para los amigos de orejas duras, me lo ha
regalado ahora magníficamente editado. Entonces volví al disco con renovadas
ganas. Y aún en estado extático (lo escucho mientras escribo) decido
noticiarlo.
“Live in Zaragoza” es un disco
redondo. (Sí, claro, el CD, su forma… están perdonados los guasones) Quiero
decir que es un disco donde los intérpretes, a cargo de la selección de
autores, temas y arreglos, logran la Perfecta Unidad. ¿Por qué? Porque es un
disco que propone un viaje cargado de sentido. ¿Por qué? Porque a pesar de los
lógicos altibajos que ofrece, lo que podríamos llamar, su curva emotiva, todo
él mantiene un feeling constante
marcado por el romanticismo y el postromanticismo. ¿Y ya? No. También porque su
entrada (Rachmaninov, Sonata in G minor, Op. 19) y su salida (Monti, Csárdás) son perfectas como pórtico y
colmo, ideales para que la pescadilla se muerda la cola. ¿Y ya? No. También
porque está inmejorablemente interpretado. Cada pieza es un portento de virtuosismo:
tempo, ritmo, afinación, y eso otro
que no sé explicar (estaban advertidos). Las piezas arman al disco, y éste les
devuelve su ración de gloria: Sagradas
son las partes si el conjunto es venerable (Séneca). ¿Y qué más? ¿A qué
viene ahora la celebración de preciosistas redondeces románticas? A que, a
pesar de todo, sigo… seguimos siendo humanos. “Live in Zaragoza” no es un disco
arqueológico, qué va. Y no sólo porque sus intérpretes son jóvenes muy
comprometidos (también) con el lenguaje musical de su tiempo, sino porque esta
música nos sigue interesando, nos sigue haciendo falta.
El romanticismo, aquel aquelarre
patético con que el hombre-masa se defendió mientras pudo de la ilustración y
su malsano positivismo, aquella fiebre producida y contagiada por la antipatía
a la estandarización (hoy diríamos globalización) de los sentimientos, aquel
canto a la gloria de lo imperfecto, lo original, lo asistémico; aun con su
candidez, digo, y con su apego a lo excesivo, nos dejó en el arte poderosos
caladeros de humanidad. Y esos caladeros se mantienen activos sobre todo en la
música. ¿Por qué, si no, seguimos escuchando la obra de compositores tan
dispares como Wagner, Chopin, Schumann, Schubert o Chaikovski? El romanticismo,
que a escala global tuvo su reaparición más evidente de manos del
postmodernismo, (también una suerte de postromanticismo, más que nada en cuanto
a la forma, porque su sustancia llegó sobrecargada de existencialismo y
nihilismo, que son harina de otro costal) se mantuvo siempre latente en las
voluntades más protectoras: restauración de monumentos muebles e inmuebles,
restauración de obras plásticas, repertorio operístico, repertorio lírico en
general, música culta, ballet, repertorio de teatro, folklore… ¿Somos
románticos? Pues claro, lo somos y lo seremos en la medida en que no renunciemos
del todo a la parcela que heredamos en un espacio-tiempo prehistórico, donde
siguen siendo posibles el Paraíso y la Edad de Oro.
Pero Georgina y Krzysztof tocan
al margen de tales vaguedades, para engendrar otras acaso más estimulantes que
nos dan en notas musicales, no en palabras. Ahora suena en mi equipo “Song to
the Moon”, de Dvořák. No hay inspiración,
como acostumbramos a imaginar, sino una ruptura de las poderosas barreras
habituales que tienden rápidamente a cerrarse de nuevo, decía Eliot… Atención, me digo, se abren en
mí esas barreras. Reconócelo, me insto, ahora sólo podrías añadir bobadas… Entonces
me dejo llevar románticamente: ¡qué bien tocan estos chicos, madre mía! ¿Por
qué no aprenderán a inhibirse los incapaces, que tan a menudo vapulean la
música? Ay, los cojos y los gotosos no
pueden dejar de andar, pero nada les obliga a bailar el vals o los cinco pasos,
decía el “ignorante” poeta que cité al inicio. Calla, me exijo finalmente. Georgina
toca esta canción como si de mi viejo televisor Motorola fuera a salir una
rusalka presta a besarme. Estoy en Praga. Tengo diez años. No regresaré a La
Habana, ni cumpliré los once, hasta que se cierren las veloces barreras de
Eliot. Mientras tanto:
Belleza es la verdad, verdad lo
bello. / Otro saber no tienes ni precisas.
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