En un poemario dedicado
a la amistad que “terminé” hace poco (comillas, porque nunca termino un
poemario) indagué a fondo en ese sentimiento, sin llegar a más certeza que su
inaprensible condición. Jamás podremos asir una imagen primaria, o una de sus derivadas.
Afortunadamente, jamás podremos devastar su potencial simbólico resolviéndola del
todo. La amistad es testigo y testaferro del Amor. Como tal, obra en nuestro
imaginario, remendando allí donde el miedo y el dolor descosen la esperanza para
hacer hueco a sus peores tropelías.
Escribiendo sobre
ello, incluso tuve fuerzas para contestar a autores que admiro especialmente.
Decía Aristóteles: “¡Amigos, no hay
amigos!” Y Erasmus: “La amistad sólo
se da entre iguales.” Pude adosar a tales certezas más de una duda
razonable. Lo hice en poesía y quedé relativamente satisfecho. Si al amparo de
la imagen, esas pueriles sentencias se tornan especialmente vulnerables.
Pero al margen de
la poesía, (qué desierto, dioses míos) en los últimos tiempos comprobé una vez
más el valor de la amistad operando en el frente de batalla. ¿Cómo agradecer a
mis amigos, a todos mis amados amantes la puntual evidencia? Ah, qué bien se
está entre ustedes, los que siempre vertieron su sombra en la ardiente arena, y
los que aun en las postrimerías del camino, cuando ya poco se espera, cuando se
vislumbra la columna que dejó para ti el penúltimo anacoreta, aparecen de
pronto, como en un sueño, pero ciertos, ciertos, ciertos… con un cuenco pleno
de un agua nada discursiva, pura mata-sed ella.
Con tal agua pretendía
regar hoy el jardín de los amigos. No con agua de la Arcadia o del Jordán, sino
con agua-agua, elemental, viva, fresquísima… Sin embargo, antes la probé de
nuevo, y una vez bebida, la química solución sabiamente eludió la humana uretra
y fue directa al lagrimar de los dioses. Ah, gracias amigos, un agua tan
oportuna no podía acabar en sí misma, ni siquiera en un jardín terreno. Acabará
en el mar, porque, como decía el poeta: “Dónde
podrían llorar los dioses/ si el mar no acoge sus lágrimas”. Lágrimas
divinas para un mar en tromba, vuestra húmeda amistad. Esto quería decirles… y
un poema de aquel libro.
El jardín de los amigos
Aquí,
afortunadamente,
no sólo se
abrillantan viejos candelabros
con invariantes
luces de aceites esenciales;
no sólo se jalean
súbitos destellos,
huracanadas
apariciones que abarcan lo posible
entre lo numinoso
y lo matemático.
Aquí se aprovecha
todo.
Se trabaja con
cualquier elemento que decante,
precipite y
sedimente en una sustancia amable:
caprichos de la
memoria, de la desmemoria,
obligaciones de
ambas, años, husos horarios,
puentes sobre
éstos, sobre aquéllos,
aventuras,
certidumbres, abrazos ardidos,
ardientes,
cercanos, de largo alcance,
––incluso sus
indicios, ecos, veladuras o retazos––
corneas
desorbitadas, estados febriles, de ataraxia,
huellas, fósiles,
humedades, sobresaltos,
preguntas,
proyectos de preguntas, cuadernos de viaje,
cajas negras,
bitácoras forzadas, no forzadas,
noticias,
leyendas, documentos legibles, ilegibles,
miradas
entregadas, cautelosas, diáfanas, cifradas,
temblores, restos
de naves, esquirlas de meteoritos
de quién sabe qué
lugares, fragmentos
––usados o no–– de
todo tipo de nube,
jirones de venas cava, imágenes,
muchas imágenes...
Todo ello,
convenientemente curado,
se somete a una
paciente labor de acomodo,
se mezcla hasta
obtener el mejor de los sustratos:
una masa viva,
fértil, vulnerable
a todo conato de
nacimiento o muerte.
El jardín de los
amigos, amigos,
es sobre todo
sustrato.
No nos engañemos:
la luz y la flor
competen a los dioses.
Sencillamente GENIAL!!!... un abrazo grande y gordo desde Estocolmo para esa envidiable familia que han construído...Cariños de siempre...Sandra
ResponderEliminarQuerida amiga, qué tarde he visto este comentario tan cariñoso. Muchas gracias por tus consideradas palabras. Eres un ángel. Te queremos como siempre. Abrazos.
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