Hace tiempo que no
hago crítica arquitectónica. Se construye tanto, y sin embargo hay tan poco que
apreciar… En fin, me hice a un lado. Bastante tengo con cubrirme nariz y boca,
ante la polvareda que emana de la enorme pila de escombros que levantamos bajo un
desacreditado salvoconducto disciplinar: el título de arquitecto. Ah, la
arquitectura, como siempre nos enuncia y explica a la perfección. Así que padezco
una modorra que anestesia mi temperamento analítico, y que rara vez salta
disparada por el descubrimiento de una obra poco difundida, o por el “desvarío”
de un artesano anacrónico, Zumthor, por ejemplo. Estoy al margen, al menos
como agente palabrero. Pero coño, hay cosas que espabilarían al más perezoso entre
los perezosos: ¿Han visto el Museo de la Revolución Democrática y Cultural que
levantó Evo Morales en Orinoca?
Alfonso Reyes
recogió a principios del XX un chiste finísimo de un humorista cuyo nombre no conozco.
Aquel cómico se mostraba convencido de que si diez millones de monos tecleasen
durante diez millones de años en diez millones de máquinas de escribir, alguno
de ellos terminaría por readactar el Discurso del Método. Puedo aceptar esta
hipótesis, aun con toda la ironía que encierra. Diez millones es un número muy elevado
para monos, máquinas de escribir y años que operasen a expensas de las probabilidades. Sin embargo, dudo sinceramente que los mismos
diez millones de monos, puestos a levantar paredes y techos durante el tiempo
dicho, lograsen dar con un edificio como el que se regaló a sí mismo el “hermano
Evo” en su pueblo natal. Lo dudo, porque tuvieran que ser monos muy afortunados, pero también muy locos, víctimas de un cacao mental impropio de estos animales, que necesariamente los conduciría a la locura o el suicidio antes de que pudieran dar con su carambola.
Para producir un
edificio como éste, sin que sean necesarios diez millones de artífices
trabajando durante la misma cantidad de años en su búsqueda, y mucha, pero
mucha suerte; se debe ser un aimara iniciado en el marxismo y el maoísmo por un
holguinero. Con el marxismo, tendría el aimara que haber recibido, filtrados por
su mentor, como mínimo a Demócrito, Leucipo, Epicuro, Hegel y Feuerbach;
insisto, filtrados por el holguinero, que de todo esto no tiene ni puta idea.
Con el maoísmo, tendrían que haberse inoculado al susodicho por la susodicha vía: el
leninismo, el trotskismo, el estalinismo y el Tridemocratismo de
Sun-Yat-sen. Pero además, añadidas al marxismo y al maoísmo, el aimara tendría
que haber obtenido del ignorante holguinero dos propinas de gran interés: el
pragmatismo y el positivismo, más aún, el positivismo lógico; y también el
eclecticismo oportunista en lo filosófico y lo teológico de los jesuitas. Si con
todo ello el aimara no hubiese llegado a enloquecer, lo habría hecho sin escapatoria, cuando a su
natural inmanencia, chamánica y animista, se le hubiese añadido la trascendente jerigonza
bolivariana, que donde dice Napoleón, tacha para poner, por ejemplo: Jesús de Nazaret, o incluso Chávez.
¿No comparten mi compasión? ¿Cómo podría asimilar todo lo regalado por su mentor esa pobre cabecita? ¿Y cómo podría
trasmitirlo a su arquitecto?, a quien supongo un ignorante lameculos, que mientras
su cacique intenta digerir semejante cóctel sin que se le note achispado, sólo visualiza
formas postmodernas… ¿Pero cómo llegó el postmodernismo a Orinoca, madre mía,
con tal contundencia? Qué desgracia. Qué lío para ese pequeño asentamiento donde habitan unas
seiscientas cuarenta almas que apenas pretenden, seguro, vivir en paz; vivir
más y mejor, por supuesto, como todos, pero en paz. Porque algunos de ellos,
los más tardos tal vez, sólo verán inminentes ventajas, (turismo
trasnochado, traficantes de coca…) pero otros ya estarán lamentando que el
iluminado Katari (Ibo Katari, que es como decir Evaristo el víbora, debe ser el verdadero nombre del “hermano Evo”,
y esto es un dato, no una broma) haya venido a nacer en su Orinoca: ¿pecado
bastante para merecer ese escupitajo de La Pachamama?
Una indigestión
enorme hace falta para vomitar de tal manera, a cuatrocientos cuarenta
kilómetros de la capital, en una zona semidesértica, pobrísima y casi
deshabitada, pagando además siete millones de dólares; ese montón de cajitas o
cilindros mal articulados y decorados con pegotes zoomórficos. Sí, miren bien, el
engendro tiene múltiples cuerpos, pero pretende que distingamos tres zonas: la
central, alegórica a la llama, y las dos laterales alegóricas, al armadillo la
una, y al puma la otra. Sí, esa máscara orejuda debe representar a una llama
humanoide; y esa suerte de cuerpo telescópico busca recrear a un armadillo; y
al otro lado, como si estuviera patrocinada por la casa Lego, aparece una abstracción colorista
y geométrica de media jeta de un puma empotrada no se sabe dónde. Todos los
animales con sus orejas en pie; miren bien, como muy atentos
ellos, como pendientes de cualquiera que pueda reírse de su lamentable trance. ¡Cuidado
con la risa! Estas figuras degeneradas, producidas por un Occidente juguetón en
lo formal y fatigado en el fondo, aquí pretenden resultar alegóricas con
relación a tres bestias sagradas para los aimaras: el puma, emblema del
pastoreo; el armadillo, emblema del comercio; y la llama, ¿emblema de lo
doméstico? Sí, el sujeto en la era del karaoke
no es necesariamente una fuente de originalidad creativa, que diría Daniel
Innerarity. Mucho menos, si opera tan perdido, que se caga en los
símbolos que pretende poner en valor. Porque ¿podrá gustar a los habitantes de la zona este museo levantado en aras del camarada Evo? ¿Podrá activar
en ellos los resortes de la identidad? ¿Podrá llegar a sintetizar formalmente
sus necesidades y aspiraciones culturales?
Los aimaras siempre
fueron acosados por las etnias del norte, (guaraníes, arahuacos, incas, etc) pero ellos, y las culturas que le son más
afines, tuvieron tiempos mejores. Vean la selección de piezas que expongo, extraídas de la arquitectura y la cerámica de Tiahuanaco, también de la
cerámica mochica. Esta gente tuvo una gran imaginación, y un no menor oficio
para formalizar sus visiones más caras. Claro que usaban y mezclaban motivos
antropomórficos y zoomórficos, pero con mucha gracia. ¿O no? Y además, su imaginario no era casual, tenía mucho que ver con los ritos de fertilidad. ¿Es que el
“hermano Evo”, quien ya se puede considerar reincidente (recuerden el regalo
del crucifijo-hoz-martillo que le endosó a Francisco Primero) no conoce las
tradiciones de su propio pueblo? ¿Acaso su mentor holguinero logró suplantar la
coca en su rumia y el Titicaca en su chola, con aquel mejunje ideológico que
apenas le deja espacio para el chándal, el fútbol y la patética tribuna del “Socialismo del Siglo XXI”, desde donde discursea a escala faraónica con formas ajenas al
(y enemigas del) indígena que dice defender y representar?
Bueno, algunos se
preguntarán: ¿Por qué contestar al “hermano Evo”, lo que se ensalza en otros
reyes y emperadores? Por ejemplo: ¿por qué no puede el iluminado Katari hacer
lo que hicieron los atenienses en el Erecteón con aquellas mujeres de Caria castigadas
a trabajar como columnas de por vida? ¿Por qué no se critica de igual manera a
los faraones que combinaban formas antropomórficas y zoomórficas en sus
esfinges? ¿Por qué no puede el adalid de los aimaras, emular a las arquitecturas románica y
gótica que reproducían los relatos bíblicos en gárgolas, frisos, cornisas, capiteles y pórticos,
con aquellas figuras petrificadas, a veces tan dramáticas y hasta pornográficas?
¿Por qué no aceptamos las máscaras de su engendro, y sí los lagartos y dragones
en las costosas ensoñaciones de Gaudí? ¿Por qué no nos molesta de igual manera
la extravagancia de Juan O’Gorman en la Biblioteca Central de la UNAM, que (im) puso
un historiado traje regional a una simple caja de zapatos que apenas admitía un
corsé minimalista? Bueno, miren bien el edificio de Evo, comparen y respóndanse.
Lo cierto es que la
iconografía moralista (o katarista, no se me ofendan los cántabros, porque el
apellido Morales es en origen suyo) carece del más mínimo atisbo de
espiritualidad. Esa llama, ese armadillo y ese puma están vacíos de sí mismos.
Parafraseando a Benn: guiñan altiplano y echan Holguín por la boca, que es como
decir: escupen a la cara de quienes pretenden honrarlos. Aquí, el insulso
postmodernismo de las formas canta a la decadencia de Occidente, (que hace
propia) y está mucho más cerca de la arquitectura doméstica más comercial y banal
de los años ochenta del pasado siglo, que de cualquier otra arquitectura con pretensiones identitarias, didácticas o sacras.
Otros se
preguntarán: Si Akenatón, apoyado en Nefertiti, se cargó las bases del imperio
egipcio y fundó una ciudad homónima en pleno desierto para adorar a Atón; si
Kubitschek fue capaz de levantar Brasilia en un descampado contra viento y
marea, ¿por qué Evo no puede hacer lo mismo en Orinoca, comenzando por un museo
donde la llama, el armadillo y el puma se agolpen para mayor gloria de
su propia figura histórica?
Ah, como diría Juan Ruíz: anda devaneando el pez con la ballena, aunque en este caso, el pez sea tan estúpido, que no lo sepa, o tan oportunista, que lo pretenda a sabiendas de cuál será el resultado de sus devaneos... Aimaras, el Museo de la Revolución Democrática y Cultural (¿se puede ser más rimbombante y ridículo?) les cuenta a gritos justo lo contrario de lo que quiere que lean su valedor. De entrada, deja claro cuán grande es su menosprecio por la gente a quien dice representar: ustedes. Ya lo dije en un artículo anterior: tienen al enemigo en casa. El iluminado katari lleva en su mochila el norte más rústico y soberbio. Y ese norte, portador de la semilla imperial que dice repeler, ya puso a sus diez millones de siervos a imitar a los monos. Si de esa manera es capaz de producir un edificio como éste, ¿qué no podrá hacer cuando hasta la llama, el armadillo y el puma sólo sean parte de su séquito?
Aimaras, quizás sea el momento de abrazarse a las estatuas, no lo sé, pero cuidado: en Orinoca les han plantado un Caballo de Troya. Es feo, muy feo, y además malo, muy malo. Si lo alimentan, pudiera desembuchar a los peores demonios. Ustedes verán. No me extrañaría escucharlos decir en unos años lo que aquel esquimal, que preguntado por sus creencias religiosas, dijo: Nosotros no creemos, nosotros tememos.
Ah, como diría Juan Ruíz: anda devaneando el pez con la ballena, aunque en este caso, el pez sea tan estúpido, que no lo sepa, o tan oportunista, que lo pretenda a sabiendas de cuál será el resultado de sus devaneos... Aimaras, el Museo de la Revolución Democrática y Cultural (¿se puede ser más rimbombante y ridículo?) les cuenta a gritos justo lo contrario de lo que quiere que lean su valedor. De entrada, deja claro cuán grande es su menosprecio por la gente a quien dice representar: ustedes. Ya lo dije en un artículo anterior: tienen al enemigo en casa. El iluminado katari lleva en su mochila el norte más rústico y soberbio. Y ese norte, portador de la semilla imperial que dice repeler, ya puso a sus diez millones de siervos a imitar a los monos. Si de esa manera es capaz de producir un edificio como éste, ¿qué no podrá hacer cuando hasta la llama, el armadillo y el puma sólo sean parte de su séquito?
Aimaras, quizás sea el momento de abrazarse a las estatuas, no lo sé, pero cuidado: en Orinoca les han plantado un Caballo de Troya. Es feo, muy feo, y además malo, muy malo. Si lo alimentan, pudiera desembuchar a los peores demonios. Ustedes verán. No me extrañaría escucharlos decir en unos años lo que aquel esquimal, que preguntado por sus creencias religiosas, dijo: Nosotros no creemos, nosotros tememos.
Cuentan
que una dama inglesa del XIX, enterada de las teorías de Darwin, preguntó a
su marido: ―ah, ¿pero entonces es cierto que todos somos iguales y provenimos
de los monos? Cuando el hombre le respondió que así era, la dama rogó: ―por
favor, que no se entere la servidumbre… Entérense, aimaras, entérense. Ni
siquiera Castro, el mismísimo mentor holguinero del “hermano Evo”, fue capaz de levantar
un museo como éste. Y eso que lleva sesenta años aguijando a sus diez millones
de monos, hombres nuevos, quise decir. Por primera vez en los últimos cinco
siglos de vil explotación occidental (o de ausencia de la candorosa protección
inca, según cómo se mire) un burdo remedo de Aquiles vive camuflado entre ustedes.
Corre contra la tortuga con la camiseta local, sin más meta a la vista que su propia
divinización. ¿Eso quieren?
Jorge, tienes un talento inmenso, y suma a tus virtudes, tremendisima paciencia y respeto, yo a ese cucurucho, imitacion cascaron de cucaracha desarticulado por la bota de Sain Michel, le hubiese dejado una linea, "restos de calculos mierderos sobre planicie sin na'", jajajjaaj Gracias, aprendo mucho, luego vuelvo en la tarde al post nuevo.
ResponderEliminarGracias a ti, poeta, siempre. Te abrazo
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