miércoles, 3 de enero de 2018

UN PUÑADO DE LUZ Y OTRO DE ARROZ






Amigos, en tanto hiberna el oso, regreso. Levanto una mano y os saludo. En la otra os traigo un puñado de luz y otro de arroz. No caben, ya sé, pero lo intento al menos… Desde mediados de octubre estuve escribiendo. Pocos lo sabéis, pero en cada uno de mis retiros de los últimos tres años, escribí un poema y una novela. El poema, largo: mil versos. La novela, corta: cien páginas. Como en los años anteriores, terminé bastante cansado, pero aceptablemente satisfecho: No sé cómo quedaron, pero pude escribirlos. Saqué la cabeza. ¿Me la cortarán? Recuerdo aquello que dijo Tito a los aqueos cuando quisieron arriesgar la tierra que habían reconquistado, intentando hacerse con la isla de Zacinto: Se exponen al riesgo de las tortugas, queriendo alargar la cabeza más allá del Peloponeso… En fin, aparezco para tentaros nuevamente a viaje. Los que tengáis todavía ganas, estáis invitados a coger los remos. Espero poder navegar por estas aguas un año más. Ojalá sea en vuestra compañía. Para eso: para invitaros, para sonsacaros incluso, me presento ante vosotros con esta ofrenda: un acto de mi último poema. ¡Feliz 2018!                 



Un puñado
de luz y otro de arroz   ensavian
las paredes de la casa. Casa. Teatro
que enmaroma la cuerna al demonio, anuda
su cola, para que Dios, ofrendado
en el rostro de tus padres, bendecido
en el grosor de sus afanes,
cada mañana toque su stradivarius
sin trompeteo enemigo. Luz y arroz. Y
un rimero de pasiones limpias
que alebresta el violín: Puntual agitación
donde das con tu nombre, eres. Pronto a,
te (re)conoces. Tú, en una casa
sin sótano o desván (todo planta baja
ella), diáfana hasta la inocencia, hasta
la soberbia incluso, que sublima
el espacio entre las playas del cielo
y el patio de la escuela. Tú, nombrado, con
la mollera presta al hisopo, la frente
a la calentura… Niño y casa. Catasueños
en la platea de un mundo en ciernes,
donde las nuevas de puré y cuartana
son traídas por un mismo ángel: el tuyo. Revuela
la biblioteca, la cocina. Sale / entra / sale /
cae / asciende / cae… en súbitos
picados. Goza. Hace cabriolas en torno
a la chimenea. Cabriolas aéreas
                                               (cuando la casa es feliz,
                                   el humo juega suavemente
                                                           sobre el tejado)
que circundan o atraviesan la encina exhalada
por el bofe hestio. Fuelle / casa / niño /
ángel juguetón que respira madera… Sí,
pero también padres. Padres… No te
desnortan la embriaguez del nuncio, su bureo.
(Casa de arroz y luz. Sueños de arroz y luz).
El mercurio apenas halla margen para el
delirio, si éste acarrea miedo. Juegas. No temes.
Todo lo ajeno, esponjado en el colegio, se
retrae en el jardín, donde la casita de los abuelos
espalda lo que la perra flanquea
persiguiendo la pelota. ―Espacio inagotable,
piensas. No piensas. Experimentas
la extensión que dura sin límites que
amenacen, sin pautas o muescas que avisen
de larvadas mutaciones. Extensión
embarazada de ti. Tú al centro. Lo demás
te orbita... Las estaciones peroran
en vano. Cíclicamente tosen paisaje
alrededor de la casa, sin que su tos te
incumba: Luz y arroz. Y padres. Y abuelos. Y
ángel. Y el violinista que cada mañana
interpreta el solo (el mismo solo) que
retiene para ti las cuatro notas (las mismas
cuatro notas) que te harán por siempre
sinfónico. Eso crees. Lo asumes. Compruebas
que la casa no tiene dobleces. Todo es tuyo
o para ti. Cuánto aseo. Apenas
puedes ocultar las liendres que auguran
escozor y desconcierto. Juegas. Eres
tu propio ariete. No lo sabes. Juegas
en un universo pulcro, redondo,
que deberás medir y batir. No lo sabes.
Tu casa no tiene puertas. O sí, pero
apenas separan lo que ya te pertenece
de lo que no te atañe. Tampoco
tiene rincones. Está sobreiluminada. Tiene
lámparas-ojo (todo lo que brilla ve)
que sorben y derraman luz a la carta.
Casa-teatro. Exordio. Escaleta donde
el diablo, inhábiles cuerna y cola,
carece de texto y voz... Tu casa
no tiene bodegas, no tiene torres,
pero sí aras: Ah, la mesa, orquesta
para el himno triple de cada día; y el hogar,
donde arden la leña, el sarmiento,
con igual y sospechosa mansedumbre,
para que el ángel perfore las volutas de humo
y pite ebrio el prólogo al violín. Aras. Bajo
la cama, el cajón. Cobijo para las ansias
que no sabe el coro. Ni luz ni arroz ahí... No
todo es diáfano en el primo espacio, una vez
que conquistas un cajón. No todo
es lustre al abrigo del somier, donde
la sombra ensancha la duda, la duda
ensancha la gracia, la gracia
ensancha el deseo, la casa… Los bajos
de la cama, ¿el sótano? La copa del castaño,
¿la buhardilla? Entre el cajón y el árbol… Entre
las playas del cielo y el patio la escuela…
Una asonada de preguntas cuece
en lo oscuro, a ras de suelo. Los muñecos
te interpelan en una lengua secreta. Y
donde reina el violín, la per-
cusión dimana sediciosa. Dice tiempo. Grita
¡Tiempo!, cuando la casa, con sus muros
inyectados de arroz y luz, apenas susurra
e s p a c i o… Llaman a comer. Un pájaro que
canta las cabañuelas, desde el castaño se
lanza al fondo de tu cajón. Volapié.


   


2 comentarios:

  1. Siempre bienvenida tu poesía, amigo Jorge, esta vez con un toque de suavidad, un ritmo, una fluidez agregada que invita. Que abunden arroz y luz, luz luz, mucha, en este año para ti y los tuyos. Mi abrazo para ustedes.
    Sonia

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  2. Gracias, amiga, gracias. Deseo lo mismo para ti y tu familia. Besos.

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