lunes, 4 de marzo de 2019

LO VISUAL EN LA POESÍA








El pasado 26 de febrero presenté en Valladolid, junto a mi amiga Carmen Morán, Cum Laude: un cuaderno poético que publiqué el año pasado en Lumme Editor. Después de escuchar a Carmen compartir con el público algunas de las claves (claves o llaves, dijo ella) que manejó para “hacerse” con el libro (en esto Carmen es, sencillamente, magnífica), quise sustituir la lectura de poemas que suele rematar estos actos, por una breve explicación sobre lo visual en la poesía, y sobre el porqué de la selección de autores. Aclaro, para quienes no estéis al tanto, que Cum Laude es un compendio de poemas y gráficos, escritos y diseñados en alusión a la vida y la obra de veinticinco poetas (desde Gamoneda a Dante) para mí esenciales.

Puede que en otros textos publicados en este espacio me haya acercado a estos temas; pero quiero aprovechar la ocasión que me ofrece la aparición de Cum Laude, para pronunciarme al respecto con mayor énfasis. Me sabréis excusar, seguro, quienes hayáis asistido a la presentación (de nuevo, muchas gracias), y podréis enteraros de lo que allí dije, quienes no estuvisteis. En esta primera entrega (habrá otra con explicaciones sobre la nómina de poetas) me centro en: 


LO VISUAL EN LA POESÍA

Nunca escribí un poema visual. Nunca, claro, si por ello se entiende lo que ahora suele entenderse... ¿o sea…? ¿Hay alguna definición potable al respecto? Por favor, si la hubiese y alguno de vosotros (lectores) la conociese, ilustradme. Digo esto, porque la poesía escrita y leída, la pobre, con sus grilletes caligráficos a cuestas, no puede eludir lo visual. Y por eso pienso que todos mis poemas son necesariamente visuales. Ya veis, así resultan sin que tenga que hacer más que escribirlos, y, una vez escritos (letra y soporte donde ésta fija), compartirlos con quienes, para participarlos, precisan leerlos; esto es, en primera instancia: mirarlos, verlos. Como nunca fui traducido al braille, y como mis poemas inéditos no andan en boca de juglares videntes o invidentes, me temo que debo declararme, me guste o no, poeta visual. Lo siento.

Lo siento. Porque si, en la medida que sea, devengo un poeta visual sin pretenderlo, sin esforzarme especialmente en tal sentido, ¿qué son, además, los autodenominados poetas visuales; esos que tanto se esfuerzan para trascender los medios gráficos que usamos los poetas visuales del montón? No lo sé. ¿Qué otro adjetivo merecerán para quedar diferenciados del resto?: ¿Visualísimos? ¿Supervisuales? ¿Hiperópticos? ¿O sencillamente calígrafos, grabadores, dibujantes, diseñadores, pintores… plásticos? Poeta-pintor / poeta-grabador / poeta-… ¿Por qué no? En una época tan relativista y líquida, donde a la mentira se le llama postverdad, y a la verdad… ¿Verdad?... Me gustaría leer un poema visual escrito (o dibujado, o pintado, o grabado) por alguno de estos poeta-plásticos, y dedicado a la verdad en nuestro tiempo… En fin, en La Habana teníamos un declamador de poesía afro (Luis Carbonell, se llamaba) conocido como el acuarelista de la poesía antillana. Si nos acomodamos detrás de definiciones rumbosas y comerciales, ¿por qué no dar crédito a un título poético como por ejemplo: poetizante de la acuarela hispana? Si las disciplinas artísticas terminan con-fundiéndose como todo lo demás, ¿por qué íbamos a andarnos con remilgos?: Un paisaje puede ser un poema; y un poema, un paisaje. ¿Por qué no? Si todo vale…

Pero no quiero demorarme en lo anterior. Todo poema es visual, cierto, si escapa a la pura oralidad, casi extinta en estos momentos. Y no es raro que así sea, porque el hombre de hoy (incluidos poetas y lectores, por supuesto) es también eminentemente visual. Uno de sus lemas más caros, reza: si no lo veo, no lo creo. Muy distintas eran las cosas para el hombre primitivo, ahistórico o prehistórico, quiero decir, cuyo lema bien podría haber sido: si no lo toco, no lo creo. El hombre primitivo estaba (o está, que aún pervive en algunas zonas ¿vip? del planeta) sujeto a unas representaciones mentales colmadas de magia, donde las imágenes sobrevenidas en el sueño, tanto las agradables como las terribles, tenían una carga de objetividad parecida a la que tenían las percibidas en la vigilia. Para un hombre cuyas representaciones mentales fuesen de origen sensorial, o se alzasen al margen de los sentidos, gravaban y grababan su imaginario de forma parecida; para ese hombre, digo, que tan lejos nos queda, la vista y el oído debieron resultar menos fiables que el tacto. Sí, el hombre histórico devino un animal visual. Para conocer o reconocer, apenas huele, escucha, degusta o toca, porque no lo necesita. En la presentación de Cum Laude utilicé un vídeo (vídeo, ya veis, quería resultar convincente a toda costa) que pone de manifiesto esta particularidad del contemporáneo frente al primitivo. Somos cada vez más tributarios de la vista, y esto, aquí está la tesis que defiendo: merma severamente nuestra imaginación.

En aquel intervalo prodigioso: la Grecia Nuestra, venida al mundo entre Pitágoras y Epicuro, el hombre occidental, que dos o tres siglos antes había sido apercibido por Homero contra su oído externo (recordad que por ahí penetraba el veneno de Parténope), sufrió un revolcón, el más grande de su historia hasta la fecha, en favor de la vista y detrimento de los demás sentidos. ¿Cómo? Con el trasvase de validez que, por condicionantes éticas y morales, hicieron, sobre todo Sócrates, Platón y Aristóteles, del pensamiento mitológico y relativo, al abstracto y absoluto. La Razón, convertida en argumento primero de nuestro ser por este trío de genios, y armada hasta los dientes frente a sus detractores, se impuso la luz y la claridad como medio y fin de sí misma. La Razón operando en la luz, hecha una con ella, terminó desplazando a la sinrazón, definitivamente identificada desde entonces con la oscuridad, la ceguera.

Ay, si Odiseo, atado al mástil de su barco, se hubiera tapado los oídos y no los ojos… A salvo de los cantos de sirena, de los poetas y de los sofistas, el occidental post-socrático, y sobre todo el post-aristotélico, con el germen científico inyectado en vena, sabría cuidarse de cualquier cosa que no pudiera resolverse conceptualmente. Si la oscuridad y el oído habían propiciado, bajo el ala del pensamiento mitológico y relativo, el tráfico de ideas con fines no del todo controlados; la claridad y la vista garantizarían, en los rediles del pensamiento abstracto y absoluto, la fijación de conceptos destilados de la suma abstracción con un fin último: el perfecto orden social en aras de la convivencia en la polis. Orden social, donde la verdad, la belleza, la bondad, el amor y la justicia, sometidos a la razón, y por tanto, debidamente conceptualizados, no dieran cabida a las fuerzas oscuras, tan ajenas ellas al cálculo… La vista es a la razón, lo que la ceguera a la sinrazón. Sólo Eros, Tique y Tánatos (Amor, Fortuna y Muerte), esos poderes irracionales que hacen bailar a la humanidad al ritmo de sus antojos, se representarían ciegos. Ciegos, o con los ojos vendados, por traviesos e imprevisibles. A partir de Platón, expresiones tales como: dar a luz, sacar a la luz, examinar a plena luz, etcétera, se hicieron sinónimos de actividad razonable, productora de bienes; bienes personales, sociales y universales, con tanta fuerza genitora, que incluyen a la civilización misma. Mirad lo que dice el filósofo ateniense en su Protágoras:

Como Epimeteo no era del todo sabio, gastó, sin darse cuenta, todas las facultades en los brutos. Pero quedaba aún sin equipar la especie humana y no sabía qué hacer. Hallándose en este trance, llega Prometeo para supervisar la distribución. Ve a todos los animales armoniosamente equipados, y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin abrigo e inerme. Y ya era inminente el día señalado por el destino en el que el hombre debía salir de la tierra a la luz.

Platón no pone este fragmento en boca de Sócrates, el más grande de los sofistas, y, sin embargo, un renegado de tal condición, sino en boca de Protágoras, un sofista convencido y militante. Pero qué duda cabe de que es él, el autor del diálogo, quien habla con su propio vocabulario puesto a punto.

En tanto el relato judeo-cristiano no llegó a remover y a complicar las cosas, los poetas, o sea: los poetas, los pensadores, los dramaturgos, los retóricos, los historiadores, y hasta los políticos (¿quién no era poeta entonces?), prácticamente todos, menos los geómetras puros, corrieron el peligro de quedar fuera de juego, y para sortearlo, debieron llevar a los ojos el peso de su memoria, de su antiquísimo imaginario; debieron filtrarlo a la luz del nuevo tiempo: si no lo veo, no lo creo… Sin embargo, el paso del hombre auditivo al visual no saldría barato. Porque lo cierto es que la representación visual post-socrática, hija de la luz y del concepto, tiende a cerrar el marco significante de la imagen, cuanto la representación poética, hija de la oscuridad y la idea, tiende a abrirlo. Entre la imagen visual y la poética, se establece un cierto contrapunteo, como el que existe entre el concepto y la idea. El concepto que reduce y cierra / La idea que multiplica y abre. El concepto que asienta, que se deja poseer / La idea que fuga, que resulta irreductible. El concepto que resuelve y mata al símbolo donde posa / La idea que nutre ad infinitum lo simbólico.

Dicho esto, parece obvio que la poesía debe ser sobre todo auditiva, no visual. Oscar Wilde pensaba que los griegos “cegaron” a Homero para significar eso: el carácter auditivo de la misma. Pareciera que es la oral la que menos riesgo corre de dejar de ser poesía. Lo que escapa a la impresión sobre un soporte material, regatea su precio a la memoria. Lo que se imprime y se puede leer tantas veces como se quiera, cuando menos pierde la gracia que hay en la epifanía, y puede terminar siendo pasto de la sobrexposición. Sólo la gran poesía resiste la palabra impresa. Mejor, mientras menos visual, porque mientras menos visual sea, menos atentará contra la imaginación. Si ya es penoso ver cómo redunda la imagen visual sobre la literaria en la narrativa ilustrada (ver, por ejemplo, y con perdón de los ilustradores, el flaco favor que hace el dibujo detallado de un perro, a un cuento que habla de un perro), cuando esta imagen aparece explicando a la poética resulta insoportable, porque le corta las alas, porque fija formas y significados donde se necesita justo lo contrario.

Insisto, lo visual, tan deudor de la luz y la razón, resulta problemático para el desarrollo de la imaginación. Siempre digo a los jóvenes que jamás el cine o la televisión podrán sustituir a la lectura. La imagen visual asociada a un relato nos conmina a la comodidad, más aún, nos hace cómodos; porque con-forma todos los escenarios que sustentan la historia, nos los entrega resueltos, finiquitados, y con ello impide que los imaginemos, que los construyamos en la mente según nuestras propias necesidades y preferencias, a partir de lo que sugieran el autor y su obra. Cuando leemos, levantamos el vuelo. Cuando visualizamos, nos apoltronamos. Puede que en ambos casos nos divirtamos, pero…

Y si tengo tantas cautelas con relación a lo visual en la poesía, ¿por qué en Cum Laude diseño a la par que escribo? ¿Porque soy incoherente? ¿Porque, además de poeta, soy arquitecto y diseñador gráfico? ¿Porque quiero ponerme a prueba? ¿Porque considero que hay maneras de aminorar el peligro? Puede que haya un poco de todo esto detrás de mi decisión, que, como toda decisión que compete al arte, se gestó al margen de mi conciencia. Lo confieso: no sé bien por qué comencé a hacerlo. Sin embargo, después de comenzado el trabajo, sí supe, o creí saber, lo que estaba haciendo. 

La abstracción, cuando es afortunada, obra un milagro sobre el lenguaje visual. Abstracción, digo, en el sentido de restar grasa, discurso, retórica… en fin, fondo, a la idea que se pretende representar para que sea aprehendida. El camino que lleva de lo llanamente figurativo hasta lo abstracto está lleno de peligros y puede desembocar en un erial. Puede, porque es un recorrido tendente a dotar de imagen visual al concepto puro y duro, para fijarlo a la memoria como una lapa; pero con suerte no lo hace. Con suerte el camino se complica antes de llegar al ojo de luz que propiciaría su resolución total, y que lo tornaría definitivo, inmóvil e imbatible. Con suerte ofrece alguna vía de escape, alguna imperfección aprovechable en su trazado para enfilar nuevas y no previstas rutas. ¿Hacia dónde? Con suerte desemboca finalmente en una especie de limbo donde el concepto visualizado, ese tipo de pocas palabras, puede resultar lo mismo un cateto que un semidiós. ¿Qué hay detrás de tanto silencio? Es como si en una primera cita nos topáramos con alguien, que, por esconder las cartas, nos hiciera creer que las posee todas. Hablamos del símbolo: la manifestación más escueta del lenguaje gráfico. Hablamos de un camino que nos lleva, por ejemplo, de una manzana de Zurbarán, o de Caravaggio, a la de Rob Janoff (Apple) en su versión mancha-negra; pasando por otra de Cezanne. El símbolo visual puede nacer muerto o resultar inmortal. Pero si además es inoculado con el virus del logotipo, cuya letra, que no sabe callar, debe en este caso adaptar el parloteo a las reglas que impone su acompañante, el resultado puede ser… No sé, no sé…

Los ejercicios gráficos y poéticos que agrupé en Cum Laude, y que por ambos frentes tienen un nivel medio-alto de abstracción, pretenden un lenguaje de doble aliento, con garantías de que pueda abrirse por un lado, lo que por el otro tienda a cerrarse. Un lenguaje múltiple, mediante el cual, tanto el diseño como el texto se propongan la unidad; pero no quieta y resuelta, sino en intenso ir y venir bajo el paraguas de la fantasía creadora. No son poemas visuales, no; insisto, si por poema visual entendemos lo que se espera que entendamos hoy. Se trata de poemas y diseños gráficos (¿símbolos, logos, ideogramas, una combinación de ellos?, no lo sé), que en incesante interacción, persiguen la mayor polisemia posible, con el propósito de liberar imágenes; no, de capturar conceptos. Poesía, a fin de cuentas. Articulada, espero. Con dos patas sincronizadas, espero. No con muletas. Vosotros diréis.



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6 comentarios:

  1. esto me hizo pensar mucho, Jorge, tienes razon, y te pongo un "pero" de mi ego, a veces creo que logro un poema o poesia en mis creaciones graficas a partir que cuentan, se mueven o vibran entre palabras, a veces lo creo, con la misma satisfaccion que si las escribiera. EL PROBLEMA radica en la etiqueta, a un curador o a un artista visual le resulto simpatico o culto decir que incursionaba en la poesia visual y se robo el asunto, toda poesia, al menos la que me interesa, es visual, la leo y me voy en ella, la visualizo, no sé, quizas sea un defecto de fabrica, comprendo tu texto, a veces escribo poemas y me salen poemas visuales; a veces realizo visuales y me salen poemas hasta con dos o tres lecturas, pero puede que sea en mi creencia o una trampa del ego, abrazos, comparto tu entrada. gracias.

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  2. Es un tema complejo y espinoso, poeta. Para mí el problema está en el relativismo reinante, que pretende diluirlo todo hasta hacerlo desaparecer. Es la pulsión destructiva (de muerte) que tiene a Occidente contra la pared. "Todo lo que fue tiene que ser destruido", deben pensar algunos que disparan nombres (etiquetas, para decirlo contigo) sin ton ni son sobre lo que ignoran. La poesía es esencialmente auditiva. Se visualiza, claro está, cuando se comparte impresa, pero su esencia es auditiva por todo lo que he dicho en este texto. Claro, si comenzamos a llamarle poema (visual o lo que sea) a los dibujos, los grabados, los diseños gráficos, etc, estamos jodidos. Porque si todo puede ser un poema, nada lo será finalmente. Un dibujo es un dibujo; y un poema, un poema. Sucede, además, que la imagen visual pegada a la poética, si no está bien controlada, puede acabar con la poesía. En fin, en tu caso no necesitas entrar en estas cosas. Cuando escribes poesía, eres poeta. Cuando trabajas gráficamente, eres artista visual, o plástico. Eres muy buena en ambas disciplinas. ¿Qué problema hay? Ninguno. El problema aparece cuando alguien quiere jugar a ser poeta haciendo dibujitos o rompecabezas caligráficos. No digo que no puedan hacerse obras excelentes por este camino, claro que no, sobran ejemplos que demuestran que es posible, pero me resisto a llamarle poesía a tales ejercicios, ni siquiera poesía visual. Gracias por leer y comentar, amiga. Besos.

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  3. Me agrada especialmente este párrafo: "como toda decisión que compete al arte, se gestó al margen de mi conciencia. Lo confieso: no sé bien por qué comencé a hacerlo. Sin embargo, después de comenzado el trabajo, sí supe, o creí saber, lo que estaba haciendo". En alguna conversación mantenida contigo creí entender que me decías que no, que eso no era posible, que uno ha de tenerlo claro en la cabeza. Está calro que entendí mal.
    También me gusta mucho el baile entre concepto e idea.
    Y todo el texto, porque me explica mejor lo que ya escuché el otro día: Yo leo mejor que escucho...Se me agarran mejor la palabras cuando están hechas imágenes en la escritura... En fin...No necesito que me dibujen el perro; es más, no me gusta que lo hagan. Pero la escritura...no sé, te permite encontrarte con el poema en soledad, en silencio. Y para mí es mucho mejor.
    Hay casos, claro, que no es así. Escuchar a Kozer no tiene parangón, es infinatemente mejor que leerlo.

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  4. Ah, amigo, la génesis literaria, como la artística en general, es algo propio de cada creador, y, me atrevería a decir, en alguna medida de cada obra. Yo soy bastante concienzudo, pero el germen de la decisión primera en la creación artística, ese chispazo desencadenante, tiene que ver más con la intuición que con la experiencia o la razón. Lo que no supe en este caso, ni falta que me hizo, es el porqué de ese primer impulso que me llevó a meter la gráfica en el ajo.
    Que en general prefieras el poema escrito al escuchado, me parece normal. A mí también me pasa, aunque yo no cuento en esto, porque, desgraciadamente, no sólo percibo la poesía, la estudio. Insisto, tu preferencia es lógica. Todos somos muy visuales, y tú lo eres especialmente, pues eres pintor.
    Gracias, artista, por leer aquí, y por comentar. Me alegra mucho que te haya gustado este texto, que hayas podido con él, incluso después de haber escuchado su contenido en la presentación del libro. Abrazo grande. Jorge

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  5. ¡Cuánto me gusta leer lo que pienso, sobre todo si está mejor escrito que lo que lo hubiera escrito yo! Y claro, cuando te apartas de lo estrictamente formal del concepto para dejar desnuda la idea (no arrancándole a tirones la vestimenta, sino desvistiéndola casi con veneración, como si fuera un cuerpo), me encantan estos textos relajados, que usan como "pretexto" comentar el por qué de un libro, para caer en un tema tan actual y de controversia como la poesía visual. Gracias.
    Sonia

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    1. Gracias, amiga. Qué lujo tenerte como lectora. El abrazo de siempre con el cariño y el respeto de siempre. Y besos.

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