Todo
lo que España ha podido hacer por los exiliados cubanos nos lo debían con
creces. Sea sólo que por mencionar algunos de esos deberes: la vil
reconcentración llevada a cabo por Valeriano Weyler, "un grande de
España", y el enriquecimiento del que se beneficiaron innumerables
españoles en Cuba durante la República, despojados luego en 1959, por esa misma
tiranía a la que honrarán con su visita el presidente de España y su Rey.
Lo
que trajeron La Niña, La Pinta y La Santa María.
Zoe Valdés.
Tomado literalmente (botón derecho / copiar /
botón derecho / pegar) de donde fue publicado
En este espacio no pretendo resultar polémico.
Puede que lo sea en ocasiones, porque suelo tratar algunos temas culturales
sobre los que es muy difícil que exista consenso, pero jamás me lo planteo a
priori. Aquí no hablo de política abiertamente. No quiero ni puedo flotar en un
medio apolítico, porque el hombre que vive en estado civil, más aún, en estado
estético y moral, es incapaz de tal cosa, pero intento evitar (sólo aquí,
insisto) un discurso de alta tensión política, pues ello, en mi opinión,
restaría calado y luz larga al análisis de los asuntos que abordo. Y también, lo reconozco,
porque implicaría conceder demasiada credibilidad tal vez a quienes ejercen ese menguante
oficio, (el de la política y el politiqueo, quiero decir) cuyos valores y
capacidades en la mayoría de los casos (hay excepciones, por supuesto) son cada vez más precarios. Tampoco suelo hablar aquí especialmente
de Cuba. Como no puede ser de otra manera, toco temas relacionados con mi país
natal, pero en la medida en que toco los que afectan a otros países o naciones.
Y lo mismo hago cuando escribo sobre creadores a quienes admiro y respeto. Si
son cubanos, perfecto, y si no lo son, también. Resumiendo, en este espacio
huyo de la política de bajo nivel en general, como lo hago en particular del nacionalismo
y el chovinismo, dos de sus más encendidos voceros, con absolutas premeditación
y convicción. A mi entender, haciéndolo resulto muy político, pero ese es otro
asunto en el que hoy no entro. Si alguien quiere acompañarme por ahí, que lea
los artículos que publiqué al respecto en anteriores ocasiones: dos, de un
total de ciento sesenta, lo que implica un 0,0125%. En ese porcentaje hablé directamente
sobre política aquí.
Hoy, sin embargo, haré lo que no hice hasta
ahora: hablaré brevemente de Cuba y de política a la vez. ¿Por qué? Porque algún
día tenía que pasar, y porque se lo debo a mis hijos. También se lo debo a algunos
amigos y lectores, con quienes sí hablo en privado de estas cosas muy de vez en
cuando. Cuba y la política… Me encomiendo a los dioses. Que sepan los enemigos
que ganaré hoy que no los pretendo, salvo que sean, claro, agentes o cómplices
de la tiranía que desgobierna, hace casi sesenta años, la isla donde nací. A
los otros, créanme, no los pretendo, no los deseo. Ya me gustaría seguir contando
con ellos en un limbo ideal, donde la enemistad no actual-izara jamás, donde retuviera
sus potencias en el silencio. Me gustaría, porque los enemigos que se concretan
a través de la palabra consumen demasiada energía. Y por esa misma razón (soy
muy perezoso) les advierto: no seré capaz de sostener con disciplina, y mucho
menos con ardor, la enemistad que merezca. Así que no podré corresponder, ni a
los discretos ni a los agitadores. Lo siento. Quién sabe si algún día pueda
hacerlo escribiendo un ensayo más ambicioso sobre estas cosas, pero hasta
entonces, y de antemano, me disculpo. También puede que pierda credibilidad
ante los pocos que me siguen en este cuaderno digital, no lo sé. Puede que
algunos me coloquen un veloz epíteto; (ya saben: un día matas a un perro y te
llaman mataperros). Si así ocurre, y me entero, cargaré con él estoicamente. A ustedes,
quienes me leen aquí con una regularidad también estoica, nunca sabré
agradecerles lo bastante. Aceptaré de buena gana, y como regalos, sus críticas.
Dadas las explicaciones necesarias, confieso
que la nota de Zoe Valdés que utilizo a modo de introducción obró como
desencadenante de este texto. La nota en sí no habría alcanzado
para aguijarme (leo cosas de este tipo muy a menudo). Sin embargo, sin que lo razonase debió fraguarse por un tiempo en mi subconsciente esta salida del
tiesto. Aquellas frases, publicadas en una red social por una escritora
con un público relativamente amplio, me regalaron la chispa. ¿Por qué? Allá
vamos.
Somos animales esencialmente emotivos. Cuando
pasamos por delante de un escaparate que muestra zapatos, por ejemplo, y nos
gusta algún par en especial, aunque no nos haga ninguna falta comprarlo,
nuestro cerebro se las agencia para engañarnos al respecto, y nos ofrece, a muy
bajo precio, las más peregrinas justificaciones con relación a la compra. Somos
así de patéticos, y
por ello fáciles víctimas del autoengaño. De igual forma, y por igual razón,
cuando deseamos justificar ante otros, o ante nosotros mismos, un criterio que
nos importa, buscamos patéticamente en nuestra despensa de datos, aquellos que,
con independencia de su solidez, puedan funcionar como valedores.
Así que, para Zoe, quien desaprueba la
próxima visita que anuncian el presidente y el rey de España a Cuba, tal despropósito
es consecuencia de lo que trajeron (entiéndase
llevaron, porque Zoe, según tengo
entendido, vive en Francia) a la isla, La
Niña, La Pinta y La Santa María. Largo periplo, ¿no? Pero antes de llegar a
rematar su nota, Zoe expone dos ideas que supuestamente apoyan la dicha conexión:
Todo
lo que España ha podido hacer por los exiliados cubanos nos lo debían [debía] con
creces.
…por
mencionar algunos de esos deberes [de los españoles para con los cubanos]: la vil reconcentración llevada a cabo por
Valeriano Weyler, "un grande de España", y el enriquecimiento del que
se beneficiaron innumerables españoles en Cuba durante la República…
Bueno, detrás de estas dos ideas,
aparentemente sencillas, expresadas de manera sucinta y rápida, (entendamos, a
su favor, que Zoe las publica en una red social, no en un ensayo) obran sin
embargo las causas que han llevado a Cuba hasta la situación que atraviesa
ahora, y que yo he descrito en otras ocasiones como el casi-colmo de un medido proceso
de haitianización del país. En estas ideas de Zoe laten tres problemas de fondo
que ya tienen más de ciento ochenta años de edad: la falaz segregación de lo
cubano y lo español, la no menos falaz ponderación en la isla de lo primero
frente a lo segundo, y como consecuencia de ambas falacias, el sostenido
victimismo de los cubanos frente a sus hermanos, tomados erróneamente por progenitores
ilegítimos.
La historia de Cuba (cuando yo diga Cuba, debe entenderse siempre la convenida
y artificiosa ligazón nominal que emparenta a La Habana con el resto de la isla) es
relativamente corta y está muy documentada. La historia de Cuba, en sus tres
primeras cuartas partes, es la propia historia de España. Sé que leer historia
resulta pesado para muchos, pero es casi una obligación para quienes vivimos
sumergidos en ella. Deberíamos leer, como mínimo, la historia de España entre 1492 y 1898
para conocer la de Cuba, que durante ese período fue, primero, una capitanía general, y
después, una provincia. Y ni siquiera tendríamos que hacerlo de la mano de autores
peninsulares (pienso en los escrúpulos de quienes se colocan precisamente al
margen de la historia), porque podemos hacerlo también de la mano de los
insulares, y de los que se suponen ajenos al conflicto que hubo entre la Península y la Isla. Muy recomendable, para entender lo que sucedió en Cuba
desde su descubrimiento hasta su independencia, es leer, por ejemplo, la obra
de historiadores como Félix de Arrate, Bachiller y Morales, José de Armas y
Cárdenas; de intelectuales como Arango y Parreño y José Antonio Saco; de antropólogos
como Fernando Ortiz; de historiadores
especializados como Joaquín Weiss; de cronistas y literatos como la condesa de
Merlín; de historiadores extranjeros como Irene Wright… Pero sobre todo,
recomiendo leer a quien es seguramente, incluso por delante de Ramiro Guerra,
el mejor historiador cubano del siglo XX: Moreno Fraginals. ¿Se puede hablar
sobre historia de Cuba sin haberse leído, al menos, El Ingenio y Cuba/España,
España/Cuba. Historia Común? ¿Se puede haber leído estos libros y frivolizar
después sobre la relación de España con su su territorio más afín en
América durante cuatrocientos años? No. Si se hace, o no se ha leído nada de
esto, o se actúa de mala fe, o sencillamente se obra arrastrado por una pasión
tirana, como quien estuviera, quizás, ante aquel escaparate de la zapatería, y
buscara razones de cualquier tipo para comprar su par preferido.
Vamos a ver, para decirlo clara y escuetamente: desde la tercera década
del siglo XIX, algunos de los españoles que vivían en Cuba comenzaron a
inventarse la cubanía sobre un montón de intereses espurios y grandes mentiras.
La mayoría de ellos, muy insignes, por cierto, y con muchísimo dinero, criollos
o no, combinaban esta “sublime” construcción con ideas reformistas, autonomistas, anexionistas (estas últimas ambicionaban la integración de la isla en los Estados Unidos, incluso en Méjico), y asimismo, la combinaban con una activa participación en las campañas de reconquista que,
desde la Corona y su brazo más querido en el Caribe, se diseñaban y llevaban
a cabo contra otros territorios independizados de América. Así que la invención de
la identidad cubana frente a la materna en origen provino de grandes
terratenientes y comerciantes españoles (los criollos eran también españoles,
lo fueron legalmente hasta 1898) que, a la vez que buscaban su independencia económica con relación a un imperio decadente; trabajaban por la dependencia del
resto de los países vecinos, y por la suya propia; en este último caso, con relación a
un nuevo imperio pujante. Así se fraguaron las cosas. Lo demás es pura y
mala poesía. Y Cuba no sólo no se
independizó, sino que ofreció una amplísima colaboración en la lucha contra los
revolucionarios americanos y, aún más, en la organización de expediciones de
reconquista de América. (Moreno Fraginals) ¿No les suena la situación
actual en Venezuela cuando leen esto? Ah, la Pequeña Venecia… como si hubiesen
sido pocos sus propios males, carga ahora con el sobrepeso castrista. Ojalá se
libere de él lo antes posible.
Es cierto que a la vez que aquellos “próceres”, antiespañoles y
siboneyistas (Dios mío, lo que se puede argüir para comprar los zapatos
deseados al precio que sea), se inventaban lo cubano, que, por cierto, jamás
incluyó para ellos a los negros: (…el
negro y el cubano, juntamente, / al cruel español hagamos la guerra, se
cantaba durante la primera contienda por la independencia: 1868-1878), y ayudados
por la errónea política imperial con relación a sus ya escasas posesiones de
ultramar, en la isla surgieron poco a poco voces más radicales y coherentes que,
desde un Varela hasta un Martí, pasando por intelectuales como Luz y Caballero,
Mendive o Juan Gualberto Gómez, llevaron el asunto de lo cubano a un
enfrentamiento progresivo y definitivo con lo español. Pero este enfrentamiento,
insisto, que alcanza su ápice más severo en algunas de las figuras antes
mencionadas, para nada era unánime, y se había gestado sobre la acumulación de
grandes mentiras que apuntaban a la explosión de un sentimiento patrio muy romántico,
como el de cualquier otro nacionalismo, pero en este caso, con el añadido de su
tramposa semilla, y levantado contra la nación madre.
Cuba, en tanto que nación emergente, y más allá de un romanticismo
trasnochado y oportunista, no tenía nada que ver en el XIX con los grupos aborígenes
que encontró Colón en la isla, prácticamente extinguidos desde el siglo XVI; y
debía asimilar del todo a las múltiples naciones subsaharianas que habían
llegado a la isla a través de la trata de esclavos; pero seguía siendo, en el
fondo, parte de la nación española. Digo más, tal vez lo fuera en mayor medida
que los pueblos de la Península, donde la nerviosa idea de España jamás retuvo
una redondez que invitara al sosiego. Que un hombre con la cultura de Martí, por
ejemplo, escribiera un ensayo como Nuestra América (bellísimo, por cierto) y
llegara a inventarse una hermandad panamericana al sur del río Bravo, basada en
lazos geográficos como único aspecto positivo, y en un sentimiento antiespañol
de gran carga negativa, saltándose a la torera las enormes diferencias
culturales que existían entre los diferentes pueblos del continente; que
llegara incluso, entre otras tonterías, a abogar porque en las nuevas
repúblicas se dejara de estudiar la historia de Europa para estudiar la
historia continental, cuando ello, en muchos casos, habría supuesto cerrar las
cátedras de historia para sustituirlas por otras de prehistoria; que este
hombre leído y viajado llegara a esos extremos, digo, demuestra el grado de
patetismo que lo embargaba; patetismo, que ya a finales del XIX, y después de
varias décadas de construcción acelerada de lo cubano, afectaba a buena parte
de la Inteligencia en la isla, y a la gran mayoría de sus hijos.
No digo que todo esto sea una anomalía histórica. La historia está llena
de ejemplos parecidos. Digo que la mentira y el oportunismo están en la mismísima
base de la cubanía. Y también digo que la construcción de una identidad nacional basada en un relato tan manipulado por intereses meramente económicos, es
susceptible de manejo por parte de las grandes fortunas, los medios de
difusión, los políticos y los militares, como ha sido demostrado en Cuba desde
mediados del XIX hasta hoy.
Esta brevísima inmersión en la historia cubana (quienes quieran enterarse
bien, no tendrán más remedio que leer las obras fundamentales al respecto) valga como apoyo a los argumentos que utilizaré para contestar, no sólo las ideas
que expuso Zoe en su nota, sino el cuerpo doctrinal que las sustenta.
Todo lo que España ha podido
hacer por los exiliados cubanos nos lo debían [debía] con
creces. ¿Por qué? Bueno, para empezar, y según Zoe, que sólo da un par de
ejemplos, por la vil reconcentración
llevada a cabo por Valeriano Weyler. O sea, que España debe a los cubanos, esos
españoles que se escindieron violentamente de su nación-matriz en términos
político-administrativos, un trato preferencial ad infinitum, porque un general del ejército peninsular, enviado
por el gobierno de su país para sofocar una guerra civil en una de sus
provincias, se extralimitó implementando un método criminal contra la masa
social que apoyaba la rebelión. Claro, imaginemos entonces, cuánto debería
Francia al resto de Europa a causa de las guerras napoleónicas; cuánto debería
Alemania a medio mundo por la barbarie nazi; cuánto Rusia (heredera de la
U.R.S.S.) a los países de su entorno y a la propia Cuba, por la barbarie
estalinista; cuánto E.E.U.U. a Japón y Vietnam… En fin, esto si somos moderados,
y no nos preguntamos cuánto debería Roma a los numantinos, o los dorios a los
aqueos y los pelasgos…
¿Quién puede justificar que Weyler haya levantado aquellos campos de
concentración? Nadie, por supuesto. Fue algo realmente inhumano. Ya tuvo que
explicarlo en las propias cortes españolas ante unos diputados que lo
criticaron sin medias tintas. Ya tuvo que contar cómo los macheteros insulares
actuaban sin miseración contra el ejército regular español, y cómo no encontró
otra forma de limitar el apoyo que recibían de los concentrados. Inútil todo.
Aquellos campos, primer ensayo de otros que después conmovieron al mundo
entero, no tienen justificación alguna. Pero de ahí a deducir que tal atropello, cometido en medio de una contienda militar, implique una deuda eterna de una de las
partes frente a la otra… ¿Cómo pagarían los españoles de la isla a los
españoles de la península sus métodos guerrilleros, que incluían violentos incendios
de todo tipo, explosiones que hoy serían consideradas actos
terroristas, y machetes al vuelo que cercenaban miembros y cuellos con tanto
orgullo mambí?
Pero también, y según Zoe, la infinita deuda de España con la isla se
debe al enriquecimiento del que se
beneficiaron innumerables españoles en Cuba durante la República. O sea,
que la decisión de los españoles, insulares o peninsulares, que se quedaron en lo
que fue una porción de su país, aun habiendo perdido la contienda (buena parte del
ejército derrotado permaneció en Cuba, hecho insólito que demuestra que
hablamos de una guerra civil), y también la decisión de otros españoles, que en
lugar de permanecer en su deprimida patria europea para trabajar por ella, emigraron
para hacerlo en la pujante provincia emancipada, y enriquecerse, sí,
enriqueciendo también al país, ya extranjero, al que llegaban, en detrimento
del suyo propio que abandonaban; la decisión de todos esos españoles, insinúa Zoe,
obliga a España de por vida a proteger a sus descendientes (nietos, bisnietos,
tataranientos…). Descendientes, insisto, de compatriotas rebeldes o emigrados que, huyendo del
imperio que agonizaba, y sobre la base de lo tanto que éste había construido en su
provincia americana más querida, se lanzaron a una aventura en solitario bajo
el ala del imperio enemigo… Sólo un pueblo tan creído y majadero como el
cubano pudiera pretender hoy tal cosa.
Miren lo que decía el llamamiento “patriótico” que el 15 de diciembre de 1899,
el Círculo de Hacendados Azucareros, en una Cuba ya independiente, al menos de
España, lanzaba dirigido, sobre todo, a los peninsulares adinerados:
…insulares y peninsulares
constituyeron familias durante cuatrocientos años, el pueblo cubano no hizo la
guerra a los españoles: combatió al gobierno español… y no sólo desea
sinceramente que los peninsulares residentes continúen en él sino que, además,
acuda el mayor número posible a fecundar con su trabajo este fértil suelo…
Hay que leer, señores, hay que hacerlo… Lo cierto es que España debiera
tener consideraciones especiales con los cubanos, pero no obligada por ninguna
de esas supuestas deudas históricas, que de existir, existieran en ambos
sentidos, especialmente en el contrario, sino porque mientras el régimen
castrista no culmine la operación haitianizante que lleva a cabo en la isla;
mientras la cultura cubana siga siendo, aunque lo sea ya de lejos, aquella
réplica resonante del Mare Nostrum en el Caribe, los cubanos blancos, negros o
mestizos, serán en esencia hispanos. Por más que la identidad nacional cubana
se haya montado sobre embustes dirigidos por unos españoles a otros, la inercia
de una cultura como la nuestra es tan grande, que merece la pena ir en su rescate mientras sea
posible. España no debiera ver en Cuba sólo un horno a punto para los pasteles
presentes y por venir; debiera ver una parte de sí misma que muere a manos de
una operación cultural devastadora. España debiera aprender de sus errores
históricos, como debiera hacerlo Cuba.
El régimen de Castro no inventó el chovinismo cubano, no incoó el nefasto
término revolución en la historia del
país, no tuvo que crear el sentimiento antiespañol en él, que apuntaba a una más que probable deriva en términos culturales.
Todo esto se lo encontró hecho; como se encontró erguida la animadversión mutua
entre La Habana y el resto de las provincias. Castro sólo tuvo que atizar el fuego. Supo ver cuáles eran
los puntos débiles de un país montado sobre una gran falacia. Supo ver, por
ejemplo, que una cuidad como La Habana, con aquel exquisito refinamiento y
aquel feeling europeo, era un enemigo
a batir. Castro lo tuvo fácil gracias a los problemas que teníamos y que
seguimos teniendo, ahora amplificados por su terrible obra. A partir de nuestra
propensión a defender una identidad nacional frente a cualquier razón que la pusiera
en solfa, y aludiendo a su reforzamiento contra viento y marea, Castro destruyó las bases de la
sociedad cubana, sus preceptos ético-morales, sus instituciones civiles, su
estructura religiosa; devastó la capital del país, como también devastó las
capitales de provincias; generalizó la miseria…
Ahora, con el país deshecho en
menudos pedazos, con la memoria nacional trunca por una operación de medida
ruptura cultural, Cuba parece dirigirse hacia una suerte de Haití con historia.
Ya no le importa al régimen, ateo y represor de los cultos religiosos, que proliferen
las religiones animistas sin capacidad alguna para estructurar la sociedad
alrededor de metas trascendentes. La memoria incubada en la isla durante
quinientos años no encuentra dónde ser depositada. Fuga. Se pierde. El tercer hombre nuevo de América (el cubano) parece confluir con el segundo (el
haitiano) en todos los sentidos: reggaetón y magia negra. Que los alfileres perforen el
cuerpo de las muñecas de trapo, que suenen los caracoles y rueden las cabezas
de los gallos…
Y mientras tanto, algunos compatriotas culpan a las tres carabelas colombinas
de que el presidente y el rey de España visiten la isla en el 2017. Lo hacen
aun viviendo en el exilio, instalados en un siboneyismo psicológico estéril, con
origen en una alteridad falsa y complaciente que sigue señalando a los
españoles (nosotros mismos, pero no) como culpables de nuestros males. Así será
imposible cambiar el signo a la partida. Preferiría que los actuales
gobernantes de España no dieran el más mínimo respiro al Castro en funciones. Creo
que se equivocan en el primer mundo cuando destensan los mecanismos de presión
sobre el tirano maraquero. Pero claro, ni Colón ni los Reyes Católicos tienen
nada que ver ahora mismo en esto. Más tuviera que ver la pléyade de
manipuladores y ladrones que se han cubierto con la bandera cubana desde que
ésta hizo su aparición en la isla. Bandera con una única estrella. ¿Saben por
qué? Porque esa estrella solitaria, en origen aspiraba a sumarse a las que
constelan la bandera de los E.E.U.U. Lo demás es poesía de la mala.
Cuando Zoe dice: Lo que trajeron La
Niña, La Pinta y La Santa María, nos coloca en un lado imposible de la
historia. El sujeto que habla, el que recibió lo traído, ¿quién es, dónde
estaba? ¿Acaso somos herederos de los arahuacos? ¿Eso somos? ¿Alguien lo
cree sinceramente? Zoe debió decir: lo que llevamos en La Niña, La Pinta y La
Santa María, y añadir: lo que llevamos después en los barcos negreros, lo que nos
llegó más tarde de Canarias, de la China, de tantos otros lugares… Pero ni
esa muestra de sosiego y cordura resolvería nada por sí sola. Ahora más nos
vale registrarnos a fondo para blindarnos ante futuras manipulaciones. Estamos
peor que nunca, por hispanos, sí, por hispanos renegados en aras de una cubanía
como brotada del éter; de un éter polémico y beligerante fertilizado por un
dios, que como nosotros, nació en la isla. Así vamos… A ver si algún día
encuentro ganas y fuerza para explicarlo mejor.
Ah, y cuando pasen por la zapatería y se detengan en su escaparate, compren los zapatos de color más intenso si no pueden evitarlo, pero no culpen, hagan el favor, a nadie más por lo que decidan y gasten… hispanos, demasiado hispanos.
Gracias por enviármelo, me ha gustado mucho leerlo.....me has dejado sin argumentos para cuando quiera echarle la culpa a alguien de algo
ResponderEliminarAunque no firmaste, creo que eres mi amigo Julio Olmedo. Gracias por lectura y comentario, querido... Ah, sin argumentos para culpar a otros nunca nos quedamos. Nos brotan de manera natural. Río... Abrazos.
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