Amigos, regreso de mis dos meses de reclusión literaria con la esperanza de que, a pesar de los pesares, algunos de vosotros todavía tengáis ganas de jugar, y, lo que sería todavía más reconfortante, de jugar conmigo. Jugar, sí, sobre un tablero donde las imágenes y las ideas (¿no son lo mismo?) nos lleven como en una güija loca (o sea, cuerda) a hablar, no con los muertos, sino con nosotros mismos. Nosotros mismos, que por ventura somos jugadores ¿no?, y mientras sigamos siéndolo, nos libraremos de acabar muertos en vida.
Durante noviembre y diciembre estuve jugando solo. Escribí una novela. Pero no regreso para dar vueltas alrededor de. Llego con el último acto de mi último poema largo: Miguel Ángel, uno de los tres que integran mi penúltimo libro (aún inédito, claro): Raíz de nueve. El referido poema (Miguel Ángel) es narrativo, aborda la vida y la obra de este gran artista inserta en su contexto vital: histórico. Por ello, un único acto no os ofrecerá más que una pincelada del asunto, pero… Miguel Ángel ha vivido y obrado, ha muerto, y desde el cielo…
De nuevo seréis bienvenidos, quienes entre vosotros decidáis bien venir. Os espero.
CIELO
Un
ave de metal el
aire estrena. Suenan las trompetas para
el elegido en un segmento del cielo
que inaugura. En efecto, los ángeles
no tienen alas, ni carga otra que no sea
nombre. La Inteligencia no formaliza
en soporte mineral; en ningún otro que
ande en chanchullos con la materia. Y
mucho menos lo hace la Imaginación.
Miguel Ángel busca ideas (¿dónde?)
que anclen su memoria, mas sólo
halla palabras que solapar con las
imágenes; que tienen orden expresa de
no cosificar. Dios puso paisaje en su
torno. Él quiere percibirlo, acaso idea-
lizarlo ojos mediante, pero descubre
que no, que no puede. Dios le impone
(es un regalo gracioso) un paro. Sólo
ve si cierra las ventanas al blancor y
vuelve su luz a lo negro. Lo hace. Su
alma ve (digamos ve) lo que no ve. Lleva
cuatrocientos años, más (las plegaduras
del tiempo astronómico son asunto
nuestro, allí no cuentan), con los ojos
(digamos ojos) vueltos. La Inteligencia
y la Imaginación universales se abren
al mundo especialmente a través de
los genios. Ah, Su protegido Miguel
Ángel es el médium perfecto (Dios lo
sabe) para que la memoria occidental
chispee, y hasta un poeta del Caribe
(Colón, cuánto llevaste y trajiste) se
dé por enterado. Dios da la luz negra.
Inyecta deseo. El deseo inmortal que
alza
y modera los demás pensamientos
del junco que piensa. Miguel Ángel
cierra (abre) los ojos. Lo primero que
siente es el aroma de la Tierra. Aroma
que levanta la imagen-recuerdo de
mona Picapiedras / mona Margarita /
Urbino / Lorenzo / Tommaso / Vittoria…
Vittoria… qué bien luce, Dios, en el
cuarto oscuro. (Mujeres y estrellas des-
tellan
mejor de noche, sin dudas). La
tierra huele a hombre. Él h u e l e y
mantiene los ojos encendidos, o sea
vueltos, para echar un vistazo. «¡Hostias!»…
Agamenón y su porquero en la Plaza
de la Señoría. Emparejados en el homo
ludens-aequalis, dan vueltas al David
como moscas alrededor de la herida.
«Piedra y fama». Sólo leen piedra y
fama. El aguerrido tumulto que los en-
vuelve la pifia como ellos. ¿Pueden
disfrutarlo? David sufrió una catalepsia
histórica que terminó («¡joder, es falso,
¿dónde está el mío?!») en perlesía cró-
nica. Incapaz de moverse, apenas se
defiende de ese Goliat muchedumbro
de coito conejero, que zanquivano en-
fila San Lorenzo: «Piedra y fama». Pues a
Roma. Agamenón y su porquero, entre
un montón de japoneses en San Pietro
in Vincoli (casa Della Rovere). Ahí
está Moisés, su mejor piedra. La mejor
piedra. (Fidias y Polidoro hace mucho
que lo admitieron). Ni los telamones se
dan por enterados. Esta gente no comu-
nica, no devuelve porque no capta:
«Piedra y fama»… Corren impíos al
Vaticano para ver La Piedad. Lo mismo:
nada. A la Sixtina, sanctasanctórum de
los cegatos. «¡Dios, ¿qué es esto? ¿Dónde
está Dios?!» Ni Jehová ni Zeus asoman.
Sólo Miguel Ángel, descubre Miguel
Ángel, les suena. «¡Guau, qué colorido!»… Y
después que si Blas estaba untando a
Catalina, que si braghettone sí o
braghettone no. ¿Para qué aquella ma-
ratón teológica? …El maestro no los
acompaña a la Paulina. Abre los ojos
para interrumpir la secuencia. Los cierra
para reiniciarla justo donde Vittoria…
Ah, el amor que heroicamente dilata
una
vena, se contrae con la aplicación
de paños calientes. ―¿Para qué sirvió,
Señor, todo aquello? ―Aquí, hijo, ya
hicimos cuentas… Mira lo que pasa en
el Castillo-Sforza. El maestro acata. Par-
padea. Reinicia la sesión perceptiva:
Mantegna / Leonardo / Tiepolo / Tiziano /
Tintoretto… Y él: su última Piedad sola
en la sala. No. Una niña habla por telé-
fono: ―Resbala, pero María lo aguanta.
Los dos están malos, abuelo. Jesús
estuvo en la cruz. Parece que perdió un
brazo, no sé. ¿Ella lo cura? […] ―Están
muy tristes, abu. Dan ganas de llorar…
Miguel Ángel abre los ojos: ―¿Y?, pre-
gunta Él. ―Lo pillo, Señor:
non finito.
aire estrena. Suenan las trompetas para
el elegido en un segmento del cielo
que inaugura. En efecto, los ángeles
no tienen alas, ni carga otra que no sea
nombre. La Inteligencia no formaliza
en soporte mineral; en ningún otro que
ande en chanchullos con la materia. Y
mucho menos lo hace la Imaginación.
Miguel Ángel busca ideas (¿dónde?)
que anclen su memoria, mas sólo
halla palabras que solapar con las
imágenes; que tienen orden expresa de
no cosificar. Dios puso paisaje en su
torno. Él quiere percibirlo, acaso idea-
lizarlo ojos mediante, pero descubre
que no, que no puede. Dios le impone
(es un regalo gracioso) un paro. Sólo
ve si cierra las ventanas al blancor y
vuelve su luz a lo negro. Lo hace. Su
alma ve (digamos ve) lo que no ve. Lleva
cuatrocientos años, más (las plegaduras
del tiempo astronómico son asunto
nuestro, allí no cuentan), con los ojos
(digamos ojos) vueltos. La Inteligencia
y la Imaginación universales se abren
al mundo especialmente a través de
los genios. Ah, Su protegido Miguel
Ángel es el médium perfecto (Dios lo
sabe) para que la memoria occidental
chispee, y hasta un poeta del Caribe
(Colón, cuánto llevaste y trajiste) se
dé por enterado. Dios da la luz negra.
Inyecta deseo. El deseo inmortal que
del junco que piensa. Miguel Ángel
cierra (abre) los ojos. Lo primero que
siente es el aroma de la Tierra. Aroma
que levanta la imagen-recuerdo de
mona Picapiedras / mona Margarita /
Urbino / Lorenzo / Tommaso / Vittoria…
Vittoria… qué bien luce, Dios, en el
cuarto oscuro. (Mujeres y estrellas des-
tierra huele a hombre. Él h u e l e y
mantiene los ojos encendidos, o sea
vueltos, para echar un vistazo. «¡Hostias!»…
Agamenón y su porquero en la Plaza
de la Señoría. Emparejados en el homo
ludens-aequalis, dan vueltas al David
como moscas alrededor de la herida.
«Piedra y fama». Sólo leen piedra y
fama. El aguerrido tumulto que los en-
vuelve la pifia como ellos. ¿Pueden
disfrutarlo? David sufrió una catalepsia
histórica que terminó («¡joder, es falso,
¿dónde está el mío?!») en perlesía cró-
nica. Incapaz de moverse, apenas se
defiende de ese Goliat muchedumbro
de coito conejero, que zanquivano en-
fila San Lorenzo: «Piedra y fama». Pues a
Roma. Agamenón y su porquero, entre
un montón de japoneses en San Pietro
in Vincoli (casa Della Rovere). Ahí
está Moisés, su mejor piedra. La mejor
piedra. (Fidias y Polidoro hace mucho
que lo admitieron). Ni los telamones se
dan por enterados. Esta gente no comu-
nica, no devuelve porque no capta:
«Piedra y fama»… Corren impíos al
Vaticano para ver La Piedad. Lo mismo:
nada. A la Sixtina, sanctasanctórum de
los cegatos. «¡Dios, ¿qué es esto? ¿Dónde
está Dios?!» Ni Jehová ni Zeus asoman.
Sólo Miguel Ángel, descubre Miguel
Ángel, les suena. «¡Guau, qué colorido!»… Y
después que si Blas estaba untando a
Catalina, que si braghettone sí o
braghettone no. ¿Para qué aquella ma-
ratón teológica? …El maestro no los
acompaña a la Paulina. Abre los ojos
para interrumpir la secuencia. Los cierra
para reiniciarla justo donde Vittoria…
Ah, el amor que heroicamente dilata
de paños calientes. ―¿Para qué sirvió,
Señor, todo aquello? ―Aquí, hijo, ya
hicimos cuentas… Mira lo que pasa en
el Castillo-Sforza. El maestro acata. Par-
padea. Reinicia la sesión perceptiva:
Mantegna / Leonardo / Tiepolo / Tiziano /
Tintoretto… Y él: su última Piedad sola
en la sala. No. Una niña habla por telé-
fono: ―Resbala, pero María lo aguanta.
Los dos están malos, abuelo. Jesús
estuvo en la cruz. Parece que perdió un
brazo, no sé. ¿Ella lo cura? […] ―Están
muy tristes, abu. Dan ganas de llorar…
Miguel Ángel abre los ojos: ―¿Y?, pre-
gunta Él. ―Lo pillo, Señor:
non finito.
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