Hace un par de meses que mi amigo
Raúl Izquierdo me presentó a un músico que no conocía. Claro, ¿cuántos hay que
no conozco? Pero éste resulta un caso especial, por su enorme calidad, porque
es, además, sobrino de Raúl; porque es guitarrista y cubano. Debí dar antes con
René, lo reconozco.
Aunque a día de hoy, y puesto a
escuchar solos, prefiero el cello a cualquier otro instrumento, por temporadas
paso mucho tiempo escuchando guitarra. Y es que la guitarra me lleva
irremediablemente a la niñez. Mi padre la adoraba. Él, sin proponérselo, me
contagió el interés por ella. Él apreciaba sobre todo, y por razones muy
distintas, a Segovia y a Sabicas.
Muy pronto amplié mis intereses
guitarreros. No porque haya intentado tocarla sin éxito, que también, sino
porque, a pesar del poderío de un emergente Paco de Lucía, que reclamaba para
el instrumento una fe de bautizo andaluza, durante mi juventud la escuela
cubana de guitarra recogía frutos maravillosos. Finalmente la secuencia Sor / Tárrega
/ Pujol / Romero / Nicola, que representaba la vertiente levantino-insular de
la escuela española, se colmaba a sí misma en un Brouwer, que, como hiciera Segovia
medio siglo antes, no sólo alcanzó la cima de su tradición, sino que logró
poner el instrumento, totalmente dignificado, de nuevo en manos y boca de casi todos.
Yo jugaba baloncesto en las
pistas del Instituto Preuniversitario de la Víbora en La Habana, justo frente
al portal (porche) de la casa de Brouwer, a escasos veinte metros de él. Allí lo
veía recibir y atender a sus amigos, pero nunca me atreví a acercarme. Lo
escuchaba en la radio y en la televisión. Era una especie de dios para mí. Mi
padre entonces me decía: bah, Leo
Brouwer… y seguía a lo suyo. Pero a mí aquel tremendo músico me marcó para
siempre.
Claro, Leo
Brouwer no acabó en sí mismo. Como siempre hicieron los grandes, partió de una
tradición sólida, la ensanchó, y de esa manera la embarazó de futuro. Ahí
están, entre otros muchos beneficiarios de su obra, y por sólo citar algunos intérpretes
de distintas edades: Joaquín Clerch, Alí Arango, René Izquierdo…
Entonces llegué a René bien
preparado, quiero decir, con el oído a punto para recibir su obra, porque este
gran guitarrista está completamente inserto en una tradición que comprendo y
participo. Una tradición que en la guitarra clásica española parte de Sor y
llega hasta Brouwer, o lo que es lo mismo: parte de la España más europea,
atraviesa todas las Españas, y se posa en su periferia más grácil para apuntar
otra vez al mundo como pocas veces lo había hecho antes… Pero esto a René no le
garantiza nada. Como dijo Epícteto, no es
arrojando la hierba ante los pastores como demuestran las ovejas cuánta comieron;
lo demuestran produciendo lana y leche. Ahí voy: a la lana y a la leche.
Ahora mismo René es un músico
hecho, redondo: director de orquesta, compositor e intérprete. Inició sus
estudios en el Conservatorio de La Habana y los terminó en Yale, pero atravesando
un periplo intenso y azaroso en lo musical y en lo vital: Miami / San Francisco
/ Paris / New York / Milwaukee. Después
de ganar varios concursos de importancia, mereció una Cátedra de Música en la
Universidad de Milwaukee, de la que es
profesor titular, y cuya Orquesta de Mandolinas dirige con éxito. ―Vaya, me digo, esto todavía es
hierba. ¿Y la lana? ¿Y la leche…? Ah, René es un intérprete increíble. Su
repertorio incorpora a los clásicos de la guitarra, y también a otros clásicos
que jamás hubieran compuesto para tal instrumento. Sí, Tárrega, Joaquín
Rodrigo, Regino Saínz de la Maza, Brouwer, pero también Bach, Scarlatti,
Debussy, Brahms… Lecuona. En todos los casos René convence. Su técnica es
depuradísima y su estilo limpio y vigoroso, diría más: vitalista, alegre. Sin
ninguna duda, René encaja de lleno en su tradición, pero no permanece manso y obediente
en su horma; es un intérprete con gran personalidad que deja su sello en todo
lo que hace. Y ese sello es magnífico: el de un guitarrista cubanísimo con un
ángulo de visión de 360º. Todavía muy joven, sí. Y ahí tal vez esté lo que para
mí es su único pecadillo. Pero de esto hablaré al final.
René se mueve entre la música culta y la popular con una soltura
tremenda. Parece capaz de tocar Marieta, de Tárrega, y Como baila Marieta, de El Guayabero, con igual solvencia, con iguales elegancia y seguridad.
Y esta lana sí que tiene mucho que ver, creo yo, no sólo con la hierba pastada
en los conservatorios y las cátedras universitarias, sino también, y
especialmente, con la pastada en los duros potreros de la vida. Un intérprete
joven, por muy talentoso que sea, es casi siempre deficitario. Lo es porque en la
creación artística el verdadero combustible es la vida. Quien no ha vivido
demasiado, quien crea de oídas, basado en lo vivido por otros, no puede estar
realmente al timón de lo que hace. Y en el arte, cuando el artista no está al
timón de la sustancia que amasa, malamente podrá estarlo de la forma que le da.
En el arte, lo vivido y lo creado deben tener similares espesores. Recordemos
aquello que dijo Goethe: la mano que el sábado maneja una escoba es la
mejor para acariciarte el domingo.
A René le ha tocado barrer muchos
sábados para llegar a este domingo prodigioso. Y se nota. La guitarra habla si
tiene de qué hablar. Y no basta lo que haya dicho el compositor de la pieza que
se ejecuta. El intérprete tiene que derramar vida en su interpretación, porque
en caso contrario, y por mucho que haya dejado de sí mismo el compositor en la
obra, se impondría la lógica puramente matemática de la música, esa mínima porción
de ella que se recoge en el pentagrama.
A nadie importa, sin embargo, qué
sustancia vital avala la portentosa forma en que René, aun siendo tan joven,
toca la guitarra. Aquí lo que importa es el resultado. Pero yo tengo información
privilegiada, y de ella compartiré, sólo, una anécdota que me recordó otra de
Segovia. Resulta que René se vio en los E.E.U.U., recién llegado de Cuba y sin instrumento,
trabajando en asuntos vulgares, sin recursos con los que adquirir una guitarra que
tuviera la suficiente calidad para reiniciar sus estudios al más alto nivel. Su
primera gran guitarra se compró en Madrid y a plazos, porque su tío Raúl
entonces tampoco podía comprarla de otra manera. René se rehizo en dirección al
gran guitarrista que es hoy, con una guitarra regalada que no pudo ser pagada
del todo hasta muchos años después. Decía que esto me recordaba lo que contaba
Segovia con relación a la primera gran guitarra que pudo conseguir él: Segovia
iba a dar su primer concierto en el Ateneo de Madrid, y no tenía una guitarra
decente para hacerlo. Así que fue al taller de Manuel Ramírez, entonces lutier del
Real Conservatorio, vamos, el Violero Mayor del Reino, y le pidió en alquiler la
mejor guitarra que tuviese a mano. Ramírez se extrañó (nunca le habían pedido
una guitarra en alquiler) pero buscó su instrumento más querido para que
Segovia lo probara. En fin, que después de hacerlo, y de ser escuchado y loado
por José del Hierro, profesor de violín, también del Real Conservatorio, que estaba
casualmente allí, Ramírez le regaló la guitarra a Segovia. Esta anécdota tiene
una segunda parte, tan importante o más que la primera, y se refiere a la
recomendación que le hiciera José del Hierro a Segovia para que dejara la
guitarra y estudiara violín, para que, según dijo el profesor, no desperdiciara
su talento con un instrumento tan pobre. Pero esa parte de la historia, por
suerte, ya no tiene simetría posible con relación a René, porque la guitarra,
precisamente gracias al trabajo de músicos como Segovia y Brouwer, no tiene que
demostrar a nadie su capacidad para vérselas con la mejor música creada por el
hombre. Quedan muy lejos aquellas palabras de Sebastián
de Cobarrubias: la guitarra no vale más
que un cencerro, es tan fácil de tocar que no existe un campesino que no sea
guitarrista.
La guitarra ya puede con todo.
Sin embargo, sigue siendo para mí el instrumento mediterráneo de nuestro tiempo
por antonomasia. Poco importa ahora mismo cuánto acarree de Oriente y de Occidente.
Poco importa lo que le deba a la lira, la cítara, el sitar, el laúd o la
bandurria. La guitarra actual, con sus seis cuerdas, y a pesar de que genios
como Francisco Yepes hayan tocado versiones con diez, es el instrumento que
mejor aglutina y resume todas las potencias de la música mediterránea, sobre
todo de la que tiene ascendencia vernácula, pero aun así, ha llegado a los más
altos niveles de excelencia. La guitarra española, como España misma, es una
síntesis perfecta de lo que la música del sur de Europa, y el propio sur de
Europa, precipitan: una enorme memoria resonante en casi todos los rincones del
mundo. Los viejos instrumentos cordófonos de punteado que vienen de la cultura
mediterránea y de las zonas felizmente influidas por ella, tienen en la
guitarra española a su mejor embajadora. Por eso, y a pesar de las reticencias
que hacia el instrumento puedan mostrar todavía algunos músicos del centro y
norte de Europa, la guitarra triunfa cada vez más desde Canada hasta Japón.
La guitarra clásica es un
instrumento maravilloso, pero para que alcance toda su expresividad hay que
saberla tocar. No basta con tener dedos finos, largos y ágiles. No basta con
saber dónde y cómo colocar el pulgar de la mano izquierda. No basta con saber mucho
de música, ni con tener mucha técnica. No
todas las hermosuras enamoran, que algunas alegran la vista [o el oído,
apunto yo] y no rinden la voluntad,
diría Cervantes. Para que un guitarrista clásico rinda nuestra voluntad, debe
entender con qué sustancia se mercadea en el Mediterráneo. Y no hablo de la
pura flamenquería que a veces parece incómoda con el alto vuelo que ha tomado
el instrumento; hablo de la manera en que el Mediterráneo se las ve con la luz,
la sombra, la vida, la muerte, la alegría, la tristeza, el comercio de ideas o
sueños, el mestizaje, los dioses… René no tiene que entender esto (aunque
imagino que lo entiende a la perfección) porque lo lleva dentro. Sencillamente
forma parte de su tradición. Un talento enorme como el suyo, al tanto de todo
lo que importa a su música y su instrumento, sólo puede desembocar en el éxito.
No el comercial, no hablo de eso. Me refiero al éxito musical, que únicamente
incumbe a quienes producen Música, y a quienes no la escuchan de fondo mientras
leen o envían whatsapp.
En René sólo veo un pequeño
problema en algunas ocasiones: la demasiada velocidad, el tempo. ¿Tendrá que ver con su juventud, con su cultura de origen,
con su temperamento? No lo sé. Y me repugno a mí mismo por apuntar semejante
detalle entre tanto bueno que tiene este músico. Pero… y sí lo hago detenerse a
pensar en ello… Quién sabe. El alemán que me habita callaría, pero el cubano
que lo acompaña…
Para explicar lo que digo sin
mucha palabrearía, los invito a escuchar, por ejemplo, Asturias, de Isaac
Albéniz, en las versiones de Segovia y de John Williams. Al menos yo noto que
Williams digitaliza mejor, y que, incluso, resulta más limpio. Pero no puedo
escucharlo después de escuchar al maestro de Linares, porque Williams corre
donde se debe pasear. Lo mismo pasa si escuchamos el Preludio de la Suite Nº1
de Bach para cello, interpretada en un caso por Mischa Maisky, y en el otro por
Rostropovich. No me convence la versión del ruso si comparada con la del
polaco. Y no se trata, claro, de afinación, precisión o color; se trata del tempo. A los instrumentos hay que
dejarlos respirar para que respire la música que producen.
Me aficioné hace muchos años a
las entrevistas y las clases magistrales de los grandes autores. Me encantan,
por ejemplo, las clases de Segovia y Casals. Los invito también a ver un vídeo
en que Segovia da una clase magistral para algunos jóvenes que después fueron grandes
figuras internacionales de la guitarra. Hay un pasaje en que Segovia está
con Ghiglia. El italiano ejecuta maravillosamente la primera parte de La Frescobalda, de Frescobaldi, claro.
Segovia se mantiene relajado, sin abrir la boca, disfrutando, hasta que el joven comienza a
acelerarse. Entonces el maestro le hace unas oportunas señales con la mano:
piano, piano… Pues bien, si tienen tiempo, comparen cómo tocaba esta pieza
Ghiglia con treinta años y cómo lo hace ahora. Se podría decir que Ghiglia se
ha hecho segoviano. ¿Terminará también Williams avecindado al tempo del obeso y lento maestro?
René es un fenómeno, un verdadero portento de la música y la guitarra. No será a mí, un absoluto neófito, a quien deba hacer caso. Y sin embargo, convivo con un perro viejo de orejas grandes. Si éste ladra… El tempo en un intérprete, por encima del que ya aconseje la obra en sí, me imagino que es algo que se ajusta y atempera con los años. Y años le sobran a René para sorprendernos y encandilarnos a todos, para seguir emergiendo como un enorme mástil de la caja que resuena. Gracias, Raúl, por avisarme.
Para comenzar a disfrutar de René, les propongo La comparsa, de Lecuona
Querido Jorge, hoy he aprovechado para leer este escrito tuyo que tenía pendiente... Es verdad que René es un músico estupendo, toca muy limpio y preciso... Me ha gustado mucho. María
ResponderEliminarGracias, amiga, por leer y comentar. Me alegra que te haya gustado. Besos
ResponderEliminar