Fotografía de Eduardo Montes Bradley
Leed este
nuevo pliegue (inédito) del Imago Mundi de Kozer: Un garbeo oriental: no
pensar, no aturdirse, no contestar… escribir, escribir, escribir sometido a una
costumbre que pauta la existencia. Dar fe de ella, y, si acaso (por qué no), apostarlo
todo al banquete final: tres platos isleños. La soledad en su perfecta pureza,
entre aplausos a un caminante que nada escribió… Ah, insularidad. ¿Colmo de? Ni
Utopía, ni Atlántida, ni Barataria. ¿Qué?
Jorge Tamargo
IMAGO MUNDI
En Engaku-ji (Kamakura) pasó un mes
practicando
zazen,
otro mes en
Ryutaku-ji
con Soen
Nakagawa:
de satori
en
satori concibió la
figura
real caminando
hacia
dónde con
quiénes
de Buda,
andaba,
no se
sentaba
ya en la
postura
media o
completa
del loto,
no
meditaba, carecía
de
preguntas, pasó
dos
meses en Yoshino,
esta
vez leyendo poemas
de
Saigyo, no pensar, no
escribir,
no aturdirse.
Releyó
los libros de
Basho.
No reflexionar
sino
escribir, nada que
contestar
(se cayó una
vez
del caballo y se
echó
a reír): buscó
casa,
nada del otro
mundo,
brasero,
lavadero
para orear
sus
dos taparrabos,
tendedero,
en la
alacena
conservas,
té,
yerbas de
condimento
y
medicinales.
Basho
tuvo
casa, Soen una
celda
monástica, Buda
era
recibido en las
mansiones,
agasajado
(no
era en detrimento
propio
sino para bien
del
anfitrión) su familia
de
un día, todos los días:
se
echó al hombro un
zurrón
de tela verde
estampado
con su
nuevo
nombre budista,
nombre
anterior a la
defunción:
todo a pie,
y
todo entre dos o tres
ciudades
de provincias
al
pie de las cordilleras,
subir,
detenerse,
pernoctar:
en qué
consiste
residir. Bajaba,
recuperaba
la casa de
chillas
y tablones
construida
sin clavos
ni
tornillos (arandelas)
se
duerme sobre el
suelo
de tablas como
un
lirón, ¿no es todo
costumbre,
práctica?.
La
práctica interioriza
la
costumbre, vuelve
la
actividad natural,
sale,
da cuatro pasos,
el
recuerdo del zazen,
Soen,
Yoshino, lo dejan
frío.
Su nombre en la
tablilla
de defunción le
importa
un pito, le hace
la
higa a las Himalayas,
Potala,
Bhután. La política
del
día otra higa (de higas)
vive
de espaldas a las
tiendas
del buen vestir
(ungüentos,
potingues):
desayuna
de madrugada
un
hilo silencioso de leche
de
almendra hirviendo en
taza
de hojalata, gachas
de
cebada, almuerza del
pez
la ventrecha y el
opérculo:
sorbe las
espinas,
mastica los
ojos,
todo lo baja con
un
poco de saké tras
la
ensalada de lechuga
y
espinaca de propia
cosecha,
y las plantas
silvestres
que recoge
el
día anterior. Llenar
la
panza, esa condición.
Una
clavellina. Una
chicharra.
La regadera
para
su terreno de cuatro
surcos,
dos cosechas al
año,
mirar riendo avanzar
la
lombriz de tierra, la
yerba
agostar, oír el
eco
de la compraventa
en
ciudades lejanas
asaltadas
de fantasía:
casa
y coz que le dio
una
vez una burra, y
qué
duda cabe, para
nacer
tienen que
suceder
ciertos
acontecimientos:
penetración,
reposo,
nuevo
jadeo
(ayuntamiento)
cópula
en
segundas, gestación,
rotura
del saco de aguas,
el
calostro primero del
pecho
entumecido de
la
madre y helo aquí
de
bombachos, sandalias,
un
casquete que semeja
una
boina, capa de hule
o
cañamazo: su barba
estropajo,
nada que
calcular,
poco que
corroborar,
espadañas
a
lo lejos: un islote en
mitad
de la laguna, sin
duda
lleva nombre
como
lo lleva el ave
que
levanta vuelo
obliga
un momento
a
alzar la cabeza,
en
la cabeza nada.
Sólo
la sucesión de
islote,
espadañas,
grulla
que acaba de
alzar
vuelo, ya puede
regresar.
Prenderá el
brasero
(no exagerar
ateniéndose
demasiado
a
lo exiguo) se preparará
un
banquete a la caída
de
la tarde, Apolodoro,
Fedro,
Agatón: en el
florero
un arreglo
esmerado,
la taza
de
té al terminar la
ceremonia,
sutras
cantadas:
tres platos,
el
de platino contiene
boniato
rojo rociado
de
aceite con chatinos;
el
de plata la
configuración
del
lenguado
con un
ojo
dirigido en
diagonal
al cielo
raso;
en el plato
dorado
de qué
quilate
no lo
podría
aseverar
pétalos
de rosa,
caléndulas
en la
boca
donde mordiera
el
pez, aplaudir, a
Buda
remitirse
pegándose
un
atracón
de lechón
antes
de decidirse
a
sucumbir.
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