lunes, 22 de enero de 2018

¿TAMPOCO OS GUSTAN LAS SIRENAS?






Hace unos meses di en Internet con un vídeo que recoge un conversatorio sobre poesía en el que participaron, entre otros poetas y periodistas, Antonio Gamoneda y Chantal Maillard. Me gustó verlo y escucharlo. Los poetas no siempre acertamos al consentir hablar en público sobre poesía, pero a la mayoría de nosotros nos gusta hacerlo. Y sí: algunos lo hacen francamente bien, quiero decir, sin pretender explicar la flor por el fertilizante, pero otros… otros puede que no tanto. Sobre todo los cosecheros, los que apuntan a canon por activa o por pasiva agitando un agon artificioso, suelen preguntarse en voz alta tal vez demasiadas cosas. ¿Será mi caso? Aunque lo de canon y cosecha me suena a chino, no me atrevo a negar con rotundidad lo concerniente al talante agónico. Por eso, porque soy uno de los que habla quizás demasiado sobre estas cosas, aunque lo haga casi siempre a la defensiva, os aviso y os pido disculpas de antemano: Leedme con cautela en este registro.

En aquella sesión los poetas estuvieron bastante bien. Dijeron cosas que quizás sólo nos interesen a nosotros mismos, pero a mi juicio no resultaron demasiado pedantes, ni pontificaron en exceso. (Aplico un rasero especial para poetas, ¿de acuerdo? Sí, pueden reír conmigo). Bueno, ya sabéis que siento debilidad por Antonio, también cuando habla de poesía. A él siempre lo escucho presto a la impresión. Y creo que quienes lo acompañaban, aunque sin descartar que en el fondo tuviesen ganas de revolver con más fuerza, al saberse bajo su ala… El caso es que en un momento en que la conversación giraba hacia el eterno (y ocioso, según me parece ahora) dilema entre poesía y filosofía, Chantal se preguntó (no es literal): ¿Qué poema no tiene una metáfora? Alguien dijo entonces con aparente ánimo de loa: Yo he leído poemas tuyos sin metáforas. A lo que Chantal respondió: Intento quitarlas, pero es difícil. Claro, esto a mí me llamó la atención: ¿Un poeta que intenta escribir poesía sin metáforas…? En fin, ahí hubiese quedado el asunto de la poesía no metafórica, si no lo hubiera retomado hace unos días, por diferentes razones y en diferentes contextos, con mis amigos, los poetas Luis Enrique Valdés, Sonia Díaz y Fernando del Val. Resulta que no sólo Chantal anda preocupada por las metáforas. Ay, Dios… No, no, Luis, Sonia y Fernando no. Ellos las utilizan como yo. Y como yo lo hacen sin complejos. Pero en esta época de café sin cafeína, cerveza sin alcohol y pan sin gluten…



LA METÁFORA

La poesía es hija de los tropos. Nunca le importó un comino, porque nació sin saberlo, pero lo es, nos guste o no. Mucho antes de que precipitaran en conceptos y definiciones, de que fueran nombrados y adjudicados en obediencia y confinamiento a los manuales de retórica para servir a la prosa y la oratoria; la metáfora, la metonimia, la alegoría, la hipérbole, la sinécdoque, la ironía, la antonomasia, el énfasis y la imagen, estaban poniéndole letra y música a los ruegos del sacerdote, que era además el mago, el jefe del clan, el responsable de negociar con los dioses su día a día y su destino, no históricos como los nuestros, pero igual de inciertos y fatigosos... o más.

Sin embargo nosotros, que vivimos cautivos de una consciencia muy trajinada, puesta a orear hace dos mil quinientos años, al margen de la inconsciencia y sobre un ara con tres patas razonantes: la socrática, la platónica y la aristotélica; re-infectada poco después con el prístino barro mesopotámico, entonces letra grave en las Tablas de Moisés; y finalmente convertida en potingue superabstracto, superlógico en las calderas escolásticas; nosotros, digo, los justos herederos del positivismo, (qué alto, qué rubio, qué guapo) que necesitamos explicarlo y cuestionarlo todo, ¿nos atrevemos ahora a arrebatar los padres a la poesía? Los propios poetas, o quienes de esa forma se llaman a sí mismos, ¿los parricidas?

Los tropos marcan la diferencia, no sólo formal, sino también y sobre todo significante, entre un discurso cuya base sobrepasa lo meramente lógico y sensorial, (que puede y debe estar transido de utilidad, por qué no) y otro discurso que no lo hace, cuya base no trasciende la experiencia perceptiva, directa y útil, que a la postre apunta siempre al utilitarismo, vénganos este último de convenientes consideraciones éticas, morales, políticas… Los tropos no son patrimonio exclusivo de la poesía, por supuesto, son también necesarios en la buena prosa, aunque ésta se limite a in-formar la realidad. Pero en la poesía, que antes de in-formar la realidad, la forma, digo mejor: la re-forma, digo mejor todavía: la con-forma o re-con-forma para hacerla suprasensible, y por ello apta para el consumo humano, los tropos son indispensables... Cuando el sacerdote se dirige a los dioses para invocar su complicidad en la caza, no puede hablar igual que cuando, al frente de la partida y entrampado el mamut, se dirige a los cazadores para que obren con pericia y diligencia. Alfonso Reyes utiliza un símil esclarecedor para explicar esto: Escribe (no es literal): El vecino que quiere darnos su dirección, no puede usar el verso de Santa Teresa: Vivo sin vivir en mí. Debe decirnos: vivo en tal número de tal calle. Pero asimismo, digo yo, Dios no escucharía con igual interés a la santa, si ésta le dijese: Venga usted a verme, Padre. Vivo aquí, a las afueras de Ávila. Ni Dios la escucharía con la misma fruición, ni los lectores que buscan hacer el camino hacia él subidos en su palabra, la de la poeta, quiero decir.

Los tropos y demás figuras retóricas, insisto, de origen muy anterior a su definición conceptual, enjuiciamiento y condena al servicio de los oradores desde manuales especializados, (seguro que Safo no había estudiado oratoria cuando escribió: Eros me sacudió el alma / como un viento que en la montaña sacude los árboles) todos estos recursos, digo, son esenciales para la poesía, y especialmente para su ápice de concreción posible: el poema; si es que el poema sigue siendo el lugar donde buscar, y con suerte encontrar a la imagen poética en pleno apogeo… Y de los tropos, la metáfora, esa que molesta ahora a algunos poetas, es la menos prescindible tal vez. Aunque, como veremos más adelante, puede llegar a serlo, sí. Pero no porque lo dicten un periodista, un pensador o un iluminado que pasen por poeta, sino porque su aparición termine en sí misma y no se prolongue en el verdadero milagro: la imagen. No la imagen retórica, la poética.

Pero, ¿qué es una metáfora? Según el autor de la Retórica a Herenio, que como bien vio Salvador Núñez en el prólogo y las notas que escribió para la edición de Gredos en 1997, siendo el primero de los romanos en redactar un manual de retórica en condiciones, recogió, como también hiciera poco después Cicerón en La invención de la Retórica, elementos de toda la tradición griega procedentes de Aristóteles, Isócrates, Ateneo, Apolonio y Hermágoras:

La metáfora se produce cuando una palabra es transferida de un objeto a otro porque la semejanza parece justificar esa transferencia. Se utiliza para poner una cosa ante los ojos. Por ejemplo: «Esta insurrección despertó a Italia con un súbito terror». O por brevedad. Por ejemplo: «La inmediata llegada de un ejército extinguió de repente el fuego de la ciudad».

Según Quintiliano:

…la metáfora, esto es, traslación, que entre todos es el más hermoso y frecuente. Es tan natural, que la usan hasta los ignorantes sin advertirlo, y tan gustoso, que da mayor luz a la oración ya por sí clara. La metáfora no será vulgar ni baja ni dura, si se usa con juicio. Contribuye a la afluencia, ya trocando el significado, ya tomando de otra cosa la significación de lo que no tiene término propio, y hace que no falten palabras para expresar cualquier cosa, que es la mayor dificultad. Por la metáfora se traslada una voz de su significado propio a otro donde o falta el propio, o el trasladado tiene más fuerza. Esto lo hacemos, o porque la necesidad nos mueve a ello, o porque queremos significar más o con más decencia, como dije. […] Los del campo dicen por necesidad yema en las vides, porque ¿qué otra palabra habrían de usar? Dicen asimismo que los campos están sedientos; que las plantas están enfermas. Por necesidad decimos hombre duro y áspero; para expresar estas cosas no hallamos términos propios. Para mayor expresión decimos: encendido en ira; inflamado de la pasión, y deslizado en el error, porque con ningún término podríamos explicar la cosa con mayor viveza. Otras expresiones pertenecen al ornato, como: luz de la oración; claro linaje; tempestad del razonamiento; ríos de elocuencia. Así Cicerón llama a Clodio manantial de su gloria, y en otro lugar materia y sementera. La metáfora es en un todo más breve que la semejanza, y se diferencia de ella en que aquélla se compara a la cosa que queremos expresar, ésta se dice por la misma cosa. Comparación es cuando digo que un hombre se portó en algún negocio como un león. Traslación cuando digo de un hombre que es un león… 

Así que según el autor de Retórica a Herenio, la metáfora, que supone una transferencia significante de un objeto a otro, se utiliza para poner una cosa ante los ojos, o para hacer el discurso más breve. Fijaos qué propósito tan espurio, ¿no? Y según Quintiliano, la metáfora, que traslada una voz de su significado propio a otro donde o falta el propio, o el trasladado tiene más fuerza; es tan natural, que la usan hasta los ignorantes sin advertirlo, y tan gustoso [su uso], que da mayor luz a la oración ya por sí clara. Cuánto exceso y desgobierno para la poesía, ¿no…? Señores, ¿quién ha pedido a los poetas, por Dios, que se propongan escribir sin metáforas? ¿Qué clase de medio es ese, que niega el fin mismo para el que se invoca? ¿Por qué no se detienen a pensar un instante que una ocurrencia no precisa método; que muchas de las cosas no hechas hasta ahora, sencillamente no hacen falta, o más aún, hacen daño, y por eso no se hicieron? Que no puede existir poesía sin metáforas es una obviedad. Digo más: la metáfora no es ni de lejos suficiente para la poesía, si no abre la puerta a la imagen. Pero ¿cómo vamos a pedir imagen poética a los “poetas” no metafóricos…? Si no nos ponemos serios, el periodismo nos barre. Lo que no tuviera importancia alguna, si no estuviera anunciando a gritos la poesía que viene (¿viene…?): prosa binaria para máquinas que ni cantan ni bailan, aunque emitan voces melodiosas y muevan el cablerío al ritmo de la música que marcan sus creadores…



LA IMAGEN

Todos somos capaces de recibir, digerir, producir y reproducir metáforas. Como bien decía Quintiliano, la metáfora es algo natural, consustancial al habla humana. La usamos sin darnos cuenta, no como un rezago retórico, qué va, sino como un recurso útil para la higiene, la economía y hasta el humor del lenguaje. El habla ponderadamente metafórica, no indica pedantería, sino inteligencia. Claro, muchas veces somos simples reproductores de metáforas, lo que en el habla cotidiana y en la prosa carece de importancia, no así en la poesía. El hablante común y el mal poeta pueden darse el lujo de utilizar metáforas muertas, ya sea por el exceso de uso, o por su escala viciosa en el refrán o el adagio, pero al buen poeta esto le está terminantemente prohibido. Una metáfora muerta no trae en sus brazos más que música y color, que no es poco… ni bastante. Una metáfora muerta jamás dejará que asome a su través la imagen. Es como un símbolo que se razona: no puede dar más que lo que en ella se mete. Renace apagada, con los segundos contados.

Pero tampoco basta con la metáfora ocurrente o inteligente. La metáfora puede ser una construcción de la razón, un movimiento del espíritu. Un poeta puede pensar una metáfora con vistas a trasladar el significado de una voz a otra para abstraerla de su contexto semántico común, y modificarla en dirección a la poesía. Un poeta puede dedicar mucho tiempo a pensar cómo endosar una metáfora a una mesa, para desconcertar al lector y liberarla ante sus ojos de su pedestre sino-mesa. Pero esto nunca desembocará en honda imagen poética. La imagen poética es un movimiento del alma, no del espíritu. La imagen poética, venga o no de la mano de una metáfora, es una ráfaga de gracia en un instante de lucidez. Lucidez, no como virtud de la razón, sino como hurto a la oscuridad de un haz de luz divina, casi mística, sin dudas no conocida ni cognoscible, y claro, sobrenatural por no provenir directamente del mero mundo sensible. Hablamos de un chispazo de luz, no de una sesión de rayos UVA. Ved lo que dice Bachelard:

El espíritu puede conocer un relajamiento, pero en el ensueño poético el alma vela, sin tensión, descansada y activa. Para hacer un poema completo, bien estructurado, será preciso que el espíritu lo prefigure en proyecto. Pero para una simple imagen poética, no hay proyecto, no hace falta más que un movimiento del alma. En una imagen poética el alma dice su presencia.

La verdadera imagen poética no puede venir de la razón, ni siquiera de la imaginación reproductora; sólo puede venir de la imaginación productora, que no opera en el espíritu, sino en el alma; que no trabaja únicamente con elementos de la consciencia y la memoria fresca, sino también con elementos sitos en los estratos más profundos de nuestro subconsciente: lo que Jung llamaría la zona profunda del alma, donde aparecen sus viejas capas de fauna glaciar. Ved cómo lo dice él:

Tenemos que descubrir un edificio y explicarlo: su pico superior ha sido construido en el siglo XIX, la planta baja data del XVI y un examen minucioso de la construcción demuestra que se erigió sobre una torre del siglo II. En los sótanos descubrimos cimientos romanos, y debajo de éstos se encuentra una gruta llena de escombros, sobre el suelo de la cual se descubren en la capa superior herramientas de sílex, y en las capas más profundas restos de fauna glaciar. Ésta sería más o menos la estructura de nuestra alma.

Sí, los tropos en poesía son muy necesarios, como pueden serlo otras figuras retóricas. Y la metáfora en particular es imprescindible. Pero no como una simple construcción del oficio, sino como una compleja unción al talento. Debían abstenerse de producir poemas quienes no tengan el alma presta a la imagen, quienes no tengan una imaginación productora capaz de desembarcar en lo que Schiller llamaba fantasía creadora. Afortunadamente no todo el mundo puede ser poeta, como no todo el mundo puede ser médico, o correr los cien metros planos en menos de diez segundos. Sin embargo, en tiempos de democracia total, de decadencia absoluta, cuando todo deriva en una liquidez exasperante, ay, unos tienden a la extrema especialización, y otros a meter las narices donde no deben. Ya veis: los pensadores, los periodistas y los ensayistas quieren ser poetas. Y como no lo son, claro, como la montaña no va a Mahoma, necesitan desplazar la poesía y el poema hasta los límites de sus escasas capacidades. En tal ambiente, incluso buenos poetas como Chantal, se pueden sentir tentados a probar si la poesía puede prescindir de la metáfora. Qué trabajo tan estéril.

Cuando hablaba con Fernando de estas cosas, me vino a la mente Lorca. No porque lo considere un poeta regular (murió muy joven; sería injusto entrar a su obra sin tal previsión) sino porque fue un poeta bendecido con algunas grandes imágenes. Recordé aquel poema que escribió a la muerte de Sánchez Mejías. En su primer acto: La cogida y la muerte, Lorca va disparando, digo bien: disparando versos en estrofas de a dos, donde por cierto emplea profusamente la anáfora retórica a través de un verso, si me permiten el palabro, “anaforado”. Va soltando metáfora tras metáfora, algunas de ellas muy potentes, seguidas siempre de ese verso: a las cinco de la tarde. Pues bien, después de haber soltado los primeros catorce pares con el sentido musical percusivo que le caracterizaba, y para introducir el par número quince, escribe: la muerte puso huevos en la herida. Ah, la poesía, qué pocas veces es tan grande… Esto no es una simple metáfora. No pudo Federico proyectarla. No pudo preguntarse cómo mostrar la muerte en toda su fatalidad alrededor de aquella cogida, y responderse de esa manera en plena consciencia. Estamos ante una gran imagen poética, llegada de no se sabe dónde. Eso es… Recuerdo ahora muchas imágenes impagables. Regalémonos algunas producidas (la imagen no se fabrica, se produce; no lo olvidéis, por favor) por poetas del veinte, para que no digan que siempre me sitúo a mucha distancia de nuestro tiempo:

con la clara / candela del hambre en la boca. Celan

Baba de la gran Araña. Pessoa, hablando de lo cotidiano

Voy a tener un hijo, dijo la muerte. Holan

pero la luz / es sombra de la nada. Gamoneda

Un pobre perro cerebral. Sobrecargado de Dios. Benn, hablando del hombre

La luz es el primer animal visible de lo invisible. Lezama

Podría traer aquí tantas imágenes grandes… Pero prefiero terminar dirigiéndome una vez más a los poetas que trabajan precisamente contra ellas: No hace falta, colegas, creedme. Proponerse escribir poesía sin utilizar metáforas, o, lo que es lo mismo, sin rozar la imagen poética, es como arar en el mar. No seáis tan originales, por favor. Abriros a la imagen. Echad una buena carnada al agua, a ver si con un poco de suerte… La mayoría de las veces regresareis a puerto como aquel viejo pescador de Hemingway: sin nada, aunque en alta mar hayáis estado a punto de… Pero quién sabe si en alguna ocasión… quién sabe. Por cierto, buen cuento aquél. Poético en sentido general, y con momentos en los que aparecen algunas metáforas aceptables:

El siguiente tiburón que apareció venía solo y era otro hocico de pala. Vino como un puerco a la artesa: si hubiera un puerco con una boca tan grande que cupiera en ella la cabeza de un hombre…  

Como un puerco a la artesa... No está mal. Buen cuento, sí. ¿De cuántas páginas? ¿Sesenta? Y sin embargo, todo lo que recogió en él, el periodista de Illinois, todo lo que en él importa y más, lo dijo Stevens en cuatro (tres y medio) versos cortos, eso sí, cargados de imagen poética:

…un viejo marinero,
Ebrio y dormido con las botas puestas,
Atrapa tigres
En el temporal rojo.

Ah, la imagen, la imagen, que puede flotar en la metáfora, pero acaso se cocina en el estómago del caracol de Lezama; ese que chupa tierra y suelta hilo. Eso, poetas, chupad tierra, respirad oscuridad y soñad cielo, a ver si soltáis un hilo de luz. Y si lo soltáis, por favor, no os perdáis detrás de él en pos de la salida del laberinto. Escuchad a Seferis:

Rompe el hilo de Ariadna y ¡ahí lo tienes!
El cuerpo azul de la sirena.

¿Tampoco os gustan las sirenas?




4 comentarios:

  1. Excelente, qué gusto pasar por aquí de puntillas o arrastrándose (con los ojos), qué buena defensa de lo que sin necesitar ser defendido, lo agradece.
    Gracias, Jorge.
    Sonia

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  2. Gracias, amiga. Sí, parece mentira que tengamos que hablar de estas cosas. Y sin embargo, me llegan noticias de varios poetas (gente que pretende escribir poemas, quiero decir) que niegan la metáfora. Hasta algún premio Cervantes anda validando ese disparate. Y esta gente imparte conferencias en las universidades, escribe en los periódicos... En fin, tienen mucho más peligro del que corresponde al peso de su obra. No debemos restar importancia a la confusión que pueden sembrar. Cuídate esos ojos. Te abrazo.

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