martes, 8 de enero de 2019

ESFUERZA, VIENTO, ESFUERZA




                                                                                                     Fotografía de Luis Martínez Aniesa


Amigos, después de dos meses de parada, regreso a este espacio donde quiero imaginar que os encontraré de vez en cuando. Creedme que valoro muchísimo esa perspectiva: la de vuestra hipotética complicidad, quiero decir. Si un año más sucede que os propongo algunas pausas interesadas, esto es: que os demoréis aquí para cavilar y/o disfrutar a partir de un tema que, tanto para vosotros como para mí, merezca cavilación y/o prometa goce; si un año más, digo, damos juntos en la tecla buena, me seguiré considerando un afortunado. No os cuento. No es vuestro número lo que alimenta mi vilo. Es esa posible diana, que en cada uno de vosotros (uno a uno), y en mí mismo, vislumbro: la inquietud compartida. 

Como cada año (uno más / ¿un regalo? / ¿hasta cuándo?), durante mi retiro fui capaz de escribir un poema largo y una novela corta. Regreso a mi cita con vosotros (contigo, lector-uno que espero no sé dónde, multiplicado por ti mismo) con el primer acto de ese poema recientísimo, que dediqué a Bach. Ojalá os guste (te guste). Esfuerza, viento, esfuerza, y llévalo a buen puerto. ¡Feliz 2019!



EISENACH



El mundo estrena
sordina (no hay oído noble y delicado
al que no repugne el sonido de las campanas)
para que el sol, ese caballo tordo con
alas blancas que surge del interlunio
como una promesa al punto, pose a beber
morosa, amorosamente, en un arroyo
turingio. Maestoso… Silenzio. Que
no resuenen aún los sorbos de la bestia: Que
el mercader saboree su salep. Que
el juglar prepare su garum. Que
el leñador palpe, repalpe, el filo de su hacha. Que
el zapatero lustre sus hormas. Que
el pastor meza la más blanca de sus ovejas
en el más negro recodo de su aprisco. Que
el presbítero converso apure sus nupcias
con el bombón pelirrojo que se columpia
en el jardín del burgués. Que
en la organería besen, ay, que besen y besen
los viejos tubos, los viejos fuelles. Que
todos, en fin, peinen mientras puedan
el flequillo a la memoria; porque
no la cigüeña, sino la lengua
suscitadora del Alto Comisionado (Silenzio)
que calma y vierte su sed en el arroyo
turingio, proyecta una criatura (Maestro
in pectore) para mover la tónica del mundo
una octava más hacia lo desconocido.
Un tan-tan mestizo (tan grave / tan leve)
que parece venir del corazón equino
que abreva a favor de la corriente
que galvaniza a Europa, lo anuncia: no
en Hamelín, en Eisenach; no
un flautista, un puritano impuro, sacará
las ratas de la alhóndiga con pasaporte
al paladar del gato, a los túneles
de la minería, al laboratorio de los siglos
venideros; llegará para poner música al
entremés (¿entremés?) en el que dios se hizo
Dios manipulando barro. …Un rumor
marzal (¿Nostradamus? / ¿Faustus? / ¿Leibniz? /
¿ninguno de ellos? / ¿su improbable
trío? / ¿quién? / ¿quiénes?) filtra por la
chimenea de los Bach. Sus penates,
músicos a fuerza de guardar a cinco
generaciones de músicos, pendientes del
hogar repasan el nomenclátor: No
hay voz que debele al rumor, ni fórmula
que calcule los kilotones de su
potencia prieta… Cuando el caballo
parte y las campanas vuelven al lío,
la testa de la criatura acodala el Origen
del mundo, y la vulva de Isabel resuelve
las rítmicas contracciones en un espasmo
brioso… Aquel molinero y panadero
húngaro que tocaba la cítara alemana, quitó
las jambas a la eternidad con este des-
cendiente surgido en el pliegue idóneo de
su testamento: san Pedro ya tenía
casa en Roma. Roma había rematado las
primeras indulgencias. Lutero había roto la
cadeneta latina de La Biblia, y en una
puerta culpable, había clavado su culpa con
noventaicinco clavos inclementes. ¿Qué
voz podría cantar al martillo luterano
sin repugnar del todo la ubre de la loba? ¿Cómo
purgar la ausencia de purgatorio? ¿Cómo
entrampar la trampa matemática…? Dios
había nombrado su factótum. El caballo
solar se detuvo en el arroyo preciso. La
criatura sajona nacida de aquella
conspiración divina, humanísima; estudiaría
en latín, y escribiría (ya veis, sobre una
pauta de estirpe parisina) cómo desmontar la
rabotada del diablo, sin olvidar que
el chancro y la antífona son caras (ah,
poderoso Jano: dos rostros se lava enero, o
no, cada vez que arranca) de la misma
moneda… Maitines / Laudes. Y en la
amanecida juncal, la menos sospechosa, la
menos oportuna: el aullido de la muerte. También
el demonio de los reformados celebra san Juan
en el infierno. ¡Fuego! De madrugada (a
maitines) cayó
doña Isabel. Mientras ayunaba
el catecúmeno (a
laudes) cayó
don Juan Ambrosio. Los penates, des-
concertados… ―Esfuerza, viento, esfuerza, pero
en la vela, cantaron: Detén las campanas que
que tocan a muerto. Repón la sordina al
mundo. Encore. Encore. Di al caballo tordo
de blancas alas, que el futuro nos
increpa y amenaza, que su criatura quiere
inaugurar la Suma Forma, repujarla en
cobre para que el jeme de Dios mida, valide y 
regle la bicoca del Tiempo. Pero la Suma Forma
llegará (si llega / dilo: sílbalo, por favor,
arroyo arriba) como contrapunto
a. No a contrapelo en el fustán del miedo.



4 comentarios:

  1. maravilloso poema, muchas gracias, muchas gracias tenerte de vuelta aquí, perfumando con aromas de esperanza de que sí caben nuevos alientos y espacios de pausa y cavilación en este mundo TAN ruidosamente contemporáneo.

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  2. Gracias a ti, lector no identificado. Muchas gracias por leer y comentar. Un abrazo cómplice.

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  3. Maravilloso poema, muchas gracias, muchas gracias tenerte de vuelta aquí, perfumando con aromas de esperanza de que sí caben nuevos alientos y espacios de pausa y cavilación en este mundo TAN ruidosamente contemporáneo.
    María Elena Hernández, Ciudad de México.

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  4. Ah, gracias, amiga, ahora perfectamente identificada. Gracias por leer y comentar. Un fuerte abrazo.

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